La crisis de Covid-19 ha llevado a una gran caída en la demanda y el precio del petróleo a nivel mundial. Esta semana llegó a valores negativos hasta que la amenaza de Trump a Irán produjo un rebote. Pero más allá de las oscilaciones de coyuntura, los mercados mundiales del petróleo están experimentando una transformación sin precedentes mucho más de fondo. A su análisis está dedicado el presente artículo de Adam Hanieh, aparecido originalmente el pasado 8 de abril bajo el título When Oil Markets Go Viral. Publicamos aquí una versión resumida en castellano para los lectores de Ideas de Izquierda Semanario.
En recientes discusiones, las dimensiones ecológicas de COVID-19 se han vuelto cada vez más prominentes, con varias contribuciones importantes que exploran la pandemia en relación con los agronegocios capitalistas, la pérdida generalizada de biodiversidad y la destrucción de los ecosistemas naturales. Sin embargo, hay otro elemento en la “ecología” del COVID-19 que merece mayor atención: las formas en que la creciente pandemia se cruza con, y al mismo tiempo está actuando para acelerar, un profundo impacto en la industria de los combustibles fósiles. Los mercados mundiales del petróleo están experimentando una transformación sin precedentes como resultado de este shock y, aunque las trayectorias a largo plazo permanecen abiertas, este momento indudablemente dará forma a las políticas que guían el manejo del petróleo, y las perspectivas de mitigar el cambio climático, en las próximas décadas.
Con Estados que representan más del 90 % del PBI mundial estancados bajo alguna forma de bloqueo, y el cierre simultáneo de grandes sectores de la manufactura, el transporte, la industria y la venta minorista a nivel mundial, la demanda de petróleo y productos derivados del mismo ha caído a mínimos históricos. [...]
Algunos analistas han especulado que todo esto podría ser una buena noticia en el contexto de la calamidad del COVID-19. La pandemia podría “matar a la industria petrolera y ayudar a salvar el clima”, como un titular del periódico The Guardian exclamó el 1 de abril, a propósito de la desaparición de muchos pequeños productores de petróleo y el debilitamiento de las grandes petroleras como Exxon Mobil, Royal Dutch Shell y BP, haciendo más cercana una transición alejada del uso de combustibles fósiles.
Sin embargo, estos escenarios optimistas tienden a abstraerse de las realidades de un capitalismo catastrófico que está inexorablemente ligado a la extracción y explotación de combustibles fósiles, y que ha empapado profundamente todas las facetas de nuestras vidas de “Big Oil” [1]. Al igual que todos los momentos de cambios bruscos, el camino final que tomemos para salir de esta crisis con aspectos múltiples e interseccionales (un colapso del precio del petróleo, una grave recesión económica y una pandemia) dependerá de nuestras capacidades para construir alternativas políticas efectivas y alternativas al capital fósil. Necesitamos prestar especial atención a los posibles ganadores y perdedores que puedan surgir de este momento actual y tener cuidado de equiparar el colapso temporal (aunque grave) de una economía basada en el petróleo con la desaparición del sistema petrolero mismo.
Oriente Medio, Rusia y el petróleo de EE. UU.
Hay una larga y compleja historia detrás del surgimiento de un capitalismo global centrado en el petróleo. Esta historia abarca el desplazamiento del carbón por el petróleo y el gas en el principio del siglo XX, el ascenso de los productores de petróleo de Oriente Medio (liderados por Arabia Saudita) durante el período de posguerra, numerosas guerras y revoluciones, grandes fluctuaciones en los precios del petróleo a nivel mundial en las décadas de 1970 y 1980, y grandes cambios en la estructura de la industria petrolera mundial. Es importante destacar que esta historia también está vinculada centralmente con la forma en que se desarrollaron las finanzas globales en el período de posguerra, un hecho que a menudo se omite en los análisis que ponen demasiado el foco en el petróleo como mercancía física. Los flujos de los llamados “petrodólares” fueron esenciales a la aparición de nuevos mercados financieros (como el de los eurodólares) desde la década de 1960 en adelante, al aumento del dominio financiero angloamericano y a los patrones de dependencia de la deuda que siguen marcando las relaciones entre los países del Norte y del Sur. En resumen, el petróleo había llegado a impregnar todos los aspectos del capitalismo global a finales del siglo XX.
