Hace cien años se produjo un levantamiento de los comunistas en Hamburgo, pero en el resto de Alemania la revolución fue cancelada.
En septiembre de 1923, la comunista alemana Ruth Fischer visitó Moscú, donde observó que estaban entusiasmados con las perspectivas de la revolución en Occidente:
Moscú estaba plagada de consignas de bienvenida a la revolución alemana. En el centro de la ciudad había pancartas y banderolas con lemas como “jóvenes rusos, aprendan alemán: se acerca el Octubre alemán”. En todos los escaparates se veían fotos de Clara Zetkin, Rosa Luxemburg y Karl Liebknecht. En todas las fábricas se convocaban reuniones para discutir “¿Cómo podemos ayudar a la revolución alemana?” [1].
No es difícil imaginar las razones de esta renovada esperanza. Si el proletariado alemán tomaba el poder, se pondría fin al aislamiento de la Unión Soviética y posiblemente cambiaría toda la situación internacional.
Un siglo después, en retrospectiva, podemos afirmar con seguridad que una revolución triunfante en Alemania habría cambiado el curso de la historia. La extensión del socialismo a Alemania –uno de los países capitalistas más desarrollados del mundo– hubiera desbaratado la consigna de Stalin de “socialismo en un solo país”. Además, habría habilitado la hipótesis de que Adolf Hitler –en caso de escapar de ser ajusticiado por una Guardia Roja alemana– podría haber muerto como un desconocido en el exilio. El Octubre alemán de 1923 representa uno de esos momentos del fracaso de un giro histórico.
La ocupación del Ruhr
Los años de posguerra en Alemania, de 1918 a 1921, estuvieron marcados por el choque entre las fuerzas de la revolución y la contrarrevolución. En Berlín, Múnich y el Ruhr, la clase obrera se sublevó y se vivió un estado de semiguerra civil. Pero todas estas revueltas fueron reprimidas violentamente gracias al trabajo conjunto del Partido Socialdemócrata alemán (SPD), el ejército y los escuadrones de la muerte paramilitares de derecha conocidos como Freikorps.
Sin embargo, la República de Weimar seguía siendo cualquier cosa menos un régimen estable. Según los términos del Tratado de Versalles (1919), que puso fin formalmente a la Primera Guerra Mundial, Alemania estaba obligada no solo a aceptar su responsabilidad por la guerra, sino también a pagar reparaciones a los Aliados (principalmente a Francia). Sin embargo, estas reparaciones eran más que lo que Alemania podía pagar. Aún con diversas reducciones, la deuda alemana seguía siendo enorme. Pronto la economía se resintió y Alemania se retrasó en sus pagos.
Para obligar a Alemania a pagar las reparaciones, las tropas francesas y belgas ocuparon el corazón industrial del Ruhr el 11 de enero de 1923. Dos días después, el gobierno conservador alemán de Wilhelm Cuno hizo un llamamiento a la resistencia pasiva. Como resultado, las autoridades locales y las empresas del Ruhr boicotearon a las fuerzas de ocupación, cesó la producción industrial y se paralizaron los pagos de las reparaciones.
La resistencia pasiva condujo rápidamente al colapso efectivo de la economía alemana. Esto se reflejó de la forma más dramática en el hundimiento del marco alemán. El tipo de cambio del marco con respecto al dólar estadounidense en 1923 demostró hasta qué punto se había devaluado:
Enero: 17.920
Febrero: 20.000
Mayo: 48.000
Junio: 110.000
Julio: 353.412
Agosto: 4.620.455
Septiembre: 98.860.000
Octubre: 25.260.208.000
Noviembre: 4.200.000.000.0002 [2]
Las postales de la hiperinflación se convirtieron en uno de los recuerdos perdurables de 1923. El valor del papel moneda desapareció tan rápidamente que algunas empresas pagaban a sus empleados por la mañana para que pudieran apresurarse a gastar sus salarios a la hora del almuerzo. En los restaurantes, uno podía pedir un café y encontrarse con que el precio se había multiplicado por dos o más cuando llegaba el momento de pagar. La imagen más familiar de la hiperinflación fue la de trabajadores llevando carretillas llenas de billetes a las tiendas de alimentos para comprar pan y otros artículos de consumo cotidiano.
Mientras la clase obrera se veía reducida a la indigencia y la desesperación, la burguesía aprovechaba la hiperinflación para amasar fortunas inmensas y saldar sus deudas. Como relata el historiador Pierre Broué:
Stinnes se apodera, dicen, de unas 1.300 empresas en los más diversos sectores de actividad y confiesa ser incapaz de hacer el inventario de todos sus negocios. Las industrias exportadoras obtienen ganancias fabulosas: por una parte, la fragilidad de los alquileres y de los salarios y la ruina de las obligaciones les permite proponer precios de costo que desafían cualquier competencia y, por otra parte, se hacen pagar en divisas. Las grandes empresas depositan sus capitales –en divisas– en el extranjero, fundan sociedades en Suiza, en Holanda o en América Latina para proteger sus caudales, crean sociedades intermediarias con testaferros que les permiten eludir la ley sobre exportación de capitales. En síntesis, los grandes capitalistas realizan sus ganancias en dólares o en oro, pero pagan sus deudas, sus impuestos y los salarios en papel moneda, y hacen negocios colosales [3].
La resistencia pasiva tampoco era una lucha en común de todas las clases sociales de Alemania. Mientras duró, los industriales no perdieron de vista sus intereses a corto plazo. Se aseguraron de que no se distribuyera carbón a los trabajadores en huelga, sobre todo si eran activistas de izquierda. Además, el gobierno de Cuno subvencionó a las empresas del carbón y del acero para compensar sus pérdidas. La clase obrera, en cambio, no recibió tal alivio. No solo existía una fuerte división entre la forma en que el proletariado y la burguesía vivían la hiperinflación, sino que el Estado parecía impotente y poco dispuesto a hacer algo al respecto.
La resistencia pasiva también aumentó las tensiones sociales en Alemania. En febrero, el conflicto del Ruhr se intensificó y se produjeron enfrentamientos con soldados franceses que culminaron en violentas represalias. Además, la extrema derecha sacó un enorme provecho de la crisis. Gracias a la complicidad del ejército, en todo el país se alistaron nuevos voluntarios a las bandas paramilitares, sobre todo los nacionalsocialistas de Hitler en Baviera.
