Paul Lafargue culminaba su clásico El Derecho a la pereza señalando que
Aristóteles pensaba que “si todo instrumento pudiera ejecutar por sí solo su propia función, moviéndose por sí mismo, como las cabezas de Dédalo o los trípodes de Vulcano, que se dedicaban espontáneamente a su trabajo sagrado; si, por ejemplo, los husos de los tejedores tejieran por sí solos, ni el maestro tendría necesidad de ayudantes, ni el patrono de esclavos”.
El sueño de Aristóteles es nuestra realidad. Nuestras máquinas con aliento de fuego, miembros de acero, infatigables, y de fecundidad maravillosa, inagotable, cumplen dócilmente y por sí mismas su trabajo sagrado y, a pesar de esto, el genio de los grandes filósofos del capitalismo permanece dominado por el prejuicio del asalariado, la peor de las esclavitudes. Aún no han alcanzado a comprender que la máquina es la redentora de la humanidad, la diosa que rescatará al hombre de las sórdidas artes y del trabajo asalariado, la diosa que le dará ocios y libertad.
Lafargue redactó su trabajo en Inglaterra en 1880 para su primera publicación en el diario L’Egalité. En 1883 se publicó como folleto. Aspiraba en este trabajo a una jornada de trabajo que no superase las tres horas diarias. ¿Qué diría hoy con los desarrollos científicos y tecnológicos que tenemos a nuestro alcance?
Vivimos en un tiempo donde la crisis que genera el choque entre las necesidades para el desarrollo de las fuerzas productivas y la supervivencia de las relaciones de producción capitalista se expresa en forma aguda. Una de sus manifestaciones más claras son las tendencias que presenta el trabajo asalariado en nuestro tiempo. Mientras la crisis capitalista internacional ha creado nuevas legiones de desocupados en diversos países, otros millones de trabajadores deben trabajar jornadas de 10 o 12 horas para poder llegar a fin de mes. Las formas de precarización del empleo se multiplican, con el “modelo Uber” como una de sus últimas adquisiciones. Se multiplican los foros y seminarios internacionales para discutir cómo responder a las predicciones del reemplazo creciente de asalariados por robots. En vez de permitir pasos hacia la disminución global de la jornada laboral, la introducción de nuevas tecnologías a la producción frecuentemente significa más trabajadores desempleados. En nuestro país, el presidente Mauricio Macri hace discursos proponiendo que se trabaje “sábado y domingo” y atacando las conquistas laborales vigentes. No hay contraste más grande entre esta política patronal de aumentar los niveles de explotación de la clase trabajadora y el planteo que hacemos para reducir la jornada laboral a seis horas, cinco días a la semana, sin reducción salarial y donde nadie cobre menos de lo que cuesta una canasta familiar. De esta forma podría repartirse el trabajo entre ocupados y desocupados, terminando con los flagelos que son para los trabajadores la precarización, la pobreza y la desocupación.
Ante este planteo los capitalistas y sus políticos e intelectuales se apresuran a señalar su carácter presuntamente utópico o “imposible”, pero esto no hace más que poner en evidencia la miseria que el capitalismo tiene para ofrecer, en abierta contradicción con las posibilidades generadas por la técnica. Por eso si la clase trabajadora toma este planteo en sus manos empieza a discutir un horizonte que la lleva más allá de los estrechos marcos de lo que la sociedad capitalista guarda para los miles de millones de explotados en todo el planeta. Este es el carácter que para nosotros tiene levantar hoy audazmente estas demandas. Aumentar las aspiraciones de la clase trabajadora y favorecer el desarrollo de su conciencia de clase para un cuestionamiento consciente del capitalismo y de la lucha por un gobierno de los trabajadores conquistado mediante la movilización revolucionaria de las masas explotadas y oprimidas. A este tema consagramos un dossier especial en este número de Ideas de Izquierda. Pablo Anino aborda en “Para no dejar la vida en el trabajo” la propuesta que está desarrollando el Frente de Izquierda de trabajar 6 horas, como parte de su campaña “Nuestras vidas valen más que sus ganancias”, que choca de frente con las intenciones del gobierno y los empresarios de imponer mayores ritmos y jornadas más extensas de trabajo, al tiempo que buscan aumentar la edad jubilatoria. En “Trabajar 6 horas, ¿una utopía?”, Esteban Mercatante aborda los mitos y realidades sobre el “fin del trabajo”, así como las tendencias mundiales que muestran que es posible reducir la pesada carga del trabajo, a condición de poner en cuestión los presupuestos de la explotación capitalista. En “La conspiración de los robots” Paula Bach discute cuánto hay de cierto y cuánto de relato –para disciplinar a los trabajadores– en los análisis sobre el salto de la robotización en la producción. También incorporamos en este dossier una nota de Michel Husson, marxista francés que en el artículo“Reducción del tiempo de trabajo y el desempleo” discute los argumentos con los que los neoliberales quieren mostrar que esto es imposible. Por último, en “La lucha histórica por la reducción de la jornada de laboral”, Lucio Prieto y Rodrigo López recorren las gestas dadas por los trabajadores para limitar el tiempo que diariamente pasan al servicio de los capitalistas.
El otro tema que congrega una sección especial de esta revista son los debates al interior del movimiento de mujeres, muchos de los cuales vuelven a abrirse a la luz de nuevos acontecimientos. Así lo atestiguan muchos de los renovados encuentros y desencuentros entre marxismo y feminismo que recorren el artículo de Andrea D’Atri, en polémica con los feminismos populares, o la impotencia del feminismo liberal ante la derecha que toma parte de su discurso, que recorre Celeste Murillo. Algo de esto también se ve en la entrevista con la intelectual estadounidense Nancy Fraser, que presenta un diagnóstico agudo de los desafíos de movimientos sociales como el feminismo y de la izquierda en Estados Unidos. Acompañando estos debates, Ariane Díaz vuelve sobre el clásico de Friedrich Engels, El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, un texto ineludible en cualquier debate sobre la opresión de las mujeres. Sin dudas este 8 de marzo fue un parteaguas en la larga historia de lucha de quienes deben enfrentar día a día el patriarcado, que acompaña al capitalismo como la sombra al cuerpo. Completan la sección dos reseñas: la de Ana Sanchez sobre Manual para las mujeres de la limpieza (de la escritora Lucia Berlin) y la de Celeste Murillo sobre Economía feminista (de la economista Mercedes D’ Alessandro).
Además, en este número, analizamos la situación política nacional que dejó el marzo caliente y el abril disputado entre paro nacional y la movilización del 1A, en “Lo que esconden las calles” de Paula Varela; continuamos el debate sobre las neurociencias a partir de la respuesta de Sebastián Lipina a la reseña crítica a su libro de Juan Duarte; en “Arte y capitalismo: la excepción como norma” Ariane Díaz da cuenta de la obra de Dave Beech y en la sección dedicada al centenario de la Revolución rusa Gastón Gutiérrez polemiza con ensayos publicados en Historical Materialism y las posiciones de Lars T. Lih.
En un mundo donde la “madre de todas las bombas” es arrojada como amenaza de destrucción masiva por la principal potencia imperialista, se trata de desarrollar las ideas sobre las que apoyar una práctica que va en una dirección opuesta: la de construir un futuro comunista para la humanidad.
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