A principios de la década de 2000, los precios mundiales del petróleo aumentaron constantemente debido a la creciente demanda mundial asociada con el auge de China. Los precios cayeron bruscamente en 2008 con la crisis económica mundial, pero pronto reanudaron su trayectoria ascendente y finalmente alcanzaron un máximo de alrededor de USD 114 por barril a mediados de 2014. Este fue un viento de cola para la mayoría de los exportadores de petróleo de Medio Oriente (y tuvo importantes consecuencias para la dinámica política de la región de Medio Oriente más ampliamente). Pero el prolongado período de aumento de los precios también benefició a los productores marginales de otras partes del mundo. Más significativamente, las inversiones en el desarrollo de los llamados suministros de petróleo y gas “no convencionales”, reservas que son difíciles y significativamente más caras de extraer que los combustibles fósiles convencionales, fueron fuertemente incentivadas durante este período prolongado de altos precios del petróleo.
De particular relevancia aquí es el esquisto (shale en inglés) de EE. UU., petróleo crudo que se mantiene en esquisto o arenisca de baja permeabilidad y que se extrae típicamente a través de la fractura de la roca por medio de líquido presurizado (de ahí el término “fracking”, [en español “fractura hidráulica”; NdT]). Hay una variedad de formas de calcular el costo de “equilibrio” de la producción de esquisto bituminoso y esta cifra cambia según el campo petrolero en particular y los costos predominantes de tecnología, mano de obra, impuestos, etc., pero una cifra ampliamente citada es que la mayoría de los productores de EE. UU. requieren de un precio de USD 45 o más para obtener ganancias. Por el contrario, el petróleo saudita tiene un costo de producción de alrededor de USD 4 por barril y el petróleo ruso alrededor de USD 10. Estas comparaciones deben se interpretadas con los reparos necesarios, ya que Arabia Saudita y Rusia son Estados, no empresas, y dependen en gran medida de los ingresos del petróleo y el gas para satisfacer sus necesidades presupuestarias; en este sentido, el “precio de equilibrio” del petróleo para estos estados es mucho mayor y fluctúa según los niveles de gasto público. Sin embargo, no hay duda de que los altos y constantes precios del petróleo durante la mayor parte de las dos primeras décadas del nuevo milenio ayudaron a atraer grandes inversiones al desarrollo del campo del esquisto, e impulsaron una mejora significativa en las tecnologías de extracción para estos suministros no convencionales.
Esto, por supuesto, significó un desastre ecológico y social, que se basó fundamentalmente en el despliegue repetido de la violencia por parte de las empresas y con respaldo del Estado contra las poblaciones indígenas en los EE. UU. y Canadá, para dar paso a rutas de tuberías y otras infraestructuras. Pero el resultado, fue un auge espectacular en la producción petrolera nacional de EE. UU. Entre 2009 y 2014, la producción de petróleo shale de los EE. UU. se triplicó, impulsando al país al rango más alto de productores de petróleo a nivel mundial. Sorprendentemente, EE. UU. se convirtió en un exportador neto de petróleo a principios de 2011, superando a Arabia Saudita, para convertirse en el mayor productor mundial en 2013, una posición que ha mantenido hasta el día de hoy y que dista mucho de las predicciones de pánico sobre la “dependencia energética” que habían marcado los debates políticos de los EE. UU. en los primeros años del nuevo milenio.
OPEP + y Guerra de precios del petróleo 2020
Sin embargo, el gran aumento en los inventarios mundiales de crudo que resultó de esta producción adicional estadounidense –junto con la moderación de la demanda de energía de China, una economía mundial en expansión ralentizada y la tendencia a un mayor uso de fuentes de energía renovables– puso fin abruptamente al período de altos precios mundiales del petróleo a mediados de 2014. El precio del Brent cayó en un 70 % a lo largo de 2015, llegando a tocar fondo a alrededor de USD 30 el barril a principios de 2016. Esta fue la mayor caída en los precios del petróleo de las últimas tres décadas. Con EE. UU. experimentando su primer descenso en la producción anual de petróleo desde 2008, muchas compañías más pequeñas y altamente apalancadas se hundieron: para 2015, la Administración de Información de Energía de EE. UU. (EIA) estimó que las pérdidas combinadas de los principales productores que cotizan en bolsa alcanzaron la asombrosa cifra de USD 67.000 millones.
