Publicamos aquí la traducción que realizó Viento Sur de un artículo de Michel Husson donde, a 10 años de la crisis de Lehmann Brothers, analiza las raíces económicas de los desórdenes mundiales que auguran nuevas crisis, económicas y sociales.
Diez años después de la quiebra de Lehmann Brothers, se multiplican las contribuciones en torno a dos cuestiones: ¿cómo ocurrió? y ¿se puede reproducir? Pero casi todas están centradas en los movimientos financieros, pasados o por venir. El punto de vista adoptado aquí es algo diferente, porque intenta identificar las raíces económicas de los desórdenes mundiales. Su hilo director es el siguiente: el agotamiento del dinamismo del capitalismo y la crisis abierta hace diez años conducen a una mundialización cada vez más caótica, portadora de nuevas crisis, económicas y sociales.
El capitalismo asfixiado
El dinamismo del capitalismo se basa en última instancia en su capacidad para obtener mejoras de productividad o, dicho de otra manera, en hacer crecer el volumen de mercancías producidas en una hora de trabajo. Tras las recesiones generalizadas de 1974-75 y 1980-82, las mejoras de productividad se han desacelerado tendencialmente. Hemos pasado de lo que algunos califican como la Edad de Oro (para destacar el carácter excepcional de este período) al capitalismo neoliberal, amenazado hoy día por un estancamiento secular. Durante este período, el capitalismo logró la proeza de restablecer la rentabilidad a pesar de la desaceleración de las mejoras de productividad, como lo muestra el gráfico 1 [1].
Esto solo ha sido posible gracias al frenazo casi universal de los salarios, cuya parte en el conjunto de la renta desciende tendencialmente. Y este resultado se ha debido también a un conjunto de mecanismos que actúan unos sobre otros (mundialización, financiarización, innovaciones tecnológicas, endeudamiento), cuyas contribuciones relativas sería inútil descomponer. Las desigualdades son parte integrante de este modelo coherente, aunque su coherencia no podía ser duradera [2]. Las contradicciones de este modelo condujeron a la crisis de 2007-2008. La mundialización es desde luego uno de los elementos esenciales de este modelo, pero la crisis ha tenido el efecto de modificar sus características.
El gran cambio del mundo
La década anterior a la crisis se caracterizó por el ascenso de los llamados países emergentes, y en particular China. Esta emergencia se alcanzó gracias a una nueva organización de la producción, cuyos diferentes segmentos se reparten en varios países, desde la concepción a la producción y distribución al consumidor final. Estas cadenas de valor mundiales se instauraron bajo la égida de las empresas multinacionales, tejiendo una verdadera red que aprisiona la economía mundial. Hoy día, un smartphone es concebido, producido y comercializado por trabajadores de los cuatro rincones del mundo.
Esta nueva forma de mundialización sirvió de escapatoria a la crisis de comienzos de los años 1980, abriendo una reserva de mano de obra de bajos salarios, acrecentada aún más tras el hundimiento del socialismo real. Pero condujo a un verdadero cambio de la economía mundial, como lo muestra el reparto de la producción manufacturera mundial (dejando aparte la producción de energía): entre 2000 y 2018 ha aumentado un 62 %, pero la casi totalidad de este progreso se realiza en los llamados países emergentes, donde se ha más que doblado (+152 %), mientras que ha progresado débilmente en los países avanzados (+16 %). Los países emergentes realizan hoy día el 42 % de la producción manufacturera mundial, frente al 27 % en 2000 (gráfico 2) [3]. En algunos países, como China y Corea del Sur, esta industrialización cada vez está menos acantonada en industrias de ensamblaje (textil o electrónica) y se registra un ascenso de sectores de productos de alta tecnología, incluso de bienes de producción.