En esta situación, las organizaciones obreras reformistas tradicionales asociadas al Partido Socialdemócrata se vieron completamente impotentes. Como señala Broué:
La práctica sindical tradicional de la socialdemocracia se ha vaciado de todo contenido. El sindicalismo es impotente, los convenios colectivos, irrisorios. Los trabajadores abandonan los sindicatos y a menudo vuelven su enojo contra ellos, les reprochan su pasividad, a veces, su complicidad. El hundimiento del aparato sindical y de la socialdemocracia es paralelo al del Estado: ¿en qué se convierten las nociones de propiedad, de orden y de legalidad? ¿Cómo, ante semejante abismo, justificar una adhesión a las instituciones parlamentarias, al derecho de voto, al sufragio universal? Ni la policía ni el ejército están exentos de este mal. Un mundo muere. Todos los elementos que, apenas un año atrás, servían de base para un análisis de la sociedad alemana hoy en día están aniquilados [4].
Alemania parecía cumplir los tres criterios de la definición de Lenin de una crisis revolucionaria: (1) la burguesía ya no podía seguir gobernando como hasta entonces; (2) el sufrimiento y la explotación de las clases oprimidas se habían agudizado; y (3) se había producido un aumento considerable de la actividad de las masas, que ahora se veían arrastradas a la acción política [5]. En esta atmósfera, millones de alemanes llegaron a la conclusión de que la revolución ofrecía la única salida.
El Partido Comunista de Alemania
Aunque todos los factores objetivos de la revolución encajaban, esto era solo una parte de la ecuación. Para que esta situación se convirtiera en una revolución en toda la regla, también tenía que existir un partido de vanguardia organizado, dispuesto a actuar y tomar el poder. La fuerza dominante en la extrema izquierda era el Partido Comunista de Alemania (KPD), que se había formado a finales de 1918. El KPD había participado en dos levantamientos frustrados (1919 y 1921) y estaba aliado con la vecina Rusia soviética. En 1922, el KPD contaba con 222.000 miembros, lo que lo convertía en el mayor partido comunista no gobernante del mundo. Tanto la izquierda como la derecha sabían que el KPD defendía la revolución armada y el comunismo.
A pesar de su base de masas y su rica experiencia revolucionaria, el KPD carecía de una dirección política del calibre de Lenin y Trotsky. Sus primeros y talentosos líderes –Rosa Luxemburg, Karl Liebknecht y Eugen Leviné– habían sido asesinados durante los combates revolucionarios de 1919. El dirigente del KPD que les siguió, Paul Levi, había sido expulsado tras criticar públicamente la ultraizquierdista Acción de Marzo de 1921. Heinrich Brandler, August Thalheimer, Jacob Walcher y Ernst Meyer constituían la dirección del KPD en 1923. Sin embargo, en comparación con sus antecesores, se mostraban cautos políticamente y dependientes del asesoramiento de Moscú. Después de la Acción de Marzo, según Broué, estos dirigentes:
…serán resueltamente “derechistas”, tendrán una actitud prudente en forma sistemática, serán precavidos contra la tentación putschista e inclusive contra el simple reflejo izquierdista. Convencidos de la amplitud del error cometido por los dirigentes de la Internacional, pierden la confianza en su capacidad de pensar por sí mismos y a menudo renuncian a defender su propio punto de vista para adherir al de los bolcheviques, quienes, al menos, han sabido triunfar [6].
Como resultado, durante la primera mitad de 1923, la línea del KPD careció de dirección, cohesión y coraje.
Aunque el KPD no poseía una línea revolucionaria clara, seguía siendo un polo de atracción visible para los trabajadores. A lo largo del año, el partido repudió al gobierno y a la miseria económica. También encabezó huelgas y otras acciones para combatir la crisis. En 1923, al menos 70.000 personas se afiliaron al KPD, aumentando un tercio el número de sus efectivos. Sin embargo, estas cifras subestiman el alcance del partido en la clase obrera. En junio, el Partido Comunista tenía influencia sobre al menos 2.400.000 trabajadores sindicalizados, aproximadamente un tercio de la clase obrera organizada [7].
Además, el KPD contaba con un gran apoyo entre el movimiento de consejos de fábrica, que había asumido muchas de las funciones de los sindicatos. De unos 20.000 consejos de fábrica, los comunistas tenían mayoría en 2.000. Los comunistas encontraron un auditorio en los consejos porque promovían formas de acción que podían tener éxito. Los consejos dirigidos por los comunistas también organizaron comités para controlar los precios de los alimentos y los alquileres. Los comités de control permitieron al KPD movilizar no solo a los trabajadores, sino también a las mujeres y a los desempleados.
El historiador Arthur Rosenberg señaló que, a mediados de 1923, tanto el Estado como la socialdemocracia estaban paralizados por la crisis, mientras que el KPD aparecía como la fuerza mandatada a llevar a cabo la revolución:
Dado que el SPD no lograba encontrar una salida a la miseria existente, la decepción de los trabajadores con el gobierno de Cuno se trasladó en cierta medida a la socialdemocracia. El SPD tuvo que pagar en 1923 por errores políticos que no eran culpa suya, simplemente porque su táctica legalista parecía implicar la aquiescencia con la ley y, por lo tanto, con el estado de cosas existente. El KPD tampoco tenía una política revolucionaria, pero al menos criticaba en voz alta y con dureza al gobierno de Cuno y señalaba el ejemplo de Rusia. De ahí que las masas acudieran a él. A finales de 1922, el Partido Socialdemócrata, que se había reunificado hace poco, contaba con la gran mayoría de los trabajadores alemanes. Durante el siguiente medio año, las condiciones cambiaron por completo. En el verano de 1923, el KPD contaba sin duda con el apoyo de la mayoría del proletariado alemán [8].
Entre el internacionalismo y el nacionalismo
La ocupación del Ruhr había desatado una oleada de nacionalismo en toda Alemania que el KPD intentó controlar. Uno de los métodos que utilizó para combatir el chovinismo nacional fue fomentar la confraternización entre la clase obrera alemana y las tropas francesas en el Ruhr. El KPD contó para ello con la ayuda del Partido Comunista de Francia (PCF) y de la Internacional Comunista. Tanto el KPD como el PCF desplegaron cartelería que llamaba a los soldados franceses a resistir la ocupación. Un cartel bilingüe decía: “Soldados franceses, trabajadores de uniforme, han llegado al Rin por orden de vuestros explotadores para someter a vuestros hermanos proletarios alemanes, ya oprimidos por su propia burguesía. Soldados franceses, vuestro lugar está junto a los obreros alemanes. Confraternicen con el proletariado alemán” [9]. Aunque los resultados de la política de confraternización fueron dispares, se trató de una acción principista de agitación internacionalista por parte de la Internacional Comunista.
