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Consideraciones sobre el marxismo “oriental”

Guillermo Iturbide

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Fotomontaje: Juan Atacho

Consideraciones sobre el marxismo “oriental”

Guillermo Iturbide

Ideas de Izquierda

En este semanario, el 14 de abril de este año, Nicolás Torino, a partir de una crítica a “¿En qué sentido vuelve y tiene que volver el marxismo?” de Juan Dal Maso (IdZ 45, diciembre de 2018), abrió un debate sobre la relación del marxismo actual y Asia, y en qué medida el primero incorpora en sus perspectivas estratégicas a ese continente, particularmente a China, y desarrollando una visión particular sobre un “marxismo asiático” y una posible estrategia diferenciada, retomando la vieja discusión sobre la división entre Oriente y Occidente [1]. Aquí vamos a desarrollar una respuesta a esos planteos.

En primer lugar, empecemos por un problema cierto que Nicolás plantea cerca del final de su artículo:

Hoy China e India contienen la mayor cantidad de obreros del mundo, casi todos concentrados en mega ciudades. En China en particular, la clase trabajadora ocupa mayoritariamente una pequeña franja del sureste del país […] Estos desarrollos han aumentado la importancia de Asia como “centro de gravedad”, sobre todo porque los trabajadores de esta región se han convertido en el gran motor del crecimiento económico mundial. Para el marxismo revolucionario en Occidente, esta situación presenta entonces la cada vez más imperiosa necesidad de empezar a pensar en concreto cual es la mejor manera de poder empezar a materializar una presencia en Asia que puede plantearse tanto como una alternativa para los regímenes existentes como de los partidos comunistas estalinistas o maoístas.

Esto es totalmente cierto, y se debe profundizar en el análisis del continente asiático y buscar las vías para estructurar el marxismo allí, para lo cual todos los recursos son bienvenidos. No obstante, con lo insuficiente que esto puede llegar a ser, habría que matizar por lo menos un poco la distancia entre lo que Nicolás llama “el marxismo occidental” y Asia, ya que se pueden encontrar elaboraciones sobre el tema, seguramente no con toda la asiduidad que desearíamos, tanto en La Izquierda Diario como Estrategia Internacional, así como en publicaciones marxistas de EE. UU. y Europa, como New Left Review, que Nicolás cita, y en algunos libros escritos por autores asiáticos. Nicolás plantea:

El marxismo en Occidente rara vez se pregunta por los sujetos que deberían hacer la revolución en Asia: ¿Qué sienten? ¿Qué piensan? ¿Cómo hacen política?, preguntas cuya respuesta es una condición básica para el desarrollo de una estrategia que incluya a este continente.

Este es otro punto atendible. A menudo es difícil llegar, desde aquí, a una evaluación de la “subjetividad”. La distancia que marca está atravesada por problemas reales, como ser la barrera idiomática, un poco más relativa en el caso de India, donde el inglés, más accesible para Occidente, es una de las 23 lenguas oficiales y es muy utilizado particularmente en internet, en la prensa, y en libros y publicaciones políticas y culturales, pero muy seria en cuanto a China y el sudeste asiático. En la izquierda argentina se encuentran todavía pocos investigadores, especialistas o militantes que conozcan el mandarín u otras lenguas claves de la región, como el coreano (quien escribe estas líneas tampoco se cuenta entre ellos). Pero, fundamentalmente, la principal barrera es el hermetismo ligado con el carácter fuertemente represivo de la mayoría de los regímenes: pensemos en Corea del Norte, el país más cerrado del mundo y con un régimen policial, o la misma República Popular China, con fuertes sindicatos “comunistas” donde la burocracia funciona directamente como un apéndice de un régimen dictatorial, donde muchas veces los intentos de establecer contactos dentro de ella o de fundar un núcleo marxista revolucionario se chocan con un brutal aparato represivo masivo que, a diferencia de regímenes opresivos como los de la propia China anterior a 1949, cuentan ahora con una gran sofisticación producto del desarrollo del espionaje informático en el país. En un pasaje, Nicolás señala: “… en la realidad el índice de aprobación del Partido [Comunista chino] ronda el 80 %, el doble que la mayoría de los regímenes occidentales”. El autor no señala la fuente de ese dato, pero resulta, por lo menos extraño: China es un país donde desde la propia Constitución, aunque formalmente se declara la existencia de un “sistema multipartidario”, en realidad se decreta allí mismo el rol dominante del PCCh y los únicos partidos oficialmente legales son muy pequeñas asociaciones aliadas al Partidos Comunista, del cual dependen y al que no pueden hacer otra cosa más que “consultarlo”, y que se presentan a elecciones mediante un sistema totalmente burocrático como parte de una lista única [2] y lógicamente obteniendo el 100 % de los votos, siendo tanto esos partidos como el propio Congreso Nacional del Pueblo un mero sello de goma que simplemente se dedica a refrendar las decisiones del Politburó del partido dominante. En este sentido, no es más que una variante de otros regímenes políticos estalinistas como los de la antigua URSS y Europa Oriental, que se jactaban de la supuesta “unanimidad” y “altos niveles de aceptación”.

