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Red Internacional
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OPINIÓN. ¿Y si se piensa en jugar a la pelota?

La industria capitalista fútbol arrasa con todo. Messi y el resto del plantel, entre el modelaje publicitario y los carpetazos del Mossad. El sainete sampaolino puede resolverse con rabonas, caños y palomitas.

Daniel Satur

Daniel Satur @saturnetroc

Domingo 24 de junio de 2018 00:38

“Desde la AFA se dice: ’Les dimos todo. Pidieron mejorar el predio de la AFA, viajar cómodos en los mejores vuelos, alojarse en buenos hoteles, cancelar el amistoso con Israel (…) No tienen de qué quejarse. Ni ellos ni el cuerpo técnico’”. La información la escribieron los periodistas Cristian Grosso y Andrés Eliceche de La Nación, publicada la tarde/noche del viernes.

No es una originalidad decir que el término fútbol es un enorme paraguas bajo el que se cubre una industria diversificada que genera cientos de miles de millones de dólares en todos los rincones del mundo. Pero no hay que perder de vista este aspecto para analizar cada alternativa del Mundial. Si se hace con cada campeonato o copa de Europa o de Sudamérica, más aún es necesario hacerlo con el torneo que concentra a la crema del balompié internacional.

Y si es una industria tan capitalista como cualquier otra, será determinante para cualquier análisis pensar la relación entre producto (la competencia deportiva), ganancias (la del abultado PBI de FIFA y asociados) y política (relaciones entre clubes, empresas y estados y entre estados entre sí).

La especulación sobre que (después de tres décadas participando en todos los mundiales) la selección de Estados Unidos se dejó ganar por Trinidad y Tobago en las eliminatorias porque Donald Trump no quería participar de un megaevento organizado por Vladimir Putin, quedará como parte de la mitología, aunque nadie se arriesga a negar que haya sido así.

Otro tanto se habla hoy de las razones que abortaron el partido previo al Mundial entre las selecciones de Israel y Argentina en Jerusalén. Un evento que, de haberse concretado, se convertiría en una patética foto funcional a los intereses del Estado sionista y sus planes de sometimiento y opresión sobre el pueblo palestino.

¿El Mossad operando entre botines y camisetas?

El jueves a la noche, a pocas horas de la derrota ante Croacia, el comentador político Jorge Asís aseguró desde la pantalla del canal América que a Lionel Messi se lo ve mal y atormentado porque en medio del Mundial “le pasaron una factura” con las novedades en torno a los Panama Papers, donde él y su familia están involucrados desde el año pasado.

Y agregó un dato más (que luego replicarían periodistas más serios): ese pase de factura podría provenir de operadores sionistas que provocaron que salte el escándalo personal en medio de la crisis futbolística. Según la versión, no le estarían perdonando a Messi haber sido uno de los que se negaron fervientemente a jugar ese partido.

Se sabe que Asís suele tener información de primera mano pero también de todo tipo y color. Eso puede hacer pensar que la versión arrojada en “Animales sueltos” pueda ser falsa. Pero también puede hacer pensar lo contrario.

Si hacía falta algún aporte a la confusión general, un tuit lanzado el viernes al mediodía desde Tel Aviv por la ministra de Cultura y Deportes de Israel, Miri Reguev, provocaría nuevos comentarios. “La pelota es redonda. Cuando se trata del pueblo de Israel, quien se mete con ellos se estrella”, escribió en su cuenta de Twitter Reguev tras la derrota argentina.

Viniendo de alguien que integra un gabinete de gobierno terrorista, racista y colonialista, cuyas políticas están teñidas de guerrerismo y de sofisticadas operaciones de inteligencia, ese tuit puede oler a algo más que chicana futbolera.

Suponiendo que algo de todo eso sea cierto, de todos modos no se sabe hasta dónde podría hace mella el escándalo de los Panama Papers en la subjetividad de Messi.

Es cierto que sobre él y su padre pesa una condena de casi dos años de prisión en suspenso y que debieron pagar una multa (irrisoria en comparación al delito) de 2,1 millones de euros para resarcir su defraudación al fisco español, del que evadieron el pago de impuestos multimillonarios armando empresas truchas en Belice, Uruguay, Suiza e Inglaterra.

Pero en el Barcelona tenía los mismos problemas y nunca llegó a este nivel de ausencia en un partido tan determinante. Según un conteo realizado por el británico The Guardian, Lionel fue el jugador que menos kilómetros recorrió de todos los que jugaron los 90 minutos de la primera fecha de todos los grupos. Y eso no es poco.

Manchadores de pelotas

Es válido preguntarse entonces si hay alguna vinculación entre ese frustrado match contra Israel y la mano derecha de Lionel Messi que durante largos segundos (y en primer plano para la cámara oficial de la transmisión mundialista) frotó su frente atribulada al son de las estrofas del himno argentino segundos antes de que comenzara el partido.

