[Córdoba] Es la síntesis de las contradicciones fundamentales que se dan en el país. O sea, una especie de vanguardia en el proceso histórico argentino. En Córdoba se van anticipando las cosas… Por su experiencia de lucha sigue siendo vanguardia en el proceso histórico del país. Podemos decir que Córdoba es el país en lo que está por venir para el país. Agustín Tosco (La Voz del Interior, 13/3/1974).
El 9 de octubre de 1974 un mega operativo, ordenado por el interventor cordobés, brigadier Raúl Lacabanne, fue llevado a cabo por el jefe de policía Héctor García Rey en persona. Sin orden judicial, allanó los emblemáticos sindicatos de SMATA y Luz y Fuerza y los locales del Partido Comunista y del Partido Socialista de los Trabajadores [1]. Con un saldo de unos 250 detenidos, brutalmente reprimidos, y el asesinato de una militante del Partido Comunista, el pedido de captura de Agustín Tosco y René Salamanca y la orden de intervención de ambos sindicatos por parte del Ministerio de Trabajo de la Nación, el gobierno peronista coronaba su política de doblegar a la vanguardia que encabezó el Cordobazo.
La dinámica de la lucha de clases que emerge con el Cordobazo –como afirma el dirigente lucifuercista– no fueron hechos aislados de la provincia mediterránea, sino su expresión más aguda. Da un panorama de la situación que vivió el país. La derrota de los sindicatos combativos fue el resultado de una larga cadena de acontecimientos que van a permitir evaluar el rol y el carácter de clase de la política y de la represión por parte del gobierno de Perón y de su sucesora Isabel Martínez de Perón.
En esta nota, queremos volver sobre este período, y especialmente, a partir del golpe policial, conocido como el “Botonazo” o “Navarrazo”, y el 9 de octubre de hace 50 años, con la “Noche de las bestias”, haciendo hincapié en la pulseada que establecieron los gobiernos peronistas con la clase obrera combativa cordobesa.
Dejemos que los hechos, la voz de sus protagonistas y la información disponible, despeje los relatos y de lugar a las enseñanzas de lo que fue un verdadero ensayo revolucionario.
El elemento de “ruptura” del Cordobazo
El surgimiento del clasismo cordobés y su incidencia en los cordones fabriles del resto del país marcó el ápice de la ruptura en el terreno social, yendo más allá de la mera aceptación del proyecto capitalista que intentó instaurar el general Perón. De conjunto, explica por qué su nuevo gobierno y la política de Pacto Social a la que apostó para contener la conflictividad obrera no logró cerrar el empuje de la lucha de clases.
La definición del período del sociólogo Juan Carlos Torre es muy ilustrativa de esta distinción y de sus características, cuando dice que:
el Cordobazo se convierte en un capítulo del antagonismo épico entre dominantes y dominados y sus protagonistas se confunden con los montoneros y los descamisados en la reivindicación de la libertad y la justicia. Pero la exaltación de un mismo espíritu revolucionario no debe ocultar la modificación operada en los actores, en los objetivos y los conflictos... Frente a una historia escrita en nombre del pueblo por la conquista de la justicia social y la participación política, los sindicatos ‘clasistas’ surgidos del Cordobazo intentan inaugurar otra, la que tiene por eje el cuestionamiento de la explotación capitalista y el control obrero sobre el desarrollo social. Es a partir de este cambio en la identidad de los actores y en los principios que animan su lucha que se ha propuesto, más recientemente, una interpretación que considera con el Cordobazo ya no una continuidad sino el signo de una verdadera ruptura [2].
A su vez, el historiador Julio Godio también definió como “inmensas” las consecuencias del Cordobazo, en primer lugar, porque
fue la clase obrera industrial la que hizo estallar el polvorín. En las grandes y pequeñas empresas comenzó un extraordinario proceso de conquista de la democracia sindical…De este modo se produjo en Córdoba una original tentativa de fusión entre el movimiento obrero y el socialismo. Los obreros seguían siendo peronistas, pero ahora votaban por el clasismo y buscaban integrar sus tradiciones peronistas en el socialismo [3].
