A propósito de Así se murió en Chile. Reformismo y revolución en la trágica experiencia de la Unidad Popular de Liborio Justo.
El libro de Liborio Justo [1] analiza el gobierno de la Unidad Popular (UP) en Chile desde la victoria de Salvador Allende en las elecciones de 1970 hasta el sangriento golpe del 11 de setiembre de 1973. Testimonio del principal proceso revolucionario sudamericano de esa década en Sudamérica, y de reciente aparición, constituye un valioso aporte para conocer de primera mano a uno de los escritores marxistas latinoamericanos más prolíficos, y uno de los más agudos propagandistas de la “liberación nacional” de los países oprimidos por el imperialismo en estas latitudes.
Apelando a una profusa cita de diarios y revistas militantes y de la prensa burguesa de la época, Justo prolonga hacia el lector los acontecimientos que marcaron la “tragedia del proletariado chileno”. Tiene el mérito de hacerlo a través recrear el hilo de debates entre “reforma o revolución” que los configuraron, recurriendo también a diversas publicaciones políticas y académicas europeas y norteamericanas contemporáneas, evidenciando la inmediata trascendencia que tuvo la llamada “vía chilena al socialismo” a nivel mundial.
A lo largo del libro va a dar cuenta del impacto que tuvieron en Latinoamérica la penetración del imperialismo norteamericano, las esperanzas que generó la Revolución rusa y las consecuencias de su posterior burocratización, así como las de la crisis del 30. Luego pasa a poner el acento en un punto nodal para su interpretación: la “coexistencia pacífica” entre el imperialismo y la URSS posterior a la Segunda Guerra. Y termina situando el ascenso de la Unidad Popular (UP) al gobierno en el contexto de radicalización política existente en la década que siguió a la Revolución cubana, lo que ocasionó una fuerte disrupción en aquel marco estratégico.
Su pluma recupera la clave en que estos acontecimientos fueron leídos y traducidos por los partidos y tendencias políticas, recreando los debates sobre estrategia. Frente a las luchas que empujan los actores, las tensiones (y torsiones) en sus discursos, la voz de Justo apunta una crítica desde una posición revolucionaria al PC moscovita, “columna vertebral de la UP” por su peso en el movimiento obrero, y sobre el que el “compañero Presidente”Allende se recostó. Constituye asimismo un intento (aunque menos exitoso) por distanciarse del “ala izquierda” de la UP encabezada por el Partido Socialista del propio Allende, con una tendencia más antiyanqui que personificaba el senador Altamirano, y que al calor del proceso tendió a coincidir con quienes, como el MIR, desde fuera del gobierno adoptaron una línea de “apoyo crítico” buscando presionarlo.
En sintonía con las reflexiones de su Bolivia: la revolución derrotada, donde hace una lectura original del nacimiento de la Central Obrera Boliviana (COB) de las entrañas de la revolución de 1952, “la primer revolución proletaria” del continente Latinoamericano, Justo define el inicio del proceso revolucionario en Chile no con la llegada al gobierno de la UP, sino con el surgimiento de los Cordones industriales durante “la batalla de octubre” de 1972, que serían expresión de un poder de otra clase. Conocedor de la “teoría del desarrollo desigual y combinado” expuesta en la Historia de la Revolución rusa de León Trotsky, Justo prosigue su reflexión alrededor de las tendencias a la emergencia de organismos soviéticos como instituciones de doble poder, base para otro tipo de Estado.
Pese a su temprano y paradójico distanciamiento de las filas de la militancia en la Cuarta Internacional en los primeros años de la década del 40 y la crítica al apoyo que Trotsky le diera a las nacionalizaciones del General Cárdenas (y que luego llevaría a una espectacular ruptura), sostenemos que al no renunciar al corpus teórico del trotskismo del que utiliza originalmente sus herramientas conceptuales, los análisis presentes en estas páginas recrean la atmósfera de los debates entre los trabajadores, el campesinado y la juventud, y logran trasmitir con una fuerza comparable a la de las imágenes de La batalla de Chile, dePatricio Guzmán, aunque desde una óptica crítica de los límites de los partidos de la UP.