Sin embargo, los comunistas también apelaron en parte al sentimiento nacionalista de Alemania. El 28 de mayo, el periódico del KPD, Die Rote Fahne, publicó una declaración titulada “¡Abajo el gobierno de la desgracia nacional y de la traición al pueblo!”. Los comunistas también intentaron ganarse a los elementos abiertamente fascistas de las clases medias. Brandler planteó que había una división de clases en el campo fascista, “entre los matones a sueldo de los capitalistas” y “los pequeñoburgueses que se han unido al movimiento [fascista] por sentirse auténticamente decepcionados en su sentimiento nacionalista” [10].
El principal impulsor de esta línea nacionalista fue Karl Radek, quien también fue en parte responsable del ultraizquierdismo de la Acción de Marzo en 1921. Ahora planteaba que el Tratado de Versalles estaba reduciendo a Alemania al rango de colonia, lo que significaba que los comunistas debían “anteponer la nación”. En una reunión ampliada del Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista, celebrada en junio de 1923, Radek pronunció un discurso elogiando a Leo Schlageter, quien había sido ejecutado por los franceses en el Ruhr. Mártir de los nacionalistas, Schlageter era un veterano de los Freikorps que luchó contra los bolcheviques en el Báltico y contra los obreros en el Ruhr en 1920. Radek afirmaba que Schlageter era una figura honorable, aunque equivocada, que merecía ser honrada por los comunistas. Argumentaba que el ejemplo de Schlageter demostraba que los comunistas debían unirse a la base de los nacionalistas:
Pero creemos que la gran mayoría de las masas de mentalidad nacionalista no son parte del campo de los capitalistas, sino del de los trabajadores. Queremos y vamos a encontrar el camino hacia esas masas. Haremos todo lo que esté en nuestras manos para que hombres como Schlageter, dispuestos a morir por una causa común, no sean gente que marcha hacia la nada, sino que peregrinen hacia el horizonte de un futuro mejor para toda la humanidad; que no derramen su sangre ardiente y desinteresada en beneficio de los barones del carbón y el acero, sino por la causa del gran pueblo trabajador alemán, que es miembro de la familia de los pueblos que luchan por su emancipación [11].
La adopción de la “línea Schlageter” por parte del KPD fue respaldada por el presidente de la Internacional Comunista, Grigorii Zinóviev. Así es como los comunistas comenzaron una campaña que apelaba a los nacionalistas alemanes, que incluía reuniones públicas conjuntas y debates con los nazis. No obstante, los oradores comunistas parecían más inclinados a apelar a los prejuicios antisemitas de su audiencia que a combatirlos. Por ejemplo, la dirigente del KPD Ruth Fischer dijo en una reunión: “Quien agite contra el capital judío... ya es un luchador de su clase [ein Klassenkämpfer], aunque no lo sepa. Ustedes están en contra de la Bolsa. De acuerdo, entonces derriben a los capitalistas judíos, cuélguenlos de los faroles. ... Pero ... ¿qué piensan de los grandes capitalistas, como los Stinnes o los Klöckner? Señores del movimiento völkisch [12], sepan que solo si se alía con Rusia podrá el pueblo alemán expulsar al capitalismo francés de la cuenca del Ruhr” [13].
Estos “debates” continuaron hasta el 14 de agosto, cuando se interrumpieron por iniciativa de los nazis. Algunos historiadores, como Broué y Harman, afirman que los debates terminaron porque los comunistas estaban ganando terreno entre los partidarios de los nazis. Sin embargo, un análisis más sobrio revela que la línea Schlageter aportó poco o ningún beneficio político a los comunistas. Radek afirmó que su propósito había sido combatir el fascismo mostrando a la pequeñoburguesía que el capitalismo era la fuente de sus legítimos agravios nacionales. Pero esta adaptación a la derecha conllevaba el peligro real de que sectores del movimiento proletario se pasaran al enemigo de clase. Además, esta campaña debilitó las iniciativas de confraternización con los soldados franceses y de construcción de un frente único con el SPD.
Por muy equivocada que fuera la línea Schlageter, fue marginal comparada con los llamamientos del KPD a un frente único con el SPD contra los nazis. Por otra parte, la principal lucha del KPD en 1923 fue contra el nacionalismo. Por ejemplo, los diputados comunistas del Reichstag votaron en contra de resoluciones nacionalistas, mientras que los socialdemócratas lo hicieron a favor.
Hacia la insurrección
A lo largo de la primavera y el verano de 1923, la situación en Alemania seguía deteriorándose. Los salarios perdían todo su valor y la población se encaminaba hacia la indigencia. La clase obrera se encontró luchando desesperadamente por cubrir sus mínimas necesidades mientras estallaban revueltas por el pan en las principales ciudades. Fischer señaló cómo el Estado parecía fracturarse bajo la presión de la crisis:
Esta alteración de la vida económica ponía en peligro la estructura jurídica de la República de Weimar. Los trabajadores públicos perdían sus vínculos con el Estado; sus magros salarios no guardaban relación con sus necesidades cotidianas, se sentían como en un barco sin timón. Los policías, simpatizando con la población amotinada, perdían su espíritu de combate frente a las manifestaciones de hambre y hacían la vista gorda ante los grupos de sabotaje y las formaciones militares clandestinas que proliferaban por todo el país. Hamburgo estaba tan tensa que la policía no se atrevía a interferir en el saqueo de alimentos a manos de las masas hambrientas. En agosto, grandes manifestaciones de trabajadores portuarios en el puerto de Hamburgo provocaron disturbios. “Sectores de la policía”, escribió [el miembro del KPD Walter] Zeutschel, “son considerados poco fiables; simpatizan con la clase obrera”. El propio gabinete de Cuno contribuyó al debilitamiento de la legalidad patrocinando a la Reichswehr Negra [formación paramilitar, N. del T.] e instigando el sabotaje en el Ruhr [14].
