La conclusión de la fallida invasión de Afganistán con el regreso de los talibanes al poder dos décadas después, muestra el final político del último proyecto hegemónico de Estados Unidos. En el presente artículo André Barbieri analiza las implicancias geopolíticas que todavía están desplegándose y que incorpora a nuevos jugadores regionales como China a la disputa. Una versión de esta nota fue publicada originalmente en portugués en Ideias de Esquerda el pasado 22 de agosto.
Tras 20 años de intervención en Afganistán, el ya materializado fracaso político de Estados Unidos tomó su forma definitiva, con la humillación sufrida al tener que reubicar en helicóptero a sus empleados en la embajada de Kabul, a la que volvían las tropas talibanes para hacerse de nuevo con el gobierno central. El gobierno de Asgraf Ghani, apoyado por Estados Unidos tras la caída de Hamid Karzai, se disolvió en el aire en pocas semanas, y se evaporó tras la salida de las tropas del Pentágono. Los informes de inteligencia de las agencias de espionaje estadounidenses no calcularon la firmeza del ejército afgano, cuyas 300.000 unidades capitularon sin resistencia en la mayor parte del país. Según Tariq Ali, marxista británico de origen pakistaní, los infiltrados talibanes fueron entrenados por Estados Unidos como parte del ejército oficial, y desertaron rápidamente durante la ofensiva de las milicias islámicas. Esto es un fracaso de todo el imperialismo estadounidense, tanto republicanos como demócratas, “señores de la guerra” en Oriente Medio.
La devastación de Afganistán por la invasión estadounidense es evidente, y estuvo marcada por el 11 de septiembre de 2001, tras el cual la invasión de Afganistán no fue cuestionada, y sirvió de plataforma para difundir la xenofobia imperialista contra los árabes. La economía afgana fue desmantelada hasta el punto de que la actividad más rentable en la actualidad es la exportación de opio, fuente de ingresos durante años para los talibanes. Según la Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), al comienzo de la pandemia, Afganistán ya se enfrentaba a una de las crisis alimentarias más graves del mundo. A finales de 2020, 16,9 millones de personas –el 42 % de la población– se enfrentaban a niveles de "crisis" o "emergencia" de inseguridad alimentaria. Según las Naciones Unidas, casi 12 millones de ciudadanos afganos se enfrentan a una grave inseguridad alimentaria y carecen de acceso a empleos e ingresos estables. Afganistán tiene uno de los peores PIB per cápita del mundo, sólo 524 euros; en 2019, más de la mitad de la población no podía conseguir un dólar al día para cubrir sus necesidades. Según UNICEF, sólo el 23 % de la población tiene acceso a agua potable y el 12 % a sistemas de saneamiento. Afganistán es el tercer país del mundo con la mayor tasa de mortalidad de menores de cinco años, con 161 muertes por cada 1.000 nacimientos. Los crímenes de guerra cometidos contra las mujeres y los trabajadores son innumerables: las mujeres afganas han sido violadas por las tropas occidentales, el nefasto "mercado del sexo" ha proliferado, con informes sobre el intercambio de alimentos por servicios sexuales, de la misma manera que las tropas de la ONU se han acostumbrado a hacer en las llamadas "Misiones de Paz", como en Bosnia y Haití. Escándalos como el llamado "Diario de la Guerra de Afganistán", una colección de informes filtrados en 2010 por WikiLeaks, en los que se detallan las peores atrocidades cometidas por las tropas estadounidenses y de la OTAN contra la población local, incluyendo la matanza de civiles, los escuadrones de la muerte, los grupos de exterminio musulmanes y los bombardeos indiscriminados, deterioraron aún más la falsa retórica de la "libertad y la democracia", cínicamente enterrada por Biden en su declaración oficial, al revelar lo evidente: Estados Unidos nunca quiso "construir una democracia" en Afganistán. En Francia, Emmanuel Macron se apresuró a presentarse como un Marine Le Pen 2.0: se puso en pleno modo xenófobo y afirmó que el país no aceptará a los refugiados afganos que se ven obligados a huir por las bombas imperialistas de la OTAN, la misma posición que Josep Borrell, el portavoz de Asuntos Exteriores de la Unión Europea. El racismo cínico del imperialismo no tiene fin.