La “pacificación” de Perón
Que la mayor preocupación central del general Perón era terminar con el estado de rebeldía y de organización de la clase obrera, restablecer el control absoluto de la burocracia sindical y aislar la vanguardia obrera y estudiantil del movimiento de masas, lo demuestran sus discursos, acciones y las medidas legales e ilegales que implementó desde muy temprano [4].
En febrero de 1973, a su regreso de Madrid, el secretario general de la CGT José Rucci trajo un extenso mensaje grabado por Perón dirigido a los trabajadores. Allí, como parte de su concepción de “comunidad organizada” y en lo que sería un sistemático llamado al encuadramiento detrás de la conducción de la CGT, cuestionó a Tosco, llamándolo “el dirigente de la triste figura”, insinuando una “convivencia sospechosa” de la dictadura y tildando de rupturista al Sitrac-Sitram [5]. Centrando sus críticas hacia el movimiento obrero cordobés arremetía contra quienes habían dado jaque mate a la dictadura en las calles –en cuya represión hubo veinte manifestantes muertos y cientos de detenidos, entre ellos el propio Tosco y Atilio López, dirigente de la Unión Tranviarios Automotor, y, cuatro años después, vicegobernador de la provincia–. La desproporción entre la emblemática figura de Perón y la del dirigente obrero de mameluco es tan grande que hoy causaría estupor. Por cierto, graficaba dónde Perón ubicaba al contrincante.
A su llegada de Puerta de Hierro, Rucci obtuvo el aval para crear la Juventud Sindical Peronista (JSP), con el único objetivo de perseguir al activismo en la órbita sindical, adherida a las 62 Organizaciones “ortodoxas” y a la verticalidad del general Perón [6]. Se sumaba a la acción de las patotas sindicales de la UOM, SMATA, UOCRA, etc., y de las organizaciones de la ultraderecha peronista, que tuvieron su bautismo de fuego durante la Masacre de Ezeiza. La “federación de bandas” de derecha –como las denominó González Jansen [7]– que bajo lo conducción de López Rega adoptó el nombre de Alianza Anticomunista Argentina (Triple A) aparecerá poco después que saliera publicado, por una filtración, el “documento reservado” repartido en una reunión de la plana mayor del peronismo. El primer atentado de Triple A, que casi le cuesta la vida al senador Hipólito Solari Yrigoyen, abogado del Sindicato Luz y Fuerza de Córdoba, fue seguido de la aparición de una “lista negra” de personalidades que “serán inmediatamente ejecutadas donde se las encuentre”, entre quienes se encontraba René Salamanca, dirigente del SMATA cordobés y Tosco [8].
Córdoba había sido la única provincia donde el sindicalismo “ortodoxo” no logró imponer el candidato a vicegobernador en el armado de las listas del justicialismo, y donde la CGT provincial se encontraba hegemonizada por el sindicalismo combativo. Ya, desde julio de 1973, la palabra “Intervención” se fue instalando en el escenario provincial mediante una campaña de desprestigio contra el gobierno de Obregón Cano y Atilio López y atentados a los locales clasistas y de izquierda que se fueron recrudeciendo, cuyos autores se vinculaban a la derecha peronista [9].
En paralelo, la modificación de la ley de Asociaciones Profesionales y la reforma del Código Penal, que impulsó Perón en función de apuntalar el poder burocrático contra las comisiones internas y cuerpos de delegados y la penalización de las luchas radicalizadas en las fábricas, hicieron su debut en Córdoba.
