A propósito de Traductores de la utopía. La Revolución cubana y la nueva izquierda de Nueva York, de Rafael Rojas (Fondo de Cultura Económica, 2016).
Traductores de la utopía explora uno de los lugares menos visitados sobre la Revolución cubana: el de su influencia en los círculos intelectuales, culturales y políticos de la nueva izquierda en Nueva York. Rojas se propone buscar los sentidos en que fue interpretada y traducida la experiencia cubana con particular intensidad en una ciudad como Nueva York, ciudad que funcionó como un espacio tanto de adhesiones y apoyo a la revolución, como de fuertes impugnaciones a la misma.
¿Por qué Nueva York? Para el historiador porque en pocas ciudades del planeta se produjo tal “pluralización de los discursos sobre el socialismo cubano”. Pero también porque ese era el momento y el lugar donde tenían lugar las vanguardias artísticas, los movimientos por la liberación femenina y la liberación sexual, el movimiento afroamericano, la oposición a la guerra de Vietnam; sobre todos ellos la Revolución cubana ejercería una atracción inmediata y propondrá un horizonte de acción inmediata. Este libro se encarga de recorrer ese momento de encanto, pero también el de su posterior desencanto con algunas de las corrientes intelectuales y políticas sobre las que había ejercido su poder.
Son varias las revoluciones que se interpretan desde Nueva York, y ello tiene que ver con la propia heterogeneidad del campo intelectual y político neoyorquino. De esta manera Rojas recorre las principales obras de aquella efervescencia de ideas, ensayos, canciones, producciones literarias y políticas que se hicieron eco de los debates en torno a la revolución. El recorrido por autores que propone de esta manera el historiador es amplio y, consecuentemente, la filiación de muchos de ellos a lo que conocemos como nueva izquierda, es dudosa.
El recorrido incluye a figuras como Harvey Swados e Irving Howe, referentes de corrientes socialdemócratas, cuyas posturas venían definidas a partir de la lucha contra el macartismo, condenaron en algunos casos la política exterior estadounidense, pero condenaron por igual la conversión de la isla a una economía socialista y la posterior incorporación al bloque soviético. El devenir de muchos intelectuales que vieron con buenos ojos la lucha antidictatorial contra Batista, incluso como una forma de reparar en las políticas del imperialismo yanqui sobre América Latina, se separaron al momento en rechazo a la “sovietización”, recuperando las tradiciones republicanas y liberales, tema tratado ampliamente a lo largo de algunos capítulos. El recorrido incluye también los debates que tuvieron lugar en Monthly Review. Allí son invocados Paul Sweezy, Leo Huberman y J. P. Morray, que apoyaron el giro al socialismo de Cuba apoyándose en la creencia de que una diplomacia cuidadosa evitaría un entendimiento rígido entre cubanos y soviéticos.
Un tratamiento muy interesante es el que el autor le da a las influencias sobre el mundo de las vanguardias literarias y artísticas que pululaban por aquellos años en la ciudad. Son invocados los jóvenes beats, en las figuras de Susan Sontag y Norman Mailer, y en la bohemia de The Village Voice. En todos ellos Cuba se convirtió en la tierra donde anidar sus proyectos de emancipación sexual y moral, como el lugar de materialización de esa transformación que involucraba al feminismo, al antirracismo y la experimentación. Rojas destaca que no fue el viraje al socialismo el punto de choque sino la adopción en la isla de valores y prácticas fundadas en la homofobia, como las granjas de castigo contra “antisociales”, en el machismo y fundamentalmente la expulsión de Allen Ginsberg de la isla en 1965 que había sido invitado como jurado en un concurso en la Casa de las Américas. Pero a pesar de estas ambivalencias, en palabras de Rojas la “bohemia libertaria” de Nueva York incorporó a Cuba como un “ícono más de la estética de la autenticidad”.
Un capítulo aparte le dedica el autor a la inyección de voluntarismo y ejemplaridad que la Revolución cubana ejerció sobre la militancia negra y la izquierda afroamericana neoyorquina. Las asimilaciones del proyecto descolonizador y antirracista de los Black Panthers y sus vínculos con el socialismo cubano de los sesenta son trabajados a lo largo de varias páginas, como también el desencuentro entre los proyectos de reforzamiento de la identidad racial propugnado por la izquierda afro con las políticas de igualdad social que aspiraba a una homogeneidad civil entre negros y blancos llevadas adelante en la isla.
Finalmente, Rojas destaca la amplia red de apoyos entre intelectuales, periodistas y profesores universitarios que se formó en torno a la solidaridad con Cuba. Organizaciones como Fair Play for Cuba Comittee, liderada por Waldo Frank y Carleton Beal, o aquellos que escribieron en la revista Pa’lante, a cargo de Elizabeth Sutherland Martínez o Kulchur, fueron algunos de los más destacados. Para Rojas, Cuba le ofrecía la posibilidad de cuestionar la política imperial de Estados Unidos hacia el Caribe, pero fue el alineamiento con la URSS y el aplastamiento de los levantamientos en Europa del Este contra el estalinismo las derivas que los ubicaron en el campo de una solidaridad crítica hacia el régimen cubano.
Como fue señalado anteriormente, la heterogeneidad, la multiplicidad y la diversidad de voces que se alzaron en defensa de la Revolución cubana, y también en sus críticas hacia la misma es más que abarcativo. Llamativamente, el autor soslaya otras tradiciones políticas, como las del trotskismo, que ancladas en la defensa de un nuevo orden social y en la tradición de un socialismo antiestalinista, pudiera dar respuesta a muchos de los debates que en el libro están planteados.
Traductores de la utopía se encarga satisfactoriamente de mostrar aquellos vínculos transnacionales que, con una intensidad inusitada, sacudieron el debate público en Nueva York y que la política de bloqueo y el anticomunismo rabioso de los Estados Unidos se encargaron de opacar. Pocas revoluciones, como la cubana, ejercieron tal poder de convocatoria y atracción en la segunda mitad de siglo XX, y sus efectos no solo se desparramaron hacia el resto de América Latina, aspecto por demás de estudiado, sino que se contagiaron en el corazón del imperio mismo, debates que el nuevo escenario en el orden mundial invita a revisitar.
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