A 78 años del asesinato de León Trotsky por parte de un agente de Stalin, a modo de homenaje, publicamos el relato, muy poco conocido, del dirigente obrero Mateo Fossa sobre las entrevistas que mantuvo con el revolucionario ruso en México.
Las entrevistas se publicaron por primera vez en el número 2 de la revista Clave, Tribuna Marxista, de noviembre de 1938, publicación de los trotskistas en México; allí se hace pública también la adhesión de Fossa a la IV Internacional. Fossa escribió un relato del encuentro que se publicó en un folleto en 1941, Conversando con León Trotsky (Impresiones recogidas en las entrevistas realizadas con el líder soviético en México en 1938) en Ediciones Acción Obrera del grupo dirigido por Liborio Justo. El folleto incluía la transcripción de las respuestas a las preguntas que Fossa dejó a Trotsky, la que había sido publicada en Clave.
Mateo Fossa se encontraba en México como parte de una delegación que concurrió al Congreso de Trabajadores Latinoamericanos; había sido elegido por 28 sindicatos autónomos de la CGT. Su ingreso al Congreso fue rechazado por la dirección sindical estalinista mexicana; en cambio, pudo entrevistarse con Trotsky. Ninguno de estos hechos fue casual.
Fue elegido delegado al Congreso por un sector de los trabajadores argentinos porque se había forjado como un dirigente reconocido de su clase. Fue expulsado del Congreso por su militancia antiburocrática, antiestalinista y sus cercanías con el trotskismo. Su encuentro con el revolucionario ruso significó un reconocimiento a su militancia, al tiempo que fortaleció su compromiso con la corriente a nivel internacional [1].
Su trayectoria como militante político y dirigente obrero lo llevó a México y al encuentro con León Trotsky [2]. Mateo Fossa militará en el grupo de Liborio Justo, Quebracho [3], durante algunos años, y luego en el Partido Socialista de los Trabajadores hasta su muerte en 1973.
En el diálogo con el dirigente ruso surgirán algunos de los problemas más candentes de la situación internacional y del movimiento revolucionario mundial. Trotsky y Fossa conversaron, entre otros temas, sobre la necesidad de construir organizaciones revolucionarias nacionales y un partido de la revolución mundial. Mateo Fossa aportó a lo largo de su vida como militante político y como dirigente obrero a esta perspectiva, su esfuerzo constituye un ejemplo para las jóvenes generaciones.
A continuación reproducimos el relato de Mateo Fossa sobre sus entrevistas con Trotsky.
***
TRES ENTREVISTAS CON LEÓN TROTSKY, POR MATEO FOSSA [4]
León Trotsky vivía en un pueblo vecino a la ciudad de México, en Coyoacán, un hermoso lugar rodeado de montañas. El día que se me señaló para la entrevista me trasladé allí acompañado de Van [5], secretario de Trotsky. Era a principios de septiembre de 1938. Tan pronto como llegamos a la residencia del líder bolchevique, mientras esperaba bajo la galería a que me anunciase Van, Trotsky apareció en la puerta del escritorio y me hizo señas para que me aproximara. Yo me adelanté enseguida mientras lo observaba. Trotsky apareció con el aspecto que han popularizado las fotografías: delgado, firme, con un aire de energía y de honradez que se trasuntaba a través de su mirada penetrante y fuerte. Vestía traje azul de algodón parecido a los de mecánico. Al estar junto a él, me tendió los brazos y nos estrechamos en un abrazo que duró varios segundos.
De inmediato me invitó a entrar y a sentarme mientras él, a su vez, lo hacía detrás de la mesa escritorio en que trabajaba. Comenzó diciéndome que conocía la campaña de calumnias levantadas por el estalinismo en contra mía en México y todas las maniobras que habían hecho para impedirme participar en el Congreso Latinoamericano a que se me había delegado. Me alentó a seguir luchando por nuestra clase y a decir la verdad. El más grande perseguido de la tierra tenía aún fuerzas para alentar a los otros a que sobrellevaran persecuciones que, al lado de la suya, eran insignificantes.
—No hay que desmayar —me dijo— frente a las calumnias y maniobras de los burócratas.
