Hace 20 años fundamos la agrupación Pan y Rosas. Este aniversario es una excusa para recorrer algo de nuestra historia y la experiencia del feminismo socialista en el movimiento obrero. La pelea por los derechos de las trabajadoras es parte constitutiva de nuestra militancia. ¿Por qué impulsamos comisiones de mujeres? ¿Cuáles es su historia y cómo se transforma en política?
Celeste Murillo @rompe_teclas
Miércoles 21 de junio de 2023 09:35
De puente a laboratorio de emancipación
Las comisiones de mujeres atraviesan la historia de la clase trabajadora. Relacionadas con funciones vitales de “retaguardia” (cocina, cuidados, salud) e identificadas con tareas asociadas tradicionalmente al género femenino, las comisiones agrupaban a mujeres que tienen vínculos con trabajadores de una fábrica o taller (en general, mayoritariamente masculinos) durante huelgas o protestas.
Las comisiones podrían dividirse en dos grandes grupos. El primero: las comisiones que articulan la participación de las mujeres, cuya relación con la fuerza de trabajo es relativamente indirecta. El segundo, cuando las mujeres ingresan masivamente a la fuerza laboral y son mayoría en ramas estratégicas y las comisiones adquieren características y objetivos diferentes.
Si en principio funcionaron como un “polo de atracción” hacia las mujeres que estaban fuera del lugar de trabajo, actualmente juegan un rol unificador alrededor de reclamos y demandas de las propias trabajadoras. En ambos casos, la organización brinda la posibilidad de ingresar a la vida sindical y política y, a la vez, abre reflexiones sobre la lucha particular pero también sobre su lugar en la sociedad.
Mucho antes de que la crítica feminista impactara entre las trabajadoras, algunas organizaciones de izquierda (sobre todo de orientación trotskista) impulsaron esta política. Mucho antes de que aparecieran los debates acerca de la interseccionalidad, existieron en la práctica experiencias que abordaron la complejidad de la relación entre género y clase. Que no existiera entonces el lenguaje que hoy hablan los feminismos no debería ser un obstáculo para indagar en la experiencia transformadora que tuvo este tipo de organismos para las mujeres, dentro y fuera del lugar de trabajo. Una tradición que retomamos con Pan y Rosas.
Rastros históricos: de la cocina a la huelga
Las mujeres nunca necesitaron impulso para participar en grandes acontecimientos históricos. Sin embargo, las trabas para la participación política fueron identificadas por organizaciones como la IWW en Estados Unidos en huelgas como la de Lawrence en 1912 y Paterson en 1913. La huelga de Lawrence, conocida como la huelga del pan y las rosas (por la que nos llamamos Pan y Rosas), organizó guarderías, comedores, hasta reuniones políticas infantiles, todas iniciativas que buscaban remover los obstáculos que representaban las tareas del hogar –asignadas a las mujeres– para su participación.
Elizabeth Gurley Flynn, una de las dirigentes del comité de huelga, lo explicaba así: “la vieja actitud de los hombres de “amo y señor” era fuerte y al final del día de trabajo… o ahora de las tareas de la huelga… el hombre llegaba a la casa y se sentaba, mientras su esposa hacía todo el trabajo, preparar la comida, limpiar la casa. Hubo una oposición masculina considerable a que las mujeres vayan a las reuniones y marchen en los piquetes. Combatimos resueltamente estas nociones. Las mujeres querían luchar”.
Esta “ofrenda” a la socialización de las tareas domésticas presentó a las mujeres otra imagen de las huelgas, que hasta entonces se reducían para ellas a la soledad y la miseria del hogar, blanco de la presión y la desmoralización.
Dos comisiones relacionadas con huelgas industriales de la década de 1930 en Estados Unidos ofrecen ejemplos significativos de la participación femenina “desde afuera”: la huelga de Minneapolis en 1934 y la de Flint en 1936- 1937. En ambas, las comisiones fueron impulsadas por corrientes de izquierda.
Existieron experiencias previas pero lo distintivo de la política de organizaciones como la Liga Comunista de James P. Cannon (más tarde fundador del Socialist Worker Party) en los años 1930 fue el objetivo explícito de sumar a las mujeres, en principio, para enfrentar las influencias conservadoras entre las esposas y familias de los trabajadores.
Las comisiones serían una vía para convencer a otras mujeres de que ahí estaban sus aliados para pelear contra el sistema que producía las condiciones de vida miserables que administraban en sus casas. En esa idea se basa la propuesta de un militante en una asamblea 100 % masculina: “el objetivo era involucrar a las esposas, novias, hermanas y madres de los miembros del sindicato. En lugar de dejar que las dificultades económicas que enfrentarían en la huelga les corroyera la moral” (así lo cuenta Farrell Dobbs en Rebelión Teamster).
