Por estos días leí una crónica sobre los problemas gubernamentales; una larga crónica que voy a parafrasear o sintetizar porque sino sería muy extenso. Se refería a las contradicciones económicas, políticas y sociales del país. Hablaba del peso de la deuda externa con un aumento significativo de los montos a pagar, con una parte muy importante que era responsabilidad de la administración anterior; las negociaciones con el Fondo Monetario Internacional y los acreedores privados; las condiciones que estos organismos exigen al país en términos de ajustes, lo que llaman “reformas estructurales” (laboral, fiscal) y el ordenamiento que pesa sobre el programa económico. Directamente vinculado con esto, registraba también la discusión sobre el gasto público y especialmente sobre las tarifas de los servicios con la exigencia por parte del Fondo Monetario para que aumenten las tarifas así disminuye el gasto estatal destinado a ese área, lo que implica que recaiga el peso sobre la población. El debate sobre la inflación incontenible y permanente y las vías para tratar de controlarla, y muy relacionado con esto el tema de los salarios, porque desde la mirada liberal y desde el punto de vista del Fondo Monetario una de las causas de la inflación es la “puja distributiva” y dentro de esa puja distributiva especialmente las “excesivas” exigencias de los trabajadores. Entonces, se propone contener o recortar salarios por dos razones: tanto para achicar el gasto público (lo que va destinado a los salarios estatales) como para contener la inflación “empujada”, siempre según esta mirada, por el gasto producido por salarios. Y más en general, la crónica hablaba del tema de la necesidad de “modernizar” las relaciones laborales por la vía de la flexibilización y la pérdida de derechos en ese terreno. También se tomaba nota de que con la derrota electoral (en gran parte producto de la aplicación de estos planes) se habían agravado las contradicciones y se exigía la aceleración de los cambios. Con esta descripción, cualquiera de ustedes puede pensar que estoy hablando del gobierno actual. Sin embargo, todo esto está contenido en un libro muy revelador que se titula Diario de una temporada en el Quinto Piso y fue escrito por el sociólogo Juan Carlos Torre y se refiere a los seis años del Gobierno de Raúl Alfonsín. Torre había sido convocado como asesor para la Secretaría de Planificación al mando de Juan Sourrouille que después pasa ser Ministro y el “Quinto Piso” es precisamente donde funciona la oficina del ministro. ¿A qué viene todo este cuento? A que hace casi cuarenta años que se viene discutiendo lo mismo y proponiendo lo mismo. Es más, esta política de ajuste la proponían nada más y nada menos que después de la dictadura que ya había aplicado un ajuste fenomenal sobre todo el país en general y sobre el movimiento obrero en particular. Pero hay más todavía: como sabrán, como recordarán o como les habrán contado, el Gobierno de Alfonsín terminó en una de las crisis más graves de las que se tenga memoria en la Argentina con la famosa hiperinflación. Como esa crisis no encontró salida progresiva, digamos, vino Menem ¿Y qué hizo? Aplicó hasta el final esas reformas que se venían pidiendo: privatizaciones, reforma del Estado, cientos de miles de empleados públicos despedidos, flexibilización laboral ¿Resultado? Algunos pocos años de crecimiento, luego ya a partir de 1995-1996 comenzó la crisis y desocupación y todo lo que derivó en el 2001. Pasó Fernando De la Rúa en el medio e hizo algunas cosas más en ese sentido. Después vino Eduardo Duhalde con la devaluación y una inmediata transferencia de ingresos desde las mayorías trabajadoras hacia los empresarios y el recomienzo de un ciclo basado en esas condiciones y determinados factores internacionales. Los gobiernos kirchneristas gobernaron bajo esas condiciones y con la impronta del 2001, por lo tanto debieron cambiar en parte la orientación y los discursos, aunque no en el sentido absolutamente contrario. Las reformas nunca se revirtieron e incluso cuando había reservas en el país se “desendeudó” pagando. Bueno, la idea no es hacer un repaso pormenorizado de todo, la historia más reciente es conocida: Mauricio Macri y la situación actual. Pero ¿qué quiero ilustrar? Que hace décadas que estamos discutiendo lo mismo, que en líneas generales se terminan tomando las medidas en la misma dirección, ya sea porque lo aplican directamente o se aprovechan de las crisis y la situación empeora cada vez más, con recuperaciones parciales pero con una tendencia fuerte a la caída. Si uno dice bueno, habría que buscar otra salida (desconocer soberanamente la deuda, no como un plan “defolteador” sino como un programa alternativo de conjunto que incluyan la recuperación de los recursos estratégicos, la nacionalización de la banca etc), dicen “no, eso generaría caos”; como si esta “normalidad” que vivimos fuera un “orden” ideal. Esto en el fondo es lo que también se está discutiendo en estas elecciones y más allá de las elecciones. Y cuarenta años de experiencia (para tomar solo el periodo pos-dictadura) son bastante suficientes como para pensar que no hay que comprar las mismas recetas, que el orden que nos proponen es “orden” para los privilegios de una pequeña minoría, y desorden, explotación, pobreza y miseria para todos los demás.