En junio y julio, una oleada de huelgas envolvió Alemania. Para entonces, el KPD quería demostrar que podía dirigir un movimiento a escala nacional. Para ello, Brandler propuso una “Jornada Antifascista” para el 29 de julio. No era solo un llamamiento al frente único contra la derecha, sino también una oportunidad para que los comunistas demostraran su fuerza. El plan de Brandler fue adoptado por el KPD, que publicó un artículo central anunciándolo en Die Rote Fahne:
Nosotros, los comunistas, no podemos ganar esta batalla contra la contrarrevolución si no logramos conducir al combate junto a nosotros a los trabajadores socialdemócratas y a los que no tienen partido. (...) Nuestro partido debe llevar la combatividad de estas organizaciones a un grado tal que en ninguna parte sean sorprendidas por el inicio de la guerra civil. (...) Los fascistas pretenden arrastrarlos a la guerra civil con una brutalidad aterradora y la violencia más agresiva. (...) Su ferocidad no podrá ser reprimida más que por el terror rojo opuesto al terror blanco. Si los fascistas, armados hasta los dientes, fusilan a nuestros combatientes proletarios, nos encontrarán resueltos a aniquilarlos. Si llevan al paredón a un huelguista cada diez, ¡los trabajadores revolucionarios fusilarán un fascista cada cinco! (...) El partido está preparado para pelear hombro a hombro con quienes acepten sinceramente combatir bajo la dirección del proletariado. ¡En adelante, cerremos las filas de la vanguardia proletaria! ¡Al combate, con el espíritu de Karl Liebknecht y Rosa Luxemburg! [15]
Cuando se anunció, este acontecimiento electrizó a las masas, que intensificaron las huelgas. El SPD y los conservadores denunciaron el evento, mientras los fascistas y la policía se preparaban para un enfrentamiento. Cuando la Jornada Antifascista fue prohibida por el gobierno, el KPD –siguiendo el consejo de Moscú– dio marcha atrás.
A principios de agosto, el gobierno estaba al borde del colapso. El 8 de agosto, Cuno pronunció un discurso en el Reichstag defendiendo su política y pidiendo un voto de confianza. Mientras los diputados debatían, delegaciones de trabajadores rodeaban el Reichstag y exigían la dimisión de Cuno. Su reclamo fue ignorado. Al cabo de dos días, Cuno logró su voto de confianza (el SPD se abstuvo y el KPD votó en contra).
En respuesta, la ira de la población estalló en una huelga general. El corresponsal de la IC, Victor Serge, describió la huelga y el ambiente de la siguiente manera:
Las grandes fábricas de Berlín iniciaron una resistencia pasiva, mediante trabajo a reglamento y luego tomando medidas más enérgicas. Los metalúrgicos berlineses pararon el trabajo. Los obreros gráficos también, en particular los que trabajaban para el Banco Nacional; una huelga del tren metropolitano acababa de ser sofocada de manera ineficaz. En Hamburgo se paralizó el trabajo en el puerto. En Lübeck (Sajonia), en Emden, en Brandemburgo, en Gera, en Lausitz, en Hannover, en Lea, enormes movimientos de masas pararon la producción, sacaron a multitudes a las calles, a veces terminaron en disturbios, mientras que comerciantes y capitalistas de repente se vieron frente a la amenaza inmediata de una revolución [16].
Apenas dos días después de recibir el apoyo del Reichstag, Cuno dimitió, humillado. Se formó un nuevo gobierno con Gustav Stresemann al frente de una gran coalición que abarcaba desde los conservadores hasta el SPD. Stresemann prometió poner fin a la crisis del Ruhr, alcanzar un acuerdo con Francia y estabilizar el marco. Sin embargo, Stresemann no confiaba en absoluto en lograrlo y admitió que él era la última barrera que impedía la revolución: “Somos el último gobierno parlamentario burgués”, dijo [17].
Tras la huelga contra Cuno, los comunistas sintieron que el viento soplaba a su favor. Ahora empezaron a contemplar seriamente la posibilidad de una revolución en Alemania. Con ese fin, una delegación del KPD encabezada por Brandler viajó a Moscú a finales de agosto para consultar al Ejecutivo de la IC. La delegación se enteró que el partido soviético estaba dividido sobre las perspectivas de una revolución. Zinóviev y Radek no creían que la situación estuviera madura. José Stalin dudaba incluso de que estuviera planteada una revolución en el horizonte de Alemania:
¿Deben los comunistas [alemanes] esforzarse, en la fase actual, por tomar el poder sin los socialdemócratas? ¿Están suficientemente maduros para ello? De esto se trata, en mi opinión. Cuando tomamos el poder, teníamos en Rusia recursos de reserva como (a) la promesa [de] paz; (b) la consigna “tierra para los campesinos”; (c) el apoyo de la gran mayoría de la clase obrera; y (d) la simpatía del campesinado. Por el momento, los comunistas alemanes no tienen nada de eso. Tienen, por supuesto, a un país gobernado por soviets como vecino, cosa que nosotros no teníamos; pero ¿qué podemos ofrecerles? Si el gobierno de Alemania se derrumbara ahora, por así decirlo, y los comunistas se apoderaran de él, terminarían estrellándose. Eso en el “mejor” de los casos. Mientras que, en el peor, se harán añicos y retrocederán. El problema no es que Brandler quiere “educar a las masas”, sino que la burguesía más los socialdemócratas de derecha están obligados a convertir esas lecciones –esa demostración– en una batalla general (actualmente todas las probabilidades están de su lado) y exterminarlos [a los comunistas alemanes]. Por supuesto, los fascistas no están dormidos; pero nos conviene dejar que ataquen primero: eso atraerá a toda la clase obrera hacia los comunistas (Alemania no es Bulgaria). Además, toda nuestra información indica que el fascismo es débil en Alemania. En mi opinión, debemos contener a los alemanes, no acicatearlos [18].
Otros en el partido soviético, como Trotsky, pensaban que la situación en Alemania estaba madurando rápidamente y que una batalla decisiva tendría lugar en un futuro próximo. Trotsky sostenía que los preparativos para una insurrección debían comenzar de inmediato. Como dijo más tarde:
Por esta razón, precisamente, el Partido Comunista no puede utilizar la ley liberal según la cual las revoluciones ocurren pero jamás se hacen y, por lo tanto, no se pueden fijar para una fecha específica. Desde el punto de vista del espectador, la ley es correcta, pero desde el de un dirigente es una simpleza y una vulgaridad. Imaginemos un país en el que las condiciones políticas de la revolución proletaria están bien maduras, o madurando día a día en forma obvia y evidente. Bajo tales circunstancias ¿cuál debería ser la actitud del Partido Comunista frente al problema de la insurrección y de ponerle una fecha? Si el país está atravesando una profunda crisis social, si las contradicciones se agravan al extremo y las masas trabajadoras están en constante fermento; si el partido evidentemente se apoya en la indiscutible mayoría de los trabajadores y, en consecuencia, en todos los elementos más activos, con más consciencia de clase, los más sacrificados; entonces la tarea a la que se enfrenta el partido (la única posible bajo esas circunstancias) es fijar el momento preciso en el futuro inmediato, momento en el que la situación revolucionaria favorable no pueda volverse abruptamente en nuestra contra, y entonces concentrar todos nuestros esfuerzos en la preparación del golpe, subordinar toda la política y la organización al objetivo militar, para asestar ese golpe con la máxima potencia [19].