Washington pretende fingir que el problema no es suyo, pero la realidad no olvida a Washington y le pasa factura. Es la mayor crisis de la administración Biden desde el inicio de la administración demócrata, y está ligada a la explosión del último proyecto hegemónico lanzado por Estados Unidos, que ha pasado por las manos de cuatro presidentes (dos republicanos, George W. Bush y Trump, y dos demócratas, Barack Obama y Biden). Hasta ahora Biden gozaba de un gran capital político, al haber derrotado a Trump mediante el desvío de las movilizaciones de Black Live Matters, los billones de dólares de los planes de empleo e infraestructuras y la colaboración de la burocracia sindical de AFL-CIO (Federación Estadounidense del Trabajo y Congreso de Organizaciones Industriales) Este no es el caso ahora. Los sondeos de opinión pública de varias agencias, como Gallup, Five-Thirty-Eight y Real Clear Politics, muestran que Biden se ha desplomado por primera vez en el cargo hasta situarse por debajo del 50% de aprobación (aunque esa cifra es superior a la que obtuvo Trump en los índices de aprobación de toda su administración). Lo importante de estos datos es que 2022 es un año de elecciones de mitad de mandato en EE. UU., y según el historial de Gallup, los presidentes con menos del 50% de aprobación suelen perder una media de 37 escaños en la Cámara de Representantes, mientras que los que tienen más del 50 % pierden una media de 14 escaños. Se trata de una diferencia muy grande, que en este caso supondría que el Partido Demócrata perdiera el control del Congreso. Las divisiones dentro del propio Partido Demócrata, cuyos congresistas se hicieron eco contra Biden de las críticas del líder de la minoría republicana en el Senado, Mitch McConnell, pueden ir seguidas de más incursiones del Gobierno en el Estado profundo estadounidense, como la CIA y el Pentágono. Biden, sin embargo, cuenta con el apoyo de poderosos sectores de la clase dirigente estadounidense, que quieren orientar finalmente el "Pivot to the Asia-Pacific", concentrando tropas en esa región para contener el ascenso de China.
En el juego entre las potencias, el regreso de los talibanes a Kabul indica resultados geopolíticos. Estados Unidos es el perdedor inmediato. China, Rusia, Irán y Pakistán salen ganando, en distinto grado. China parece ser la potencia mejor posicionada para salir de esta secuencia, ya que se reunió con los talibanes el pasado mes de julio y dijo que reconocería un posible gobierno talibán si tomaban el poder en Kabul. Tanto China como Rusia se benefician de la salida de las tropas estadounidenses de un país tan cercano a sus fronteras, o directamente fronterizo (en el caso de China). Rusia ya ha dicho públicamente que se alegra de la derrota de Estados Unidos, y que Putin y Xi Jinping mantienen las mejores relaciones chino-rusas de la historia, con el objetivo compartido de desbaratar los planes de Biden en Europa y Asia. Pakistán, aliado de China, ha apoyado a los talibanes durante muchos años. Y también se beneficia Irán, que actuó junto a Rusia en la guerra civil siria para definir el resultado del enfrentamiento contra los intereses de Estados Unidos, adoptando ahora una línea más dura desde la llegada al poder de Ebrahim Raisi [1].
Lo más probable es que esto dé lugar a la actividad de las potencias regionales, e incluso de los países más pequeños de la periferia capitalista, para remodelar ciertas cuestiones; y estos reacomodamientos pueden ser incómodos. Con las tropas estadounidenses en Afganistán, por ejemplo, Rusia no tuvo que preocuparse de proteger las fronteras de sus aliados de Asia Central. Pero ahora Moscú no puede beneficiarse indirectamente de la invasión imperialista para la seguridad regional. Lo más probable es que tenga que cooperar con China. Ahora China gana una ventaja geoestratégica en la región. China influye en Pakistán, mantiene su posición dentro de Afganistán, y los talibanes necesitan el oro de Pekín para intentar reconstruir el país (lo que situará su territorio dentro de la Belt and Road Initiative, la Nueva Ruta de la Seda china, el principal proyecto de Xi Jinping). Un escenario poco alentador para Moscú.
