Con la llegada de la “marea verde” se multiplicaron las elaboraciones en todos los ámbitos y su relación con el feminismo. A continuación una reseña del libro de Andrea Giunta, Feminismo y arte latinoamericano. Historias de artistas que emanciparon el cuerpo.
El 2018 fue el año de la “marea verde”; Andrea Giunta, licenciada en Historia del Arte y doctora en Filosofía, docente e investigadora argentina, desarrolla la relación entre arte y feminismo en su última publicación.
El libro se propone presentar la escena femenina en las artes visuales entre los años sesenta y ochenta, deteniéndose en la producción de artistas que contribuyeron a construir “una imaginación emancipadora en América Latina”. Giunta lo plantea en estos términos:
Nuestra hipótesis es que el cuerpo sojuzgado por la historia –tal como se expresa ya en los textos sagrados de Occidente–, el otro del cuerpo patriarcal, regulador del poder y configurador de los cuerpos sociales correctos, produjo en esos años un movimiento de liberación. En términos de representaciones, este movimiento desplegó herramientas que fueron productivas para una emancipación amplia de los cuerpos. Estas herramientas readministraron el campo de lo simbólico y dieron lugar a un proceso emancipado que continúa hasta hoy en intensa expansión [1].
Centrándose en las experiencias relacionadas con el cuerpo, hace una selección de diferentes artistas, desarrollando ejemplos donde el cuerpo femenino fue un lugar de expresión de una subjetividad de la disidencia en relación a los lugares en que eran socialmente normalizados.
En cada uno de los capítulos nos encontramos con un análisis de las poéticas de las producciones artísticas. En la obra de la argentina María Luisa Bemberg y sus películas caracterizadas como cine feminista, se destaca su intencionalidad y su crítica al discurso modernizador y estereotipado de la época. También, desde el lenguaje audiovisual, se analiza la obra de Narcisa Hirsch y el cine experimental. Otra de las producciones revisitadas es la de la artista colombiana Clemencia Lucena, que tomó uno de los principales temas abordados desde el feminismo, los estereotipos de la belleza femenina y en los escenarios sociales en los que se medía, realizando pinturas, dibujos y diversas intervenciones. Uno de los capítulos más interesantes es donde se da cuenta de la formación del feminismo en México y el rol de la artista Mónica Mayer, quien en su práctica cruza militancia feminista y práctica artística. El quinto capítulo analiza la performance “Sal si puedes” de Nelbia Romero, donde se cruzan el cuerpo, la historia y el archivo en un anti-monumento de la masacre de los charrúas, que a la vez hacía referencia a la dictadura. La obra de Paz Errázuriz de Chile, con la serie “Personas” y “La manzana de Adán”, entre otras, muestran el interés sobre los grupos “marginales”, como personas en situación de calle, travestis y locos. En el último capítulo se encuentra con un relato en primera persona de las acciones y movilizaciones feministas realizadas en Argentina el año pasado, ubicándose la misma autora como activista, describiendo también la propuesta de la “Asamblea Permanente de Trabajadoras del Arte Nosotras Proponemos”.
Arte y feminismos
Giunta plantea la relación entre arte y feminismo como compleja. Que una producción artística sea realizada por una mujer no significa que sea una obra feminista. La autora propone algunas opciones para clasificar el arte realizado por mujeres, que van desde aquellas artistas que se identifican dentro del feminismo y realizan un “arte feminista”, pasando por quienes se representan como artistas mujeres proponiendo un “arte femenino”, hasta artistas mujeres que no admiten ser identificadas con ninguna de estas etiquetas sino solo como artistas, y también a quienes, interviniendo desde el propio lenguaje, se entienden como vanguardia. Por ejemplo, tenemos en un extremo la obra de María Luisa Bemberg; sus producciones “El mundo de la mujer” (1972) y “Juguetes” (1978) fueron un instrumento de concientización, aportando a un cine militante. En el otro extremo podemos encontrar la obra de Raquel Forner, que en sus representaciones plásticas sobre la guerra coloca el cuerpo de la mujer en el lugar del cuerpo de Cristo, es decir, que desarrolla una iconografía transgresora (ya que dicho lugar estaba mayoritariamente destinado para lo masculino) pero solo se identifica como artista, ni como mujer ni feminista.