¿Marxismo asiático?

Queríamos pasar ahora a una serie de cuestiones que nos parecen centralmente problemáticas del planteo de Nicolás, empezando por la caracterización misma de qué es un “marxismo asiático”. Dice:

Un análisis político que tenga en cuenta las preguntas antes mencionadas lleva de forma necesaria a la conclusión de que el marxismo no puede volver a Asia porque nunca se fue de ahí [destacado nuestro. N. de E.]: hay cinco países (Corea del Norte, China, Laos, Nepal y Vietnam) que cuentan con gobiernos de partidos comunistas o maoístas, bajo los cuales viven 1.500 millones de personas, el 20 % de la población mundial. En occidente se acostumbra despreciar este hecho.

A nuestro entender, se trata de una afirmación sumamente impresionista, donde se pone un signo igual entre el marxismo y corrientes políticas que son diversas variantes del estalinismo que podríamos caracterizar, si cabe, incluso como sumamente aberrantes. Al mismo tiempo, se agrupan en una misma categoría Estados y regímenes de distinto tipo y origen, desde Corea del Norte donde en la Guerra de Corea (1953-56) el ejército guerrillero local junto con el Ejército Popular de Liberación chino avanzaron expropiando al capitalismo y estableciendo en el poder a una casta militar brutalmente burocrática que hoy está avanzando en la restauración, pasando por países como China y Vietnam, donde el capitalismo fue restaurado hace décadas pero manteniendo el régimen estalinista, hasta Nepal, donde no hubo ni una insurrección maoísta ni una revolución triunfante [3], sino una guerra civil tras la cual se pactó con la burguesía y la ONU una transición a una república, y donde desde hace 11 años las distintas facciones “comunistas” del país han entrado y salido de distintos gobiernos, pero donde no hubo expropiación del capitalismo de ningún tipo. En la enumeración faltaría agregar a los distintos partidos maoístas indios, que gobiernan desde hace muchos años en los estados de Bengala Occidental y Kerala simplemente gestionando el capitalismo dependiente del país. Más allá de tener una cierta imagen del maoísmo, nos parece, un tanto romántica y más “clásica” de los movimientos armados (como tomada del maoísmo previo a 1949 y luego las guerrillas de los ‘50 y ‘60), hoy esta corriente, donde gobierna, generalmente combina la gestión del capitalismo junto con la larga “expertise” que posee de los gulag y los “campos de reeducación” que está en su ADN…

Desde ya, nos parece que queda claro en el artículo que Nicolás no propone relegar el trotskismo en favor de una estrategia maoísta (ha escrito muy buenos artículos sobre la historia de los orígenes del marxismo y el trotskismo en China para LID), pero en su propuesta de pensar una estrategia diferenciada para Asia y la idea de un “marxismo asiático”, sumado a lo discutido más arriba, pareciera apuntar en el sentido de alguna especie de “síntesis” entre elementos del trotskismo y del maoísmo. El acento en “la persistencia de distintas formas de marxismo en Asia” parecería abonar esta idea.