Pero lo decisivo no es la geopolítica, sino la lucha de clases. Los problemas de los talibanes para acomodar las contradicciones internas pueden extenderse a Oriente Medio. En la primera semana, tras la toma del poder en Kabul, se produjeron importantes manifestaciones contra los talibanes. En primer lugar, en la comunidad afgana de la región de Qom, una manifestación de mujeres denunció la opresión del fundamentalismo islámico, mujeres que estaban hartas de la devastación causada en la vida de las afganas por la invasión imperialista estadounidense. El jueves 19 se reanudaron las manifestaciones y protestas en todo el país, con actos en Kabul y en varias grandes ciudades (Kandahar, Jalalabad, etc.) contra los talibanes, en el día en que se celebró la independencia de Afganistán desde 1919, cuando el país se liberó del yugo británico. Los manifestantes izaron la bandera de la república afgana que acababa de ser derrocada, en desafío al nuevo gobierno, que ha instalado un emirato islámico en Afganistán. Esto es muy importante para las tendencias de nuevos enfrentamientos. En la región, hemos visto protestas en los últimos años en Irak e Irán contra las subidas de los combustibles y los ajustes económicos como la devaluación de las monedas, el desempleo, etc. Las protestas en Líbano, tras un año desde la explosión en el puerto de Beirut, se dirigen contra el gobierno. En la propia China, el proletariado se enfrenta a las medidas pro-capitalistas de Xi Jinping. Todos estos factores, habitualmente descuidados por los análisis, son para nosotros un elemento definitorio de cómo se van a dibujar las situaciones. Se prevé que el desempleo en Afganistán alcance el 13% a finales de año (el desempleo femenino es ya del 14%), la pobreza de un país devastado y la ira contra la opresión del Islam político pueden encender chispas que hagan estallar la situación, como indican las protestas de "bienvenida".
Un país devastado por el imperialismo y la burguesía afgana
La aparición de los talibanes y las condiciones que permitieron su regreso al poder tras 20 años de intervención imperialista en Afganistán no son factores que "cayeron del cielo". Las disfuncionalidades históricas del país, la permanente injerencia política de los Estados Unidos durante la Guerra Fría, la política reaccionaria de las burocracias estalinistas y el sabotaje de una burguesía nacional cobarde y corrupta han dado lugar, en medio de una salvaje entropía de opresión de los obreros y campesinos, a una situación extremadamente compleja. Estos elementos han actuado políticamente para la usurpación de la resistencia del pueblo afgano, contra el imperialismo y la intervención extranjera, por una dirección reaccionaria como la de los talibanes.
¿Y qué factores fundamentales dieron lugar a los talibanes? Dos de ellas podrían enunciarse sin dudarlo: la explotación extranjera de la división multiétnica y la disputa entre las potencias por el control de esta región estratégica en el siglo XX. Hay muchos grupos étnicos dentro de ese país, varios “Afganistán” dentro del mismo territorio, ya que por sus propias dificultades geográficas las comunidades centenarias de la región se han separado considerablemente entre sí, aunque siguen compartiendo ciertos rasgos culturales comunes. Tengamos en cuenta que Afganistán limita con 6 países, en el cruce entre el Oriente Medio y el Sudeste Asiático. Tiene influencias iraníes, pakistaníes, indias (a través del imperio mogol en el siglo XVIII) y de muchos países de Asia Central. Las decenas de milicias islámicas del país están vinculadas a diferentes grupos étnicos. En Afganistán hay cuatro grandes grupos étnicos: los tayikos (con los aimaks), los hazares, los uzbekos (y turcomanos) y los pastunes, que constituyen la mayoría étnica del país. Los datos más recientes sobre afiliaciones étnicas, realizados por The Asia Foundation, muestran que el 42% de las personas se identifican como pastunes, el 33% como tayikos (y ahimaks), el 11% como uzbecos (y turcomanos) y el 10% como hazaras. El 4% restante se identificó como nuristaníes (afiliados a los tayikos), baluchis, entre otros. Los talibanes están vinculados a la etnia pastún, mayoritaria en el sur y el este de Afganistán. Como siempre en la historia de esta región, con muchos accidentes geográficos y una larga cadena montañosa, del Hindu Kush, estos grupos étnicos tenían poca relación entre sí, y muchas rivalidades debido a las diferencias culturales, políticas e idiomáticas. Las rivalidades se tradujeron en conflictos interétnicos, agravados por la intervención de potencias extranjeras que, como hacen en todo el mundo, se aprovechan de estas rivalidades para dividir y debilitar a los países, extrayendo de ello su capacidad de control y dominación.