Enseguida me preguntó qué organizaciones representaba. Yo le entregué las credenciales de las que me habían dado su mandato. Trotsky se puso los lentes y las leyó. Se informó de algunos pormenores de las maniobras que habían realizado los estalinistas y los burócratas de la Confederación de Trabajadores de México y la Confederación General del Trabajo argentina en contra mía y me aconsejó que debía hacerlas conocer al proletariado mexicano, lo que pude hacer en un acto especialmente realizado, al poco tiempo.
Entonces me preguntó qué me traía y yo le contesté que deseaba conocer su opinión sobre algunos problemas de actualidad para trasmitirla a los trabajadores de la Argentina. Conversamos allí al respecto, planteándole yo mis preguntas. Más tarde Van me trajo, concretadas, las respuestas de Trotsky.
Trotsky hablaba castellano
Trotsky hablaba bastante bien el castellano y, algunas palabras que no conocía, las decía en francés. El escritorio de Trotsky tenía a un costado otra mesa en la que creo que había un mimeógrafo y, a la derecha, un banco bastante espacioso, en el que estaban colocadas seis o siete carpetas con papeles manuscritos de los trabajos que tenía entre manos, dando la impresión exacta de toda la tarea que tenía por delante. Sobre la derecha había una biblioteca con la colección completa de las obras da Lenin, en ruso, bellamente encuadernadas. Sobre la pared, a la izquierda, una fotografía de Lenin hablando en una tribuna al pie de la cual aparecían Trotsky y Kamenev. Era el único cuadro que adornaba la habitación. Al fondo había un silloncito y un cofre ruso rústico que completaba el mobiliario.
Al rato de estar conversando con el gran revolucionario, apareció en el escritorio su compañera, una señora anciana, más bien baja, trayendo dos tazas de té con bizcochos para nosotros. Después de saludarme cordialmente, se retiró.
Se interesa por el movimiento obrero argentino
Trotsky me hizo varias preguntas interesándose por las cuestiones de la América del Sur, a las que yo respondí dándole los informes que me pedía. Quiso conocer, particularmente, la situación del movimiento obrero argentino, la que yo le expliqué en breves palabras, prometiéndole, también, llevarle un informe de que había sido portador con destino al Congreso al que fuera como delegado. Esto lo hice en la segunda visita que efectué.
Me preguntó en seguida por el movimiento de la Cuarta Internacional en la América del Sur. Le contesté que conocía, únicamente, algo de la Argentina y solo por impresiones recogidas durante el viaje tenía conocimiento superficial del de otros países.
Me preguntó por el compañero Quebracho, a lo que yo le respondí que, personalmente, no lo conocía. También preguntó, sin dar nombres, por los otros compañeros. Le manifesté que no los conocía bien, que estaban divididos y que aquellos a quienes conocía, no activaban en organizaciones de masa y eran solo teóricos de café. Trotsky me contestó:
—La Cuarta Internacional, numéricamente, aún es débil, de manera que hay que tratar de unificarlos. Las perspectivas anuncian grandes acontecimientos, de manera que, aunque seamos poco numerosos, en estos grandes cruces históricos, los grupos que tengan una posición revolucionaria justa serán los que conducirán a las masas a la victoria, desechando a la burocracia y terminando con el confusionismo. La Cuarta Internacional no puede ser un depósito de desechos, pero ante la escasez de nuestras fuerzas, lo que debe hacerse es tratar de trabajar en común y, a través de la acción, ver los que hacen labor revolucionaria positiva y honrada, y dejar a un lado a los que solo constituyan un lastre.
Yo le manifesté un poco de escepticismo sobre nuestras posibilidades. Entonces Trotsky me respondió que con cualquier número debíamos encarar la tarea y no dejarnos arrastrar por el pesimismo y la pasividad del ambiente. También me dijo que conocía algunas publicaciones de la Argentina, pero que se ocupaban mucho de Trotsky y poco de las cuestiones del país que debían estudiar.
—Estamos en un cruce histórico tal —me dijo— que si la clase obrera no hace triunfar la revolución, nos vamos a sumir en un período de regresión, de miseria y de esclavitud. No puede haber vacilaciones. Todos los que se sientan revolucionarios honrados deben seguir luchando sin desmayo por el triunfo del socialismo.