La oposición entre países avanzados y emergentes es sin embargo un enfoque engañoso. A comienzos de siglo, Rosa Luxemburgo podía definir el imperialismo como "la expresión política del proceso de la acumulación capitalista que se manifiesta con la competencia entre capitalismos nacionales" [4]. Nikolai Bujarin describía un "proceso de nacionalización del capital, es decir, la creación de cuerpos económicos homogéneos, encerrados en las fronteras nacionales y refractarios los unos respecto a los otros" [5]. Cada país imperialista partía entonces a la conquista del mundo, de ahí la primera guerra mundial, calificada de inter-imperialista.
Pero hoy día el mapa de los Estados y el de los capitales ya no coinciden. Hay que abandonar por tanto la representación de una confrontación asimétrica entre países imperialistas y países dependientes, y sustituirla por un concepto de economía mundial estructurada según una lógica de desarrollo desigual y combinado llevado a cabo por las empresas transnacionales.
Estados y capitales
Desde el momento en que el mapa de los Estados y el de los capitales son cada vez más dispares, hay que pensar de otra manera las relaciones que los mantienen. Desde luego, no han desaparecido los lazos privilegiados entre tal multinacional y su Estado, y este intentará defender los intereses de sus industrias nacionales. El distanciamiento viene más bien del hecho de que las grandes empresas tienen como horizonte el mercado mundial y que una de las fuentes de su rentabilidad reside en la posibilidad de organizar la producción a escala mundial minimizando costes y localizando sus beneficios en los paraísos fiscales. No tienen ninguna obligación que les fuerce a recurrir al empleo doméstico, y sus salidas están en gran parte desconectadas de la coyuntura nacional de su puerto de enganche. Esto quiere decir que el débil crecimiento del mercado interior de un país es soportable para las empresas de ese país, siempre que disponen de salidas alternativas en el mercado mundial. La tarea de los Estados, y esto es particularmente cierto en Europa, ya no es defender a sus campeones nacionales, sino hacer todo lo posible para atraer las inversiones extranjeras a su territorio.
Esta organización de la producción mundial ha sido hecha posible y construida por decisiones políticas orientadas a derribar todos los obstáculos a una libre circulación de los capitales a través del mundo. Ha sido puesta en marcha por instituciones y tratados internacionales, y muchas veces impuesta a los países dependientes en forma de planes de ajuste estructural.
La mundialización conduce por tanto a un entrelazamiento de relaciones de poder, organizadas en lo que podría llamarse una doble regulación contradictoria. Por un lado, los Estados pretenden defender su rango en la escala de potencias nacionales, garantizando al mismo tiempo las condiciones de funcionamiento del capitalismo mundializado. Por otro lado, esos mismos Estados deben conciliar los intereses divergentes de los capitales orientados hacia el mercado mundial con los del tejido de empresas que producen para el mercado interior, y gestionar la conflictividad social interior.
Las relaciones de poder económico están estructuradas hoy día en dos ejes: un eje vertical clásico que opone a los Estados nacionales, y un eje horizontal que corresponde a la competencia entre capitales. Las instituciones internacionales funcionan como una especie de sindicato de Estados capitalistas pero no existe hoy ni ultra-imperialismo, ni gobierno mundial. El capitalismo contemporáneo escapa por el contrario a cualquier verdadera regulación y funciona de manera caótica, dividida entre una concurrencia exacerbada y la necesidad de reproducir un marco de funcionamiento común. Las prerrogativas del Estado-nación no han sido suprimidas, al contrario de lo que dicen algunas tesis unilaterales. Tratándose de la economía mundial, hay una que subsiste: el control de las materias primas.
El dominio de las materias primas
La lucha permanente por el acceso a las materias primas no ha cesado, y engendra desequilibrios y conflictos. Se piensa evidentemente en la energía: el petróleo, el uranio, etc. Habría que añadir las tierras expoliadas [6] en beneficio de la agricultura productivista, la hidroelectricidad y la explotación minera. El acceso al agua engendra también muchos conflictos regionales.