Es decir que hay un abanico muy amplio a la hora de analizar obras en términos históricos; pero entonces ¿se puede considerar una obra de arte de los setenta como feminista desde los criterios que tenemos hoy? ¿Cuáles serían esos criterios? ¿puede ser una obra artística feminista más allá de las propias intenciones de la artista? Son discusiones que no están saldadas y que permiten problematizar las producciones artísticas en su contexto y su relación con la política.
Invisibilización del arte realizado por mujeres
Las diversas problemáticas en el universo artístico mencionadas en el libro develan prácticas que siguen vigentes y las relaciones de poder: las formas de exclusión, la invisibilización y la violencia hacia las mujeres. Basándose en los números oficiales, "Durante el siglo XX, la representación de la obra de las mujeres en el mundo del arte nunca superó el 10 % y en promedio ha sido del 5 %", dice la autora, y salvo algunas excepciones, ocupan lugares menores en la historia del arte.
La invisibilización de las mujeres en las instituciones y del mainstream del arte es innegable. Pero además, en un período muy convulso en América Latina, con un ascenso obrero a nivel regional y una brutal reacción con las dictaduras militares y el genocidio de clase, Giunta se pregunta por el lugar del feminismo entre los movimientos sociales y las organizaciones de izquierda y agrega: ¿por qué no ha habido un feminismo artístico en América Latina? (a excepción de México).
En el caso argentino, si bien obviamente hubo y (hay) debates y contradicciones en la izquierda, la relación con el feminismo no fue excluyente, sino que diversas agrupaciones acompañaron y fueron parte de los debates suscitados. El feminismo de los años setenta en Argentina se desarrolló en un contexto de ascenso de las luchas obreras que se inauguró con el Cordobazo en 1969. Como bien se plantea en el libro, entre 1970 y 1975, se formaron distintas organizaciones feministas: la “Unión Feminista Argentina”, fundada por la artista María Luisa Bemberg y Gabriella Roncorini de Christeller, con la participación de Nely Vugallo, Leonor Clavera. La misma estaba conformada por mujeres de los más diversos sectores: amas de casa, intelectuales, estudiantes, trabajadoras, militantes de organizaciones de izquierda como del PRT-La Verdad, del Partido Comunista y del Frente de Izquierda Popular, es decir, un agrupamiento con una gran diversidad ideológica. Otros grupos se abrieron camino, como “Muchacha”, que editaba una revista realizada por militantes del PRT-La Verdad, y si bien no se identificaba públicamente como partidaria, visibilizaba la vida de las mujeres trabajadoras y se planteaba “órgano de todas las jóvenes que tengan algo que decir sobre la liberación de la mujer, sea cual fuere su posición ideológica, política o religiosa. Lo que nos une es el deseo de luchar contra la opresión de la mujer” (Revista Muchacha, Nº 2, Año 1, sin fecha). También hubo grupos como “Nueva Mujer”, el “Movimiento de Liberación Femenina” (MLF) de María Elena Oddone, y se conforma el grupo Política Sexual en el cual tenían participación las mujeres de UFA, MLF y militantes del Frente de Liberación Homosexual.
Estos agrupamientos protagonizaron diversos debates a partir de los acontecimientos más importantes de la lucha de clases, como los fusilamientos en Trelew de agosto de 1972, y también se abrieron muchas discusiones en torno a la coordinadora por el “Año Internacional de la Mujer”. Por este evento, a llevarse a cabo en 1975, rompieron todos los grupos feministas –Movimiento de Liberación Femenina (MLF), la Agrupación para la Liberación de la Mujer Argentina (ALMA), la Asociación de Mujeres Socialista (AMS), Unión Feminista Argentina (UFA), el Movimiento de Liberación de la Mujer (MLM)–, las agrupaciones por los derechos de las minorías sexuales y los partidos de izquierda como el PST y el FIP, porque en su coordinación participaban funcionarios del gobierno de Isabel Perón, miembros de la UCR y del Partido Comunista y no quisieron incluir ninguna demanda del movimiento de mujeres. A partir de este hecho se conforma el “Frente de Lucha para la Mujer”, con un programa de reivindicaciones del movimiento de mujeres, y junto con la izquierda fueron parte de la lucha por el derecho al aborto, realizándose acciones a partir de 1974.
