En IdZ Semanario venimos reflejando el fenómeno de los chalecos amarillos en Francia y los debates generados sobre su composición, objetivos y perspectivas políticas. Como parte de esas discusiones, publicamos aquí una de las entrevistas realizadas sobre el tema por Révolution Permanente a Stathis Kouvélakis, profesor de teoría política en el King´s College de Londres.
¿Cuál sería tu definición, a la vez sociológica y política, del movimiento de los Gilets Jaunes?
Los elementos disponibles provenientes de investigaciones sociológicas en curso confirman la percepción que podemos tener a través del contacto directo con los Gilets Jaunes (GJ), en la calle o en distintas acciones. El movimiento proviene mayoritariamente del “salariado de ejecución” [definición sociológica de las clases populares que ocupan las categorías más bajas del mundo del trabajo, N. de R.], obreros y empleados esencialmente de la pequeña y mediana empresa y de servicios personales, a los que se agrega un componente, minoritario pero significativo, de “independientes” (artesanos, pequeños patrones, el sector más bajo de las profesiones liberales, etc.), próximos a las capas asalariadas a la vez social y espacialmente. Se trata por lo tanto mayoritariamente de sectores de los que podemos decir que pertenecen “objetivamente” a la clase obrera, al “salariado de ejecución”, de cuello azul o cuello blanco. Pero, ¡atención! La composición sociológica objetiva es una cosa, el discurso y el tipo de prácticas en las cuales el actor en cuestión se reconoce, y por medio de las cuales se construye –lo que en lenguaje marxista habitual llamamos “la consciencia”– es otra. Los GJ no se definen en absoluto como los trabajadores/as o los explotados/as, sino como “ciudadanos”, “gente”, como el “pueblo”, y, ante todo quizás, como “franceses”. Los símbolos unificadores del movimiento se refieren exclusivamente a la nación (bandera tricolor, Marsellesa) e ignoran todo lo que hace referencia al movimiento obrero y a la tradición de las luchas sociales.
Una de las razones reside en la heterogeneidad social del movimiento, debida principalmente a la presencia de los “independientes”, pero esta no es la única ni incluso la razón principal. Detrás de estas formas de subjetivación están las décadas de “sentido común” durante las cuales las clases populares han sido moldeadas por el discurso y los dispositivos materiales del neoliberalismo y por la difusión de temas identitarios, nacionalistas y racistas. Temas que están lejos de ser una prerrogativa de la extrema derecha solamente, ya que han sido cada vez más integrados y promovidos por el mainstream político. En cuanto al movimiento obrero y sindical, su debilitamiento extremo puede ser considerado como la causa eficiente de este proceso en su conjunto. Todo lo cual pone a las fuerzas de la izquierda sociales y políticas con una orientación de clase en una posición de gran debilidad y, a la inversa, favorece la posible capitalización del movimiento por la extrema derecha y, eventualmente, por nuevos actores surgidos de sectores del movimiento y situados en la órbita de un “populismo de derecha”, del tipo del Movimiento 5 Estrellas italiano.
En tu último texto “Gilets Jaunes, la urgencia del acto”, publicado en la revista Contretemps, subrayás que para vencer “el movimiento está condenado a reinventar la calle, a saber, encontrar las formas de estructuración, crear los espacios de deliberación y de coordinación, en síntesis, someterse a las leyes universales de una acción colectiva democrática”. ¿Se trata de una cuestión de estructuración únicamente, o también de la forma en que estas “formas de estructuración”, democráticas y auto-organizadas, sin duda, deberían ser instituidas por el movimiento obrero, en el sentido amplio del término?
Por las razones que evoqué, este movimiento se desarrolla en exterioridad al movimiento obrero e incluso en una relación de desconfianza, a decir verdad, de hostilidad, en relación con su expresión sindical, perfectamente recíproca de la otra parte. Por otro lado, la creencia ilimitada en las virtudes del “basismo”, bastante lógica en un movimiento que reagrupa esencialmente a novicios en materia de acción colectiva, combinada con el recurso casi exclusivo de las redes sociales como medio de comunicación y coordinación, hace cortocircuito en el necesario debate contradictorio y favorece la emergencia de formas carismáticas y plebiscitarias de liderazgo. Entonces, es indispensable que el movimiento se dote de espacios de auto-organización, los únicos que pueden asegurar su autonomía y su eficacia, e incluso, simplemente, su duración en el tiempo. Iniciativas como las de los GJ de Commercy, de Saint-Nazaire o de Rouen van en este sentido y es crucial que den resultados concretos. Si tienen éxito, entonces se podrá instrumentar una unión con el movimiento obrero, que respetará la autonomía de cada uno y cortará el paso a veleidades o sospechas de dilución o de recuperación.
