[Tribuna abierta] En esta nota, recibida por IdZ a propósito del artículo de Juan Dal Maso “¿En qué sentido vuelve y tiene que volver el marxismo?”, Nicolás Torino destaca la importancia de China y Oriente para pensar los desafíos del marxismo. A su vez, propone una visión particular y polémica sobre “qué es el marxismo en Asia” en la actualidad, sobre lo que ensayaremos una respuesta en el próximo número de este semanario.
Introducción
En un artículo reciente publicado en la revista Ideas de Izquierda, titulado “¿En qué sentido vuelve y tiene que volver el marxismo?”, Juan Dal Maso planteaba que
hay una diferencia significativa entre una política hegemónica en la actualidad y la que postuló históricamente el marxismo. Antes se pensaba en un movimiento obrero más o menos identificado con el marxismo a nivel internacional, más o menos homogéneo, desde el cual tender lazos con otros movimientos de sectores oprimidos (desde los movimientos campesinos hasta los movimientos de mujeres)
.
Si en el texto este diagnóstico parte de forma central de la situación en lo que se denomina Occidente (que de forma general se identifica con Europa y América), resulta interesante pensar en cuanto de esto se aplica a la situación de Asia, y en caso de no ser así, como se podría construir una estrategia diferenciada para este continente.
El camino para pensar una estrategia marxista para Asia es complejo y no tiene soluciones fáciles. El tamaño y la diversidad de lo que llamamos Oriente dificultan la producción de perspectivas generales, que logren abarcar todo el fenómeno. En este sentido, en este artículo la cuestión no podrá ser agotada, sino que se intentará señalar la existencia de algunos problemas, de algunas preguntas que es necesario responder para poder empezar a diseñar una estrategia asiática que pueda ser incorporada como parte de una estrategia global.
Este texto se divide en tres partes: En primer lugar, se intentarán mostrar algunos errores de perspectiva que dificultan que el marxismo occidental pueda pensar de forma política la realidad asiática. En segundo lugar, se intentarán esbozar algunos lineamientos generales de la relación existente entre Asia y el marxismo. En tercer lugar, se extraerán ciertas implicancias de esta caracterización que deben ser tenidas en cuenta a la hora de hablar de una estrategia socialista exitosa en el continente.
El marxismo occidental
La izquierda en Occidente presenta en la actualidad grandes límites a la hora de pensar el continente asiático. Esta tendencia, que tiene sus raíces históricas, se volvió más pronunciada a partir de la caída de la URSS, la destrucción de casi todas las instituciones internacionales marxistas y el retroceso teórico que implicaron estos dos hechos. En general, se podría afirmar que hoy en día la izquierda se acerca a Asia a través de una perspectiva económica o geopolítica, que presta una mayor atención a los fenómenos objetivos que a los subjetivos. Esto implica reducir la situación del continente a leyes, tendencias, crecimiento de PBI y guerras comerciales. Las preguntas que genera esta perspectiva refieren sobre todo al destino de países como China o India, hoy grandes potencias industriales del mundo, y su relación con Estados Unidos y Europa (y en menor medida, América Latina). En cierto sentido, se podría decir que este tipo de lectura no se refiere a Asia en concreto, sino que adopta una perspectiva eminentemente global, abstrayendo las condiciones locales para analizar tendencias generales.
Es importante notar que esto no es erróneo de por sí, sino que el problema empieza cuando esto no es el principio de la reflexión sino su fin. El marxismo en Occidente rara vez se pregunta por los sujetos que deberían hacer la revolución en Asia: ¿Qué sienten? ¿Qué piensan? ¿Cómo hacen política?, preguntas cuya respuesta es una condición básica para el desarrollo de una estrategia que incluya a este continente. El economicismo deriva en una visión impersonal, en la que no son “los humanos realmente existentes” [1] los que construyen la realidad social, sino que Oriente parece ser un mundo de leyes y tendencias, en los que la subjetividad es olvidada. Parte de esto, y esa quizás es la tesis central de este texto, es que en muchos casos el marxismo se ha olvidado de pensar Asia como un posible lugar de intervención y se ha acostumbrado a ver el continente como algo lejano, que, se asume por omisión, presenta las mismas condiciones para la revolución que Europa y América.
Esta omisión se vuelve más clara al leer análisis internacionales de izquierda, en los cuales cuando se habla del ascenso de la derecha, en las listas no suelen aparecer Modi y su cruzada por la imposición del nacionalismo hindú, el hindutva, o Duterte y su guerra sucia contra las drogas, y cuando se habla del ascenso de la izquierda no aparece Nepal, donde una insurrección maoísta terminó en 2006 con la monarquía e instaló un régimen democrático en el que gobierna el Partido Comunista.
¿Qué es el marxismo en Asia?