El cementerio de imperios, como se denomina a Afganistán, en cuyo territorio han fracasado las expediciones imperiales desde la antigüedad con los macedonios, en la Edad Media con los mongoles, y en los siglos XX y XXI con las intervenciones británicas, soviéticas y estadounidenses, muestra por otro lado cómo ha sido invadido por muchos imperios. Desde 1838 hasta 1919 la vida del territorio que conocemos como Afganistán estuvo determinada por la invasión colonial británica, en la que Inglaterra dominó brutalmente a la población, librando dos guerras contra los afganos (en 1839 y en 1878) e instalando gobiernos títeres que servían a sus intereses, lo que terminó al final de la Primera Guerra Mundial. Afganistán quedó al margen de los acuerdos secretos Sykes-Picot de 1916 por los que Gran Bretaña y Francia se repartieron las zonas de influencia de cada uno en el área del Imperio Otomano; también quedó al margen del apoyo estadounidense a los nacionalismos burgueses en Egipto, Líbano, Siria y otros. Esto dio al país una dinámica distinta a la de los demás. A finales de la década de 1920, con los disturbios populares y los procesos revolucionarios en diferentes países de Asia (como China) y Oriente Medio, estallaron las protestas en Afganistán contra el emir Amanullah Khan, que huyó del país, aunque el proceso culminó con la instauración de una monarquía, que en la década de 1950 acudió a la URSS en busca de ayuda.
En 1973, Mohamed Daud dio un golpe de Estado, orquestado por la CIA, para alinear a Afganistán con Occidente y entrar en colisión con los soviéticos, lo que llevó a la URSS a dar un contragolpe en 1978, derrocando a Daud y abriendo una sangrienta guerra civil con los guerrilleros muyahidines (o "combatientes yihadistas", por la guerra santa musulmana) apoyados por Estados Unidos. La invasión de Afganistán por parte de la URSS en 1979 estuvo influenciada por la situación regional de debilitamiento de Estados Unidos, especialmente con la revolución iraní del mismo año 1979, que derrocó al Sha Reza Pahlevi, apoyado por Washington, y que había dado lugar a las shoras (organismos de autoorganización de masas), un importante proceso de lucha de clases que terminó en derrota, con el ascenso del gobierno reaccionario del Ayatolá Jomeini. En Afganistán, Babrak Karmal se instaló como gobernante, con el apoyo de las tropas soviéticas, a principios de la década de 1980.
Sin embargo, la oposición creció y varios grupos de muyahidines lucharon contra las fuerzas soviéticas. Estados Unidos, Pakistán, China, Irán y Arabia Saudí financiaban, entrenaban y armaban a los muyahidines. El conflicto sino-soviético, que culminó con la ruptura entre Mao Zedong y Leonid Brezhnev en 1969, cuando Moscú y Pekín estuvieron a punto de entrar en guerra en la frontera nororiental de China, hizo que la burocracia de Deng Xiaoping colaborara en los esfuerzos del imperialismo estadounidense por armar a los guerreros islámicos antisoviéticos. De ahí el carácter reaccionario de la política exterior, no sólo del imperialismo norteamericano y europeo, sino de las burocracias estalinistas en los estados obreros deformados y degenerados durante la Guerra Fría: todas estas burocracias pensaban en la política como "geopolítica, o política de estado" y no como lucha de clases, sirviendo a los propósitos esenciales de los acuerdos de Yalta y Potsdam, con Roosevelt y Churchill, para la contención de la revolución internacional.
Durante la década de 1980, Afganistán estaba controlado por la URSS, pero en permanente agitación política con las actividades de las milicias islámicas, que serían la base de muchos grupos fundamentalistas en las décadas siguientes, como los talibanes. Con la disolución de la URSS en 1991, las tropas rusas abandonan Afganistán, iniciando una nueva guerra civil para definir los contornos del nuevo régimen en 1992. Los talibanes surgieron finalmente como grupo en 1994, dos años antes de tomar el poder. Su régimen duró desde 1996 hasta 2001, y terminó con la invasión estadounidense dirigida por los neoconservadores de George W. Bush tras los atentados del 11 de septiembre contra las Torres Gemelas.