Finalmente, los soviéticos decidieron dar su bendición a la revolución alemana. Por encima de las objeciones de Brandler y Radek, Trotsky sugirió fijar la fecha del levantamiento lo más cerca posible del aniversario de la insurrección bolchevique (7 de noviembre), convirtiendo la revolución en “el Octubre alemán”.
Brandler, sin embargo, fue lo suficientemente honesto como para admitir que él no era el “Lenin alemán”. Quería que alguien con más experiencia dirigiera la revolución que se avecinaba y pidió a los soviéticos que enviaran a Trotsky a Alemania. Aunque Trotsky estaba interesado, esta idea fue vetada por el Politburó. Según Deutscher, a Stalin le preocupaba que Trotsky se apuntara otra victoria revolucionaria. No obstante, como jefe del Ejército Rojo, Trotsky estaba involucrado en los preparativos para una guerra. Si la insurrección alemana tenía éxito, Gran Bretaña y Francia probablemente intervendrían. En respuesta, el Ejército Rojo se estaba preparando para enviar a sus soldados a través de Polonia y los Estados bálticos para ayudar a Alemania [20]. Finalmente, el Ejército Rojo nunca envió sus tropas, pero estas movilizaciones dan cuenta de que la URSS estaba dispuesta a arriesgarse a una guerra general para apoyar una revolución proletaria en Alemania.
Preparativos
A pesar de sus dudas, Brandler regresó a Alemania con planes para una insurrección. Los preparativos técnicos para un levantamiento ya habían comenzado. El KPD disponía de un aparato clandestino conocido como “Grupo M” para gestionar diversos aspectos de los asuntos militares. El año anterior, su organización se había reforzado con la ayuda del Ejército Rojo soviético. A medida que los planes para una insurrección cobraban fuerza en septiembre, el trabajo del Grupo M se aceleraba. Creó un estado mayor conocido como Comité Revolucionario (REVKO), dirigido por August Gulasky (alias Kleine). El REVKO dividió Alemania en seis distritos correspondientes a los distritos de defensa del ejército alemán (también conocido como Reichswehr). Estos, a su vez, estaban subdivididos en distritos y subdistritos con una clara cadena de mando [21].
A nivel de subdistrito, se esperaba que los grupos de combate entrenaran e instruyeran a las Centurias Proletarias, y que finalmente las dirigieran en la batalla. Las Centurias Proletarias fueron fundadas en marzo por los consejos de fábrica como milicias de autodefensa. Ahora, el KPD esperaba que fueran el núcleo de un Ejército Rojo alemán. Según el historiador Werner Angress, las Centurias Proletarias tenían una fuerza estimada (nominal) de 100.000 combatientes en octubre de 1923 [22].
Para llevar a cabo una revolución, los cuadros por sí solos –por muy dedicados que fueran– no bastaban. El KPD necesitaba armas si quería desafiar seriamente a la Reichswehr. Las fuentes históricas dan cifras muy diferentes del número de rifles a disposición del KPD, que van de 600 a 50.000 [23]. Incluso si se acepta la estimación más alta, los comunistas seguían estando seriamente por detrás de la Reichswehr. Como parte de sus preparativos, el KPD trabajó para dividir tanto a la Reichswehr como a las fuerzas policiales. La Reichswehr, sin embargo, era una fuerza totalmente voluntaria que seleccionaba cuidadosamente a sus reclutas para mantener fuera de sus filas a comunistas, socialistas y judíos. En 1923, gran parte de los Freikorps habían sido incorporados a la Reichswehr. La policía era igualmente inmune a la agitación comunista. Sin embargo, esto no significa que la Reichswehr y el ejército hubieran permanecido estables ante una insurrección. Como afirma Arthur Rosenberg, “si se hubiera producido un movimiento popular realmente grande contra el sistema imperante, los trabajadores estatales –que, al fin y al cabo, eran víctimas de la inflación–, incluida la policía, difícilmente hubieran actuado con severidad, y es muy dudoso que los soldados de la Reichswehr hubieran disparado contra sus conciudadanos famélicos en pos de beneficiar a los especuladores de la Bolsa” [24].
Si el KPD lanzaba una insurrección, probablemente encontraría toda la fuerza de la Reichswehr y de la policía del lado de la contrarrevolución.
Para conseguir armas, Moscú ordenó al KPD en octubre que formara gobiernos obreros. Este plan se basaba en las directivas desarrolladas en el IV Congreso de la Internacional Comunista en 1922, que se centraban en el frente único. Una resolución afirmaba que, en determinadas circunstancias, un gobierno obrero apoyado por un movimiento activo podría servir como paso transitorio hacia la dictadura del proletariado. Como dijo Trotsky en diciembre de 1922:
Si ustedes, nuestros camaradas comunistas alemanes, son de la opinión de que una revolución es posible en los próximos meses en Alemania, entonces les aconsejamos que participen en Sajonia de un gobierno de coalición, y de utilizar sus puestos ministeriales a fin de ampliar las tareas políticas y organizativas y para transformar a Sajonia, en cierto sentido, en un campo de maniobras de los comunistas, como para tener una fortaleza revolucionaria en un período de preparación para un estallido revolucionario. Pero esto solo será posible si la presión de la revolución ya se deja sentir, solo si ya está a mano. En ese caso, ello implicaría la toma de una posición en Alemania que ustedes tienen la tarea de capturar en su conjunto. Pero en el momento actual, por supuesto, en Sajonia jugarán el papel de apéndice, un apéndice impotente porque el propio gobierno sajón es impotente ante Berlín, y Berlín es un gobierno burgués [25].
Trotsky creía que la participación comunista en un gobierno regional junto al SPD era una táctica que solo podía utilizarse en la preparación de una insurrección.
Ahora la Comintern argumentaba que esta situación se daba en Sajonia y Turingia, donde el SPD dependía del KPD para obtener la mayoría legislativa. Se trataba del ala izquierda del SPD, y estaba nerviosa de ser barrida por los fascistas si no se unía a los comunistas. El KPD recibió instrucciones de aceptar una invitación del SPD para sumarse al gobierno. Luego, los comunistas utilizarían sus nuevas posiciones para preparar la resistencia popular a un ataque por parte del gobierno nacional de Berlín. El 10 de octubre, el KPD se unió al gobierno en ambas regiones.
