El periodista y escritor Fernando Molina (La Paz, 1965), acaba de publicar "La revolución permanente en Bolivia". Ayala, Lora y Zavaleta (Plural, 2021). Ensayo dedicado a la reflexión de aportes y contrapuntos de tres importantes intelectuales bolivianos en relación a la teoría de la revolución permanente. En este artículo presentamos una breve reseña polemizando sobre alguna aristas políticas y metodológicas de este texto.
Jueves 14 de octubre de 2021
Foto: Mural de Alandia Pantoja que ilustra la tapa del libro "La revolución permanente en Bolivia" de Fernando Molina.
El periodista y escritor Fernando Molina (La Paz, 1965), acaba de publicar La revolución permanente en Bolivia. Ayala, Lora y Zavaleta (Plural, 2021). Ensayo dedicado a la reflexión de aportes y contrapuntos de tres importantes intelectuales bolivianos en relación a la teoría de la revolución permanente, una concepción largamente discutida en el marxismo mundial y que tuvo su influencia muy peculiar en la teoría y práctica de la política boliviana, principalmente en la revolución de 1952.
En el recorrido del ensayo se puede identificar un denominador común que atraviesa la reflexión crítica de Molina sobre los tres pensadores bolivianos: enmarcar la lectura de procesos históricos, como el de la revolución del 52, dentro de la lógica de la revolución permanente (o del marxismo en general) induce a Ayala, Lora y Zavaleta a encuadrar los hechos en la teoría, amoldar la realidad al esquema teórico y, con ello, no dar cuenta de aspectos importantes de las realidades concretas y, claro está, a cometer equívocos políticos notables.
En la primera parte del libro, dedicada a repasar las raíces teóricas de la revolución permanente en los clásicos del marxismo, Molina nos prepara para entender defectos como el “esquematismo”, “academicismo” y otros mostrándonos una concepción propia (aunque nada original) del marxismo como anclado en un determinismo económico y una filosofía de la historia creyente de finalidades inexorables.
Si bien en textos de índole propagandística como el Manifiesto Comunista (1848) u otros de intención didáctica como el Prólogo del libro Contribución de la crítica a la economía política (1859), se encuentran apoyos textuales para considerar al pensamiento de Marx como determinista y teleológico y si bien mucha de la tradición posterior a Marx no sólo canonizó ideas ordenadoras basadas en el economicismo y una visión finalista de la historia, sino que se apoyó en ellas para construir principios programáticos, hay una dosis de simplismo en la valoración de Molina. Si uno estudia con más cuidado las obras principales de Marx (El Capital, sobre todo) no va encontrar que la sucesión de modos de producción a lo largo de la historia sea el núcleo medular de su teoría. Tampoco lo es la consideración de separar a la sociedad en “niveles” (el “económico” y el “superestructural”). Parece más sensato reconocer como lo central en la concepción marxista la articulación de “estructuras materiales” (fuerzas productivas, modos de producción) a partir de relaciones construidas en base a la actividad histórica principal de los seres humanos: la lucha de clases.
Pero centrémonos en comentar cómo evalúa Molina, sobre la base de lo anterior, los diálogos y “aplicaciones” de la revolución permanente en Bolivia, considerando tres momentos de la producción intelectual de Ayala, Lora y Zavaleta.
Ernesto Ayala Mercado: un “entrismo” sin salida
En el caso de Ernesto Ayala Mercado (1919-1995), vale la pena detenerse en el texto que con justeza Fernando Molina califica como “un intento de dejar de repetir “viejas fórmulas” y de generar otras, propias, dentro de una teoría revolucionaria materialista, esto es, extraída de la realidad antes que impuesta a ella” (p. 115). En efecto, en ¿Qué es la revolución boliviana?, escrito en 1956, Ayala deja notar su propio papel político al interior de un proceso profundo y peculiar como el iniciado en abril de 1952 y su calidad intelectual para dar cuenta de los hechos en los que está inmerso.