Los productores de petróleo de EE. UU. no fueron los únicos afectados por la caída de precios de 2014-2016. Todos los principales exportadores de petróleo se enfrentaron a déficits presupuestarios crecientes y a la hemorragia de sus reservas, entre ellos la Arabia Saudita, que quemó más de un tercio de sus reservas de divisas entre el pico del precio del petróleo en 2014 y finales de 2016. Ante estas crecientes presiones fiscales, dos de los principales productores de petróleo del mundo, Rusia y Arabia Saudita, tomaron medidas para fortalecer los precios mundiales del crudo a través de una serie de recortes coordinados a la producción. Esta alianza de facto se formalizó en un pacto mutuo, denominado OPEP +, que se estableció entre la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) y 11 países que no pertenecen a la OPEP en diciembre de 2016. Hasta que se rompió a principios de marzo de este año, la OPEP+ tuvo éxito en mantener el precio del petróleo dentro de una estrecha franja de alrededor de USD 50/80.
Para las compañías petroleras estadounidenses, que no estaban vinculadas por ninguno de estos acuerdos internacionales, la OPEP + resultó extremadamente fortuita. A raíz de la caída de los precios en 2015, hubo una ola de consolidaciones y quiebras en la industria petrolera de EE. UU. y, la estabilización de los precios relativamente altos del petróleo, sirvió para revitalizar la exploración y producción nacional de petróleo. De hecho, para enero de 2020, la producción diaria de petróleo estadounidense debía alcanzar más de 12,7 millones de barriles, un aumento de casi el 45 % desde diciembre de 2016 y por encima de los menos de 5 millones de barriles por día en 2008. Estas cifras demuestran claramente que, si bien los principales países productores de petróleo buscaron limitar sus niveles de producción en línea con la OPEP +, las compañías petroleras estadounidenses fueron esencialmente libres de aumentar sus niveles de producción sin obstáculos. Como Keith Johnson señaló en Política Exterior el 27 de marzo: “ningún país ha agregado más petróleo al exceso global en los últimos años que EE. UU. y, a pesar de la reciente caída en los precios del crudo, los productores estadounidenses siguen aumentando la producción”.
Sin embargo, el 6 de marzo de este año, la alianza OPEP + se iba a romper después de que Rusia rechazara un llamado de la OPEP para reducir la producción mundial de petróleo en otros 1,5 millones de barriles por día. Rusia no solo rechazó la solicitud de la OPEP, sino que también anunció que ya no cumpliría con el acuerdo inicial de diciembre de 2016. A esta decisión fue constada rápidamente con un contraataque saudita realizado el 8 de marzo –el anuncio explosivo de que el Reino tampoco estaba ya comprometido con los límites de producción negociados y que trataría de aumentar su suministro de petróleo a 12,3 millones de barriles por día en abril (frente a 9,7 millones de barriles por día en marzo) y luego aumentos aún mayores de su capacidad de producción, a 13 millones de barriles por día lo antes posible. Con la perspectiva de que varios millones de barriles adicionales de suministro diario estén a punto de llegar a los mercados mundiales de petróleo, el precio del principal referente internacional del petróleo, el crudo Brent, cayó más de un 30 % en el espacio de 48 horas. Los mercados bursátiles mundiales también se desplomaron, y el 9 de marzo el promedio industrial del Dow Jones cayó un récord de 2000 puntos, la mayor pérdida en un mismo día, de la historia.
El detonante preciso de la decisión de Rusia y Arabia Saudita de alejarse de la OPEP+ sigue sin estar claro. Algunos observadores especulan que Rusia puede haber intentado tomar represalias por las sanciones que EE. UU. había impuesto a la mayor empresa petrolera rusa, Rosneft, en febrero. Otros afirman que la decisión de Rusia debe entenderse en el contexto de su propia política interna ya que Putin trata de cultivar el apoyo entre las elites rusas estrechamente vinculadas a la industria petrolera y que se oponen desde hace mucho tiempo a la OPEP+. [...]