Pero al hacerlo alejado de la militancia política activa, Justo no va a intentar resolver cuál sería la articulación política para que sectores de la clase obrera avanzaran en el desarrollo de sus posiciones en el movimiento obrero para llevar a la clase trabajadora y el pueblo a la conquista del poder, por lo que su crítica termina reducida a la de mero observador de aquellos dramáticos acontecimientos. Aunque sería injusto apuntar solo en Liborio Justo esta debilidad, cuando la misma es compartida con las propias organizaciones que se reclamaban de la Cuarta Internacional.
Sueño con serpientes
El recorrido de Justo da cuenta del ingreso de Chile al mercado mundial casi desde su origen como un país exportador de materias primas y señala la “Guerra del Pacífico” de 1879 como la “entrada en escena directa del imperialismo inglés” para asegurarse el control del salitre. Ya desde antes de la Primera Guerra va a desarrollarse la competencia con el capital norteamericano, cuyas inversiones van a penetrar para la explotación minera del cobre y el salitre, lo que llevará a que desde mediados de la década de 1920 “pasa a tener después de Cuba las mayores inversiones yanquis” tanto en compañías eléctricas como telecomunicaciones, entregando así las riquezas y el control de la economía del país a los Estados Unidos. Durante la década de 1930 el capital norteamericano se concentrará en el sector manufacturero, promoviendo una industrialización y urbanización acelerados, con importantes consecuencias a nivel de las transformaciones sociales y la emergencia de nuevos actores e instituciones.
Si desde su nacimiento el “problema campesino fue siempre agudísimo en Chile” por la importancia de su población rural hasta la segunda mitad del siglo XX, imprimiendo un sello particular a las luchas sociales, el Frente Popular que conquistó el gobierno en 1938 (una combinación del PC y el PS con partidos burgueses) tuvo el límite de no solo no impulsar la reforma agraria prometida, sino que incluso prohibió los intentos de sindicalización campesina evidenciando los intereses de clase que defendía. Esto dejará su huella en ambas formaciones, prosiguiendo desde entonces con la búsqueda del apoyo a sectores de la burguesía, llegando a sostener a gobiernos autoritarios que aplicarán leyes represivas hacia el movimiento obrero, lo que Justo señala como característica parlamentarista de esos partidos contrarias a las de su génesis. En 1953 surgirá la Central Única de Trabajadores (CUT), pilar desde el cual aquellos partidos, una vez legalizados, intentarán consolidar su influencia en el movimiento obrero; pero, fieles a su estrategia, sin modificar sus apuestas políticas. El “éxodo rural” de las décadas de 1940 y 1950 provocará una migración hacia las “poblaciones callampas” (luego “campamentos”) en la periferia de las principales ciudades, y desarrollará nuevos sectores del proletariado por fuera de la CUT, lo que permitirá que nuevos sectores de la izquierda logren importantes avances organizativos, por ejemplo el MIR.
La llegada al gobierno en 1964 de la Democracia Cristiana (DC) prometiendo “revolución en libertad”, y una “vía no capitalista de desarrollo” a través de un programa de reformas en sintonía con la Alianza Para el Progreso “a fin de facilitar la expansión de la industria con capitales yanquis […] y frenar o desviar hacia la oligarquía la protesta derivada de la mayor penetración y saqueo imperialista”, tuvo por fin impulsar el desarrollo de sectores medios urbanos y rurales para poner freno a la radicalización obrera y popular luego del triunfo de la revolución cubana. En esta misma clave, pero ahora con los partidos de izquierda al frente del gobierno, analizará “Quebracho” el programa de transformaciones que se propuso llevar adelante la UP, sobre todo con la creación del Área Social, donde se proponía englobar los sectores monopólicos e imperialistas para darle impulso a la economía nacional. Veremos que en adelante la pelea por el ingreso a esta va a marcar los ritmos del proceso revolucionario.
La culpa es de Fidel
Justo dice que la victoria de Salvador Allende en septiembre de 1970 tomó por sorpresa a la burguesía y el imperialismo norteamericano que se había esforzado previamente por evitar este escenario apelando a la unificación de los partidos burgueses frente a la amenaza del fantasma del comunismo. Rescata los documentos entre el presidente de la compañía norteamericana ITT y la oficina de míster Kissinger apuntando que tienen un “valor inestimable para mostrar cómo las grandes compañías imperialistas manejan al gobierno de Washington y disponen del poderío económico y militar de Estados Unidos en beneficio de sus intereses”.
