La clase obrera es una y sin fronteras, y la conmemoración del inicio de un conflicto armado que enfrentó a tres pueblos, por una guerra de rapiña para adueñarse de los bienes comunes naturales en la zona, es una buena ocasión para recordarlo.
Miércoles 14 de febrero
Hace 145 años, el 14 de febrero de 1879, Chile invadió la ciudad, por ese entonces boliviana, de Antofagasta. Fue cuando dio inicio a la llamada Guerra del Pacífico, en que tuvo lugar el conflicto armado entre Chile, Bolivia y Perú. Pero hubo otros dos contendientes en esta guerra: el imperialismo de Estados Unidos e Inglaterra, disputándose una entrada estratégica a nuestro continente.
Historiadores como Luis Vitale, proponen una mejor denominación, como la “Guerra del Salitre”. Pero para llegar a esa conclusión es vital contextualizar sucesos históricos que llevaron la disputa económica al terreno de las armas. En 1873 se iniciaba una gran crisis capitalista, con un crack bancario en Europa que, luego de golpear a EE.UU, estalló a nivel internacional producto del “mercado mundial”. Chile no fue la excepción. La caída abrupta de los precios de las materias primas exportadas por Chile (como cobre, plata y trigo) produjo una gran contracción y recesión económica para 1879.
La historia enseñada en la educación formal aísla del contexto económico global y termina apuntando como causas de la guerra las rupturas del tratado limítrofe de 1874 y de los acuerdos comerciales entre Bolivia y Chile. Estos dos puntos eran garantías para la explotación del salitre, principalmente por las compañías chilenas y británicas como la Compañía de Salitres y Ferrocarril de Antofagasta.
Cuando la recesión estalló, la burguesía boliviana impuso un impuesto a la exportación de salitre de territorio boliviano, que la compañía inglesa se negó a pagar y el 14 de febrero el Gobierno Boliviano decidió embargarla. Pero esto no fue más que una excusa para que los capitales británicos, más que burlar un impuesto, se asentara en la zona con su política de control económico. No es sorpresa que mucho antes de la guerra, Gran Bretaña ya era dueña de este norte.
Quedaron entonces, por un lado, los capitales de Chile y Gran bretaña y, por otro, los de Bolivia y Perú (que hicieron una alianza para enfrentar la avanzada de la burguesía chilena), que fueron respaldados por EE.UU, más que por “amor a la democracia y la libertad”, para fraguar su entrada a un nuevo mercado en el continente.
La flota de guerra chilena, financiada por el imperio británico, esperaba en las cercanías la orden de la patronal chilena para la invasión de la actual capital minera, Antofagasta. Según el historiador Robert N. Burr la “Guerra del Pacífico” comenzó décadas antes. Desde 1855, empresarios británicos financiaron las compañías que colonizaron Antofagasta y Tarapacá, entonces regiones bolivianas y peruanas, respectivamente. El denominado “rey del salitre” John Thomas North, que se hizo del monopolio del negocio salitrero posterior a la Guerra también es muestra de esto. Eso fue sencillo, ya que los accionistas de la Compañía de Salitres también eran miembros del Gobierno, las Fuerzas Armadas, el parlamento y la justicia chilenas. Eran sus intereses los que estaban comprometidos de igual forma. Con la avanzada militar hacia el norte, dejaron descubierto el sur y la nación Mapuche arremetió, amenazando el mercado del trigo.
El resto de la historia es conocida y termina con el triunfo del ejército de Chile. Triunfo también de su socio, Gran Bretaña, que no hizo más que imponer un sistema semiesclavo de trabajo, como fueron las oficinas salitreras. Donde se pagaba con fichas, que servían para comprar en pulperías que entregaban apenas lo necesario para sobrevivir a precios exorbitantes.
El valor de esos salitreros, para el gran capital no era más que un número, así lo muestran las muertes atroces que van desde ser aplastado por la chancadora por la falta de seguridad, hasta las matanzas a quienes se pusieron de pie para exigir mejores condiciones de vida como en 1906 a los trabajadores ferroviarios en la Plaza Colón, la tan conocida Escuela Santa María de Iquique en 1907 o una de las últimas de ese periodo en la Oficina San Gregorio, 1921.
Pero no todo es masacre y catástrofe, en ese entonces fue que se avizoró la potencia de la organización y la unidad internacionalista de la clase trabajadora. Las oficinas salitreras llenas de argentinos, bolivianos peruanos y chilenos, se alzaron en múltiples revueltas y lucharon codo a codo para enfrentar la represión. Por ejemplo en 1907 en la Escuela Santa María de Iquique, ante el pedido de los consulados para que los extranjeros abandonaran la huelga los obreros se negaron respondiendo: “Con los chilenos vinimos, con los chilenos morimos. No somos bolivianos, ni peruanos, somos obreros”.
Pero toda esta historia que parece tan lejana y ajena, en verdad es una batalla que continúa hasta hoy en los vaivenes de las crisis capitalistas. Esta vez, en forma de disputa entre EE.UU y China por el litio en el triángulo entre Chile, Bolivia y Argentina. Y aunque las condiciones de trabajo se han transformado con el paso de luchas obreras y sus triunfos, lo irónico en esta región tan rica, pero históricamente saqueada con palas llenas por el imperialismo y sus multinacionales, es que las condiciones de las grandes mayorías siguen siendo la pobreza, la enfermedad, el despojo, sumándose hoy la devastación ambiental.
145 años después, las crisis económicas y políticas, contrastan con nuevos procesos de revueltas y alzamientos contra las pobres condiciones de vida de las mayorías, por lo mismo es más urgente que nunca pensar en la posibilidad de una sociedad completamente diferente y como conquistarla. Pero esa transformación no es fácil, espontánea, ni inevitable. Es una tarea revolucionaria que solo puede llevar adelante la organización y unión internacional de la clase trabajadora y los pueblos.
Este 14 de febrero, mi conmemoración no es por una guerra de rapiña que aplastó a la clase obrera de una región multinacional. Sino por recordar la historia obrera y apuntar a sus verdaderos enemigos, que no son trabajadores peruanos y bolivianos con quienes convivimos en lo cotidiano. Que esta fecha sea un recordatorio de la lucha por la unidad socialista de Latinoamérica, que es la única posibilidad genuinamente democrática, unitaria y al servicio de las grandes mayorías trabajadoras.