Independientemente de los factores coyunturales inmediatos, el motivo estratégico a largo plazo que subyace a la decisión rusa y saudí es claro. Durante varios años, ambos países habían visto cómo los productores de petróleo de los EE. UU., seguían ganando cuota de mercado a su costa, sin que se les impusieran límites de producción. Al amenazar con inundar el mundo con más petróleo (y en este caso las medidas de Arabia Saudita son especialmente decisivas, debido a su capacidad única de aumentar rápidamente la capacidad de producción) el precio del petróleo bajaría considerablemente. Arabia Saudita y Rusia tendrían que soportar el dolor de los bajos precios del petróleo durante varios años; mientras tanto, los productores estadounidenses de alto costo se verían puestos contra la pared.
Una guerra de precios del petróleo se encuentra con COVID-19
Sin embargo, en los días que siguieron a esta masiva conmoción de la oferta en los mercados mundiales del petróleo, rápidamente se hizo evidente que se avecinaba un golpe mucho mayor a los precios del petróleo, como resultado de la creciente propagación del COVID-19 fuera de China. Para los productores de petróleo, el tsunami de destrucción de la demanda magnificó enormemente los efectos de los anuncios saudíes y rusos, y empujó los precios del petróleo hacia niveles de un solo dígito. [...]
Ante estos precios extremadamente bajos, los productores de petróleo han estado luchando por almacenar su petróleo con la esperanza de obtener ganancias cuando los precios suban en algún momento en el futuro. Sin embargo, el problema es que el espacio de almacenamiento es muy limitado (particularmente en tierra) y hay costos logísticos y técnicos asociados con llevar el petróleo a un lugar donde pueda almacenarse de manera segura [Lo que se vió claramente esta última semana, NdE]. [...]
Y como es caro cerrar o detener temporalmente los pozos de petróleo (y los contratos de arrendamiento de terrenos a veces contienen cláusulas que requieren una producción continua), las compañías petroleras pueden preferir regalar su producto en lugar de detener el trabajo. [...]
Todo esto presenta enormes presiones en toda la cadena de valor del petróleo, desde los productores de petróleo crudo (empresas y países) hasta la industria de refinación y petroquímica. Las bancarrotas firmes y el cierre de pozos petroleros son casi seguros en las próximas semanas y probablemente se concentrarán entre aquellos productores que dependen de precios del petróleo relativamente altos, por ejemplo, empresas estadounidenses y canadienses activas en la producción de arenas bituminosas y lutitas. [...]
Petróleo y finanzas
Para trazar las posibles trayectorias de este desplome encabezado por la pandemia, es necesario examinar más de cerca los vínculos entre la industria petrolera y la economía en general. Aquí es crucial la profunda interconexión entre las empresas relacionadas con la energía y los mercados financieros, más evidente en los EE. UU., donde las empresas energéticas se han apalancado enormemente en los últimos años. Gran parte de la emisión de deuda de estas empresas –no solo los productores de petróleo crudo, sino también las empresas de servicios de los yacimientos petrolíferos, las refinerías y otras empresas "intermedias", como las empresas de oleoductos– se ha calificado por debajo del grado de inversión. [...]
Con el vacío en la demanda a raíz del COVID-19, amplificado por la decisión de Rusia y Arabia Saudita de aumentar los niveles de producción, muchas empresas relacionadas con la energía se enfrentan a un inminente descenso de su calificación financiera. [...] Una posible consecuencia es una crisis de liquidez en la que las empresas energéticas no solo tienen grandes dificultades para encontrar compradores para su deuda –una cuestión crítica ya que muchas deben renegociar su deuda a lo largo de 2020– sino que también se ven obligadas a pagar tipos de interés mucho más altos por sus bonos.
El resultado neto será sin duda un fuerte aumento de las quiebras entre esas empresas energéticas de los EE. UU. en 2020 y 2021. De hecho, la primera de estas bajas se produjo el 1º de abril con la presentación del Capítulo 11 por parte de Whiting Petroluem, la mayor empresa petrolera independiente de Dakota del Norte (el segundo estado productor de petróleo de los EE. UU.). Whiting llevaba más de USD 2.800 millones de deuda en sus libros, pero solo unos días antes de la presentación del Capítulo 11, sus altos ejecutivos se adjudicaron USD 14,6 millones en bonificaciones y el director general de la empresa se marchó con un pago inmediato de USD 6,4 millones, mucho más afortunado que el tercio de la plantilla de la empresa que había sido despedido en julio pasado. Whiting es casi seguro el primero en una ola de bancarrotas de compañías energéticas; de hecho, Rystad Energy estimó el 3 de abril que si el petróleo sigue estando alrededor de USD 20 por barril entonces más de 500 empresas se verán empujadas al Capítulo 11 en 2020-21, el mayor número de solicitudes de este tipo en la historia moderna.
