Publicada en julio de este año, Darío Sztajnszrajber nos trae una obra en donde combina su modo de ver la filosofía relatada con un formato docente, monólogo y stand up.
Siguiendo el formato tradicional de los libros de difusión del pensamiento filosófico más popularizados como lo fueron El mundo de Sofía o Ética para Amador, el autor desarrolla un relato en donde el protagonista (un hombre angustiado existencialmente) recorre varios escenarios de la ciudad de Buenos Aires, 11 en total, acompañando cada uno con una frase filosófica célebre que abre el juego de la reflexión. “Nadie puede bañarse dos veces en el mismo río” (Heráclito), “Soy el que soy” (Dios), “Solo sé que no sé nada” (Sócrates), “Oh amigos, no hay amigos” (Aristóteles), “Ama y haz lo que quieras” (San Agustín), “El hombre es el lobo del hombre” (Hobbes), “Pienso, luego existo” (Descartes), “Todo lo sólido se desvanece en el aire” (Marx), “Dios ha muerto” (Nietzsche), “Nada hay fuera del texto” (Derrida), “Donde hay poder hay resistencia” (Foucault), son las famosas sentencias escogidas por el autor para reflexionar.
Con un estilo literario simple y limpio, el texto intenta difundir y explicar en cada capítulo algunas de las ideas y doctrinas de los autores de las 11 frases. Siguiendo una línea cronológica que arranca con los presocráticos, pasando por los clásicos, los medievales y finalizando con los contemporáneos, el libro le permite al lector darse una idea de los principales conceptos y problemas que rodean a la filosofía Occidental. Desde ese punto de vista, Darío Sztajnszrajber cumple el objetivo de acercar la filosofía, sus temas y sus autores, a los no-especialistas en la materia.
Por otro lado, cabe destacar que la enseñanza de la filosofía siempre presenta una contradicción: cómo explicar conceptos complejos de forma simple o accesible. Desde ese punto de vista, el libro exhibe dos niveles. Los autores griegos (Heráclito, Sócrates, Aristóteles) y Dios (Antiguo Testamento) son expuestos y desarrollados con rigor académico: cada cita y cada fuente es referenciada con bastante exactitud. Desde ese punto de vista es serio. De San Agustín en adelante, si bien hay citas a las fuentes, se realizan interpretaciones más libres y menos fundamentadas que la de los autores antes mencionados.
Esos viejos posmodernos nuevos
Hay tres autores filosóficos muy presentes en el libro que son tomados como referencia: el primero es Michel Foucault con su teoría del Biopoder y su forma de control por medio de los dispositivos sociales; el otro es Jacques Derrida con la idea de la deconstrucción lingüística; y el último es el Italiano Roberto Esposito (heredo teórico de los otros dos) y creador del concepto de la Impolítica.
Hay un hilo de continuidad en el libro que se manifiesta en los principales conceptos de los tres autores mencionados: A. No existen los hechos, sino las interpretaciones subjetivas que se materializan por medio del lenguaje [1]. B. El poder moderno es un “totalitarismo todopoderoso” cuya manifestación se reduce a producir y gestionar la vida [2]. C. La muerte de las ideologías políticas, en la forma del nihilismo ideológico surgido de la saturación de discursos políticos, da lugar a la “Impolítica” [3].
Daniel Bensaïd afirma que luego de la derrota de los procesos que atravesaron Europa a finales de los 60 (Mayo Francés y Primavera de Praga) y la primer parte de los 70 (Revolución portuguesa), comenzó un movimiento de retirada y deserción del campo estratégico encabezado por Foucault y Deleuze [4].
La tesis del Biopoder que propone Foucault surge de una generalización teórica de las condiciones propias de la derrota del ascenso de masas internacional iniciado en 1968 sumado a los horrores políticos y sociales de la burocracia stalinista, y por otro lado, del espectacular desarrollo de los mecanismos de control social, que desde su creación hasta la actualidad no hicieron más que incrementarse y sofisticarse.
En resumen: a partir de las corrientes de pensamiento estructuralista y post-estructuralista que no solo niegan las clases sociales sino también la estrategia como medio para conseguir la revolución social, se convirtió al marxismo o al comunismo no ya en un objetivo político, sino en una idea abstracta general (como una idea platónica) que rechaza la prueba de la práctica. Podemos hablar del tema, disertar, discutir, pero nada más que eso. La posibilidad de transformación social desaparece del horizonte teórico.