Un análisis político que tenga en cuenta las preguntas antes mencionadas lleva de forma necesaria a la conclusión de que el marxismo no puede volver a Asia porque nunca se fue de ahí: hay cinco países (Corea del Norte, China, Laos, Nepal y Vietnam) que cuentan con gobiernos de partidos comunistas o maoístas, bajo los cuales viven 1.500 millones de personas, el 20 % de la población mundial. En occidente se acostumbra despreciar este hecho. Como afirma Julia Lovell
especialmente desde el colapso comunista en Europa y en la URSS, los gobiernos occidentales imaginaron que el maoísmo era un fenómeno histórico y político que ya había pasado su fecha de vencimiento; que no había necesidad de relacionarse seriamente con él porque había sido dejado en el polvo de la supuesta muerte de la ideología en 1989.
Pero un análisis marxista no puede terminar con esa conclusión, sino que debe estudiar cuáles son los efectos políticos del marxismo existente en Asia. En particular, es necesario distinguir tres funciones que son cumplidas por estas ideas políticas: como forma de legitimación de los regímenes comunistas, como una cultura popular y como una forma de oposición.
El Partido Comunista Chino, que constituye por tamaño el caso más importante dentro de este grupo de cinco países, encuentra sus fuentes de legitimación en tres elementos: El éxito económico, el nacionalismo y la tradición marxista. De esta tríada en general tanto comentaristas burgueses como marxistas suelen nombrar siempre al primer elemento, en menor medida al segundo, y casi nunca al tercero. En casos extremos, toda la legitimidad del PCCh parece pender de la tasa de crecimiento del PBI, cuando en la realidad el índice de aprobación del Partido ronda el 80 %, el doble que la mayoría de los regímenes occidentales. Para el Partido Comunista Chino, el marxismo es un elemento central de su identidad. Es común que Xi Jinping realice discursos sobre el tema. El marxismo chino se encuentra incorporado al sistema educativo [2]. China fue el país en el que se realizaron las celebraciones más grandes por el bicentenario del nacimiento de Marx, algo que hasta llevó a la creación de una serie animada sobre la vida del revolucionario alemán. El socialismo no es solo algo que provee legitimación externa sino también intrapartidaria, en tanto que funciona como fundamento ideológico, sobre todo en relación con los intelectuales que defienden al Estado chino.
Y no debe pensarse que este marxismo es solo un contenido que proviene del Estado. En 2012, una encuesta de 40 ciudades chinas mostró que el 12 % de la población tenía como principal referencia religiosa a Mao Zedong. Por comparación, solo un 10 % indicó lo mismo del budismo, en teoría una de las religiones más populares del país. El culto de Mao es bastante prevalente entre trabajadores y campesinos chinos, y lleva a una verdadera proliferación de imágenes, estatuillas y amuletos de la suerte, algo de esto puede verse en las fotos que acompañan este artículo. La fotógrafa, que viajó en 2018 por las provincias de Jiangsu, Zhejiang, Yunnan y Sichuan, pasando por las ciudades de Shanghai y Chongqing, comenta que es muy común ver este tipo de objetos en los hogares chinos. Esto es confirmado por la historiadora Elizabeth J Perry en su conferencia The Cultural Foundations of Chinese Communism.
Otro elemento importante es el fenómeno del maoísmo como forma de oposición al régimen. En diversas ocasiones, organizaciones maoístas (muchas veces de estudiantes), han protestado decisiones del PCCh [3]. En parte esto es posible porque el gobierno de China ha permitido la presencia de cierto grado de oposición interna maoísta, aunque esto ahora podría estar cambiando, sobre todo en la medida en que estos movimientos estudiantiles, empiezan a proponer la organización del movimiento obrero. Este fenómeno no es únicamente chino: En India y en la isla de Mindanao en Filipinas, existen grupos maoístas que intentan llevar a cabo una guerra de guerrillas con el fin de derrocar los regímenes locales.
Ejes Estratégicos
La persistencia de distintas formas de marxismo en Asia plantea desafíos estratégicos propios de la región. Perry Anderson, en el epílogo de Consideraciones sobre el Marxismo Occidental, afirma sobre Vietnam, Cuba y China que “En estos países se plantea la difícil pregunta de ‘fechar’ el período a partir del cual una revolución política puede ser considerada un objetivo político oportuno y no-utópico” [4].
Este problema ha atravesado distintas etapas con la restauración burguesa iniciada en los setentas, el proceso de Reforma y Apertura en China y de Đổi Mới en Vietnam que transformaron de forma profunda ambas sociedades, pero alguno de los interrogantes permanecen: ¿Cómo hablar de marxismo en países en los que el marxismo es una forma de legitimación del partido gobernante? ¿Cómo se hace la Revolución después de la Revolución? ¿Cómo superar a la oposición ya existente que se reivindica marxista/maoísta? Estas son preguntas que no tienen respuestas fáciles, y que no pueden resolverse con teorías que tomen como base solo la situación occidental.
