Columna de opinión sobre la serie de animación japonesa Zom 100
Martes 8 de agosto de 2023
En Japón, la palabra “Karoshi” significa muerte por exceso de trabajo, un fenómeno que se estima cobra alrededor de 10.000 vidas anuales. Su extensión en el sector trabajadores de cuello blanco de altos ingresos obligó a tomar medidas al gobierno, al punto de que si un juez determina que alguien murió por Karoshi, el Estado y la empresa contratante deben pagar una importante indemnización a la familia de la víctima. Es una flagrante contradicción sistémica. Bajo el capitalismo, el trabajo se nos ofrece como el mecanismo para satisfacer nuestras necesidades o cuanto menos no morir. La esclavitud asalariada por lo menos debiese permitirnos disfrutar de los frutos de estar 8, 12 o 16 horas viviendo para alguien más, si no, ¿qué sentido tiene trabajar? La alienación se puede describir también como la sensación de que tu cuerpo, tu mente y los productos de tu actividad están fuera de tu control y le pertenecen a otros. Dependiendo de tus condiciones laborales puede darse el caso que no tengas tiempo de realmente vivir. Eres un muerto en vida, eres un Zombie.
Esta es parte de la reflexión que nos trae “Zom 100: Cien cosas que quiero hacer antes de convertirme en zombie”, animé disponible en la plataforma Netflix. En ella seguimos la historia de Akira Tendo, joven de 24 años recién egresado de la universidad, que comienza su vida laboral en una empresa de producción. Lleno de esperanza, se esfuerza por ser un buen empleado, llevarse bien con sus compañeros y ascender en la compañía, no obstante su sueño se ve rápidamente frustrado por la realidad laboral extremadamente precaria. En dicha compañía, los trabajadores ganan poco y deben rendir extensas jornadas sin pago de horas extras, noches sin volver a casa, sufrir los abusos y maltratos de los supervisores y ver su salud afectada por el exceso de trabajo. Todo esto está tremendamente normalizado. Akira quiere huir, pero ni siquiera tiene tiempo para buscar otro empleo, despues de 3 años siente que le pesa vivir, se encuentra al borde del suicidio.
Esta situación cambia con la llegada del apocalipsis zombie. Después del shock inicial, cae en la cuenta de que ya no debe ir a trabajar, ni pagar facturas, ni aguantar maltrato alguno. En medio de la destrucción y el caos, se siente por primera vez libre. La muerte no le asusta porque antes ya experimentó la muerte en vida, ahora se siente en completo control de su existencia. Así emprende una lista de cosas que quiere hacer antes de morir: Pasar tiempo con sus padres, con su mejor amigo, poder ver televisión y beber cerveza sin preocuparse, todas cosas simples, que no podía hacer cuando trabajaba.
Es interesante, lo liberador que puede llegar a ser la imagen del apocalipsis para las nuevas generaciones, la industria del cine nos ha hecho creer que aquello es más factible que cambiar el sistema económico que nos rige. La liberación no se encuentra en la transformación revolucionaria de la sociedad, sino en la destrucción de la humanidad misma, nos enseñan que no existe alternativa. Tal como nos explican Marx y Engels en la Ideología Alemana, en la división del trabajo impuesta por el capitalismo, los productos de la actividad humana (el mercado mismo) se erigen contra las personas como un poder hostil, que les sojuzga, en vez de estas tener dominio sobre ellos. El ser humano no puede salir de esta relación y actividad que le fue determinada sino a riesgo de morir. En este caso, la liberación es la muerte de la sociedad misma.
Ahondemos un poco más en esta visión nihilista de la liberación a través de la muerte de la sociedad. ¿Cómo afecta el apocalipsis zombi a las relaciones sociales y a la libertad de los individuos? Desde una concepción marxista los seres humanos son lo que producen y cómo lo producen. El apocalipsis zombi que nos muestran las pantallas (Zom 100, The Walking Dead, The Last of us), implica un retrotraimiento de las fuerzas productivas y del intercambio, y tal como nos enseña la concepción materialista de la historia, estas determinan la forma social que vincula a los individuos y también su libertad.
La libertad está estrechamente relacionada con el estado de las fuerzas productivas, es su desarrollo el que exige a cada punto de nuestra historia mayores y más refinados grados de libertad, lo cual se traduce en control sobre nuestro entorno natural. Es esta exigencia la que hizo caducas una tras otra forma social. El sistema de producción esclavista, el feudal, cayeron y trajeron consigo relaciones sociales y estructuras políticas que permitieron un desenvolvimiento más expedito dentro del emergente sistema de producción capitalista.
De la misma forma en cómo la división del trabajo actual, la propiedad privada moderna, entra en contradicción con el desarrollo de las fuerzas productivas produciendo todo tipo de crisis económicas, climáticas, etc, la única salida a estas contradicciones es la abolición de la propiedad privada, la socialización de los frutos de la tecnología y su administración racional; es decir la forma social del comunismo, la cooperación humanas a gran escala es la base para un desarrollo incalculable de las fuerzas productivas, de nuestro control sobre el mundo que habitamos, y en definitiva de la libertad. La alternativa, es retrotraernos a estados más violentos y precarios, tal como nos muestran los productos culturales mencionados.