El cese del fuego en Gaza refleja la tensión entre las presiones internacionales y las contradicciones internas del gobierno de Netanyahu, que enfrenta una crisis política tras el fracaso de sus objetivos bélicos. Mientras las masas palestinas celebran una victoria moral frente al genocidio, la ocupación colonial continúa con nuevos ataques en Cisjordania y la persistente resistencia al régimen de apartheid.
El cese del fuego en Gaza acaba de cumplir una semana de las seis que comprende la primera fase del acuerdo suscrito por Israel y Hamas en Doha, Qatar. En este primer tramo que se inició el 19 de enero y durará aproximadamente hasta el 2 de marzo, la clave es el canje de rehenes vivos en manos de Hamas por prisioneros (a su modo también rehenes) palestinos que se pudren en las cárceles israelíes, a razón de 30 palestinos/as por cada rehén civil y 50 por cada rehén militar, en promedio. En el segundo tramo, además de continuar el canje, Israel debería retirarse completamente de la Franja de Gaza, lo que incluye el corredor de Filadelfia en la frontera entre Gaza y Egipto. En la última etapa supuestamente se negociaría el estatus final de Gaza, en particular el rol de Hamas, que de mantenerse esta realidad en el terreno bregará por su continuidad en el control de la Franja, lo que es inaceptable para Netanyahu. A decir verdad, nadie se anima a apostar que se sostenga más allá de la primera fase, que con todas las contradicciones del caso, es la más “amigable” para el gobierno del presidente israelí, teniendo en cuenta las concesiones que implicarían las siguientes. Para muestra, basta con ver la escalada israelí en Cisjordania en plena vigencia del cese del fuego en Gaza, lo que no impide las estruendosas celebraciones populares por la libración de los prisioneros.
La situación está abierta, la tregua es frágil y hay varios escenarios posibles
La dinámica del cese del fuego y sus consecuencias tienen dimensión regional e internacional. Por eso está monitoreado por sus principales negociadores –Estados Unidos, Egipto y Qatar. El timing del acuerdo, que entró en vigor un día antes de la asunción de Donald Trump, no es fruto de la casualidad sino que se debe a que es funcional a la política de la Casa Blanca de desarticular la dinámica de guerra regional en curso para avanzar en la normalización de las relaciones entre Israel y Arabia Saudita y aislar a Irán, lo que constituía el núcleo de los acuerdos de Abraham. En su versión original, los acuerdos de Abraham impulsados por Trump en su primer mandato, y que Biden continuó, dejaban completamente afuera de la “normalización” la cuestión palestina, algo imposible de sostener hoy por la monarquía saudita, luego del genocidio en Gaza. Por eso ha condicionado la negociación a que vuelva a estar sobre la mesa alguna versión degradada de un seudo estado palestino, rechazado de plano por Netanyahu y la extrema derecha sionista.
La geopolítica regional está conmocionada. Israel debilitó a Irán y su sistema de alianzas (el “eje de la resistencia"), a lo que se suma la caída de Bashar al Assad en Siria, un aliado muy importante del régimen de los ayatolas. La caída de Assad y la llegada al poder de milicias islamistas apoyadas por Erdogan, le abrió una oportunidad a Turquía para avanzar en su posicionamiento como potencia regional. A pesar de esta situación difícil en que se encuentra el régimen iraní, sería un grave error darlo por muerto. Las señales son ambiguas: ante la inminente vuelta de Trump, Irán reafirmó su vocación negociadora y a la vez reforzó su alianza con Rusia y se sumó a los BRICS preparándose para resistir una eventual nueva ronda de sanciones y ataques militares focalizados en sus instalaciones nucleares.
En este marco, la alianza estratégica entre Estados Unidos e Israel es una cuestión de estado. Biden la ha mantenido sin matices, bancando el genocidio en Gaza, aunque sin dudas Trump sintoniza mejor con Netanyahu y la extrema derecha sionista, los colonos y los ultras religiosos. De hecho una de las primeras medidas del segundo gobierno de Trump, fue revocar las sanciones a los colonos que habían atacado violentamente a la población palestina en Cisjordania. Y el conjunto de los funcionarios y enviados del gobierno norteamericano al Medio Oriente son proisraelíes rabiosos, que sostienen la reivindicación “bíblica” de Israel a reclamar el territorio palestino. Sin embargo, Trump no parecería estar dispuesto a que Estados Unidos sea arrastrado por Israel a una guerra con Irán. Aunque no está claro cuál será su política hacia el régimen de los ayatolas, el antecedente de su mandato anterior fue recurrir a la “máxima presión” (sanciones recargadas) para lidiar con sus ambiciones nucleares, y lanzar ataques puntuales como el asesinato del general Q. Suleimani.