La división que hace Nicolás entre un “Oriente” que hoy abarcaría centralmente el sudeste asiático, y un “Occidente” que comprendería al resto del mundo es un esquema algo arbitrario que ha sido planteado de distintas formas, incluso en la actualidad, donde siguen existiendo corrientes de pensamiento en la izquierda que siguen postulando, por ejemplo, que América Latina es mayormente “oriental” en términos de formaciones económico-sociales, sujetos sociales y tradiciones culturales y que también, por lo tanto, habría que tener algún tipo de “estrategia diferenciada”.

¿Tras las huellas de Perry Anderson e Isaac Deutscher?

Bajo el subtítulo de “Ejes estratégicos”, Nicolás hace una referencia a estos “distintos marxismos asiáticos” y continúa:

Perry Anderson, en el epílogo de Consideraciones sobre el Marxismo Occidental, afirma sobre Vietnam, Cuba y China que “En estos países se plantea la difícil pregunta de ‘fechar’ el período a partir del cual una revolución política puede ser considerada un objetivo político oportuno y no-utópico”.

Las líneas que cita Nicolás se inscriben en la evaluación crítica que hace el historiador británico de la teoría de Trotsky, en la senda de algunas posturas que Isaac Deutscher había esbozado en su gran biografía del revolucionario ruso. Sintéticamente, Anderson plantea que “el axioma de la ‘revolución permanente’ debe considerarse como indemostrado hasta ahora como teoría general” [4], porque las revoluciones en las colonias y semicolonias como las de Argelia y Bolivia, o la independencia de la India, la desmentirían. Más adelante, antecediendo a la frase que cita Nicolás, Anderson plantea también una crítica al concepto de Trotsky de revolución política. Este, como parte de la dinámica de la revolución permanente en la URSS burocratizada por el estalinismo planteaba, desde mediados de la década de 1930, que había que hacer allí una nueva revolución que quitara del poder a la burocracia estatal y partidaria que se había adueñado de él desde 1923-24, para lo cual había que recrear democráticamente los consejos obreros (soviets) y llevarlos al poder, pero manteniendo las bases de la economía nacionalizada que habían sido creadas por la Revolución de Octubre de 1917, y era necesario, para eso, fundar un nuevo partido bolchevique opuesto al PCUS que peleara por esa perspectiva. Posterior a la Segunda Guerra Mundial, la Cuarta Internacional extendió la perspectiva de la revolución política a los nuevos Estados donde se había expropiado al capital (Europa Oriental, China) pero donde, a diferencia de la Revolución rusa, desde el comienzo no habían existido instancias de auto-organización del tipo de consejos obreros sino que una burocracia se había hecho con el poder. Para Anderson, en países como China, Vietnam y Cuba, “la idea de una ‘revolución política’ parecía históricamente mucho menos convincente, dada la ausencia de soviets iniciales que restaurar” [5] y a raíz de eso plantea el problema de a partir de cuándo es oportuno y no utópico plantear la revolución política en esos países. Ahora bien, las posibilidades y el momento de llevar adelante una revolución contra la burocracia en ese tipo de Estados dependían de muchos factores y de relaciones de fuerzas, pero Anderson más bien negaba su misma necesidad, a pesar de que, lejos de una perspectiva utópica, a lo largo de varias décadas se dieron procesos revolucionarios en varios países del bloque de la URSS que, a pesar de que en ellos nunca habían existido soviets, tendieron a cuestionar el poder de la burocracia pero no para ir hacia el capitalismo sino para ir en un sentido de una economía planificada democráticamente, como en el caso del levantamiento en Alemania Oriental en 1953 o, paradigmáticamente, con la Revolución húngara de 1956 y sus consejos obreros [6], entre varias otras.