Ayala sostiene que la insurrección obrera y campesina consumó una revolución de carácter combinado donde confluyeron diversos intereses sociales para buscar una nación deseosa de gestarse, la cual se enfrentó –y derrotó militarmente- a la oligarquía y el imperialismo. En el acto revolucionario de abril, dice Ayala, las clases que lo protagonizaron (proletariado, campesinos y pequeña burguesía) articulan su lucha y sus propósitos en la representación política de un frente nacional, el MNR. Contrario a lo que pensaba el ala dominante de ese partido, este frente no anula la lucha de clases (de ahí la lucha fraccional entre una izquierda y derecha nacionalistas en su interior), que más bien se expresa en una dualidad de poder entre la COB, expresión organizada del proletariado (y en cierta forma de los campesinos) y la pequeña burguesía nacionalista que ha copado mayoritariamente el aparato de Estado. La dinámica y el horizonte de la revolución, sus relaciones de fuerza, sus avances, estancamientos y retrocesos –continúa Ayala- no están fijados en ningún esquema doctrinal y dependen de la lucha de clases. La pequeña burguesía emenerrista, que ha devenido en burocracia estatal, puede tender a un proceso regresivo, al contrario, el proletariado puede llevar las cosas a su profundización y, del otro bando, la oligarquía desalojada del Estado, puede llevar a cabo una solución violentamente restauradora.
Es en relación a este decurso de la revolución, que sostiene Molina:
12 años después de 1952, quien diera una mirada retrospectiva al proceso debía concluir que, se había consumado una revolución burguesa en Bolivia. El hecho de que tal cosa ocurriera, y que el MNR fuera el partido que la realizara, el que satisficiera las demandas de tierra, voto y nacionalización, había cortado de tajo las posibilidades de éxito del trotskismo, impidiendo que ocupara la dirección del movimiento revolucionario aupándose en la incapacidad de la clase media, como rezaba la teoría de la revolución permanente. En los hechos, la clase media había cumplido algunas tareas democráticas, aunque no perfectamente. Y esto le había dado a sus líderes una popularidad inusitada, que les duraría hasta mucho más tarde, cerrando el paso a cualquier reemplazo desde la izquierda (p. 122)
La pregunta política que nos interesa hacerle a este razonamiento de Fernando Molina es ¿por qué la revolución dirigida por la pequeña burguesía emenerrista fue capaz de abrirle el paso a la derecha restauradora y no así a la izquierda revolucionaria? Por otro lado ¿es posible realmente calificar de “consumada” (en la lógica de sus objetivos históricos) la revolución de abril? Pero respondamos a la primera cuestión. De nuestra parte ésta tendría, por lo menos, dos niveles importantes que se concatenan. Un primer nivel teórico programático. No es verdad que la teoría de la revolución permanente, al menos en la formulación clásica de Trotsky, sostenga que sea imposible que la clase media, o incluso la burguesía, pueda realizar parcialmente algunas tareas democráticas. De hecho, el mismo Molina cita un texto de Trotsky donde el revolucionario ruso sostiene que un proceso revolucionario puede ser más profundo o más corto en sus alcances dependiendo, “no de la definición formal, sino de la marcha ulterior de los acontecimientos”, si ocurre que una coalición de la burguesía o pequeña burguesía, apoyada en los campesinos cierra el paso a la clase obrera, “la revolución conservará su carácter burgués, limitado” [1].
Para abrir un proceso de mayor profundidad en los cambios sociales, que implican cumplir plenamente las demandas democráticas de las clases subalternas, entramos a un segundo nivel de la respuesta, el estratégico. Trotsky refiere, en la misma cita, que la cuestión reside en saber si la clase obrera es capaz “de poner en movimiento todos los recursos de su hegemonía política”. El carácter permanente de la revolución es un campo de disputa, una lucha donde cada clase y sus partidos ponen en juego su capacidad para forjar alianzas, imponer significados, colocar demandas a nivel del país, articular las luchas y necesidades de los sectores sociales bajo sus objetivos propios, etc. Si un partido, que pretende impulsar una revolución más profunda, se dedica a hacer pronósticos, asegurando el fracaso del adversario “porque la historia está de su lado”, ciertamente no sirve para nada. Sin embargo, culpar a una fórmula teórica de la estulticia estratégica de sus adherentes, no es tampoco algo justo.
En lo que corresponde a la postura de Ayala, se sabe que éste abandonó las filas del POR para introducirse al MNR, en una suerte de “entrismo” justificado más por las necesidades tácticas que las estratégicas. De ahí que no se encuentre en Ayala y sus compañeros alguna formulación política más clarificadora para usar su influencia, sin duda de peso, sobre la base obrera radicalizada del MNR. Ayala dice en su texto ¿Qué es la revolución boliviana?, que la clase obrera se guía según “principios” en tanto que la pequeña burguesía nacionalista es más “práctica” [2]. Con ello, cede la iniciativa estratégica a la cúpula emenerrista y se contenta con jugar un papel de factor de presión interno sobre ella, inspirándose en principios doctrinales. El entrismo en esas condiciones, resultó un verdadero callejón sin salida.
Sin embargo, como veremos a continuación, el rol de jugar como simple factor de presión también podía hacerse desde fuera del MNR, aunque con los mismos resultados.