Para “Quebracho”, si bien la posibilidad del triunfo expresaba el descontento con las variantes tradicionales de los partidos políticos, y despertó grandes expectativas populares reflejadas en los miles de Comités levantados por la UP, el mismo lograría asumir luego de la firma de las Garantías Constitucionales con la DC, marcando así la suerte de todo el proceso. La UP se comprometía a que su programa se llevara adelante “dentro de las normas y derechos democráticos que la Constitución establece” a cambio de sus votos en el Parlamento. Si bien conquistaba el Poder Ejecutivo con Allende, en el Parlamento y el resto de los poderes del Estado encontraría importantes obstáculos. Este compromiso era a su vez el reconocimiento a las FF. AA. como únicos cuerpos armados en Chile, fundamentada en una suerte de “particularidad chilena” de FF. AA. “profesionalistas” y “constitucionalistas” dotadas de una “conciencia patriótica”. Las iniciativas populares presentes actuarían entonces subordinadas a la “rosca parlamentaria” y a la búsqueda de “resquicios legales” y nunca podrían dirigir la orientación del gobierno, relación que se profundizaría en adelante.
Justo sugiere que el programa de la “vía pacífica al socialismo” se movía respetando los marcos permitidos por la “coexistencia pacífica”, y expresarían el abandono por parte del PC chileno de toda idea de revolución violenta y la implementación de la “vía parlamentaria y pacífica como forma de llegar al socialismo”. La visita de Fidel Castro entre noviembre y diciembre de 1971 utilizando todo su “prestigio y autoridad” para darle apoyo a la UP, señalando el “carácter revolucionario” de las transformaciones emprendidas y atacando las críticas que por izquierda le hacía el MIR, serían interpretadas por Justo como parte del mismo proceso.
La respuesta del imperialismo fue lo que Justo llama un bloqueo invisible, cortando todas las fuentes de ayuda o préstamos y embargando las cuentas chilenas en el exterior como demandaban las empresas imperialistas, en repudio del no pago de indemnizaciones por las nacionalizaciones efectuadas, medidas que después se profundizarían. Simultáneamente, ante el inicio de las primeras dificultades por las trabas parlamentarias a sus proyectos que generan desabastecimiento y el “mercado negro” e impulsan hacia arriba la inflación, Justo se detiene entonces en la polarización que se desarrollará en el seno de la UP frente a cómo responder, entre un sector reformista que sostenía congelar las transformaciones y “consolidar” lo obtenido y otro “polo socialista” que tenía como lema “avanzar sin transar” siguiendo el programa de la UP.
La batalla de Chile
Justo señala que en este contexto de tensiones vino a emerger en 1972 el verdadero proceso revolucionario chileno con tendencias a la participación popular por fuera de los márgenes legales a los que la ataba la UP. El impulso a un paro patronal en agosto de ese año con los dueños de camiones a la cabeza, apoyado por las principales cámaras patronales y gran parte del comercio minorista, con el aval de la DC y el apoyo financiero de la CIA, constituye para el autor “la batalla de octubre”, siendo así el “punto de inicio de la verdadera revolución chilena, acrecentando el embrionario poder popular que ya existía y que adquirió proporciones inusitadas y dando nacimiento al poder obrero”. Según su interpretación, desde la propia CUT se instaba a “garantizar con la movilización activa de sus trabajadores el funcionamiento normal del proceso de producción, evitar el paro que puedan intentar los patrones, impidiendo el cierre de las empresas que producen bienes de consumo popular”.