Perry Anderson comparte la idea de Deutscher de que el maoísmo es, de alguna manera, la expresión necesaria que adopta un marxismo “de la periferia” [7] y de que el propio estalinismo, a pesar del rol reaccionario que jugó internamente en la URSS, habría jugado, en el plano internacional, un rol objetivamente revolucionario [8]. Más recientemente, en su artículo en New Left Review, “Dos revoluciones” [9], donde compara a Rusia y China, Anderson da un paso más en esa idea y termina planteando que el estalinismo fue, en última instancia, la forma necesaria que adoptó la revolución burguesa y la modernización capitalista en países atrasados. No nos extenderemos más sobre esto, por ahora, ya que una evaluación crítica de la visión de Perry Anderson sobre la teoría de la revolución permanente y el estalinismo merecería de por sí un trabajo aparte que, en otra ocasión, podría ser un buen insumo de este semanario.

¿Qué hay de las “diversas formas de marxismo”?

Lejos de la visión de una coexistencia ecléctica de “diversas formas de marxismo”, la única estrategia que era consecuente con una perspectiva que enfrentara a la burocracia estalinista y combinara una economía nacionalizada con un gobierno democrático de los trabajadores, que los hechos mismos planteaban, era el trotskismo. En ese sentido, una oposición al gobierno que también se reivindica maoísta [10] es estratégicamente impotente como alternativa por dos motivos: primero, porque en la República Popular China se ha restaurado el capitalismo y por lo tanto ha vuelto a estar planteada la perspectiva, no ya de una revolución política sino directamente la de una revolución social, donde una oposición maoísta, con su teoría del “bloque de las cuatro clases” de alianza con sectores “progresistas” de la burguesía es incapaz de llevar a cabo una estrategia anticapitalista consecuente [11]; y segundo, porque comparte la misma concepción burocrática de Partido-Estado del PC chino actual. En China, a diferencia de la mayoría del resto de los antiguos países mal llamados “socialistas”, se da la paradoja de que el capitalismo se restauró sin tocar el régimen estalinista, que aún sigue diciendo ritualmente que se trata de un “socialismo con características chinas”. Esto, desde ya, no es más que plantear el problema y en sí mismo obviamente no resuelve el problema de cómo poner en pie un partido marxista revolucionario anticapitalista consecuente y contra toda ilusión en recrear un “maoísmo de izquierda”.

El maoísmo clásico, una corriente enemiga del marxismo y de la revolución obrera, tuvo su atractivo a partir del triunfo de la Revolución de 1949 por circunstancias excepcionales que incluso niegan su propia estrategia. A partir de eso, y de la ruptura de Mao con la URSS, el maoísmo fue visto como la posibilidad emergente de una nueva estrategia para hacer la revolución en Asia con un nuevo sujeto, el campesinado, eso sí, manteniendo la ortodoxia estalinista de la alianza con la “burguesía progresista” y la revolución por etapas, construyendo una “muralla china” entre la revolución burguesa y una revolución socialista que no llegaría nunca. El mismo Mao seguía aconsejando este modelo a sus seguidores en otros países. Hubo en Asia quienes quisieron adoptarlo en los ‘60 y ‘70 como por ejemplo el Partido Comunista indonesio (PKI), que estaba alineado con China en la disputa con la URSS. Este partido era, en ese entonces, el PC más grande del mundo luego de los de la URSS y China. Aplicó ortodoxamente la estrategia maoísta de alianza con el nacionalismo burgués de Sukarno, que desarmó completamente a su base y lo llevó a la confianza en el ejército, que terminó dando un golpe con el general Suharto en 1965, el cual asesinó ni más ni menos que a 500 mil comunistas y estableció una dictadura de 33 años. También está el caso de Camboya, donde los Jemeres Rojos de Pol Pot, seguidores de la llamada “Banda de los Cuatro” (lo que quedó de la fracción maoísta en China luego de la muerte de Mao) establecieron un régimen estalinista monstruoso que asesinó a aproximadamente un cuarto de su población y destruyó físicamente a la clase obrera aumentando exponencialmente el atraso del país. El maoísmo, en circunstancias excepcionales como las de China en 1949, podía permitir tomar el poder, pero no era una vía hacia el comunismo, que más bien quedaba bloqueada [12].