Tales incumplimientos podrían desestabilizar seriamente otras partes del sistema financiero. [...]
Ganadores, perdedores ... y el clima
Es cierto que todas las partes de la industria de los combustibles fósiles se enfrentarán a una grave crisis durante el resto de este año y hasta el 2021, pero ¿qué podría significar esto para nuestro futuro ecológico? Desafortunadamente –a menos que el capital fósil pueda ser desafiado de manera efectiva ahora– un escenario probable es que una ola significativa de bancarrotas en el sector energético acelerará la centralización del control de las mayores empresas petroleras. Las grandes petroleras –Exxon, Shell, BP y un puñado de otras– están mucho mejor posicionadas para sobrevivir a esta crisis que otros pequeños productores. Tienden a ser empresas integradas verticalmente, es decir, están activas a lo largo de toda la cadena de valor de la energía, incluida la refinación y, por lo tanto, algunas de sus pérdidas en la producción de crudo se verán compensadas por el menor costo de los insumos de combustible para sus operaciones posteriores. Como empresas verdaderamente globales, tienen reservas y activos distribuidos por todo el mundo, no solo en los campos de shale de mayor costo de los EE. UU. Financieramente estas empresas también tienden a tener bolsillos mucho más profundos y sus perspectivas están profundamente entrelazadas con los mercados financieros más amplios (incluyendo los fondos de pensiones) –en el Reino Unido, por ejemplo, BP y Shell representan una notable quinta parte de todos los dividendos del FTSE.
Este escenario es precisamente el que las principales empresas financieras esperan que se desarrolle en los próximos 12-18 meses. Goldman Sachs, por ejemplo, señaló recientemente que, si bien la crisis actual sin duda “cambiará las cosas para la industria”, el resultado probable es que “Big Oils consolidará los mejores activos de la industria y se deshará de los peores... cuando la industria salga de esta recesión, habrá menos empresas de mayor calidad de activos”. Las disputas interindustriales sobre el apoyo estatal a la debilitada industria del shale en los EE. UU. también reflejan este posible resultado. En este caso, como documenta meticulosamente Justin Mikulka, grandes empresas petroleras como Exxon han tratado de acelerar el colapso de los pequeños productores y se han opuesto enérgicamente a cualquier apoyo estatal a la industria del shale. [...]
Por esta razón, el momento actual presenta un peligro real para las campañas de defensa del medio ambiente. En los EE. UU., por ejemplo, la administración Trump ha acordado aflojar las regulaciones ambientales para las plantas de energía, fábricas y otras instalaciones industriales –esencialmente permitiendo a estos contaminadores “auto-monitorear” sus propios niveles de contaminación, según un informe reciente del New York Times. [...] No es solo la industria de los combustibles fósiles la que está intentando utilizar esta crisis para hacer retroceder las regulaciones ambientales, los grandes bancos y las empresas financieras están presionando de manera similar para que se relajen los requisitos de presentación de informes sobre el cambio climático y se retrase la realización de las “pruebas de resistencia” al cambio climático.
Un escenario que ve el debilitamiento de las (ya inadecuadas) regulaciones ambientales y una ola de consolidación de la industria, finalmente coloca a los Big Oils en una posición más fuerte para sacar provecho del mundo post-viral. Aunque los precios del petróleo están hoy en día en niveles históricamente bajos, no permanecerán ahí a largo plazo. Una de las consecuencias críticas de la enorme destrucción actual de la demanda de petróleo es que la mayoría de las principales empresas petroleras están anunciando recortes salvajes en sus gastos de capital (CAPEX) en la exploración de petróleo y el desarrollo de proyectos. [...] Se necesita un tiempo y un gasto, considerables, para reiniciar o poner en marcha la producción de petróleo después de que los proyectos se hayan detenido o los pozos petrolíferos se hayan cerrado y, por esta razón, los efectos de los recortes actuales en el CAPEX se sentirán en las restricciones de la oferta durante algún tiempo en el futuro. Esto crea una gran posibilidad de un fuerte repunte de los precios a medida que salgamos de esta crisis, un resultado que incentivará una renovada ola de inversión y expansión de los combustibles fósiles a nivel mundial (muy parecido a lo que ha ocurrido en la historia reciente de la producción de esquisto de los EE. UU.).