La mundializaciónn tiene como efecto desestabilizar la agricultura campesina, ya sea inundando el país con importaciones de productos alimenticios, o por el acaparamiento de las tierras. Al mismo tiempo, el motivo de muchas inversiones internacionales es deslocalizar las producciones más contaminantes a países con legislaciones poco exigentes. Todos estos mecanismos vienen además agravados por el cambio climático, de tal manera que se puede avanzar la idea de que las transferencias en sentido amplio (residuos, contaminaciones, recalentamiento, sequías, lluvias torrenciales, productos agrícolas subvencionados, simientes bajo patente, abonos y pesticidas) son "las causas de los exilios forzados" [7].
Este cuadro comporta sin embargo el riesgo de un determinismo un tanto simplista que llevaría a olvidar la articulación con otros factores sociales y políticos. Sostener, por ejemplo, que la guerra civil en Siria ha sido fomentada bajo mano para preservar los intereses de los grandes grupos petroleros, sería evidentemente muy reductor. Pero esta determinación –a la que se añaden las ventas de armas– existe, como lo muestra un inquietante análisis de dos economistas [8]. Muestran que los períodos en que la tasa de ganancia de los cuatro mayores grupos petroleros (BP, Chevron, ExxonMobil, Shell) desciende por debajo de la media de las grandes empresas, son seguidas por un conflicto, desde la guerra de los Seis Días hasta la tercera guerra del Golfo en 2014. Aunque los autores conceden que su "historia de Oriente Medio es en gran parte una fábula" y que "los dramas de la región (…) tienen su propia lógica específica", su artículo recuerda la necesidad de combinar correctamente la voluntad de dominación de los recursos y otras determinaciones.
El agotamiento de la mundialización
La primera década de este siglo ha estado dominada por un eje China/Estados Unidos (se ha hablado de Chinamérica) funcionando con una lógica de complementariedad. Estados Unidos vivía a crédito con un déficit exterior financiado por el reciclaje de los excedentes, sobre todo de China. Las inversiones en China en forma de joint ventures contribuían al dinamismo de la economía china. Otros países se han integrado en esta división internacional del trabajo: los famosos emergentes o incluso los PECO (Países de Europa Central y Oriental: 11 países, aunque muy heterogéneos) con respecto a Alemania. Y se ha desarrollado el eje económico transatlántico entre Europa y Estados Unidos. Esta mundialización era eficaz desde el punto de vista del capital y toda la ideología dominante se dedicó a vanagloriar sus ventajas, a convencer de la necesaria adaptación a la concurrencia global, o a blandir la amenaza de las deslocalizaciones.
Ahora parece como si la última década, inaugurada por la crisis de 2008, hubiese hecho aparecer poco a poco los límites de esta organización. Aunque no se puede hablar de fin de la mundialización, hay que destacar los signos manifiestos de un agotamiento que parece duradero. El desarrollo de las cadenas de valor mundiales venía motivado no solo por la búsqueda de bajos costes salariales, sino también por el potencial de los países emergentes en términos de mejoras de productividad. Su ralentización en el centro podía ser compensado por su dinamismo en la periferia. Ahora bien, uno de los fenómenos más llamativos de la última década es que el progreso de la productividad en el Sur se ha desacelerado claramente. En los países emerges, "el crecimiento anual medio de la productividad global de los factores se ha dividido por más de tres, pasando de +3,5 % (2000-2007) a un poco más de 1,0 % (2011-2016)" [9]. Este es sin duda el factor que contribuye a explicar la desaceleración espectacular del comercio mundial. Hasta entonces, progresaba dos veces más rápido que la producción nacional; hoy aumenta al mismo ritmo.
Una de las razones es que China se desengancha de las cadenas de valor: "las importaciones de inputs destinados a ser reexportados representan ya menos del 20 % de las exportaciones totales de mercancías, frente al 40 % durante los años 90. Varios factores explican esta retirada: alza de salarios, reorientación hacia actividades de mayor contenido tecnológico, voluntad de un mejor reparto de los frutos del crecimiento, apreciación del tipo de cambio" [10].