Si en Asia hoy siguieran predominando las sociedades mayoritariamente agrarias y con un peso aplastante del campesinado, como era todavía en la época “dorada” del tercermundismo, a mediados del siglo pasado, podría entenderse la insistencia en un planteo de un “marxismo asiático” y una “estrategia diferenciada” que, de alguna manera, “dialogue” con el maoísmo. De todas maneras, esto nos parece equivocado tanto en la época en que Asia era un continente atrasado, como en la situación actual en que hace rato que ha dejado de serlo. En la actualidad, en que la restauración capitalista en China y Vietnam, junto con la plena integración de la gigantesca y anteriormente cerrada economía india al mercado mundial, han “occidentalizado” la región −con sus límites y en forma tortuosa, es cierto mediante la adopción acelerada de la productividad de la técnica capitalista y del choque con sus antiguas formas sociales− producen un paisaje mayoritariamente urbano y asalariado donde predomina abrumadoramente el peso social de clase obrera. Esto, objetivamente, facilita la capacidad de esta última de jugar un rol hegemónico articulador, mostrando como una perspectiva mucho más realista una estrategia basada en la teoría de la revolución permanente, a diferencia de las viejas estrategias maoístas y populistas que argumentaban que, por la predominancia del campesinado y el atraso, el proletariado debía diluirse en “partidos populares obrero-campesinos” [13] dirigidos por la burguesía nacional, contra los “restos feudales”. En este sentido, el artículo de Nicolás no saca todas las conclusiones que se desprenden de lo que él mismo plantea respecto a que la mayoría de la clase obrera mundial actual está concentrada en el sur-sudeste asiático. Esto termina quedando como un dato objetivo más, sin correspondencia con qué tipo de estrategia hace falta allí.

Para finalizar, a pesar de la observación de que en Asia y en China el marxismo “nunca se fue” que, como queda claro en este artículo, no compartimos, se da la paradoja del planteo de otro problema cierto: cómo construir un partido marxista en países donde, supuestamente, el marxismo gobierna. Este problema es real y no se restringe únicamente a “Oriente” sino también a lo que el autor considera como parte de “Occidente”, es decir, Rusia y los países de la ex URSS y de Europa Oriental, donde durante décadas se ha bastardeado la reputación del marxismo identificándolo con regímenes totalitarios. Es cierto que, en esos países, ya no hay más gobiernos “comunistas”, a diferencia de China y Vietnam, pero igual la derecha sigue instrumentalizando la supuesta identidad entre socialismo y campos de concentración, lo cual desde ya es un obstáculo adicional para la propaganda revolucionaria. No obstante, creemos que Nicolás aquí adopta también una visión demasiado “identitaria” del socialismo: la reivindicación de Marx y de las banderas rojas o cantar La Internacional son lo único que, muy superficialmente, pueden llegar a tener en común los burócratas-empresarios mega-multimillonarios del PC chino y los trotskistas [14]. El verdadero marxismo chino tendrá que recrearse y resurgir, tras un lapso de siete décadas de estalinismo, en la experiencia de la gimnasia de la lucha de clases, del intento de organización de sindicatos y organizaciones revolucionarias independientes. Una forma de empezar a resolver los problemas es, por lo menos, buscar plantearlos de la manera más realista posible.


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NOTAS AL PIE

[1Ver Nicolás Torino, “[DEBATE] El marxismo y Asia”, IdZ Semanario, 14/04/2019.