Luego del 3 a 0 propinado por Croacia, esa imagen de un Messi casi vencido antes de empezar se transformó en ícono. Con las horas, el “¿qué le pasa?” terminó imponiéndose al pifie del arquero Caballero que le permitió a los croatas abrir el marcador. “¿Qué le pasa a Messi?” fue el titular trillado.

(Acá vale un paréntesis. Está claro que las caras de desconcierto y pesar reinantes entre el periodismo deportivo apostado en Rusia pueden tener elementos de pasión futbolera. Pero en verdad para las empresas periodísticas lo más lamentable de este momento es que si la Selección no pasa a octavos de final se acaba prematuramente un suculento negocio.)

Volvamos a la imagen de Messi con la mano en la frente y sumemosle su performance en la cancha durante las dos horas siguientes. Y como acá no hay ánimo de cargar tintas de más buscando chivos expiatorios, agreguemos lo hecho por el resto de sus compañeros también, desde Caballero a Pavón.

Ahora, descartemos que existan reales razones futbolísticas que expliquen la ausencia de juego, las desconexiones en el equipo, los yerros y la falta de ritmo. Descartémoslo, aunque sea de momento, porque sobre Sampaoli hoy se tejen infinidad de versiones, todas habilitadas por su propia conducta, pero nadie diría seriamente que es incapaz de parar once tipos en una cancha con alguna estrategia y algunas tácticas. Y estos jugadores son los mismos que en sus equipos gustan, ganan y hasta golean.

Si hoy se habla de condicionantes psicológicos, de depresiones, de pases de factura y hasta de berrinches de nenes mimados (Negro Enrique dixit), es porque lo que le está faltando al contingente de jóvenes estrellas albicelestes es lo elemental: jugar a la pelota. Nada más y nada menos que la materia prima del producto vital de esta industria capitalista.

Pretender que este grupo de muchachos se autoperciba como proletarios es una estupidez. Tampoco le vamos a creer a la prensa capitalista esa admiración dispensada al plantel de Islandia tras el empate 1 a 1, glorificando al técnico Hallgrímsson por ser dentista y a varios jugadores por provenir del amateurismo y “tener que trabajar de otra cosa” para vivir. Pero comparar a los multimillonarios valores argentinos con “laburantes” que les pueden hacer partido y hasta ganarles, no deja de ser sintomático.

A jugar, mi amor

El sistema capitalista se caracteriza, entre tantas otras cosas, por absorber, exprimir al máximo y desechar cuando ya no sirven aquellas producciones sociales, materiales o simbólicas, que gozan de la preferencia masiva. El fútbol, por la acción decidida de muchos de sus protagonistas, no pudo escapar a esa apropiación del mercado. No por nada se dice que la FIFA es la multinacional más grande y rentable del mundo.

Así, las altruistas ideas deportivas, en teoría despojadas de todo interés mezquino, cada vez están menos presentes en las canchas al tiempo que son convertidas en slogans, shingles y remates publicitarios.

“Estar bien es lo primero”, dice Messi mirando a cámara después de tomarse un mate mientras hace jueguitos en el patio de su casa y te vende los planes de Galeno. Enseguida Mascherano, Biglia y Otamendi gambetean felices entre fetas de queso, rodajas de tomate y pan Fargo. Después, otra vez Messi en escena invitándote a llenar tu panza de papas fritas Lays (producidas por PepsiCo, la multinacional que dejó cientos de familias obreras en la calle).

Al rato, en otra tanda, un pibe se mete en un vestuario para decirle al equipo concentrado “dejemos todo, menos de jugar, ¿eh?”. Biglia, Mercado y varios extras escuchan atentamente al púber promotor de Tarjeta Naranja antes de salir de la cancha.

Si algo va a salvar al fútbol de la picadora de carne, no va a surgir de los propios escritorios de quienes compran y venden clubes, pelotas, torneos ... y jugadores.

Pero mientras seguimos combatiendo al capitalismo hasta en sus más mínimas expresiones, sería deseable que quienes tienen sus vidas resueltas (al menos económicamente) y están donde están por propia elección entreguen sus talentos y energías hasta el último minuto y se animen a hacer lo que supuestamente saben: jugar a la pelota.

Sea lo que sea que les pase a Messi, a Sampaoli y al resto del plantel, es tan cierta la decepción que vienen causando en este Mundial como la estrechísima vinculación que la mayoría de ellos tiene con una de las patas de la industria que los cotiza: la ganancia.

Ojalá el próximo martes se acuerden, todos ellos, de desarrollar al máximo de sus posibilidades el otro elemento fundamental (y el más lindo para las mayorías populares) de esta industria: el producto.

¿Y si, aunque sea por esta vez, en el Bronnitsy Training Centre se piensa en jugar a la pelota? Ojalá.


Daniel Satur

Nació en La Plata en 1975. Trabajó en diferentes oficios (tornero, librero, técnico de TV por cable, tapicero y vendedor de varias cosas, desde planes de salud a pastelitos calientes). Estudió periodismo en la UNLP. Ejerce el violento oficio como editor y cronista de La Izquierda Diario. Milita hace más de dos décadas en el Partido de Trabajadores Socialistas (PTS).

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