En síntesis, el destino del acuerdo no depende solo de Tel Aviv, sino que está inscripto en esta compleja dinámica geopolítica, y más en general, en la orientación que tendrá la administración Trump para poner a “Estados Unidos primero” y ordenar las prioridades en función de la disputa con China.
Como plantea J. Mearsheimer, partidario del “realismo ofensivo” como política exterior del imperialismo norteamericano, en lo inmediato, y desde el punto de vista objetivo, el acuerdo significa una derrota para Netanyahu y su coalición de extrema derecha, que el propio gobierno israelí admite -aunque no lo diga- al haber suscripto el cese del fuego. Después de 15 meses de bombardeo y genocidio, Bibi no consiguió ninguno de los dos objetivos centrales que se había propuesto: la “victoria total” sobre Hamas, es decir su completa destrucción, y la recuperación de los rehenes por medios militares.
Las dos entregas de rehenes fueron cuidadosamente escenificadas por Hamas. En la primera, miles de combatientes de las brigadas Al Qassam resurgieron de los túneles con sus uniformes y armas automáticas, circulando en modernas camionetas blancas, en medio de una multitud que los rodeaba en tono celebratorio. En la segunda, las cuatro rehenes militares liberadas en Gaza aparecen acompañadas por efectivos de Hamas, con banderas palestinas y consignas en inglés y árabe que resaltan el “triunfo”. El mensaje para Israel, para las monarquías árabes, para “occidente” y el mundo es que Hamas no solo sobrevivió sino que conserva elementos de organización estatal y mantiene el control de Gaza.
El ejército israelí obtuvo victorias tácticas importantes que le han permitido debilitar a Irán y su “eje de la resistencia”, en particular Hezbollah, y degradar hasta cierto punto la capacidad de Hamas, aunque aún está por verse cuánto (el ex secretario de Estado de Biden, Antony Blinken, sostuvo que los nuevos reclutas de Hamas ya superaban las bajas sufridas). Pero sin una estrategia clara no hay victoria posible, incluso para la maquinaria de guerra más sofisticada y todopoderosa como la de Israel, que no solo cuenta con el armamento de Estados Unidos sino también con la colaboración de las empresas tecnológicas, como Microsoft, y la IA para llevar adelante el genocidio en Gaza. Efectivamente, el principal problema de Israel es estratégico. El objetivo de “erradicar a Hamas”, nunca fue realista. No solo porque es una organización que se nutre de la resistencia palestina a la ocupación, sino también porque en el intento probablemente habrían muerto la totalidad de los rehenes, algo inaceptable para la población israelí. Y las opciones de los ultras religiosos y colonos que oscilan entre la “solución final” (limpieza étnica de la población palestina de Gaza y Cisjordania) y la reocupación militar y recolonización del norte de Gaza mostraron que por ahora están por fuera de la relación de fuerzas. Con todas las diferencias del caso, es lo que le sucedió al propio Estados Unidos en las guerras de Irak y Afganistán.
A fines de la década de 1960, Henry Kissinger, entonces asesor de seguridad nacional de Richard Nixon, refiriéndose a la difícil situación del imperialismo norteamericano en la guerra de Vietnam dijo que en una guerra asimétrica, el “ejército regular”, es decir, el lado fuerte, pierde si no puede ganar, mientras que las fuerzas irregulares ganan si sobreviven. Esta constatación sencilla parece explicar hoy la situación de Israel: tiró toneladas de bombas, eliminó a la cúpula de Hamas, perpetró un genocidio contra el pueblo palestino en Gaza, pero no pudo ganar.
Difícilmente este revés para Netanyahu pase sin consecuencias. Empezando por la crisis política de su propio gobierno, que hoy pende de un hilo. Uno de sus socios de extrema derecha, Poder Judío, del ex ministro de Seguridad Nacional Itamar Ben-Gvir, se retiró del gobierno, mientras que el ministro de finanzas, Bezalel Smotrich (Sionismo Religioso) aceptó por ahora canjear Gaza por la ofensiva en Cisjordania, y condicionó su permanencia a que Netanyahu reanude la guerra una vez concluida la primera etapa del acuerdo. Aunque esta es una dinámica probable, plantea varias contradicciones. En el plano interno, para Netanyahu romper el acuerdo significaría abandonar a las decenas de rehenes que deberían ser liberados en la segunda fase del cese del fuego, lo que sin dudas provocaría movilizaciones de masas exigiendo su renuncia. Además de que, según las últimas encuestas, entre un 60 y un 70% de la población apoya el fin de la guerra. En el plano externo, tendría que contar con el aval de Trump para reanudar la guerra, lo que por ahora no parece sintonizar con los intereses de la Casa Blanca.
