A setenta años de la publicación de El precio de la sal o Carol, se publicarán los diarios de la escritora Patricia Highsmith en castellano.
En 1952 se publicó El precio de la sal (más tarde editada como Carol y adaptada en el cine con ese nombre). Apareció firmada por una tal Claire Morgan, aunque su autora era Patricia Highsmith, famosa por su primera novela de suspenso Extraños en un tren. Sin planificarlo, Highsmith escribió una novela que marcó un hito literario y cultural cuando el movimiento LGBTQI+ apenas daba sus primeros pasos: una historia de amor entre dos mujeres sin final trágico.
En la historia de Carol y Therese nadie moría, nadie se “curaba” ni se “convertía” (las opciones disponibles para las historias de amor entre personas del mismo género en la década de 1950). “El atractivo de El precio de la sal era que tenía un final feliz para sus dos protagonistas o, al menos, tratarían de tener un futuro juntas. Antes de este libro, las personas homosexuales en las novelas estadounidenses habían tenido que pagar por su desviación cortándose las venas, ahogándose en una piscina o haciéndose heterosexuales”. Esto lo escribió la propia Highsmith en el epílogo de la edición de 1990, publicada con su nombre.
La historia había surgido de una experiencia laboral en las tiendas de departamento Bloomingdale’s, en la ciudad de Nueva York. En 1948, la autora entró a trabajar a las tiendas como una forma de completar sus magros ingresos de trabajadora freelance escribiendo cómics. Todavía no era la autora famosa de Extraños en un tren, la novela que llevaría al cine nada menos que Alfred Hitchcock, y tenía que pagar el departamentito que alquilaba sola en Greenwich Village. Su breve interacción con una mujer en el departamento de juguetes dio inicio a la historia.
Decidió llevar el borrador a la editorial que había publicado su primera novela pero Harper & Bros la rechazó por su temática. Que fuera una historia de amor lésbica tampoco convenció a su agente Margot Johnson (aunque se inclinó por el final feliz cuando Highsmith le preguntó cuál prefería) y le recomendó publicarla con seudónimo para no afectar su carrera en ascenso. De hecho, el consejo de no publicarlo de su agente, Margot Johnson, tenía bastante que ver con el paisaje del género en el que estaban encasilladas las historias de amor entre mujeres. En general, historias cortas en ediciones baratas de revistas pulp con prestigio literario cercano a cero. Con contadas excepciones, cualquier historia que se tocara con el género era tratada como soft porn, desestimada por no ser ni suficientemente explícita para ser pornografía y carecer de calidad literaria.
Más tarde, la editorial Coward-McCann aceptó publicarla mientras Patricia Highsmith estaba en Europa. Tuvo una respuesta respetuosa de la crítica; el diario New York Times la describió como una novela con un “tema de alto voltaje”, tratado con “sinceridad y buen gusto”.
Libros para una generación clandestina
La explosión llegó cuando apareció una versión económica o de bolsillo con ilustraciones provocadoras en la portada. El precio de la sal no era necesariamente una historia erótica, pero compartir los estantes con las novelas pulp de la época la llevó a las cocinas y salas de estar de todo el país. “En un acto de lectura en secreto, la novela pulp lésbica formaba una comunidad lesbiana invisible”; así describe Nathan Smith a muchas lectoras del género.
En la biografía Devils, Lusts and Strange Desires, de Richard Bradford, el autor recuerda que “durante los primeros cinco años, Coward-McCann recibía un promedio de diez a quince cartas por semana para la señorita Morgan [Highsmith]. La mayoría eran expresiones de gratitud a la autora que había creado un universo en el que podían vivir libremente su existencia clandestina”.