Brandler se opuso a estos esfuerzos por acelerar la revolución:
Me opuse firmemente al intento de acelerar la crisis revolucionaria sumando a militantes comunistas a los gobiernos de Sajonia y Turingia, supuestamente para conseguir armas. Yo sabía, y así lo dije en Moscú, que la policía de Sajonia y Turingia no tenía ningún arsenal. Incluso había que pedir ametralladoras individuales al arsenal de la Reichswehr cerca de Berlín. Los obreros ya se habían apoderado de los arsenales locales en dos ocasiones, una durante el putsch de Kapp y otra en parte en 1921. Dije, además, que la entrada de los comunistas al gobierno no insuflaría nueva vida a las acciones de masas, sino que más bien las debilitaría; pues ahora las masas esperarían que el gobierno hiciera lo que ellas solo debían hacer por sí mismas [26].
Como era de esperar, Berlín vio la entrada de los comunistas en los gobiernos regionales como una provocación. El 19 de octubre, el gobierno nacional invocó poderes de emergencia y envió a la Reichswehr para destituir a los gobiernos de coalición SPD-KPD y dispersar a las Centurias Proletarias.
Había llegado el momento decisivo para el KPD. El 21 de octubre, los delegados de los comités de fábrica de toda la región de Sajonia se reunieron en una conferencia convocada apresuradamente en Chemnitz para decidir cómo responder. Brandler planteó el llamado a una huelga general para defender Sajonia. Esperaba que los socialdemócratas estuvieran de acuerdo con esta convocatoria, pero se encontró con un silencio glacial. La conferencia rechazó la convocatoria a la huelga general y delegó el tema a una comisión para que estudie el tema. Como observó August Thalheimer: “La propuesta fue enterrada sin ceremonia alguna” [27].
Brandler creía que los comunistas no podían actuar solos y, tras consultar con otros dirigentes del KPD, suspendió su plan insurreccional. Años más tarde rememoró lo siguiente:
Tras discutirlo con los demás miembros de la Zentrale [dirección nacional del KPD], desaconsejé que se llamara a una huelga general, y en este sentido recibí la aprobación de todos los miembros de la Zentrale presentes, incluida Ruth Fischer... Yo opinaba, y sigo pensando lo mismo, que un levantamiento defensivo está condenado a la derrota, y es un riesgo que solo se debe correr si no hay otra salida posible [28].
Aunque Radek y otros delegados de la IC no estuvieron presentes en Chemnitz, aceptaron la decisión de Brandler.
Lo que siguió fue un reflujo. El ejército entró en Sajonia y Turingia, donde expulsó a los comunistas sin ninguna oposición seria. El KPD había enviado mensajes a toda Alemania para revocar las órdenes de insurrección, pero la noticia no llegó a Hamburgo. Dos miembros del Comité Central, Hermann Remmele y Ernst Thälmann, se habían marchado de la Conferencia de Chemnitz antes de que finalizara. Ambos tenían la impresión de que el levantamiento tenía la victoria asegurada. Sin embargo, esto sigue siendo objeto de controversia entre los historiadores. Algunos creen que Thälmann ignoró deliberadamente el mensaje e intentó provocar él mismo un levantamiento nacional. Al llegar a Hamburgo el 23 de octubre, ordenó a los comunistas que tomaran el poder. Durante las 48 horas siguientes, varios centenares de insurgentes comunistas lucharon heroicamente mientras ocupaban varias comisarías y se hacían con el control de barrios de la ciudad. Sin embargo, lucharon solos y la derrota fue inevitable una vez que la Reichswehr fue enviado a Hamburgo. Salvo por los combates callejeros de Hamburgo, el Octubre alemán culminó sin haber comenzado realmente [29].
Las secuelas
En los días siguientes, el gobierno alemán tomó la iniciativa. El 3 de noviembre, el KPD fue ilegalizado, se suspendió su prensa y sus activistas fueron arrestados. Pocos días después, el 8 y 9 de noviembre, Adolf Hitler organizó su famoso putsch en una cervecería de Múnich, que fue rápidamente sofocado. A mediados de noviembre, el orden se había restablecido en toda Alemania.
La debacle en Alemania provocó inmediatamente un gran debate en la URSS y en la IC sobre qué era lo que había salido mal. Aunque era un debate necesario, tuvo lugar justo cuando la burocratización se estaba acelerando en Rusia. Esto significaba que cualquier discusión se veía inmediatamente envuelta en la lucha interna del partido entre Trotsky y la troika de Stalin, Zinóviev y Kámenev. Al principio, Zinóviev aceptó que la retirada era necesaria y minimizó la derrota.
La ultraizquierdista Ruth Fischer dijo que el KPD debería haber dado la batalla aun a riesgo de la derrota. Fischer, ahora respaldada por Zinóviev, culpó a Brandler de la derrota. Las nuevas investigaciones de Ralf Hoffrogge confirman que Fischer permaneció completamente pasiva en octubre, y por lo tanto era, digamos, algo así como una insurgente de café [30]. En enero de 1924, tanto Brandler como Thalheimer cayeron en desgracia y fueron destituidos de la dirección del KPD. Como recordaba Victor Serge, esto era un signo de la creciente burocratización de la Internacional Comunista: “Pero ahora el CEIC [Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista], solícito sobre todo por su propio prestigio, condena el ‘oportunismo’ y la ineficacia de los dos dirigentes del KPD, Brandler y Thalheimer, que han sido tan incompetentes en la gestión de la Revolución Alemana. ¡Pero ellos dos en realidad no se habían atrevido a mover un dedo sin remitir todo al Ejecutivo!” [31].
Aunque Trotsky había criticado la dirección de Brandler, se opuso a que la IC destituyera sumariamente a un dirigente extranjero del partido. Como dijo algún tiempo después: “En ese caso, como en otros, me he opuesto a un sistema inadmisible que, para salvar a la dirección de la Internacional, destrona periódicamente a los comités centrales nacionales, sometidos después a una persecución salvaje e incluso siendo expulsados del partido” [32]. Trotsky creía que la responsabilidad de la derrota alemana recaía en la Internacional Comunista, que no había actuado hasta pasados ya muchos meses cruciales. Sin embargo, la IC rehuyó discutir su papel en la derrota. Como resultado, no se hizo un balance honesto del Octubre alemán.
El balance
Nos queda la pregunta de por qué fue derrotada la Revolución Alemana. Aunque Brandler no era Lenin, no fue el único culpable. El propio KPD tenía varias debilidades importantes que le impidieron aprovechar la situación revolucionaria de 1923. Primero: el KPD tenía organizadores y luchadores experimentados, pero no líderes que pudieran ocupar el lugar de Luxemburg o Liebknecht. Para compensar su falta de experiencia, Brandler y Thalheimer buscaron orientación en Moscú. Segundo: los líderes del KPD cometieron errores cruciales en el camino hacia el poder. Por ejemplo, en Chemnitz concedieron a los socialdemócratas poder de veto sobre la revolución. Como señaló la historiadora Evelyn Anderson, “la posición comunista era manifiestamente absurda. Las dos políticas de aceptar la responsabilidad del gobierno, por un lado, y de preparar una revolución, por otro, obviamente se excluían mutuamente. Sin embargo, los comunistas llevaron a cabo ambas al mismo tiempo, con el inevitable resultado de un completo fracaso” [33].