“Contracordobazo”: entre la ley y el terrorismo de Estado
El 20 de febrero de 1974, Perón les dijo a los integrantes de la Mesa Directiva de las 62 Organizaciones nacionales y al secretariado general de la CGT: “en estos momentos, lo que hay en Córdoba es un foco de infección”. Exactamente, 8 días después, un golpe policial encabezado por el jefe de Policía, coronel Navarro –un policía que combinaba sus funciones con la de instructor de matones sindicales [10]–, derrocó al ejecutivo provincial. Días previos, el clima enrarecido había sido alimentado por el lockout de la cámara empresaria de transporte contra el aval del gobierno al aumento de salarios de la UTA, creando una situación de caos en la capital cordobesa.
El mismo día del golpe, el peronismo “ortodoxo” llevó a cabo un Plenario normalizador de la CGT cordobesa, excluyendo a los sindicatos combativos, que le permitió recuperar su control. Poco después Perón reconocía a los dirigentes “normalizadores” de la CGT provincial: “Es un placer ver que ustedes, a trancas y barrancas, han llegado a normalizar un problema que sé que en Córdoba no es fácil arreglar. Sin embargo, el buen sentido ha triunfado, y la entidad ha salvado el principio de su organización monolítica. Los que quedan afuera no tienen nada que ver con la organización sindical” [11]. El presidente no ahorró palabras de congratulación: “Felicito a los compañeros de Córdoba y también felicito a los compañeros de la organización sindical central, de la Confederación y de las 62 Organizaciones. Pienso que este trabajo, de cualquier manera que se lo haga, siempre será positivo” [12].
Bajo el título, “Imagen de una ciudad sitiada por grupos de civiles armados”, La Voz del Interior [13] relataba que “Las principales esquinas estaban controladas por este tipo de patrullas cuyos integrantes se identificaban con un brazalete amarillo y diversidad de armas…Esos grupos apoyados por policías de civil, mantuvieron sitiado el centro de la ciudad”. Se trataba de integrantes de las 62 Organizaciones del sector “ortodoxo”, la JSP locales, de la Triple A, con armas enviados desde el Ministerio de Bienestar Social de la Nación [14].
Esta articulación entre las fuerzas policiales y parapoliciales pasaría a ser el modus operandi de la represión, el arma de la "nueva hegemonía" de los sectores del peronismo “ortodoxo” en la conducción político y sindical de la provincia.
La designación por parte del gobierno nacional de Diulio Brunello como interventor, con la aprobación del Congreso, terminó de consolidar el golpe provincial. Siguiendo las indicaciones del presidente de pacificar la provincia, Brunello en una entrevista, muchos años después, sinceraba su intervención:
si las fuerzas lanzadas a la tarea revolucionaria no participaban de una convocatoria política hacia la pacificación y demás, bueno, si había que combatirla que la combatan los medios civiles que el gobierno tiene que es la policía o como en algunos otros casos se ha creado dentro de la policía organismos especiales, con códigos especiales, armamentos especiales que sujeto a ciertas reglas... Porque a veces hay que combatir también en las reglas que el adversario presenta [15].
La Triple A cordobesa bajo el gobierno de Perón y de Isabel
Según consigna Godio, la decisión de Perón de dirigir la represión por medio de la Policía estuvo en función de no ceder poder a las FFAA que en ese caso hubieran tenido las riendas de la represión interna [16]. En la provincia de Córdoba, Brunello confirma que era la policía y sus “organismos especiales” con los que se valía para ello. El Departamento de Informaciones de la Policía de la Provincia de Córdoba (D2), ubicado en el casco histórico, lindante a la Catedral, fue el encargado de centralizar la represión policial y parapolicial [17]. A partir de 1974, la sede de la D2 fue una “preforma de Centros Clandestinos de Detención, constituyendo una de las facetas más representativas y clandestinas de aquel sistema, desarrollando numerosos dispositivos para instaurar el miedo y la desmovilización social” [18].
Los comandos de la Triple A también estaban integrados por civiles de distintos lugares de la administración pública cordobesa, como el Banco Social, el Ministerio de Bienestar Social, la Secretaría de Seguridad de la Intervención, y también por Comandos de Organización vinculados al peronismo “ortodoxo” como la Comisión Normalizadora del SMATA [19].