Todos los sólidos se desvanecen en el aire
Es la frase escogida por Sztajnszrajber para pensar y cuestionar a Marx. Extraída del Manifiesto Comunista, que fue publicado por primera vez en Londres el 21 de febrero de 1848, es considerada una de las obras más difundidas y que más influenció el curso de la historia. El Manifiesto Comunista no es solo una gran obra literaria sino un documento teórico, programático y estratégico con el que Marx y Engels se proponían contribuir a armar a la clase obrera que, por aquella época, comenzaba a mostrar su ímpetu revolucionario. Para ambos, no se trataba solamente de entender la realidad, sino también de transformarla de forma revolucionaria.
Sztajnszrajber toma algunos conceptos en el sentido en que originalmente fueron propuestos, pero hace interpretación libre de otros: enajenación, alienación, plusvalía y el orden económico de la realidad son tomados como valores concretos de análisis crítico para cuestionar el sentido común imperante y desnaturalizarlos. Pero a la hora de poner en movimiento los músculos para cambiar las causas materiales que denuncia el Manifiesto Comunista, comienzan a surgir los análisis críticos lingüísticos.
El análisis que realiza Sztajnszrajber sobre Marx se basa en dos autores: Paul Ricoeur y Marshall Berman. El primero inaugura lo que se conoció como la “escuela de la sospecha” [5] en donde se engloba a Marx, Nietzsche y Freud como los “maestros de la sospecha”. En ese sentido pone a los tres al mismo nivel por el hecho de que ya sea cultural, psicológica o económicamente, los tres pensadores dudan, cuestionan o sospechan de la realidad, más allá de los fundamentos objetivos (materiales) que tengan para hacerlo. En ese sentido se queda, tan solo, en el mundo discursivo de los autores, al punto de comparar el sistema platónico con el marxista porque “hablan de mundos distintos”.
Hacer filosofía siempre es estar en el lugar de la sospecha, del desenmascaramiento; pero es evidentemente que los enmascaramientos se reconfiguran con las época… De ahí tal vez lo extemporáneo de la filosofía, que permite usar categorías platónicas o marxistas solo vigentes para su mundo histórico, de modo no histórico; o más bien transhistórico, y desposeyéndolas de su facticidad, utilizarlas entonces como metáfora para comprender narrativamente coyunturas de otro tiempo [6].
¿Un fantasma?
“‘Un fantasma recorre Europa: el fantasma del comunismo’. Así comienza el Manifiesto Comunista de Marx y Engels… Pero, ¿por qué un fantasma? ¿Qué es un fantasma? ¿Cómo recorren los fantasmas?” [7].
¿Es el comunismo de Marx una idea o un espectro? ¿Es una representación mental a la que la burguesía le teme? ¿O una Ideología concreta que aterra a la burguesía porque atenta contra su forma material de vida? En ese sentido Sztajnszrajber sostiene que cuestionar el orden existente produce un vacío que genera una angustia existencial que se manifiesta como terror a lo nuevo.
La desnaturalización de la propuesta de Marx provoca una mezcla de angustia, miedo y desesperación; provoca lo mismo que provocan los fantasmas: los fantasmas aterran. Y el terror no se agota en la contrapropuesta de un supuesto comunismo frente al capitalismo naturalizado; el terror se nos impone cuando nos damos cuenta de que nada es natural y que todo orden persigue siempre un propósito de control o como mínimo, de abdicación existencial [8].
Sztajnszrajber ve en el marxismo un espíritu de época o un emergente filosófico que intenta dar una explicación y sentido al orden de las cosas cuestionándolas, pero no toma una posición de clase, sino que es la abstracción ideal lo que guía su pensamiento. El manifiesto no fue escrito para todos por igual, sino que tenía un destinatario directo que era la naciente clase obrera, que debía desenmascarar y comprender cómo se producía la riqueza y cómo se determinaba el valor de las cosas. En ese sentido el sentimiento de terror al “fantasma comunista” que experimenta el patrón burgués al pensar que puede dejar de extraer riqueza de la explotación de los obreros, no es el mismo sentimiento que experimenta un obrero al pensar que puede vivir de su trabajo sin ser explotado.
El primer pensador que habló de Marx como fantasma (espectro) fue Derrida en su libro Los espectros de Marx (1993), publicado para el coloquio “A dónde va el Marxismo”, en donde el autor hace una analogía con la obra Hamlet de Shakespeare. En dicha obra el fantasma del rey asesinado se hace presente para informar del crimen del que fue víctima; Derrida dice que Marx está “presente en la ausencia”. O sea: todos los intelectuales tiene que hablar de él para negarlo o afirmarlo, pero ninguno puede ignorarlo.