Los motivos que llevaron a Netanyahu a aceptar el mismo acuerdo que rechazó en los últimos ocho meses, a pesar de los esfuerzos infructuosos de Joe “Genocide” Biden, probablemente haya que buscarlos en la combinación entre la situación interna y las presiones internacionales.
Según un análisis publicado en la revista +972, la presión de Trump jugó su parte –el mandato explícito era que hubiera tregua el día de la inauguración de su presidencia, el 20 de enero-, pero también pesó en la decisión el cálculo de Netanyahu de era menos ruinoso firmar el acuerdo, al menos para ganar tiempo.
Una serie de factores configuran una situación doméstica crítica para el gobierno de Netanyahu
A pesar de la inestimable financiación norteamericana la guerra hizo un agujero en la economía israelí: la deuda trepó al 69% del PBI, 9 puntos en solo un año, por lo que por primera vez en la historia la calificadora de riesgo Moody’s bajó la calificación crediticia de Israel. Además, la guerra afectó seriamente al sector high tech, una de las ramas más dinámicas de la economía.
Si bien el ataque de Hamas del 7 de octubre profundizó un giro a derecha de la sociedad israelí y abroqueló una unidad nacional reaccionaria, a poco de iniciada la guerra en Gaza, una mayoría creciente pasó a apoyar la demanda de cese del fuego y negociación de los familiares de los rehenes para lograr su liberación. Aunque este movimiento tuvo altos y bajos en su capacidad de convocatoria y movilización –recordemos que durante 15 meses se hicieron manifestaciones semanales- expresaba claramente la posición mayoritaria que rechazaba la “guerra permanente” de Netanyahu y sus socios de la extrema derecha religiosa y de los colonos. El interés de Netanyahu en mantener la guerra estaba ligado casi directamente a mantenerse en el gobierno, lo que a su vez le garantiza su libertad personal, seriamente comprometida por casos de corrupción.
Esto derivó en una situación inédita de crítica y oposición abierta mientras el Estado de Israel está librando una guerra. No por pacifismo ni por empatía con el pueblo palestino, dado que el giro a la derecha es profundo y ha llevado a que un 62% de los israelíes considere que “no hay inocentes en Gaza”, sino porque el precio de la “guerra total” era la vida de los rehenes.
La fatiga de la guerra se empezó a sentir fuerte en las filas del ejército, entrenado fundamentalmente para guerras cortas. Además, Israel se sobreextendió militarmente abriendo varios frentes simultáneos: Gaza, Cisjordania, Líbano, Siria, Irak, y un conato de guerra con Irán. Aunque la disparidad entre las bajas palestinas y las israelíes es sideral, 400 soldados contra quizás más de cien mil palestinos- para los estándares del Estado sionista es un número alto. Un hecho no menor es que en la semana previa al cese del fuego cayeron 15 soldados israelíes en el norte de Gaza, una zona peinada y ocupada por las Fuerzas de Defensa Israelí (FDI). En los últimos meses esto se reflejó en la falta de voluntad de los reservistas de reincorporarse al combate (la caída es de entre 15 y 25%, con picos de 60% de rechazo). Y sobre todo en la crisis abierta entre el gobierno y los jefes de las fuerzas de defensa y el servicio de seguridad (el temible Shin Bet) que consideraban por fuera de toda realidad el objetivo de “victoria total”.
Esta crisis terminó con la renuncia del jefe del Estado Mayor israelí, el general H. Halevi, que tiene una fuerte motivación política, ya que responde a la demanda de recambio de la dirección militar por parte de los partidos de extrema derecha. Además está relacionado con la promesa de sostener la exención del servicio militar de los religiosos ortodoxos que Bibi garantizaría a cambio de que le voten el presupuesto.
Por último, pero no menos importante, el genocidio en Gaza dañó profundamente la imagen del Estado de Israel y aumentó su aislamiento internacional, en muchos casos apoyado en soledad por Estados Unidos y el gobierno de Javier Milei, sirviente declarado del sionismo. La transmisión en vivo y en directo de la masacre en Gaza volcó a la opinión pública mayoritariamente en contra del Estado sionista y sus cómplices, empezando por el gobierno norteamericano. Como parte de esta deslegitimación, la Corte Internacional de Justicia admitió la acusación de genocidio presentada por Sudáfrica contra Israel. Y la Corte Penal Internacional emitió órdenes de arresto contra Netanyahu y su exministro de defensa, Y. Galant, por crímenes de guerra en Gaza.