Así se crea la Ladies’ Auxiliary Brigade de Minneapolis. La propuesta no fue aprobada automáticamente, requirió discusión y finalmente fue votada. El desarrollo mostrará que el objetivo inicial sería superado y daría lugar a una experiencia más amplia, aunque no sin contradicciones. Uno de los límites fue la falta de autonomía de la comisión, que funcionaba bajo la tutela del sindicato. Aunque solo un sector de mujeres mantuvo su militancia, la experiencia se tradujo en conclusiones y una práctica política que se extenderá a otras huelgas.
Durante la misma oleada y como parte de esa tradición, se fundó la Women’s Auxiliary durante la huelga contra General Motors a fines de 1936 y comienzos de 1937. En el marco de la ocupación de las plantas, las mujeres formaron una comisión como parte del sindicato.
Aprovechando la inexistencia de un marco estatutario del nuevo sindicato automotriz UAW, la comisión se declaró autónoma. Su primera votación independiente fue no llamarse a sí mismas “damas” (ladies en inglés) sino “mujeres”. Esta decisión, alentada por su dirigente Genora Johnson Dollinger, fortaleció el carácter independiente y permitió ampliar el rango de actividades, incluida la autodefensa, que se convirtió en una característica distintiva de la comisión, que organizó la Brigada de Emergencia. A partir de esto, varias huelgas con mayoría de mujeres, acudían directamente a la comisión de mujeres, antes que al sindicato, para pedir apoyo.
Sin una crítica feminista explícita, existía una “transformación” del lugar de las mujeres como producto de su participación en la acción obrera. Como la propia Genora reconocería más tarde, el movimiento de mujeres estaba inmaduro, por lo tanto no existían discusiones sobre los roles de género, pero sí existía, en la acción, una ruptura con el rol doméstico, especialmente para las mujeres, que estaban lejos todavía de las primeras reflexiones feministas.
El feminismo, la izquierda y las trabajadoras
Durante los años 1970 y en plena segunda ola del feminismo, la presencia de las mujeres trabajadoras ya era un hecho que nadie discutía. No faltaron experiencias interesantes, sin embargo tuvieron un lugar relativamente marginal en las conclusiones de las corrientes hegemónicas , que culminaron la década consolidando una política de integración a las democracias neoliberales.
En Argentina, donde los círculos feministas eran pequeños, la participación de las mujeres en la huelga en 1975 de Acindar en Villa Constitución ofreció una experiencia valiosa. Aunque la comisión concentraba roles femeninos tradicionales, su participación permitió la relación directa entre las esposas de los obreros, trabajadoras de otras ramas y un trabajo político común con organizaciones de izquierda como el Partido Socialista de Trabajadores.
En un contexto en el que la mitad de la clase trabajadora son mujeres, las comisiones, lejos de ser obsoletas, mantienen un potencial emancipatorio. Si en la primera mitad del siglo XX se trataba de convencer a las mujeres de que la lucha contra sus padecimientos y que sus ansias de emancipación solo tenían un aliado en la clase trabajadora, hoy esa disputa se ha transformado.
Ideas transformadas en experiencias
Desde su surgimiento en 2003, la defensa de los derechos de las trabajadoras es parte constitutiva de Pan y Rosas. Pero no se limita a la difusión y apoyo de las luchas, significa también construir juntas ámbitos de militancia común y el impulso de debates al interior de las organizaciones compartidas con los varones como los sindicatos y las comisiones internas y agrupaciones sindicales.
Con la idea de que en el pasado había contraseñas que seguían siendo útiles para las luchas actuales, compartimos estas conclusiones con trabajadoras. En el marco del sindicalismo combativo, que comenzó en Argentina ese mismo 2003, experiencias como las de Pepsico, Kraft Foods y la ex Donnelley (hoy Madygraf) fueron ejemplos del potencial que habíamos visto en las comisiones de mujeres en diferentes momentos de la historia.
Las trabajadoras de la planta de Pepsico en la provincia de Buenos Aires empezaron a organizar algunas actividades alrededor del 8 de marzo y organizaron con Pan y Rosas su comisión de mujeres. Desde el 3 de junio de 2015, las obreras de Pepsico organizaron acciones en su lugar de trabajo, participaron de las marchas Ni Una Menos, asambleas y Encuentros Nacionales de Mujeres. Las marchas por justicia para Lucía Pérez en 2016 instalaron la idea del “paro de mujeres” para visibilizar la violencia machista. En 2017, las trabajadoras de Pepsico serían protagonistas del 8M con sus compañeros con la paralización de la fábrica desde el primer turno (uno de los poquísimos paros efectivos ese día).