¿Cómo podría reflejarse esto más allá de los EE. UU. y la fortuna de las grandes empresas petroleras diversificadas a nivel mundial? Aquí también tenemos que diferenciar entre los estados productores de petróleo más poderosos y otros exportadores de petróleo más pobres. No cabe duda de que países como Arabia Saudita, los Emiratos Árabes Unidos y otros Estados del Golfo experimentarán, sin duda, un aumento de los déficits y una mayor presión sobre el gasto público en un período prolongado de bajos precios del petróleo. Sin embargo, esos Estados tienen niveles relativamente bajos de deuda existente y pueden pedir prestado a un precio bastante bajo en los mercados internacionales. La particular estructura de clases del Golfo –una abrumadora dependencia de los trabajadores migrantes temporales que constituyen más del 50% de la fuerza laboral del Golfo– también significa que cualquier contracción económica aguda puede desplazarse parcialmente mediante el simple envío de trabajadores migrantes a sus hogares (como ocurrió en Dubai tras la crisis de 2008). De hecho, al igual que el posible fortalecimiento del Big Oil a través de esta crisis, los Estados del Golfo podrían ver su posición más consolidada si los activos en los países vecinos se vuelven más baratos en un mundo post-viral. [...]
Otros exportadores de petróleo más pobres se enfrentarán a problemas mucho más graves como resultado de la actual caída de los precios del petróleo. Estos incluyen Ecuador, Venezuela e Irán, estos dos últimos luchando también con las salvajes sanciones impuestas por EE. UU.. Estados como Nigeria –que depende del petróleo para el 57% de los ingresos del gobierno y más del 90% de los ingresos en divisas– tendrán grandes dificultades para satisfacer las demandas presupuestarias, un problema que tendrá consecuencias mortales en medio de la actual pandemia. Del mismo modo, en el caso del Irak, donde las exportaciones de petróleo representan el 90 % de los ingresos del gobierno y una gran proporción de la población depende del sector público para obtener salarios o pensiones, es difícil ver cómo se resolverá el déficit de financiación previsto. Sin embargo, no se debe culpar de los problemas que enfrentan estos países a los bajos precios del petróleo; por el contrario, es necesario que para hacer frente a esta pandemia se tengan en cuenta los legados de larga data del colonialismo, la destrucción causada por las guerras y la ocupación dirigidas por Occidente, y las relaciones de deuda y dependencia que unen a estos países a los centros de la economía mundial. [...] Cualquier intento de superar la dependencia de los combustibles fósiles a nivel mundial, debe poner en tela de juicio esta combinación de combustibles de petróleo, deuda y finanzas.
[...] Algunos observadores han mencionado la ironía de ver a destacados republicanos que anteriormente habían pedido el desmantelamiento de la OPEP debido a su comportamiento de “cártel”, que ahora exigen una mayor colusión en el mercado con Arabia Saudita y Rusia respecto de los precios. No cabe duda de que las crisis que se refuerzan mutuamente de la pandemia COVID-19 y la recesión económica mundial están provocando, en efecto, toda una serie de reajustes políticos inesperados, extraños matrimonios y nuevas aperturas para el cambio político. Pero este momento es también un momento en el que los acuerdos anteriormente existentes pueden ser reelaborados y consolidados en interés de los más poderosos –nos enfrentamos al peligro muy real de una industria petrolera envalentonada y resurgente, posicionada cada vez más centralmente dentro de nuestros sistemas políticos y económicos. Tal eventualidad sería un resultado desastroso para esta pandemia actual.
Adam Hanieh enseña en el Departamento de Estudios de Desarrollo en SOAS, Universidad de Londres.
Traducción: Cecilia Mancuso
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