Si la creación de un discurso político efectivo es un problema, en muchos países asiáticos se presenta de forma adicional la cuestión de materializar y sostener estos discursos en prácticas militantes que puedan sobrevivir en contextos de fuerte represión a la oposición política. Este es otro problema histórico de la Oposición de Izquierda, sobre el que han reflexionado diversos comunistas chinos. Chen Duxiu, en una carta a Trotsky de 1937 [5], señalaba que la situación de represión en China hacía muy difícil el pasaje de un pequeño círculo de oposicionistas a un partido que tuviese relaciones fuertes con el movimiento obrero. El crecimiento del partido parecía de hecho para muchos oposicionistas como algo contraproducente, en tanto que llevaba de forma inevitable a la represión.
El marxismo revolucionario de afiliación leninista o trotskista enfrenta entonces dos escollos que son únicos de los países asiáticos: La presencia de una competencia directa, representada por el maoísmo, que no existe en Occidente donde se disputa mayormente con el reformismo, y niveles más elevados de represión que dificultan la construcción de movimientos opositores en países como China. Si las dificultades son grandes también lo son las posibles recompensas. Hoy China e India contienen la mayor cantidad de obreros del mundo [6], casi todos concentrados en mega ciudades. En China en particular, la clase trabajadora ocupa mayoritariamente una pequeña franja del sureste del país, y aunque presenta cierta diversidad cultural debido a los procesos de migración interna y la variedad lingüística y religiosa del país [7], también presenta una gran homogeneidad en el lugar que ocupa en la cadena productiva global, dado que ocupa un lugar crítico en la producción industrial básica. Estos desarrollos han aumentado la importancia de Asia como “centro de gravedad” [8], sobre todo porque los trabajadores de esta región se han convertido en el gran motor del crecimiento económico mundial. Para el marxismo revolucionario en Occidente, esta situación presenta entonces la cada vez más imperiosa necesidad de empezar a pensar en concreto cual es la mejor manera de poder empezar a materializar una presencia en Asia que puede plantearse tanto como una alternativa para los regímenes existentes como de los partidos comunistas estalinistas o maoístas.
Conclusión
Para Bhiku Parekh, “Marx sostenía que una de las características más llamativas de la ideología es ser crítica del adversario pero acrítica sobre sí misma” [9]. Por contraste, la característica identificadora del marxismo debía ser su capacidad para reconocer y descartar sus supuestos. En el caso asiático, es necesario decir que en varias ocasiones esto fue logrado: Los textos de Marx que rescata Kevin B. Anderson en Marx at the Margins, las tesis sobre Asia en el 2do y 4to congreso de la III Internacional, los análisis de Trotsky sobre China. Un elemento compartido de estos tres casos es la actitud de aprendizaje adoptada por los tres revolucionarios. Anderson en su texto muestra de forma extensiva como las lecturas de Marx sobre Asia cambiaron la posición que sostenía originalmente. En el debate plenario de las Tesis de Oriente en el 2do Congreso, Lenin señalaría que el aporte de las perspectivas de los comunistas asiáticos había sido fundamental para lograr una formulación precisa de las tesis, en particular en torno a la relación que los comunistas debían tener con la burguesía [10]. Trotsky en una carta a Preobrazhensky afirmaba:
me escribes diciendo que es necesario estudiar la historia de China, su vida económica, información estadística, etc. Nadie puede presentar objeciones a esto (excepto que la intención sea posponer el debate hasta el día del juicio). En mi defensa, sin embargo, debo decir que desde mi llegada a Alma Ata me he ocupado solamente de China (e India y Polinesia para estudios comparativos). [11]
Chen Duxiu, fundador del PCCh y miembro de la Oposición de Izquierda china, le expresaba los mismos sentimientos a Trotsky en una carta:
si hoy fallamos a la hora de desarrollar una comprensión profunda de los posibles desarrollos políticos futuros y de la fuerza real del proletariado chino y de la situación en la que se encuentra su partido político, y si fallamos en determinar sobre la base de esta comprensión el orden correcto en el que políticas posibles pueden ser implementadas, en el mejor de los casos somos escritores de café dando rienda suelta a nuestra necesidad autoproclamatoria. [12]
Ante la pregunta de en qué sentido debe volver el marxismo revolucionario, entonces, la respuesta debe enfatizar la necesidad de recuperar esta tradición estratégica que consideraba que para la caída del capitalismo mundial no alcanza con la revolución en Occidente, sino que hay que incorporar a esos “cientos de millones de personas que hasta este momento (…) han sido consideradas solo como objeto de la historia” [13], y que esto solo puede ser posible mediante el estudio y el desarrollo de ideas que no piensen a Asia como parte de la “normalidad occidental”, sino que incorporen las perspectivas asiáticas para construir un marxismo realmente global.
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