Diciendo esto se enardecía. Se paró, golpeando sobre la mesa con el puño, mientras mojaba sus labios secos con la punta de la lengua. Su vigor e ímpetu revolucionario, que daba la impresión de conservar intactos y, como en sus mejores tiempos, se comunicaba al visitante. Yo salí de su casa lleno de empuje y con renovados bríos.
Segunda entrevista
La segunda entrevista se realizó cuando Van vino a buscarme con el propósito de conversar conmigo sobre mi posible ingreso a las filas de la Cuarta Internacional, lo cual, le manifesté, que ya estaba en mi ánimo desde tiempo atrás, convencido como me hallaba de la degeneración burocrática y contrarrevolucionaria del estalinismo. Esta segunda entrevista se realizó también en el escritorio de Trotsky. Después de saludarnos comenzamos a conversar sobre distintos temas, los que el líder bolchevique encaraba con su natural vivacidad.
Le hablé que noches anteriores había tenido oportunidad de ver la película Lenin en Octubre, de fabricación soviética, y de apreciar la forma en que se desfiguraba en ella la verdad histórica. Allí Lenin aparecía subordinado a Stalin, solicitando siempre su presencia y consejo, como el verdadero genio de la revolución.
—Los que hemos vivido aquellas épocas —le dije a Trotsky— y recordamos que el nombre de Stalin jamás apareció para nada en los días de Octubre, estamos en condiciones de apreciar toda la burda falsificación de esas representaciones.
—La falsificación hace rato que la burocracia la viene realizando —me respondió—. Con ello se busca engañar a las nuevas generaciones rusas y de otros países.
Y me citó, inmediatamente, una serie de hechos que confirmaban esta afirmación.
—Un viejo camarada, director del cine soviético —continuó diciéndome— concurrió a mi domicilio para mostrarme los cortes que, por orden de la burocracia estalinista, se habían efectuado en las películas tomadas en los primeros años de la revolución, para eliminar de ellas la participación de Trotsky. La verdad histórica caía bajo la tijera de la burocracia.
También me citó el último caso que le habían comunicado desde la URSS sobre un grupo de estudiantes que, debiendo realizar un trabajo sobre la Revolución de Octubre, habían recurrido a la documentación de la época, como ser las colecciones del Pravda, en lugar de atenerse a los textos oficiales. Allí pudieron apreciar el papel preponderante de los acusados en los procesos de Moscú y, especialmente, de Trotsky. Esa verdad, constatada en tal forma, valió a los estudiantes ser expulsados de la Universidad y recluidos en prisión. Así trata Stalin a los que tienen la osadía de buscar la verdad en sus fuentes.
Después hablamos sobre el estajanovismo [6], manifestando mi opinión adversa como algo contrario a la organización socialista. Estuvo de acuerdo conmigo, expresando que la producción, en un régimen socialista, debía ser científica y humana, teniendo en cuenta el término medio general y no casos aislados que más se acercaban al destajismo disimulado.
En seguida hablamos de la serie de farsas que emplea la burocracia, además del estajanovismo, como ser el argumento de los sabotajes que se realizaban en la producción soviética.
Estajanovismo y sabotajes
—El estajanovismo y los pretendidos “sabotajes” —me dijo— no son más que manifestaciones de la degeneración burocrática en la URSS El estajanovismo creó un irritante desnivel de salarios y una capa privilegiada que servía los intereses de la burocracia en el seno de los lugares de producción. En cuanto al “sabotaje” no es más que una mistificación para disimular la incapacidad de la propia burocracia. Se habla del ‘‘sabotaje” que realizan los viejos jefes revolucionarios. Yo no creo en ello... Lo que pasa es que son jefes honrados y capaces, que no aceptan la infiltración del elemento servil de la burocracia que se ha entronizado, y por eso son acusados. Lo mismo ocurre con los hombres destacados capaces de hacer frente a los métodos burocráticos. Tal es el caso de Blücher [7] que, según últimas noticias, acaba de ser separado de su cargo. Ahora Blücher será eliminado y no se volverá a oír hablar de él. Esta es la misma suerte que corren todos los hombres con personalidad en la URSS bajo Stalin. La burocracia tiene necesidad de tipos serviles. Por eso apela a individuos de baja categoría e incluso antiguos enemigos, como ser los rusos blancos.