Dejando aparte a China, podría incluso hablarse del fin de la emergencia. Los otros países BRICS (Brasil, Rusia, India, Sudáfrica) no han conseguido superar duraderamente, como lo han hecho China y Corea del Sur, una especialización inicial basada en el abastecimiento de materias primas. Pierre Salama habla de "reprimarización" [11] en el caso de Brasil y otros economistas mencionan una desindustrialización precoz [12]. Además, los países emergentes están sometidos a movimientos erráticos de capitales que inducen una inestabilidad crónica de sus balances exteriores y de su moneda. Los recientes casos de Turquía y de Argentina son un ejemplo llamativo, pero podrían citarse también los países del sur de Europa, abandonados por las entradas de capitales.
Dislocación social
La crisis ha servido de revelador de otro fenómeno –que las políticas de austeridad han contribuído a exacerbar–: la dislocación social engendrada por la mundialización. Esta no ha sido ni “feliz” ni “inclusiva”. Muchos estudios, incluso procedentes de instituciones internacionales como el FMI y la OCDE, han señalado sus efectos corrosivos, siendo el más destacado la polarización de los empleos.
En todos los países avanzados se observa el mismo fenómeno: el empleo aumenta por los dos extremos. En una punta de la escala progresan los empleos muy cualificados, en la otra los empleos precarios; entre ambos, la clase media se estanca y sus perspectivas de ascenso social se desvanecen. Al mismo tiempo, se ahondan las desigualdades de rentas. La mundialización no es la única responsable, y es muy difícil, si no imposible, extraerla de un modelo de conjunto en el que la financiarización y la puesta en pie de nuevas tecnologías también tienen su parte, así como la relación de fuerzas entre capital y trabajo.
Es la ocasión para recordar que muchos países no son ni avanzados ni emergentes, y que una parte importante de la población mundial vive en segmentos de países que son mantenidos apartados de la dinámica de la mundialización capitalista. Las líneas de fractura atraviesan así las formaciones sociales y contribuyen a la desestructuración de las sociedades.
No es por tanto sorprendente constatar la reciente multiplicación de estudios sobre las desigualdades de rentas. Branko Milanovic, uno de los especialistas mundiales en esta temática [13], resume así una conclusión ya compartida: "Las desigualdades de rentas crecen en el interior de los países, pero se reducen a nivel mundial con el ascenso de China" [14]. Y esta profundización de las desigualdades en el interior de los países "influye sobre la estabilidad política de los Estados-nación".
Ante este cuestionamiento, las instituciones internacionales entonan su mea culpa sobre el tema: habría hecho falta redistribuir mejor las ventajas de la mundialización para hacerla más inclusiva. Pero este piadoso deseo es contradictorio con uno de los resortes de la mundialización, como es una concurrencia fiscal exacerbada. El tipo medio de impuestos sobre los beneficios en los países avanzados ha pasado del 44 %, a comienzos de los años 1990, al 33 % en 2017, e incluso al 27 %, teniendo en cuenta las medidas adoptadas por Donald Trump [15]. Y el movimiento es mundial: el tipo medio ha descendido también un tercio durante ese mismo período [16].
La contradicción es patente: la atractividad implica un descenso constante de los recursos fiscales que no pueden por tanto ser dedicados a una redistribución que corrija los efectos de la mundialización para hacerla inclusiva. Esta desfiscalización generalizada de los beneficios es la puerta abierta a la evasión fiscal, que reduce aún más los recursos de los Estados: el 40 % de los beneficios de las multinacionales fueron localizados en los paraísos fiscales en 2015 [17]. El Estado social está minado desde el interior y no es sorprendente que la adaptación a la economía mundializada vaya pareja a su “adelgazamiento”. Las funciones del Estado no son neutralizadas por la mundialización, son reorientadas: el Estado social se convierte en un Estado antisocial, cuya prioridad es la atractividad y la competitividad de su economía.