Guillermo Lora, la vacuidad estratégica
Un autor ineludible a la hora de hablar de la revolución permanente en Bolivia es Guillermo Lora (1922-2009). Dirigente histórico del POR, organización que tuvo su influencia en el sindicalismo minero mientras éste estuvo en auge y de la cual salieron notables cuadros obreros que en muchos casos terminaron ofrendando su vida a la causa socialista.
Pese a su entrega militante a la revolución, Lora y su partido construyeron una relación entre estrategia y programa de las más rudimentarias. La estrategia es la pálida repetición del programa: los problemas políticos se resuelven apelando a los textos canónicos de los clásicos o a la doctrina partidaria. En tanto que el programa teórico es la expresión de las “leyes de la historia”, entonces es válido creer que las respuestas al momento concreto se encuentran allí, al menos en su “esencia”. Para dar cuenta de la hegemonía nacionalista antes y después del 52, miles de veces Lora repitió que “las masas estaban de paso por el MNR”. La inevitabilidad de que la historia camine para llevar a esas masas al POR siempre fue su certeza inconmovible, pese a toda evidencia:
Nadie puede negar que advertimos –dice Guillermo Lora en su libro más relevante sobre el 52- que la clase obrera, en su terco afán por encontrar su propio camino, estaba solamente de paso por el MNR y que si este partido llegaba al poder sería rápidamente (tomando en cuenta las dimensiones históricas) arrojado del aparato estatal por los propios trabajadores. El observador menos perspicaz tiene que convenir que este pronóstico está a punto de cumplirse y, por lo tanto, será absurdo centrar la discusión alrededor de su validez [3].
Estas líneas fueron publicadas en 1964. En noviembre de ese año, evidentemente, una fracción del MNR fue arrojada del gobierno, pero no precisamente por los trabajadores, sino a través de otra fracción, más reaccionaria, anclada en las Fuerzas Armadas, la cual inaugura un periodo abiertamente contrarrevolucionario y represor. No sabemos si existió algún “observador poco perspicaz” que haya preguntado a Lora si el golpe reaccionario de Barrientos suponía la confirmación de su pronóstico.
Acordamos de cierta forma con Fernando Molina en su crítica al “academicismo” de Lora y el POR. Esa idea, cuya raíz filosófica es el racionalismo vulgar, reduce la sustancia de la estrategia a predicar “la verdad” a los trabajadores. De ahí que sea el propagandismo su más acabada (y a veces única) expresión. Es precisamente con este modelo de partido, el partido “pedagogo”, que elaboró la Segunda Internacional de fines de siglo XIX y principios del XX, con el que Lenin rompió definitivamente antes de la revolución rusa. Con el impulso de su obra revolucionaria, los bolcheviques plantearon a las organizaciones de izquierda de todo el mundo poner el eje de sus discusiones y actividades en la elaboración estratégica: ni la teoría ni el programa marxistas son suficientes para cambiar la realidad. No hay precepto teórico que sustituya la acción creadora de una estrategia. En tiempo convulsos, incluso la estrategia está por sobre el programa, al menos eso les ocurrió a los bolcheviques, que en abril de 1917 cambiaron aspectos sustanciales de su programa (su objetivo político, por ejemplo), porque creían tener la estrategia correcta para vencer, y su programa venía siendo un freno para ese objetivo.
Sin embargo, para Fernando Molina el “academicismo” de Lora estriba más en el desajuste teórico del marxismo con la realidad. Ese tipo de desajuste que priva a la teoría de “realismo político”. Por ejemplo, Lora carece de “empirismo” al creer que algún momento se ganará a las bases obreras del MNR (p.128), es igualmente “academicista” pensar que las masas que vencieron en abril podían radicalizarse más, después de haber arrancado al gobierno la nacionalización minera, la entrega de tierras y el voto universal (pp. 134-135). Consideramos que aquí hay, de parte de Molina, una reducción sólo aplicable al conocimiento historiográfico. Como lo que nos presenta son hechos (las masas obreras y campesinas no superaron al MNR en términos revolucionarios y no profundizaron la revolución), toda discusión sobre lo que podía haber pasado es un ejercicio contra fáctico que hay que dejárselos a los “academicistas”. Esto es verdad en la dimensión historiográfica del análisis, pero no en su dimensión política.