La brutal masacre del Estado de Israel en Gaza y la complicidad de los gobiernos occidentales con el genocidio llevaron al surgimiento de un movimiento juvenil de solidaridad con el pueblo palestino, que protagonizó movilizaciones masivas y ocupaciones de campus universitarios en Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia, Alemania y otros países. Como parte de este fenómeno, han surgido organizaciones de jóvenes judíos antisionistas que toman como propia la lucha del pueblo palestino. Se trata de un proceso profundo. Muchos lo comparan con el movimiento contra la guerra en Vietnam, en particular por el desarrollo de elementos antiimperialistas, y que sin dudas también actuó como presión para el cese del fuego.
Este movimiento enfrentó y aún enfrenta una dura represión y persecución por parte de los estados imperialistas, con falsas acusaciones de “antisemitismo” por exponer los crímenes coloniales del Estado de Israel. En Francia, dos compañeros de Révolution Permanente, entre ellos Anasse Kazib, que es uno de sus referentes públicos, serán sometidos a juicio solo por denunciar la opresión israelí. En Argentina también son perseguidos referentes del Frente de Izquierda y de los Trabajadores Unidad, entre ellos Alejandro Bodart del MST, que fue condenado recientemente.
Luego de 470 días en el infierno, decenas o cientos de miles de palestinos están retornando a Gaza como huyeron: a pie, en carros traccionados por burros, en camiones y vehículos destartalados, con lo puesto. Pero esta vez celebran que al menos temporariamente han cesado los bombardeos. Son conscientes de que sus casas, sus escuelas, sus hospitales, sus universidades, sus comercios, sus redes de agua, su infraestructura ya no existen. Que Netanyahu y su coalición de extrema derecha han avanzado lo más posible en transformar a Gaza de una prisión a cielo abierto, en una tierra arrasada donde la vida sea prácticamente imposible. Sin embargo, no ha triunfado la línea de expulsarlos para huir de la catástrofe y el hambre, uno de los objetivos explícitos del gobierno israelí por el que entre otras cosas está acusado de actos genocidas.
La destrucción y el genocidio perpetrado por el Estado de Israel, con la complicidad de Estados Unidos y las potencias europeas, no han podido quebrar su voluntad de resistencia frente a la colonización. Por eso, a pesar del altísimo costo en vidas humanas -47.000 muertos según cifras oficiales, y hasta 180.000 según estimaciones de The Lancet-, el acuerdo se vivió como una victoria moral para las masas palestinas.
El cese del fuego no significa el fin de la guerra ni de la ocupación colonial, aunque pone de relieve la crisis estratégica del sionismo. Como plantea el historiador Ilan Pappé, antes de la guerra en Gaza el Estado de Israel venía ejecutando un “genocidio incremental” contra el pueblo palestino para sostener el régimen de apartheid. Ese genocidio en cuotas dio un salto con la guerra. La operación “Muro de hierro” que está llevando adelante el ejército israelí en Cisjordania, con la complicidad de la Autoridad Palestina, se suma a los ataques brutales de los colonos fachos, que buscan ocupar y eventualmente anexar la mayor parte del territorio palestino. Cisjordania fue un teatro de operaciones secundario durante los 15 meses de la guerra en Gaza, pero hoy está en la mira de Netanyahu, que busca de esta manera darles una “compensación” a sus socios de extrema derecha por la tregua en Gaza. Uno de los blancos de este ataque es la ciudad de Jenin, que tiene una larga tradición de resistencia que se remonta a la revuelta árabe de la década de 1930 contra la opresión colonial británica y en los últimos años viene siendo uno de los centros de radicalización de nuevas generaciones. Ante la traición escandalosa de la Autoridad Palestina, que pasó a ser directamente un destacamento policial al servicio de Israel, algunos se han sumado a las filas de Hamas o Jihad Islámica, pero muchos otros se organizan en brigadas independientes.
Como socialistas revolucionarios defendemos la resistencia palestina frente a la opresión colonial y reivindicamos su derecho a la autodeterminación nacional. Defendemos a sus organizaciones frente al Estado sionista pero no compartimos la estrategia de Hamas que busca establecer un Estado islamista negociando con las reaccionarias monarquías árabes o regímenes opresores como el iraní, y mantiene un férreo control social impidiendo la organización democrática de la resistencia palestina.
Para derrotar la opresión colonial del genocida Estado de Israel y sus cómplices imperialistas es necesaria la mayor unidad de las masas palestinas y los trabajadores y sectores oprimidos del Medio Oriente, con el movimiento de solidaridad con el pueblo palestino en los países centrales, que enfrentan a sus propios gobiernos. Para terminar con la opresión del pueblo palestino es necesario desmontar el andamiaje colonial del estado sionista y luchar por una Palestina laica, obrera y socialista en todo el territorio histórico, única garantía para la convivencia pacífica de árabes y judíos, en el camino de conquistar una federación socialista en Medio Oriente.
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