Contrariamente a las afirmaciones de Anderson, la táctica del gobierno obrero no era una contradicción imposible. Como argumentaba Trotsky, el propósito del gobierno obrero era establecer “fortalezas” que pudieran apuntalar los consejos de fábrica, las Centurias Proletarias, etc., en una red de organismos de autoorganización y autodefensa. Esto permitiría a los comunistas organizar una insurrección nacional bajo la bandera de la defensa de los gobiernos obreros contra la Reichswehr. El problema fue que, una vez que el SPD se opuso a la huelga general, la dirección del KPD transformó los gobiernos obreros en fines en sí mismos, tras echarse atrás en la revolución. En lugar de actuar como plataforma para impulsar la revolución, los gobiernos obreros terminaron siendo pesos muertos.
Este análisis de la derrota del Octubre alemán asume que la situación era objetivamente revolucionaria. Pero según otros, como Brandler y Thalheimer, la correlación de fuerzas en Alemania no iba en el sentido de una revolución en 1923. Thalheimer, por ejemplo, sostenía que, tras las huelgas de agosto, el gobierno de Stresemann podría haber estabilizado Alemania. Además, la entrada de los socialdemócratas en la gran coalición fomentó las ilusiones reformistas en la clase obrera. Dijo Thalheimer: “Cuando mantuvimos conversaciones con los socialdemócratas nos dimos cuenta de que depositaban grandes esperanzas en la entrada en el gobierno de Hilferding. Los socialdemócratas que, de forma bastante espontánea, habían estado codo con codo con nosotros en todas las luchas, que habían participado de la huelga contra Cuno, todos ellos se llenaron de ilusiones renovadas” [34]. En septiembre, Stresemann consiguió estabilizar el marco y puso fin a la resistencia pasiva en el Ruhr. Dadas las desfavorables circunstancias objetivas, las masas no estaban dispuestas a luchar por el poder.
La posición de Thalheimer, sin embargo, asume que la masa de los trabajadores aceptaba de antemano que los planes de Stresemann se impondrían. Esto distaba mucho de ser así. El final de la resistencia pasiva no fue seguido inmediatamente por un acuerdo con los franceses. La inflación seguía asolando Alemania en el otoño de 1923. Contrariamente a las afirmaciones de Thalheimer, los trabajadores tenían pocas razones para creer que Stresemann tendría éxito donde otros gobiernos habían fracasado.
Trotsky planteó una razón distinta para el fracaso del Octubre alemán. Coincidía con Thalheimer en que la huelga contra Cuno fue la cresta de la ola revolucionaria:
Ciertamente la política del Partido había sufrido un giro radical en octubre. Pero ya era demasiado tarde. Durante 1923 las masas trabajadoras comprendieron, o sintieron, que se acercaba el momento del combate decisivo. Pero no vieron a su organización con la resolución y la confianza necesarias. Y cuando comenzaron los preparativos apresurados para la insurrección, el PC perdió inmediatamente el equilibrio y, también, sus lazos con las masas [35].
Sin embargo, el KPD no debería haberse retirado. Hacia el otoño, la situación política en Alemania seguía siendo fluida, y una ofensiva del Partido Comunista aún podía revelar la verdadera relación de fuerzas, como señaló Trotsky: “Corresponde a un pedante –y no a un revolucionario– sentarse a analizar ahora hasta qué punto la conquista del poder habría sido ‘garantizada’ con una política correcta” [36]. Puede que el éxito no estuviera asegurado en octubre, pero el KPD aún tenía una oportunidad que no supo explotar. Su error en octubre no fue más que el punto culminante de su incapacidad para seguir el ritmo de los acontecimientos a partir de todo el verano.
Como el KPD fracasó a la hora de ser una dirección en el momento decisivo, la burguesía pudo tomar la iniciativa y derrotarlo. Trotsky no creía que este resultado fuera inevitable:
En el verano de 1923 la situación interna de Alemania, sobre todo debido al fracaso de la táctica de resistencia pasiva, tomó el carácter de una catástrofe. Se volvía perfectamente claro que la burguesía alemana solo lograría salir de esta situación “sin salida” si el Partido Comunista alemán no comprendía claramente este hecho y no sacaba para su acción todas las conclusiones revolucionarias necesarias. Pero el Partido Comunista, que tenía precisamente la llave en sus manos, le abrió las puertas a la burguesía. ¿Por qué la revolución alemana no alcanzó la victoria? Las causas del fracaso deben buscarse enteramente en la táctica, y no en las condiciones o el azar. Tenemos aquí un ejemplo clásico de cómo se deja pasar una situación revolucionaria. Habría sido posible llevar al proletariado alemán al combate si este hubiera podido convencerse de que esta vez el problema de la revolución estaba claramente planteado, que el Partido Comunista estaba dispuesto a ir a la batalla y que era capaz de asegurar el triunfo. Pero el Partido Comunista realizó el cambio de orientación sin convicción y con un retraso extraordinario. No solo los derechistas, sino también los izquierdistas, a pesar de la lucha encarnizada que sostenían entre ellos, consideraron hasta septiembre-octubre el proceso del desarrollo de la revolución con un gran fatalismo [37].
Trotsky planteó que el KPD tenía la necesidad de actuar en octubre. Aun si para entonces ya había pasado el momento, el KPD todavía dejó pasar muchas oportunidades. Estas posibilidades quedaron sin ser escrutadas, ya que el partido tenía un cierto nivel de conservadurismo que le impedía tomar la ofensiva. Como dijo Trotsky en Lecciones de Octubre, este conservadurismo era natural, ya que la mayoría de las veces no existe la oportunidad de tomar el poder:
La clase obrera lucha y madura con la conciencia de que su enemigo es más fuerte que ella. Es lo que se observa continuamente en la vida cotidiana. El adversario tiene la riqueza, el poder estatal, todos los medios de presión ideológica y todos los instrumentos de represión. Forma parte integrante de la vida y de la actividad de un partido revolucionario, en época preparatoria, la costumbre de pensar que el enemigo nos aventaja en fuerza. Además, las consecuencias de los actos imprudentes o prematuros a los que pueda dejarse llevar el partido le recuerdan de modo brutal, a cada instante, la fuerza de su enemigo [38].