Cuando se publicó El precio de la sal, Mattachine Society, una de las primeras organizaciones en defensa de los derechos gay, llevaba pocos años en funcionamiento y todavía no existía la organización de lesbianas Daughters of Bilitis (recién surgiría en 1955). Hablaban de homofilia (amor a los iguales) porque la homosexualidad cargaba con un gran estigma: era un crimen y una enfermedad. Las leyes no perseguían las relaciones entre mujeres, más por la imposibilidad de las instituciones de contemplarlas que por una visión liberal, pero eso no significaba que fueran aceptadas. Algunas de las escenas que se leen en la novela existían en la vida real: las persecuciones de detectives privados, las amenazas de alejar a las mujeres de sus hijos e hijas y, sobre todo, el ostracismo.
Aunque el consejo de la agente de Highsmith no tenía motivaciones políticas, le ahorró a la escritora la persecución de las leyes macartistas. “El año anterior a la publicación de El precio de la sal, el senador Joseph McCarthy [...] había declarado que las personas homosexuales de ambos géneros eran ‘contrarios a los estándares normales aceptados de comportamiento social’ y por lo tanto proclives a inclinaciones comunistas”. Esta descripción del contexto en Devils, Lusts and Strange Desires es precisa. Bradford agrega otro elemento: en comparación con novelas contemporáneas como Women’s Barracks de Tereska Torrès (prohibida en varios estados por “promover la degeneración moral”), la de Highsmith evocaba la tradición de la novela romántica y pasó desapercibida. La publicidad que acompañaba la versión de bolsillo era “La novela de un amor que la sociedad prohíbe”.
“Las dos mujeres queer en El precio de la sal son presentadas como mentalmente estables, socialmente integradas y no tienen una obsesión con el suicidio o hacerse daños a ellas mismas” (“When Patricia Highsmith Offered Gay Readers a Hopeful Ending”). Lo que distinguió a la novela entonces fue que sus protagonistas no estaban representadas con los arquetipos negativos de la época ni acotadas al consumo como objetos sexualizados. Aunque Carol y Therese se ven obligadas a esconderse, no están avergonzadas ni viven torturadas por su deseo.
Pocos amigos
Highsmith se apartó bastante temprano de la vida social neoyorquina, sobre todo de su circuito literario y artístico. En 1963 se autoexilió en Europa, repartida entre Francia y Suiza, donde murió en 1995.
No simpatizaba con ninguno de los movimientos contra la opresión existentes cuando su libro circulaba de mano en mano. Nunca escondió que tenía relaciones sexoafectivas con mujeres pero eso no conllevaba ninguna militancia o reflexión acerca de la represión sexual o el lugar de las mujeres y otros sectores oprimidos en la sociedad. Muchas personas la describían como una lesbiana misógina; en Highsmith: a romance of the 1950’s: a memoir, Marijane Meaker recoge de una conversación una frase famosa de Highsmith: “me gustan más los hombres que las mujeres, pero no en la cama”.
Su editor estadounidense Otto Penzler dijo después de su muerte que Highsmith era mezquina, dura y cruel. “Nunca pude comprender cómo un ser humano podía ser tan implacablemente feo. ¿Pero sus libros? ¡Brillantes!”.
Sus diarios, publicados para el centenario de su nacimiento en 2021 y de próxima aparición en castellano, son testigos de sus posturas racistas, antisemitas y misóginas. “El catálogo de sus odios impresionaba por su diversidad: latinos, negros, coreanos, indios, nativos americanos, portugueses, mexicanos y católicos, entre otros”, comenta su biógrafo Richard Bradford sobre esos diarios (Patricia Highsmith: Her Diaries and Notebooks).
En su ensayo Suspense: cómo escribir una novela de misterio, Highsmith explicó que prefería la “tercera persona del singular y, podría añadir, en masculino” porque las mujeres le parecían menos activas que los varones y tendía a “pensar que las mujeres son empujadas por la gente y las circunstancias en lugar de ser ellas las que empujen”. De todas formas, no tendríamos por qué juzgarla por sus decisiones en la literatura. Para todo lo demás, están sus opiniones en la vida.
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