La creciente desconfianza ante la Unión Europea puede ser interpretada también como el efecto de retorno de la crisis de la mundialización, en tanto se considera cada vez más a las instituciones europeas guiadas por un proyecto de adaptación a la lógica de la economía mundializada.
El efecto Trump
La capacidad disruptiva de Donald Trump parece no tener límites, pero sus medidas proteccionistas no tienen en cuenta la manera en que funciona la economía de Estados Unidos, ni el entrelazamiento actual de los capitales. Sobre el primer punto, uno de los elementos esenciales de Chinamérica era permitir a Estados Unidos el descenso de la tasa de ahorro de las economías domésticas (y por tanto el crecimiento del consumo), con la contrapartida de un importante déficit comercial financiado por los capitales procedentes del resto del mundo, en particular de China. Además, Donald Trump lleva a cabo, con reducciones de impuestos, una política expansionista que profundiza el déficit. Un cáustico comentarista ha escrito: "si existiese un plan secreto para hacer estallar el déficit comercial, se parecería mucho a la actual política americana" [18].
Lo que tampoco comprende la administración bajo la égida de Trump es que el comercio mundial afecta principalmente a bienes y servicios intermedios, cuya parte es "casi dos veces más importante que la de los bienes y servicios destinados a la demanda final" [19], como recordaba recientemente el director general del Banco de compensaciones internacionales. En su caso se trataba evidentemente de defender el libre cambio, pero la constatación corresponde a la realidad.
En el caso de Estados Unidos, una buena parte de sus importaciones corresponden a inversiones estadounidenses en países como China o México. Según el FMI, Estados Unidos detentaba en 2015 el 44 % del stock de inversiones directas realizadas en México, y la parte de exportaciones chinas hacia los Estados Unidos proveniente de empresas con participación extranjera era un 60 % en 2014 [20].
No es por tanto de extrañar que el mundo de los negocios estadounidense esté dividido y que muchos sectores teman el encarecimiento de sus importaciones de bienes intermedios o las medidas de represalia:
… la inquietud suscitada por el impacto del proteccionismo del Sr. Trump no deja de aumentar en el conjunto de la economía americana, donde muchas empresas se sirven de las cadenas de valor mundiales para conservar precios bajos y beneficios elevados, y temen que este época pueda llegar pronto a su fin [21].
Así, un grupo de empresas ha presentado un recurso ante el tribunal de comercio internacional de New York para cuestionar la sobretasa del 25 % sobre las importaciones de acero [22]. Las empresas punteras de la informática también han criticado los límites a la inmigración, que podría reducir la captación de cerebros en su favor.
La política mercantilista de Donald Trump es incoherente. El déficit comercial de Estados Unidos corresponde contablemente al hecho de que el ahorro nacional no es suficiente para financiar la inversión interior, al que viene a añadirse el impacto del déficit presupuestario, agudizado por las reducciones de impuestos. En estas condiciones, el déficit no se va a reducir a pesar de las tasas sobre las importaciones, a menos que se reduzca el consumo de las economías domésticas, y por tanto el crecimiento de Estados Unidos [23]. En la práctica, deberán seguir afluyendo las entradas de capitales del resto del mundo para financiar el déficit comercial. Pero esto supone que el papel del dólar como moneda de reserva no se vea cuestionado. Ahora bien, esta condición estaría amenazada si quienes financian a los Estados Unidos se vieran disuadidos para poseer dólares, bien porque baje su tipo de cambio, o a causa de las medidas agresivas tomadas en su contra.
Las medidas de Trump afectan también a Europa y por tanto al eje transatlántico, por ejemplo cuando renuncia al proyecto de tratado –el Tafta (Asociación Transatlántica para el Comercio y la Inversión)– uno de cuyos objetivos era precisamente intensificar las relaciones entre Estados Unidos y Europa, con el fin de dejar a un lado a China [24].