Esta movilización dio como resultado que se acentuara “el ejercicio de funciones de los organismos de base” como las Juntas de Abastecimiento y Precios (JAP), Comandos Campesinos, Juntas de Vecinos nacidos al calor del gobierno de la UP, junto a los cuales surgieron nuevos organismos que expresaban las tendencias radicalización en el movimiento obrero, los Cordones Industriales y los Comités de Vigilancia. En momentos que la CUT organizaba a 650.000 trabajadores de una masa obrera de 3,5 millones, los dirigentes de los Cordones alegaban que podían movilizar a un sector ajeno a ella, ampliaban su base porque “penetran en la base poblacional fuera de los establecimientos, aglutinando a sectores que se mantenían fuera de la lucha de clases conduciéndolos a una complementación e integración mucho más amplia que los sindicatos”, actuando así como “embriones de poder”, órganos de democracia de los trabajadores desde la base que coordinaban territorialmente a varias empresas de una misma zona junto con pobladores, desocupados y trabajadores agrícolas, cumpliendo así “tareas de producción, vigilancia y fiscalización de las industrias” y editando sus propias publicaciones. Las cientos de empresas tomadas y puestas a producir reclamaban entonces ser incorporadas al Área Social. En este proceso incluso se revocó el mandato de los representantes sindicales, siendo reemplazados por representantes más jóvenes de los mismos partidos de izquierda.
Justo denuncia que frente a esta situación, el PC primero actuó recostándose sobre las organizaciones oficiales del movimiento obrero y desconociendo la importancia de las expresiones de aquel “poder popular” emergente, al que calificaba de “fantasmagórico”, para luego al verse superado desde las bases pasar a intentar dividir y encorsetar la energía revolucionaria de las masas promoviendo la constitución de Cordones “paralelos” desde su lugar de dirección en la propia CUT. Simultáneamente, la respuesta del propio Allende al lock out patronal consistió la incorporación al gabinete ministerial de representantes de las FF. AA. hasta las elecciones parlamentarias de marzo de 1973, medida que fue apoyada en principio por el conjunto de los partidos de la UP. Pero en su lugar de “árbitros”, sus miembros presionaron para conseguir la devolución de cientos de empresas tomadas a sus patrones, y así avanzar en “desmantelar el andamiaje revolucionario montado por los trabajadores”, teniendo esto como consecuencia que “todos los medios de distribución en manos de las JAP fueron colocados ahora bajo el control del Ejército”. Las tendencias a la polarización dentro de la UP volvieron a recrudecer a partir de la resistencia de sectores de trabajadores a devolver las empresas. En esta negativa de sectores de la clase obrera a retroceder Justo señala el síntoma más destacado de las tendencias revolucionarias que se van a profundizar con el correr de los meses hasta dar un salto en junio de 1973.
Solo el MIR desde fuera de la UP enfrentó lo que llamó “la paz social de los patrones: ofensiva contrarrevolucionaria”, explicando que “en los momentos que se intensifica la lucha social, el avance de la clase obrera y las masas populares choca con una dirección política reformista”. Pero al no quitarle apoyo a la UP y seguir pretendiendo utilizar el gobierno como “palanca” para la conquista del poder, es señalado por Liborio como “ala extrema izquierda” de la misma, lo que lo lleva a “pasar por alto los Cordones Industriales” a los que el MIR consideraba limitados porque “agrupan solo a un sector de los trabajadores y se limitan a cumplir un papel que muy bien puede corresponder a una CUT provincial o departamental”, no viendo su potencial hegemónico (error que por pasajes pareciera cometer el propio Justo desde una visión obrerista), pasando a concentrar sus esfuerzos en el desarrollo de los Comandos Comunales como alternativa de “poder popular”.
El MIR criticaba a Allende por pretender actuar sobre los Comandos Comunales “anulándolos de todo contenido proletario al intentar convertirlos en instrumentos de lucha corporativa y de democratización del Estado”. La misma tesis era la que guiaba al PS, que al referirse a los Comandos decía que eran “organismos opuestos al poder burgués, no al gobierno, nacidos independientemente del gobierno, pero no contra el gobierno; surgen para ayudar el proceso revolucionario y el gobierno constituye hoy un elemento fundamental que impulsa ese proceso”.