En este sentido es llamativa la inversión de conceptos que propone Sztajnszrajber de su lectura del Manifiesto Comunista al poner el foco de análisis en el concepto de “fantasma” y no el de “comunismo”. No hay explicación en el libro Filosofía en 11 frases de ese proceder epistemológico, pero en el capítulo televisivo de la serie Mentira la verdad explica a Marx y el mismo texto aquí citado justificando el análisis del concepto de fantasma sobre el de comunismo fundamentándose en el hecho de que “somos piolas” [9] [¡!].
Casi al final del capítulo en cuestión Sztajnszrajber se pregunta “¿Es posible la revolución? ¿Tiene sentido revolucionar un orden para instalar otro mejor o, siempre que hay un orden alguien pierde?” [10].
El siglo XX fue el que más revoluciones tuvo en la historia de la humanidad; el último ascenso revolucionario que vivimos fue entre los años 60 y 80. Desde ese momento el neoliberalismo se afianzó como sistema económico y generó la idea de que nada existe fuera del capitalismo. En ese sentido, la idea de que lo máximo a lo que se puede aspirar política y económicamente dentro del capitalismo es al “fifthy-fifthy”, escondiendo la injusticia de que una pequeña minoría de la población (burguesía) se quede con el 50 % de la riqueza, mientras la gran mayoría de la población (trabajadores) se tenga que repartir el otro 50 %.
Respondiendo a la pregunta de Darío Sztajnszrajber: la revolución no solamente es posible, sino que además es necesaria. Por otro lado, siempre que hay un orden alguien pierde, pero aquí los que pierden serían los que siempre ganan, o si se quiere un pequeños puñado de capitalistas (en todo el mundo 8 concentran la misma riqueza que 3.500 millones), que junto con sus aliados privilegiados vive de la sangre, sudor y lágrimas de las grandes mayorías. No es una cuestión moral, sino de clase social.
La filosofía como show
El libro en general tiene el formato de una historia de ficción política donde un joven llamado Martín es asesinado en el subte de la línea D. Los medios de comunicación construyen un relato sobre la existencia de un militante-terrorista que se difunde por todos lados. La paranoia colectiva estalla y el país entra en un “estado de sitio” donde los militares vuelven a salir a la calle y a ejercer control social.
En ese escenario de un país controlado por los medios masivos de comunicación y el ejército, en donde las fuerzas de seguridad detienen a la gente y la golpean, el protagonista del libro decide hacer uso del pensamiento filosófico y sus reflexiones (encarnadas en las 11 frases) para “deconstruir” la realidad, y de esa forma desarmar los “dispositivos” de Biopoder por medio del diálogo socrático.
Casi al final del libro el protagonista se encuentra con Martín, el joven “asesinado” en el subte. No solamente estaba vivo, sino que todo indicaba que era parte del montaje de las fuerzas de seguridad para justificar la represión y el estado de sitio; un servicio, diríamos. Ante semejante hecho, el protagonista solo atina a darle un beso en la boca, o sea: deconstruir la heternomatividad. Sobre el hecho de que sea un agente de la policía usado para justificar un golpe militar no hay nada que decir; todo es poder, y no es bueno ni malo.
La deconstrucción se vuelve un fetiche en el libro y ya no importa el sentido de las cosas ni el porqué se hacen, solo el cómo. No hay clases sociales, tampoco oprimidos ni opresores, solo individuos dentro de dispositivos de poder (ya sean una escuela o un cuartel) que mediante el pensamiento filosófico pueden despertarse un poco de la rutina de esos dispositivos para cuestionarlos. Ahora, cómo hacer para cambiar esa realidad no se problematiza, o si se quiere, no existe el concepto de estrategia para pensarlo. Todo es un devenir constante e infinito que se manifiesta en un sinfín de representaciones propias (múltiples yo) que devienen en el transcurso del tiempo.
En una entrevista realizada para presentar este mismo libro, Sztajnszrajber afirmó que “Marx dice que ‘los filósofos no han hecho otra cosa que interpretar de diversos modos el mundo; llegó la hora en que se dediquen a transformarlo’. Me gusta jugar lingüísticamente con esa frase y digo que interpretar ya es transformar. En cada interpretación los filósofos han llevado al mundo para algún lado. Interpretar es transformar también [11].
En ese sentido y siguiendo la lógica del uso del giro lingüístico ya mencionado, podemos afirmar que el libro de Sztajnszrajber y la tradición filosófica que sostiene en los autores que usa, excluye un término del sentido de la tesis 11 de Marx: la filosofía se tiene que ocupar solo de interpretar el mundo, no de transformarlo.
COMENTARIOS