El nuevo despliegue chino
Si Donald Trump ha decidido de forma manifiesta acabar con el eje Estados Unidos/China, China por su parte está también emprendiendo una nueva vía, basada en tres principios. El primero es recentrar su economía hacia el mercado interior, lo que está haciendo muy progresivamente. Segundo eje: el gobierno chino avanza el objetivo de una mejora de su producción, con el ambicioso programa Made in China 2025. Por último, China desarrolla el proyecto titulado “El cinturón y la ruta”: se trata de un programa gigantesco de infraestructuras de cerca un billón de dólares, que afecta a más de 60 países. El “cinturón” une –por tierra– China con Europa occidental vía Asia central y Rusia; la “ruta” es marítima y permitirá unir Africa y Europa por el mar de China y el océano Índico [25].
Branko Milanovic ve en ello un verdadero proyecto de desarrollo que rompe con las reglas del consenso de Washington, según el cual: "basta con privatizar, desreglamentar y liberalizar los precios, los intercambios exteriores, etc., para que los empresarios privados aprovechen la ocasión, y el desarrollo llegará por sí mismo" [26]. Podemos no compartir esta apreciación positiva, que subestima el enorme riesgo financiero infligido a los países afectados, como Pakistán o Sri Lanka, amenazados por el sobreendeudamiento. Para China es también sin duda la ocasión para aumentar su influencia sobre los países asociados, en una lógica que lleva a algunos a hablar de un “nuevo imperialismo chino" [27].
Pero no es menos cierto que esta nueva ruta de la seda y el programa Made in China 2025 significan un redespliegue sustancial de la economía china y una nueva estructuración de la economía mundial. La OCDE es muy consciente de ello y está preocupada insistiendo "en los límites de lo que China puede hacer por sí sola" y sugiriendo que "serán necesarias importantes contribuciones de los países de la OCDE", lo que supone un "papel creciente de los mercados" y el reforzamiento de los "derechos de propiedad y de la competencia" [28].
Populismo: la verdadera herencia de la crisis financiera
El orden mundial anterior a la crisis está hoy cuestionada por el avance –y el acceso al poder– de fuerzas de extrema derecha defensoras de una crítica de la mundialización, que se ha reforzado con la crisis. Un editorialista del Financial Times a ha escrito que "el populismo es la verdadera herencia de la crisis financiera mundial" [29].
Desde luego, hay que evitar todo mecanicismo. Por ejemplo, los países europeos más afectados por la austeridad (Grecia, España, Portugal) quedan poco afectados por el ascenso de la extrema derecha, mientras que esta se encuentra en el poder en Italia, Austria, Hungría o Polonia. La afluencia de refugiados durante los últimos años ha jugado evidentemente un papel, pero este factor ha tenido también un impacto diferenciado según países. La fórmula algebraica general combina los efectos del neoliberalismo y la xenofobia, pero en proporciones variables.
Se puede citar en este sentido un estudio fascinante sobre los determinantes del voto a favor del Brexit [30]. El autor parte del descenso en los gastos sociales entre 2010 y 2015. Como media es el 23,4 %, pero varía mucho de un distrito a otro (de 46,3 % a 6,2 %), lo que permite diseñar un mapa de la austeridad que puede compararse con los votos a UKIP (Partido para la independencia del Reino Unido) que coincide además con los votos a favor del Brexit en 2016. La relación entre ambos es muy estrecha y el autor se arriesga a afirmar que en ausencia de medidas de austeridad el Brexit habría sido minoritario. Las cosas son sin embargo más complicadas, en la medida en que los descensos de gastos sociales han sido más señalados en los distritos más afectados por los efectos del modelo neoliberal: desindustrialización, paro y polarización de empleos. Las determinaciones son por tanto complejas, y aunque el autor no hace jugar ningún papel a la inmigración, la xenofobia no estuvo ausente entre los argumentos de campaña a favor del Brexit.