Producto de su singular desarrollo frente a la injerencia imperialista, Afganistán no siempre estuvo bajo el dominio bárbaro que hemos visto en las últimas décadas. Los árabes afganos habían desarrollado importantes centros culturales y universidades, y la idea de una "cultura atrasada" fue difundida por Estados Unidos durante su invasión, abriendo una ofensiva reaccionaria contra los musulmanes tras el 11 de septiembre. Todas las llamadas "potencias occidentales" participaron en la campaña xenófoba antiislámica en relación con Afganistán, cuya invasión generó un amplio acuerdo mucho mayor que la guerra de Irak en 2003. La "Guerra contra el Terror" también tenía como objetivo deteriorar las condiciones de vida de los pueblos árabes, extendiendo un sentimiento xenófobo por todo el mundo, que era parte fundamental de la estrategia imperialista de promover guerras preventivas, la forma que tiene EEUU de intentar frenar su decadencia hegemónica. El imperialismo estadounidense es, pues, responsable de la catástrofe nacional afgana. Mientras deja humillada la embajada en Kabul, los efectos de su intervención durante 20 años permanecen. Pero también el sustento de una burguesía nacional subordinada a los juegos entre las grandes potencias, lucrando miles de millones de dólares con el tráfico de armas y de drogas, la exportación de minerales y otros recursos naturales. Esta burguesía está representada hoy por los talibanes, otro producto de la intervención de Washington.
Los reaccionarios talibanes y el "antiislamismo" imperialista
Los talibanes eran una facción ultraortodoxa de los muyahidines dirigida por el clérigo Mulá Omar, al que se unieron jóvenes de la tribu pastún que estudiaban en las madrasas ("escuelas religiosas") paquistaníes, o seminarios financiados principalmente por Arabia Saudí. Los jefes talibanes llevaron a cabo numerosas ofensivas militares para exterminar a personas vinculadas a otros grupos étnicos mientras estaban en el poder. El 8 de agosto de 1998, los talibanes lanzaron un ataque en Mazar-i Sharif, y continuaron matando indiscriminadamente a personas por su etnia, especialmente a los hazaras y uzbecos. Las mujeres fueron violadas, y miles de personas fueron encerradas en contenedores y abandonadas a la asfixia. Durante su estancia en el poder, los talibanes impusieron una lectura más extrema y wahabbista del Corán, precarizaron los servicios sociales siguiendo las instrucciones de la burguesía local e impusieron restricciones ultraconservadoras a los derechos de las mujeres, estipulando que éstas no podían estudiar ni salir de casa sin un hombre, y que debían llevar burka para cubrir su cuerpo por completo. Muchas mujeres fueron asesinadas por lapidación acusadas de adulterio. La música y la televisión estaban prohibidas, y cualquier hombre cuya barba se considerara demasiado corta era detenido.
En las redes sociales circulan muchas imágenes que establecen una comparación con la derrota de Estados Unidos en Vietnam. Aunque hay algunos puntos de comparación, no es lo mismo, empezando por el carácter reaccionario y burgués de los talibanes. De hecho, a pesar de nuestros profundos desacuerdos con los comunistas vietnamitas, el carácter reaccionario de los talibanes es una diferencia central. Precisamente por ello, es de esperar que surjan rápidamente contradicciones sociales y políticas: un gobierno talibán será incapaz de responder a los problemas profundos de la población, a pesar de un rechazo real a la intervención imperialista.
Es una mentira que en "Afganistán sólo hay barbarie". Si es cierto que los talibanes son una secta fundamentalista islámica reaccionaria que representa los intereses de facciones de la burguesía afgana, no es menos cierto que el "antiislamismo" imperialista es una pérfida muestra del racismo de las grandes potencias. El prejuicio contra los afganos, como si todos fueran talibanes, oculta el hecho de que fue el imperialismo estadounidense el que armó y financió a los talibanes, aprovechando las disputas interétnicas para imponer sus objetivos. A partir de 2001, la operación de Estados Unidos, seguida por el imperialismo anglo-francés, consistió en confundir a los árabes y al Islam con el "terrorismo", lo que supuso campañas racistas y xenófobas contra los musulmanes que vivían en las potencias centrales. En países como Francia, los musulmanes son los que ocupan los trabajos más precarios, subcontratados, y residen en las banlieues (periferias) de las grandes ciudades, enfrentándose al racismo policial. La construcción de la figura del musulmán como "terrorista" es uno de los productos más reaccionarios de la ofensiva estadounidense y de la OTAN sobre Oriente Medio, siempre al servicio de la opresión y la explotación de la población árabe por parte del capitalismo occidental.