Lo cierto es que los ataques a los activistas clasistas y combativos se multiplicaron en los meses siguientes a la intervención. La ruptura de Perón el 1° de Mayo con los Montoneros fue percibido por la derecha peronista como una señal para intensificar sus acciones terroristas. Ataques a los locales de Luz y Fuerza, SMATA y la Asociación de Trabajadores de la Sanidad Argentina (ATSA), estallaron bombas en el local del Partido Socialista de los Trabajadores (PST), entre otros, a nivel nacional también se incrementaron los asesinatos de la Triple A [20].
El 1° de julio moría Perón. La burguesía perdía la principal contención de la radicalización de un país movilizado, y cuando el descontento con el Pacto Social estaba instalado en la realidad nacional. La presidencia de Isabel Martínez significó el avance definitivo de los sectores de la derecha peronista en el gobierno y el aumento notable de los crímenes de la Triple A, junto a medidas represivas cada vez más draconianas como la sanción de la Ley de Seguridad.
Acorde a estos lineamientos, en Córdoba, fue designado un nuevo interventor, aliado de López Rega, el brigadier Raúl Lacabanne que instaló el terror en la ciudad. Tildando de “subversiva” toda disidencia política y gremial, anticipaba la denominación que utilizaría años más tarde la dictadura militar para justificar el genocidio. En efecto,
se trató de un gobierno dispuesto a llevar adelante la ‘limpieza ideológica’ del gobierno provincial que consistía en eliminar los ‘enemigos infiltrados’ no sólo de la administración gubernamental, sino también del resto de las instituciones políticas y sociales representativas de la sociedad cordobesa (partidos políticos, sindicatos, instituciones educativas, centros de estudiantes, centros vecinales, organizaciones comunitarias) [21].
A los pocos días de su asunción, la Triple A asesinó a Alfredo Curutchet, abogado y uno de los principales referentes del Sitrac-Sitram, y a Atilio López, como parte de una ola de asesinatos que llevaron a cabo en todo el país con epicentro en Córdoba [22].
La “santísima trinidad” entre el Estado, la patronal y la burocracia sindical
Si bien el Navarrazo constituyó una derrota para las corrientes combativas cordobesas, no fue una derrota total. Estas se seguían vivenciando en los sindicatos, agrupamientos y en la base fabril [23]. Para los historiadroes Pablo Pozzi y Alejandro Schneider, la profundización de la derechización del gobierno que significó el gobierno de la esposa de Perón no implicaba que la derrota de los sectores combativos sería fácil,
La oposición gremial era representativa de sus bases. René Salamanca, por ejemplo, acababa de ser reelecto –en mayo [NdA]– al frente del SMATA de Córdoba por el 52% del voto. En Luz y Fuerza, Tosco venía triunfando desde 1962 y en la última elección había recibido el 62% del voto. Sin embargo, entre agosto y octubre de 1974, los principales sindicatos independientes o liderazgos gremiales disidentes fueron eliminados [24].
En junio, SMATA comenzó una importante lucha para reclamar al sindicato nacional, liderado por José Rodríguez, el reconocimiento de su triunfo y reclamar el 60% de aumento con medidas de “trabajo a desgano”. El ministro de Trabajo nacional Ricardo Otero calificó la huelga como “política” y amenazó sacarles la personería. El conflicto se agravó cuando la empresa Renault despidió a 1000 obreros y a la semana 2800 más. Cuando la patronal informó que iniciaría un lockout indefinido, en coordinación con Otero y la burocracia sindical, el gobierno provincial, al día siguiente, envió la gendarmería a ocupar las plantas [25]. La metodología repetía la de la dictadura militar. Al mismo tiempo, Rodríguez intervino la seccional Córdoba, caracterizando la huelga como “una defensa de ideologías foráneas”. Sin embargo, a nivel nacional, todo esto chocaba con la presión de las bases obreras contra el Pacto Social, huelgas “salvajes” (por fuera de la burocracia sindical) y las simpatías en el sector automotriz con la huelga.