[3Al respecto, dos artículos de Achin Vanaik en New Left Review: “The New Himalayan Republic”, NLR II, 49, enero-febrero 2008, y “Nepal’s Maoists in Power”, NLR II 92, marzo-abril 2015.

[4Perry Anderson, Consideraciones sobre el marxismo occidental, México DF, Siglo XXI, 1987, p. 144.

[5Ibídem, p. 146.

[6Ver Peter Fryer, Balasz Nagy y Pierre Broué, Hungría del ’56, Buenos Aires, Ediciones IPS-CEIP, 2006.

[7“Al carecer de todo antecedente marxista nativo, el comunismo chino desciende directamente del bolchevismo. Mao se para sobre los hombros de Lenin”, en Isaac Deutscher, “Maoism, its origins and Outlook” (1964), marxists.org. Al respecto, ver también Perry Anderson, “Trotsky’s interpretation of Stalinism”, New Left Review I, 139, mayo-junio 1983.

[8Isaac Deutscher, “Ideological trends in the USSR” (1967) marxists.org

[9Perry Anderson, “Two revolutions”, New Left Review II, 63, enero-febrero 2010.

[10Porque con la muerte de Mao, en 1976, termina derrotada su propia fracción burocrática, que lanza diez años antes la llamada “revolución cultural” –que causó estragos y brutales consecuencias sociales en la ya híper-burocratizada y deformada economía china– contra la fracción rival de Deng Xiaoping, que termina imponiéndose. Los actuales dirigentes chinos son herederos de esta última, aunque en las formas y rituales siguen reivindicando a Mao. Eso llevó a que los maoístas “puros” pasaran a la oposición.

[11Donde incluso es altísimamente improbable que hoy una fuerza maoísta repita la excepcionalidad histórica de romper con la burguesía y expropiar, como la que llevó a Mao Tsetung a tener, muy a su pesar, que romper, en 1949, el bloque con el Kuomintang.

[12Aquí remitimos al capítulo 6: “Estrategia militar y objetivos políticos”, parte 3: “El bloqueo al objetivo del comunismo”, p. 389 de Emilio Albamonte y Matías Maiello, Estrategia socialista y arte militar, Buenos Aires, Ediciones IPS-CEIP, 2017.

[13Ver al respecto León Trotsky, Stalin, el gran organizador de derrotas. La III Internacional después de Lenin, Buenos Aires, Ediciones IPS-CEIP, 2011, Obras Escogidas de León Trotsky, vol. 1.

[14Nicolás menciona el hecho de que en todas las universidades chinas haya, dentro de la currícula oficial, cátedras de marxismo. Salvando las diferencias, durante décadas la URSS y todo el bloque oriental hicieron exactamente lo mismo, donde, por ejemplo, se editaban, leían, citaban y hasta exportaban en lenguas extranjeras permanentemente textos como “El Estado y la revolución” de Lenin, que planteaba que el Estado obrero es la socialización de las funciones políticas, donde “toda cocinera puede gobernar” y que debía ir extinguiéndose a medida que se avanzara hacia el comunismo, lo cual contrastaba con el discurso oficial de que el comunismo ya se había alcanzado o se estaba por alcanzar mediante el desarrollo de la técnica “socialista”, a pesar de la experiencia cotidiana de una burocracia totalitaria, un aparato ingente de delación y espionaje y el Gulag.
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Guillermo Iturbide

(La Plata, 1976) Es licenciado en Comunicación Social (FPyCS-UNLP). Compiló, tradujo y prologó Rosa Luxemburg, "Socialismo o barbarie" (2021) y AA.VV., "Marxistas en la Primera Guerra Mundial" (2014). Participa en la traducción y edición de las Obras Escogidas de León Trotsky de Ediciones IPS. Es trabajador nodocente de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la UNLP. Milita en el Partido de los Trabajadores Socialistas desde 1997.