En la planta Kraft Foods de la zona norte de Gran Buenos Aires, la comisión de mujeres surgió a partir del conflicto de 2009 por la gripe A; su particularidad fue que no era un organismo corporativo. Es decir, era una comisión que agrupaba a trabajadoras de la fábrica y mujeres de las familias de los trabajadores. La comisión, impulsada por sectores de la comisión interna y Pan y Rosas, sentó un precedente: no es necesario estar afiliada al sindicato (contra la división efectivas/contratadas) para defender tus derechos y las puertas están abiertas para todas las mujeres que quieran participar. La comisión fue clave en el conflicto y, a la vez, contra el prejuicio de que la organización independiente de las mujeres divide a los trabajadores, unificó la lucha en la fábrica.
Las mujeres que en 2009 formaron la comisión no se limitaron a una “agenda” sectorial, y eso se vio en su participación masiva en la huelga de 38 días. El legado volvió a verse en 2011, cuando una trabajadora fue acosada por un supervisor. Ante la denuncia de la trabajadora, el turno noche paralizó la producción:
Los compañeros varones mostraron una sensibilidad muy grande, siendo los impulsores, junto con la Comisión Interna, de esta medida de fuerza, con las compañeras que expresaban indignación y bronca, pero también la decisión de dejar sentado que esto acá no pasa más.
La acción no solo mostró rasgos clasistas (defender a las personas de nuestra clase), sino que mostró el potencial de la movilización unificada, más allá de los géneros, contra la violencia machista y el acoso laboral y sexual.
En 2011 surgió también la comisión de mujeres de la gráfica Donnelley (hoy gestionada por sus trabajadores y trabajadoras bajo el nombre Madygraf), con el apoyo de Pan y Rosas. Esta comisión, parecida en su forma a las comisiones donde las mujeres son “externas” a la fábrica por ser una empresa que solo empleaba varones, conjugó en su interior demandas y problemas propios de la clase obrera del siglo XXI. Y más adelante, incluyó a las mujeres a las producción, conservando la comisión como instancia organizativa. Ya como trabajadoras de Madygraf, la comisión construyó una juegoteca (instancia de cuidado socializado en el lugar de trabajo) y se incluyó por su iniciativa a las trabajadoras de cocina y juegoteca en el cuerpo de delegados y delegadas.
La comisión de mujeres expresó también las luchas de la comisión interna cuando los empresarios todavía dirigían la fábrica. En una fábrica 100% masculina, un grupo de delegados sindicales (algunos militantes o influenciados por organizaciones de izquierda como el Partido de Trabajadores Socialistas) hicieron suya la lucha por la identidad de género de una trabajadora trans. Al hacerlo, no solo se enfrentaron a la empresa, también implicó un debate sobre los prejuicios propios. Esta y otras luchas acumulan conclusiones y van dando forma a la práctica de la organización, que aportan un factor decisivo para soldar la unidad que sostiene la gestión obrera, a pesar de múltiples dificultades y discusiones.
Las conclusiones que hay que seguir escribiendo
Las comisiones alientan la organización de las mujeres cuando éstas se encuentran fuera del conflicto (en ramas mayoritariamente masculinas) y la inclusión de la “agenda de las mujeres” cuando se trata de lugares de trabajo compartidos con varones. Esto resulta, sobre todo, en el fortalecimiento de la ubicación hegemónica de la clase trabajadora.
A escala de fábricas o talleres, la respuesta colectiva con métodos de clase como es la huelga o la paralización de la producción a problemas sociales como la salud, el acoso sexual o la discriminación, que sufren mayoritariamente las mujeres y personas LGBT, es muestra de esa política.
A lo largo de la historia, la relación entre las luchas de la clase trabajadora y el movimiento feminista fue cambiando. Así como existieron debates y tensiones, también existieron alianzas que resultaron de personas y organizaciones que cuestionaron prejuicios y desnaturalizaron estereotipos. Las comisiones de mujeres son parte de esa tradición, que incluye debates al interior las organizaciones obreras y del movimiento feminista. No aceptamos que pelear contra la opresión divida la lucha de trabajadores y trabajadores, tampoco creemos que haya que aceptar prejuicios machistas u homofóbicos. Puede parecer un camino más complicado pero las conclusiones y las conquistas son mucho más poderosas.
Celeste Murillo
Columnista de cultura y géneros en el programa de radio El Círculo Rojo.