La burocracia de Xi Jinping y los verdaderos intereses de China
El rápido avance militar de los talibanes sería incomprensible sin la ayuda entre bastidores de la diplomacia china y del Ejército Popular de Liberación. Cuando el ministro de Asuntos Exteriores de China, Wang Yi, se reunió oficialmente con los portavoces talibanes, ya se habían alcanzado acuerdos para facilitar la conquista de la región norte de Afganistán, bastión antitalibán en décadas anteriores.
La burocracia autocrática de Xi Jinping, líder supremo del Partido Comunista Chino, no tiene planes modestos para Afganistán. Desea incluir al país en su esfera de influencia y poder, al igual que hizo con Pakistán, antiguo aliado de Estados Unidos. Afganistán es un nudo estratégico entre Oriente Medio y Asia, pues comparte fronteras con gran parte de Asia Central, además de los 90 km de frontera con la región china de Xinjiang. Es un país clave que podría ayudar al gobierno de Pekín a imponer su proyecto de "rejuvenecimiento nacional". De hecho, Pekín ya está utilizando su engaño -y la derrota estadounidense- en Afganistán para advertir a Taiwán de que Washington no le protegerá de la política de reincorporación de la isla a China continental. Para ello, Xi Jinping no tiene ningún problema en aliarse políticamente con los talibanes, reconocer su gobierno y colaborar en la opresión de la población trabajadora y pobre del país vecino, disimulando en lo posible su política intervencionista.
Es importante desmitificar la idea, muy extendida por los ideólogos afines a la burocracia de Xi Jinping, de que China "no interviene en los asuntos exteriores". Esta noción proviene de los Cinco Principios de Coexistencia Pacífica, que China firmó con India en 1954, ratificados en la Conferencia de Bandung en 1955, en un momento en que China era débil, pobre y estaba aislada internacionalmente. Esta ya no es la situación global de China. Nos encontramos ante la segunda potencia económica mundial (la primera en términos de paridad de poder adquisitivo), que se está modernizando rápidamente en términos militares y está en plena competencia estratégica con Estados Unidos, cosechando una amplia red de alianzas comerciales. El poder chino permite a la burocracia del Partido Comunista ampliar su influencia internacional e incluso adquirir rasgos imperialistas, aunque está muy por detrás de Estados Unidos en su capacidad de dirigir los destinos de otras naciones. Esto ayuda a dilucidar otro error conceptual según el cual, históricamente, los regímenes despóticos de Asia han sido menos asertivos que los de los imperios occidentales. Uno de los principales exponentes de esta lectura interpretativa es el economista italiano Giovanni Arrighi, en su célebre "Adam Smith en Pekín", en el que pronosticaba el ascenso pacífico de una China capitalista sobre la base de una tradición orientalista supuestamente menos beligerante; una vuelta al multilateralismo que, en la época imperialista, no preveía nuevas disputas intercapitalistas que desembocaran en guerras y revoluciones. Para comprobar el "pacifismo" de la ascensión china -nunca demasiado "blanda" con los trabajadores de su propio país, masacrados en las fábricas de la costa oriental- basta con observar la actuación de China en África, donde apoya a gobiernos autoritarios que sirven de correa de transmisión de la opresión de Pekín (como en Sudán, Zimbabue, Angola y Sudáfrica, por poner algunos ejemplos de las violaciones de los derechos humanos registradas por Adaora Osondu-Oti); o incluso el apoyo de China a la junta militar asesina de Myanmar, dirigida por el general Min Aung Hlaing, que ordenó a las tropas disparar contra los trabajadores en huelga que protestaban contra la dictadura. ¿Afganistán es un país más en el que China demuestra ser un gobierno intervencionista que se inmiscuye en los asuntos exteriores de la región.
¿Cuáles serían los intereses materiales de China en Afganistán?