La decisión de luchar por el poder no era solo una cuestión de tal o cual decisión de un dirigente concreto, sino que exigía una transformación completa de la perspectiva del partido. Por ello, no es de extrañar que algunos sectores del partido dieran largas y se negaran a realizar los cambios necesarios. La confusión dentro del partido afectó también a la clase:
Sobre una sola y misma base económica, con la misma diferenciación de clases de la sociedad, la correlación de fuerzas varía según el estado de ánimo de las masas proletarias, el derrumbamiento de sus ilusiones, la experiencia política acumulada, el quebrantamiento de la confianza de las clases y grupos intermedios en el poder estatal o el debilitamiento de la confianza que en sí mismo tenga el citado poder [39].
A lo largo de buena parte de 1923, el KPD mostró más confianza en la estabilidad del capitalismo alemán que la propia burguesía. En lugar de aprovechar las fisuras en el campo enemigo, el KPD terminó dando inadvertidamente a la burguesía la oportunidad de reagruparse. Aunque los comunistas tenían de su lado una base de millones de personas, no consiguieron mostrarles una salida. Como resultado, los trabajadores perdieron la confianza en el KPD y se pasaron al SPD y a los partidos de derecha.
No es voluntarista afirmar que el Octubre alemán fue una oportunidad perdida. Basándonos en los tres criterios de Lenin esbozados anteriormente, Alemania se encontraba en una situación revolucionaria en 1923: (1) la clase dominante alemana se mostró incapaz de manejar la crisis a lo largo del año, lo que resultó en una parálisis gubernamental; (2) la hiperinflación y el colapso económico habían aumentado exponencialmente el sufrimiento de las clases dominadas; y (3) las huelgas, las acciones de masas y el crecimiento de los consejos de fábrica y las Centurias Proletarias señalaban un aumento de la autoactividad de la clase obrera.
El fracaso en 1923 se debió a una dirección vacilante. Durante la primera mitad de 1923, el KPD no había comprendido la posibilidad de la revolución, y luego, tras las huelgas contra Cuno, se precipitó casi al azar hacia una insurrección. Sin embargo, el KPD podría haber tomado decisiones diferentes. Podría haber coordinado y dirigido el movimiento huelguístico nacional durante el verano en lugar de dejar que esta resistencia dispersa se extinguiera. Esto habría colocado al KPD en una mejor posición para dirigir a las masas en una guerra civil.
Apelar a la derecha nacionalista fue tanto una violación de los principios como un derroche de esfuerzos sin ningún beneficio. En vez de esto, el KPD podría haberse concentrado en movilizar un frente único contra la derecha en la Jornada Antifascista. Este evento podría haber forjado la unidad de los trabajadores y posicionado a los comunistas como dirigentes de un movimiento de masas. La Jornada Antifascista incluso podría haber iniciado la lucha del KPD por el poder. Sin embargo, tras la prohibición de la Jornada Antifascista, la dirección del KPD tuvo miedo de incurrir en cualquier acción prematura y rechazó desafiar la interdicción.
Esta vacilación en las altas esferas del partido les impidió tomar la iniciativa en momentos favorables en 1923. Como observó Trotsky, un partido revolucionario –independientemente de su tamaño o de la profundidad de la crisis capitalista– solo puede aspirar a dirigir a la clase obrera dominando todo el arsenal de estrategias y tácticas, junto con el desarrollo de un núcleo probado de dirigentes que puedan ponerlas en práctica. En última instancia, el KPD no logró superar sus debilidades internas para estar a la altura del desafío en 1923.
Incluso si el KPD hubiera aceptado en desafío en octubre y fracasado, habría sido mejor ser derrotado combatiendo que rendirse sin dar batalla. Como dijo la comunista Rosa Leviné-Meyer tras la suspensión de la insurrección,
Una retirada tal vez hubiera sido inevitable. Pero no una retirada tan catastrófica e inerme. Los obreros no tuvieron la oportunidad de discernir por la propia experiencia si la revolución se iba a perder por ser “traicionada” o por haber sido derrotados combatiendo sin ser lo suficientemente fuertes como para lograr su objetivo. Se sintieron humillados y engañados [40].
Esto no es un llamamiento al derramamiento innecesario de sangre. Si todas las vías se truncan y no hay otra opción, es mejor caer luchando que ondear una bandera blanca sin pelear. Si ocurre esto último, la desmoralización de la clase obrera será mucho mayor que si ocurre lo primero. Aunque los comunistas no puedan evitar la derrota, son responsables por cómo los trabajadores salgan de ella: o desanimados y apáticos o con energía y dispuestos a reanudar la lucha. Una derrota heroica en octubre de 1923 podría haber inspirado a los trabajadores para futuras batallas. Esa fue una valiosa contribución que el KPD podría haber hecho en lugar de retirarse. Los estalinistas hicieron esto después de los hechos al idealizar el levantamiento de Hamburgo y el papel de Thälmann en él, mientras ocultaban el fracaso de la dirección de la IC en su conjunto.
La derrota sin lucha no solo fue desmoralizante para la clase obrera y el partido, sino que también se dejó sentir materialmente en las condiciones de trabajo y de vida. Al igual que los obreros pagaron la resistencia pasiva en el Ruhr con una hiperinflación disparada mientras los capitalistas mantenían abiertas las minas, ahora la burguesía les hacía pagar de nuevo: se abolió la jornada de ocho horas y, una vez estabilizado el marco en noviembre, el desempleo se disparó drásticamente.
El fracaso del viraje
Mirando en retrospectiva, cien años después, podemos concluir que el Octubre alemán fue un momento en el que la historia estuvo a punto de dar un giro y fracasó. El tormentoso año de 1923 demostró que los trabajadores de los países capitalistas avanzados no eran inmunes a la política comunista. Después de la Revolución Rusa, el Octubre alemán fue una de las mejores oportunidades en todo el mundo para que los trabajadores tomaran el poder. Desgraciadamente, esta oportunidad se perdió, y el Octubre alemán marcó el final de la oleada revolucionaria que había comenzado en 1917. Después de 1923 llegó el aislamiento de la Rusia soviética y, 10 años más tarde, el ascenso de la contrarrevolución de Hitler. Si queremos asegurarnos de que la historia gire hacia el socialismo en la próxima posibilidad que se abra, es crucial desarrollar un partido y dirigentes que puedan aprovechar una situación revolucionaria. El Octubre alemán fracasó porque el KPD careció de este tipo de dirección probada.
Traducción: Guillermo Iturbide
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