Sin embargo, la ola de terror, entre septiembre y octubre, contra el movimiento obrero cordobés instaló un escenario imposible de soslayar: “Rara vez se había recurrido a los asesinatos políticos sistemáticos, incluso después de los levantamientos de 1969 y 1971. Córdoba había sido elegida como blanco de una sangrienta purga política” [26]. Una estrategia estrechamente coordinada entre Renault, Otero y Rodríguez, fueron fundamentales para derrotar la huelga [27].
El 9 de octubre, Lacabanne enviaría a las bestias a terminar el trabajo. Del operativo, comandado por el jefe de la policía García Rey y el jefe de la D2 Alberto Choux, participaron decenas de policías de uniforme y de civil, de sus agencias y de la Guardia de infantería, Comando Radioeléctrico y de las Seccionales Primera y Tercera. En los locales partidarios ocupados, devueltos con posterioridad por la Policía de la Provincia, se pintaron “AAA”, “Zurdos hijos de puta” y demás [28].
El 10 de octubre, el Interventor visitó la sede central del sindicato del SMATA, donde disfrutó de los elogios de Rodríguez por haber "terminado con la imagen de una Córdoba marxista cuando la provincia es en realidad peronista de los pies a la cabeza". Y, en respuesta, Lacabanne reconoció que sin el apoyo de las 62 organizaciones y la CGT local no podría haberse hecho nada [29]. La “comunidad organizada” había logrado derrotar al clasismo cordobés.
Algunas Conclusiones
Perón gozaba de un enorme prestigio entre la población, pero el papel que vino a jugar chocaba con las expectativas de la izquierda política y social movilizada, que iniciarían una experiencia con el propio peronismo en el gobierno. El mayor aporte de Perón al capitalismo fue haber comprendido que la vía de “pacificación” capitalista en nuestro país pasaba ante todo por la sujeción y atomización de la combativa clase obrera a través de la estatización de sus organizaciones. Su control por medio de la burocracia sindical jamás fue pacífico y mucho menos lo fue en su tercera presidencia.
El intento de ubicar la pelea que se inició con Cordobazo como un mero enfrentamiento contra la dictadura, de estampar la imagen de una década de violencia, busca ocultar las aspiraciones e ilusiones revolucionarias que impulsaron la lucha de clases y a la generación de los 70. Esa vanguardia obrera y estudiantil no estaba sola, porque en ese caso la tarea de los gobiernos peronistas hubiese sido fácil. Efectivamente, se tuvieron que valer de “todos los recursos del Estado”, como apeló Perón en el documento reservado, para derrotarla. Dicho de otra forma, da cuenta de la dificultad que tienen los sirvientes del capitalismo frente a la fuerza de la clase obrera, de la unidad y la democracia de base cuando emerge, de la alianza con los estudiantes y sectores populares.
Si con todos los instrumentos legales e ilegales, los gobiernos peronistas se mostraron impotentes para cerrar el proceso abierto con el Cordobazo fue precisamente porque si bien “el bloque social dominante había vuelto al control de las palancas del poder. No obstante, aunque lograron el dominio no pudieron construir una hegemonía, ya que la movilización obrera y popular continuó activa hasta mediados de 1975 [30].
Existen muchos debates en torno a las estrategias que surgieron de las corrientes que se proclamaban revolucionarias que merecen ser estudiados y debatidos, pero hacemos nuestra como reflexión final la de Adolfo Gilly a este respecto:
el carácter extremadamente peligroso (para la propia clase) de la ruptura obrera que se inició con el cordobazo y culminó a nivel social (pero no político) en 1974-75, consistía en que planteaba el nivel máximo de amenaza a la dominación en la sociedad y el Estado argentinos, sin poder presentar una alternativa propia a esa dominación. Sin la resolución de este problema, tarea exquisitamente política si las hay, el peligro continuará siempre presente [31].
COMENTARIOS