Para que una perspectiva tal se concrete, hace falta sin embargo que el movimiento obrero, y en particular los sindicatos, proceda a una autocrítica en acto de su discurso, y, sobre todo, de sus prácticas. Los rituales burocráticos de acciones sindicales rutinarias han dado pruebas claras de su ineficacia y aparecen ya no como una pura pérdida de tiempo, sino como una provocación a los ojos de todos/as quienes quieren comprometerse en una verdadera lucha contra el curso actual de las cosas. La convergencia de luchas implica un reexamen profundo de estas modalidades de acción y de organización, pero también del orden y del tipo de reivindicaciones que levanta el sindicalismo. Este está llamado a reinventarse y mostrar en particular que puede tomar en cuenta las necesidades de los sectores superexplotados y atomizados de los asalariados que forman el grupo de las filas de los GJ y que escapan por el momento casi enteramente a su esfera de influencia.
¿En qué medida el movimiento de los GJ es la expresión de la crisis de las estructuras habituales de representación a la izquierda del tablero político? Si se define “ni de derecha, ni de izquierda”, ¿hay que concluir que está, al menos parcialmente, ligado a sectores de extrema derecha, o que se trataría de un “movimiento faccioso”, como pretende el Gobierno?
Seamos claros: esta es la primera vez en la historia de los movimientos sociales de este país que los sectores “de izquierda” se mezclan en un mismo movimiento con los de extrema derecha. Estos abarcan a la vez elementos organizados, muy minoritarios y, sobre todo, los que podemos designar como la base popular del lepenismo, que se encuentra esencialmente en los sectores sociales de los que surgen los GJ. El problema principal no es tanto la presencia de elementos organizados, incluso y hay que estar muy atentos respecto de derivas como las del Servicio de Orden de la marcha parisina en el acto X [el 19 de enero; también se produjeron nuevas agresiones de activistas de extrema derecha en París contra militantes del Nuevo Partido Anticapitalista, el 26 de enero, N. de R.] pero sobre todo a la presencia difusa de temas nacionalistas y racistas entre los participantes no agrupados –y que por otro lado no se reconocen necesariamente en la extrema derecha. Hemos visto que aparecen en el seno del movimiento un antisemitismo bajo la forma “clásica” de “anticapitalismo de pacotille” (“Rothschild”, la “financia judía”) y un discurso anti-inmigrante, a veces virulento, que asume una forma complotista (principalmente sobre el “pacto de Marrakech”).
Todo esto debe ser combatido con la más extrema firmeza, a fortiori, cuando tales consignas emanan de individuos que se presentan a sí mismos como portavoces del movimiento. Actualmente hay una lucha, tanto al interior de los GJ como del conjunto de la sociedad francesa para saber en qué dirección se orientará la gran –y profundamente legítima– cólera popular. En esta lucha, las fuerzas que pretenden defender los intereses de los/as dominados/as y los/as explotados/as deben intervenir para señalar los verdaderos adversarios, las fuerzas responsables de las injusticias y las desigualdades: ciertamente no los “inmigrantes” o las diversas minorías estigmatizadas, ni una vaga “casta”, término que mete todo en la misma bolsa y lleva a todas las confusiones, sino el capital, la clase a la que, por detentar el poder económico, se subordinan los poderes político, mediático y cultural.
Hace falta entonces partir de las reivindicaciones más concretas, más inmediatas y trabajar sobre ellas para poner de manifiesto su contenido de clase. Algunos ejemplos: por el aumento de salarios, no por “aumentar el poder adquisitivo” reduciendo impuestos o cotizaciones de la seguridad social; por la justicia fiscal, y no “contra los impuestos”, exigiendo la supresión del CICE [beneficio para las empresas consistente en una baja de aportes patronales, N. de R.] –que le cuesta a las finanzas públicas diez veces más que el ISF [impuesto de solidaridad sobre la fortuna, N. de R.]– y del “impuesto fijo” y el retorno de los impuestos fuertes a las grandes empresas; por la justicia social, con el fin de la austeridad, por lo tanto, con más inversión en gasto público (en ruptura con las normas de los tratados europeos), pero orientado en favor de las verdaderas necesidades sociales y ecológicas (salud, educación, transporte público, ahorro de energía); por una verdadera ruptura democrática con el régimen de la Vª República, verdadera piedra angular de la hegemonía burguesa en este país, ruptura que implica la supresión del presidencialismo, una democratización profunda de las instituciones y la instauración de formas de control popular de la vida social y económica.
Un “programa de urgencia” como este, en torno de reivindicaciones “transitorias”, radicales, pero correspondientes a las necesidades inmediatas y formuladas en un lenguaje comprensible para la “mayoría social”, puede cimentar un bloque social capaz de oponerse de manera victoriosa a un poder autoritario, desacreditado, pero al mismo tiempo muy determinado a proseguir con su obra de destrucción.
(Publicada originalmente en RP Dimanche el 29/01/2019)
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