Giunta analiza, dentro de las organizaciones en los setenta a las marxistas en particular, y tomando autoras como Catalina Trebisacce [2] y Sylviane Dahan [3], plantea que
… debido a que los movimientos de izquierda consideraban el feminismo una amenaza para la unidad de la clase obrera, sus relaciones fueron conflictivas. (…) Trebisacce coincide con Dahan al plantear que la relación entre marxismo y feminismo fue dificultosa [4].
Sin embargo, Dahan no parece sacar la misma conclusión, retomando por qué era necesario problematizar el género teniendo en cuenta la cuestión de la clase y de una salida revolucionaria [5].
Según Giunta,
Los estudios específicos revelaron que si había habido iniciativas (...) pero que en casi todos los países del Cono Sur se habían visto frenadas por dos razones principales: la invalidación hacia la militancia feminista proveniente de las formaciones de la izquierda, que entendían que esta debilitaba el frente común al que aspiraba la revolución, y en segundo lugar, la violencia represiva de las dictaduras militares en gran parte de los países sudamericanos que limitó, cuando no impidió, las agrupaciones y la actividad política [6]).
Su hipótesis es que
…en el horizonte latinoamericano, dos circunstancias colaboraron en la clausura de las formaciones artísticas feministas. La primera estuvo vinculada con la dificultosa relación entre marxismo y feminismo, expresada en las formas de la militancia política y en su radicalización en las organizaciones armadas. La segunda se relaciona con la represión de las dictaduras sudamericanas [7].
Sin duda el período que estudia la autora estuvo marcado por el debate político y estratégico. Las discusiones fueron en muchos casos, como los ejemplos que da, productivos; en otros, estériles. Pero si para clasificar como feminista ciertas producciones artísticas requiere una postura abierta que tenga en cuenta distintos elementos y hasta sus contradicciones (como analizar más allá de lo formal y ver qué aspectos de la sociedad patriarcal son cuestionados, por ejemplo); la visión de la autora parece ser más estanca con respecto a la izquierda, donde se generalizan las diversas posiciones sin tener en cuenta que aunque los agrupamientos se hayan definido o no como feministas, o hayan protagonizado divergencias, fueron parte del contexto de su época contribuyendo a la segunda ola del feminismo. Además, las tensiones entre el movimiento feminista y las organizaciones de izquierda marcaron el período histórico no solo en Latinoamérica; también se desarrollaron en Estados Unidos y Europa, incluso con discusiones como la problemática racial y la libertad sexual. Entonces, ¿por qué dichas tensiones son las que explicarían que acá no hubo arte feminista? ¿Y en el caso de México, por qué sí lo hubo? Estos cuestionamientos no encuentran respuesta acabada en el libro.
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Lo interesante del libro de Giunta es que deja planteadas polémicas que siguen abiertas. Junto con la nueva ola del feminismo, nos queda preguntarnos: ¿qué estrategias se va a dar el feminismo actual para enfrentar la avanzada de la derecha y el imperialismo en la región? ¿Cuáles serán los aliados del movimiento para conquistar demandas elementales como el derecho al aborto? ¿Qué políticas tener para que el próximo 8 de marzo se convierta en un paro activo convocado por las centrales sindicales?
Estos interrogantes se reflejan también en el terreno del arte, replanteándose la relación de un arte feminista con la política. Desde lo institucional, en los museos atendiendo la corrección política más condescendiente que crítica. Por el lado de la marea verde, se ha visibilizado la producción de artistas mujeres, a la vez que proliferaron la producción de símbolos identitarios como parte de la militancia de miles de jóvenes que hicieron de las redes sociales su pancarta. Muchas son parte de diversas organizaciones políticas o culturales. ¿Qué nuevas formas y relaciones surgirán entre el arte y el movimiento feminista?
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