Veamos: a. Represión de los musulmanes uigures en Xinjiang: cualquier política de alianza entre Pekín y el nuevo Emirato estaría condicionada por el acercamiento de los talibanes a Xinjiang, la región noroccidental de China que comparte frontera con Afganistán. Allí, Pekín encarcela a más de un millón de musulmanes uigures y otras minorías en campos de concentración y trabajos forzados, por ejemplo en la industria del algodón. Se trata de una región estratégica para China por su importancia económica y militar, donde el Ejército Popular de Liberación ha realizado ejercicios conjuntos con Moscú, y donde construye el complejo de cientos de silos de almacenamiento de misiles balísticos nucleares, con una superficie total de 800 km². Convertido en territorio chino en el siglo XVIII durante la dinastía Qing, Xinjiang está atravesado por movimientos separatistas de la población musulmana que se resiste a la opresión racista del PCCh. En particular, el Movimiento Islámico del Turquestán Oriental preocupa a la burocracia china.
b. Ampliar la fuerza y la influencia económica de China en Asia: los factores económicos, como el proyecto de la Nueva Ruta de la Seda, se contraponen a la expansión de la influencia política de Pekín en todo el continente asiático. Gideon Rachman, del Financial Times, afirma que si "China puede establecer una relación de trabajo con un gobierno dirigido por los talibanes en Afganistán, esto proporcionaría a Pekín beneficios económicos, como la posibilidad de un corredor de tránsito a través del país hasta el puerto de Gwadar, construido por China, en Pakistán". La Nueva Ruta de la Seda es el proyecto estrella de Xi Jinping, que pretende unir económicamente tres continentes (Asia, África y Europa) y más de 64 países mediante obras de infraestructura para construir puertos, carreteras y ferrocarriles, cuyo punto central sería Pekín. Los proyectos multimillonarios patrocinados por el Banco de China ya han llevado a muchos países a una "trampa de la deuda", como ocurrió en Sri Lanka, que se vio obligada a ceder el puerto de Hambantota a China al no poder pagar la deuda contraída para su construcción. Estas obras de la Nueva Ruta de la Seda son también puntos de apoyo para la creciente expansión militar internacional de China, que tiene su primera base naval extranjera en Yibuti, en la costa oriental de África, con el objetivo de vigilar el océano Índico. China también quiere minerales afganos utilizados para fabricar semiconductores, como el litio, y Afganistán tiene uno de los mayores depósitos de litio del mundo (tiene reservas de un billón de dólares; el Pentágono consideraba a Afganistán la "Arabia Saudí del litio"). También hay minerales de hierro, cobalto, oro y cobre en el país.
c. Salida de las tropas estadounidenses de un país fronterizo: la colaboración de los talibanes con el EPL, el hecho de que Afganistán sea un conducto entre el Oriente Medio y el sudeste asiático, el fortalecimiento del corredor económico China-Pakistán con acceso al Golfo Pérsico.
El "mantenimiento de la paz" es un subterfugio conocido tras el cual las potencias capitalistas mundiales defienden, a menudo por medios militares, sus intereses económicos en distintas partes del mundo. Ahora, los dirigentes del PCCh formarán parte de las hipócritas "misiones de paz" de la ONU para asegurar sus inversiones en Afganistán a costa de la desesperación de la población local.
Afganistán en el ojo de la tormenta
La retirada de los EE.UU. Y las tropas internacionales de la OTAN dejan un saldo altamente negativo para la población local; sin mencionar que se van sin haber cumplido el objetivo principal de la ocupación: la "guerra contra el terrorismo internacional” dejando un país devastado, con millones de personas en una crisis humanitaria y alimenticia, a manos de los talibanes con unas perspectivas que se vislumbran cada vez más sombrías.
A todos estos hechos se le suman los recientes atentados del aeropuerto de Kabul adjudicados a una facción local de un grupo islamista radical denominado ISIS-K que busca deslegitimar y desestabilizar la confianza en la gestión del gobierno local de los talibanes, favoreciendo un proceso de balcanización de la región que los termine beneficiando, como se vio en el surgimiento del Estado Islámico (ISIS) en las zonas de influencia territoriales entre Siria e Irak.
La intervención militar de Afganistán por parte del imperialismo norteamericano y su posterior retirada, ha dejado la puerta abierta para una disputa local e internacional sobre el territorio que afecta directamente a la población afgana, quedando como foto del momento un éxodo masivo por tierra y personas aferradas al fuselaje de los aviones que partían del aeropuerto internacional de Kabul. La tragedia de Afganistán debe ser seguida de cerca por los trabajadores y socialistas del mundo, pelear por la retirada de todas las tropas imperialistas que solo beneficiarán a los mismos aliados que nada tienen que ver con los intereses del pueblo trabajador afgano, y luchar por evitar nuevas catástrofes e intervenciones como éstas.
Traducción: Javier Occhiuzzi
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