Los ensayos que Molina analiza en su libro no son historiográficos, son balances teórico-políticos. En ese tipo de textos no sólo que es posible pensar a posterior las posibilidades de un acontecimiento como el de la revolución de abril sino que es indispensable hacerlo. Los escritos de Marx sobre la revolución permanente precisamente son parte de las lecciones político estratégicas que extrae después de los movimientos de 1848 en Europa. La cuestión aquí reside, insistimos, si los balances de los acontecimientos históricos se amoldan a un pensamiento sofisticado a nivel de estrategia (donde se evalúa dinámicamente las relaciones de fuerza, las coyunturas económicas, las tácticas de los partidos, etc.) o más bien a un tipo de política estéril donde la “estrategia” reside en confiar que, finalmente, la historia cumplirá, quién sabe cómo y cuándo, lo que está escrito “en letras de molde” en un programa.
La estrategia del POR- Lora consistió en sostener retóricamente una política de presión externa sobre el nacionalismo. Frente a los “usurpadores del poder” pequeño burgueses del MNR, que engañaban a las masas con su demagogia nacionalista, el POR se la pasó agitando sindicalmente hasta que, por obra de las condiciones objetivas suceda el desengaño colectivo y “las masas superen al MNR”. Esta estrategia política está basada a su vez en una táctica completamente empírica y anclada en un sindicalismo que convoca incansablemente a la confrontación directa con el Estado, creyendo que entre la lucha salarial y el socialismo hay una línea recta.
René Zavaleta y el poder dual
En lo concerniente a René Zavaleta, Molina centra su atención en uno de los textos iniciales de la etapa marxista del famoso intelectual orureño, cuya temática central es el Poder dual. Hay en el escrito un cierto esfuerzo de Zavaleta por tratar de captar la manifestación peculiar, histórica y única de dos procesos revolucionarios del país: la revolución del 52 y la asamblea popular del 71. En ambos casos se desarrollaron formas embrionarias de dualidad de poder entre los órganos de la clase obrera y los del Estado “oficial” de contenido capitalista. No obstante las intenciones, este texto de Zavaleta resbala con demasiada facilidad en una lectura apegada a la letra de su selección a la carta de citas doctrinales de Lenin y otros.
Como bien apunta Molina, Zavaleta incurre en el mismo tipo de error que Lora al responder a la pregunta de por qué la revolución realizada por obreros y campesinos terminó en manos de un partido de clase media con estrategia política limitada a construir un estado capitalista. La respuesta de Zavaleta es “porque no había partido revolucionario”. De la misma forma, a la pregunta de por qué la clase obrera boliviana de la revolución de abril no pudo superar el nacionalismo como proyecto burgués fue porque el proletariado no tenía conciencia socialista. En ambos casos, la respuesta es tautológica. Y si bien tiene razón Molina al detectar un racionalismo vulgar en este tipo de razonamientos de Zavaleta, se equivoca al identificar la huella de Gramsci en ellos. De hecho, la concepción del marxista italiano respecto a la hegemonía es todo menos aquella basada en el partido “educador”, parecida a un acarreador ilustrado de “conciencia” a las clases populares, la dialéctica entre “guerra de posiciones” y “guerra de maniobra” en Gramsci superan con creces una mirada tan reductiva [4].
Aunque el ensayo se detenga exclusivamente en valorar los aportes de estos tres importantes intelectuales bolivianos en lo referente a su marco de actuación histórica, la revolución de abril de mediados de siglo XX, es un intento productivo para pensar problemas que, si se los enuncia adecuadamente, se relieva su actualidad para discurrir, por ejemplo, sobre un “proceso de cambio” en el siglo XXI constantemente amenazado por la frustración de sus propósitos.
Notas
[1] Trotsky, La revolución permanente. Citado en Molina, p. 64
[2] Ayala, E. (1956) ¿Qué es la revolución boliviana?, La Paz, p. 59
[3] Lora, G. (1996) La revolución boliviana. Análisis crítico. En Obras Completas, Tomo XIV. La Paz: ediciones Masas.
[4] Para un productivo tratamiento de esta y otras cuestiones de Gramsci, recomendamos el muy interesante ensayo de Juan Dal Maso (2016), El marxismo de Gramsci. Notas de lectura sobre los Cuadernos de la cárcel. Buenos Aires: Ediciones IPS.
[1] Trotsky, La revolución permanente. Citado en Molina, p. 64
[2] Ayala, E. (1956) ¿Qué es la revolución boliviana?, La Paz, p. 59
[3] Lora, G. (1996) La revolución boliviana. Análisis crítico. En Obras Completas, Tomo XIV. La Paz: ediciones Masas.
[4] Para un productivo tratamiento de esta y otras cuestiones de Gramsci, recomendamos el muy interesante ensayo de Juan Dal Maso (2016), El marxismo de Gramsci. Notas de lectura sobre los Cuadernos de la cárcel. Buenos Aires: Ediciones IPS.