—Hay que ver en la eliminación de estos compañeros y en la mía misma —prosiguió— no ambición personal, sino una lucha por el socialismo, por la revolución mundial, contra esta organización burocrática entronizada en la URSS. Hay quienes aducen que toda mi actitud se debe a ambición personal. Sin embargo, en la URSS yo era comisario de guerra y hubiera tenido todo lo que hubiera querido nada más que dejándome llevar. Pero nosotros no estamos en la brega para conquistar posiciones, sino para luchar por el socialismo y a eso debemos subordinar todas nuestras acciones y propósitos. Los compañeros no se deben dejar influenciar por todas las infamias y calumnias que difunden los estalinistas. ¿Cómo es posible que nosotros saboteemos nuestra propia obra y estemos en connivencia con los enemigos de la revolución cuando ella fue producto de nuestra acción? ¡Ahí está todo nuestro pasado de lucha para atestiguarlo!
Después me pidió mi impresión sobre nuestros compañeros de México y sobre el movimiento obrero de ese país, en general. Se manifestó de acuerdo conmigo cuando le advertí que tenía aún muchas fallas y que resultaba perjudicado por la intervención de gentes ajenas a la clase obrera en la dirección de los sindicatos, toda esa nube de licenciados, “chambistas” y vividores encabezados por el tristemente célebre señor Lombardo Toledano, que utilizan la combatividad y abnegación del proletariado mexicano como trampolín para sus ambiciones personales o como un medio de vida.
Sobre el movimiento de la Cuarta Internacional en México, le manifesté que tenía la misma impresión que sobre el de la Argentina.
Me contestó que, en efecto, aún era débil, pero que, a través de la acción, se iría consolidando. Le pregunté si no creía que la desvalorización de la moneda, a consecuencia de la expropiación del petróleo, repercutiría en forma que podría ser utilizada por la burguesía derechista para intentar un golpe contra Cárdenas. Me contestó que Cárdenas tenía mucho prestigio, a pesar de las actividades de ciertas personas poco recomendables que lo rodeaban, prestigio que era evidente en primer término entre la clase campesina, y que no creía que pudiera tener éxito una campaña contra él, según lo había hecho ver el caso del general Cedillo.
—¿Y qué opinión tiene usted sobre el aprismo? — le pregunté.
—No quiero abrir opiniones, porque es un asunto que no conozco y que trataré de estudiar. Cada país tiene su característica. Los apristas que he tratado en México, me han parecido honrados e inteligentes. Nosotros, como revolucionarios, podemos golpear junto con ellos contra el enemigo común, pero manteniéndonos separados y teniendo siempre presente que solo nosotros realizaremos la tarea de la revolución.
Para finalizar, le pedí un retrato y un libro, lo que quiso eludir diciéndome que no tenía. Solo ante mi insistencia tomó una fotografía y un libro en inglés, sobre su contraproceso, en el que puso una dedicatoria [8].
Al despedirme, como siempre, me alentó a proseguir en la lucha y a mantenerme firme.
Tercera entrevista
La tercera entrevista se realizó con motivo de mi partida y fue muy breve. En esta oportunidad concurrí a la casa de Trotsky acompañado por algunos dirigentes sindicales que había conocido en México.
Al entrar lo encontramos carpiendo en el jardín y plantando unos cactus que había recogido en una excursión realizada días antes por el campo.
Le grité si estaba haciendo de jardinero. Me contestó que, efectivamente, estaba haciendo como los pequeñoburgueses que los domingos se dedican a cuidar su huerta. En seguida entramos a su escritorio conversando un momento de temas generales y, al comentar el acto que se había realizado, según su anterior consejo, lo criticó porque no se había llegado a concretar en él una resolución. Al despedirme me encargó hacer llegar su cordial saludo a los trabajadores de la Argentina y su incitación a que prosiguieran sin desmayo la lucha por su emancipación, aunque para ello se vieran obligados a arrasar con todos los burócratas y traidores.
León Trotsky ha caído bajo el golpe dado a mansalva por un sicario de Stalin. Venguémoslo llevando a la práctica sus ideas y consignas.
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