Golpe gradual
El triunfo en las elecciones significó el reforzamiento de la posición del PC y el consecutivo ataque a los sectores que desde dentro de la UP acordaban con el MIR en sus cuestionamientos, pasando a sufrir una serie de “purgas” y depuraciones desde sus representantes en el gabinete de Allende. Simultáneamente, los Estados Unidos rompían las negociaciones respecto a la deuda externa y la burguesía sacaba la conclusión, luego de la derrota electoral, de que la alternativa que tenía en frente era un golpe militar, aunque desembocara en una “guerra civil”. Los militares abandonaron el gabinete no sin antes garantizarse la puesta en funcionamiento de la Ley de Control de Armas (denominada Ley maldita por la izquierda) aprobada por el Parlamento y que se consiguió con la “colaboración tácita” de la UP, otorgándole herramientas a las FF. AA. para requisar sindicatos y locales partidarios en busca de estas, mientras permitían la actuación de grupos de ultraderecha como Patria y Libertad.
El “tancazo” del 29 de junio de 1973, instigado por la organización “ultraterrorista” Patria y Libertad financiada por la CIA junto a un sector del Ejército a la cabeza, es el primer test para llevar adelante el golpe como forma de medir la respuesta del gobierno de las masas y el gobierno de la UP y marca para Justo el inicio de la “guerra civil”. A su vez, producirá como respuesta un grado de combatividad sin precedentes con la reaparición de los Cordones como centro desde donde manaban las directivas “para transformar en armas cuanto recurso podía ser usado en cada fábrica”, desde donde “se organizaron brigadas y se eligieron responsables, en tanto se daban instrucciones de carácter militar”. “El pueblo se manifestaba dispuesto a luchar con todos los medios en el enfrentamiento que ahora estaba ahí, ya sobre él”, dice Justo. A mediados de julio da un salto esta experiencia cuando se reunió en Santiago la Coordinadora de Cordones con representantes de los de la Capital.
Ante un clima marcado por el recrudecimiento de los atentados, movilizaciones y enfrentamientos callejeros, requisas de los Cordones, locales políticos y sindicales buscando armas por parte de las FF. AA., y frente al escenario de caos que se configuró desde fines de julio con un nuevo paro de los transportistas apoyado por comerciantes y profesionales, configurando lo que Justo llama de conjunto un “golpe gradual”, la respuesta de Allende repitió la búsqueda de acuerdos con la DC para ganar tiempo, y bregando por la conformación de un nuevo gabinete integrado por representantes de las FF. AA., cuestión en la que recién tuvo éxito recién a fines de agosto mientras el paro continuaba. Por su parte, simultáneamente se iniciaban los preparativos del golpe con las FF. AA. en “abierta beligerancia, tomando el control de ciudades enteras y patrullando las calles, practicando brutales allanamientos y prohibiendo manifestaciones y actos públicos” frente a lo cual empezaron a mostrarse fisuras en ellas, como muestra el siniestro episodio de torturas a quienes habían denunciado aquellos preparativos en la Marina; el gobierno dejó librados a su suerte a quienes lo apoyaban. Como dice en sus consideraciones finales, a esta altura el proletariado y estaba derrotado, y remarca el problema de la falta de un partido revolucionario que ante el proceso revolucionario desarrollado abiertamente se planteara la insurrección.
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Este libro aparece como una voz disonante en el clima de debate que se desarrolla cuarenta y cinco años después de la derrota de una supuesta “vía pacífica” al socialismo. Por un lado, se contrapone a las interpretaciones que se sirven de ella como inspiración para un supuesto “socialismo democrático” que embellece los avances populares conseguidos dentro de la UP, llegando al ridículo de abstraer al imperialismo de la explicación de los límites que encontró para resolver sus problemas más acuciantes, así como su “trágico desenlace”. Asimismo, se diferencia de las que la intentan reivindicar desde la perspectiva la construcción de un “poder popular” como herramienta de presión sobre el Estado y la democracia capitalistas. Ambas interpretaciones coinciden en devaluar la profundidad y la violencia de la lucha de clases que tendió a radicalizarse luego de su llegada al gobierno, y renuncian a debates estratégicos todavía vigentes para resignarse a la gestión del poder burgués dentro de los márgenes del Estado capitalista. Y terminan así abrevando en la idea de que sin enfrentamientos violentos entre las clases los problemas más importantes para las masas pueden resolverse, obviando las enseñanzas de la experiencia chilena.
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