Un reciente estudio [31] utiliza datos económicos y electorales que cruza con los resultados de la European Social Survey, una encuesta sobre opiniones de los ciudadanos. Establece que "las regiones que conocen un aumento mayor del paro son más susceptibles a rechazar a los inmigrantes de base económica". La crisis "ha modificado la opinión de los europeos sobre el impacto de los inmigrantes en la economía, un efecto especialmente fuerte para las personas más afectadas por las consecuencias negativas de la mundialización y las mejoras tecnológicas". Los autores introducen así una diferencia entre los "motores económicos y culturales del populismo": sus resultados muestran que el rechazo a los inmigrantes tiene un fundamento económico más que cultural. No hay correlación entre el paro y la percepción del papel de los inmigrados en la vida cultural del país. Es como si los partidos de extrema derecha transformaran la base económica del rechazo a los inmigrados en un rechazo “cultural”, o dicho de otra forma, una xenofobia afirmada.
Wolfgang Streeck habla de una nueva oposición entre las interpretaciones "de izquierda" y "de derecha" de la inmigración, que sería "ortogonal" al conflicto clásico izquierda-derecha entre trabajo y capital [32]. Por último, Patrick Artus "comprende el malestar social" de los asalariados de los países de la OCDE y lo explica por tres factores a que están confrontados: "desindustrialización y bipolarización del mercado de trabajo; menor capacidad de los Estados para financiar los gastos de protección social; descenso de la parte de los salarios, con la competencia salarial y la elevada exigencia de rentabilidad del capital" [33].
Los malos tiempos
El cuadro de la economía mundial tras diez años de crisis es sombrío: la Unión Europea está dividida, entre el Brexit y el ascenso de la extrema derecha; la zona euro se fracciona; muchos de los llamados países emergentes están sometidos a movimientos erráticos de capitales; las deudas, y sobre todo las deudas privadas, no han dejado de acumularse; la parte de las riquezas creadas revertida a quienes las crean disminuye casi en todas partes, y las desigualdades se agudizan; el Estado social está minado por la concurrencia fiscal, etc. En vez de reabsorberse, los efectos de esta crisis se han agravado. La razón de fondo es que no existe modelo que pueda sustituir al que entró en crisis hace diez años, que sea aceptable para la oligarquía mundial. Todos los principios de organización de la economía mundial se desmoronan poco a poco, en particular bajo los violentos golpes de Donald Trump. Solo China dispone de un programa coherente de reestructuración de una parte de la economía mundial en su beneficio.
En estas condiciones, muchos comentaristas anuncian ya una nueva crisis (tal vez también para precaverse de su ceguera diez años antes) sin que nadie pueda decir cuál será el elemento desencadenante. Pero la inquietud dominante proviene del hecho de que ya no existen municiones disponibles. Gordon Brown, el Primer Ministro británico, en el momento de la crisis, ha expresado muy bien este temor: "Cuando se produzca la próxima crisis, descubriremos que no tenemos ni margen de maniobra fiscal o monetaria, ni voluntad de usarla". Y apunta lo que sin duda es más inquietante: "nos faltará la necesaria cooperación internacional" [34].
Los instrumentos de coordinación han perdido su sustancia o han sido abandonados por la potencia todavía dominante. Ya no hay piloto de la mundialización. El desafío climático implicaría sin embargo, por naturaleza, una cooperación internacional, por no hablar de la bifurcación hacia otro modelo de desarrollo. Pero los desórdenes en la economía mundial, las políticas hostiles a la inversión pública, y sin duda la lógica inherente al capitalismo, hacen que esta perpectiva parezca trágicamente fuera de alcance hoy día.
20/09/2018
Fuente: Viento Sur, 30/09/2018
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