El natalicio de Charles Darwin sirve de excusa para reflexionar sobre la evolución como hecho y como teoría, para conocer los debates actuales de la biología evolutiva y, también, para celebrar la naturaleza y su historia: “las formas sin fin, las más bellas y las más maravillosas”.
Miércoles 12 de febrero de 2020 00:00
La teoría de la evolución de Darwin aún hoy provoca la ira de sectores conservadores. Desde el derechista Jair Bolsonaro, que recientemente nombró a un defensor del “diseño inteligente” como director de una de las principales agencias científicas de Brasil (la Coordinadora para la Mejora del Personal de Educación Superior, CAPES), hasta las recurrentes y tediosas discusiones sobre la enseñanza de la evolución biológica en las escuelas de muchos países.
El resquemor por la teoría de la evolución es justificado para estos sectores. Cómo hemos señalado en otras notas, Darwin formó parte de la corriente de intelectuales que introdujo las explicaciones históricas en las ciencias naturales. Así como Charles Lyell había demostrado que los procesos geológicos implicaban millones de años, la misma escala de tiempo aplicada a la historia de la vida dejaba en ridículo las fechas consignadas en la Biblia. Peor aún, esta larguísima historia no parecía seguir plan alguno, no mostraba una tendencia inequívoca al progreso y estaba abierta a todo tipo de contingencias.
Si una historia con su final abierto era ya insoportable, el descarnado materialismo de Darwin siempre fue demasiado. En vez de suponer un diseñador inteligente, que cuida del ajuste de los rasgos de los organismos a su ambiente, el proceso puramente material de la selección natural puede llevar al mismo resultado.
Genialmente, Darwin abandonaba en este mismo paso el esencialismo, la creencia en tipos ideales para cada especie, de los cuales los individuos son desviaciones. La variación, la riqueza de la diferencia se volvía lo único real.
La elección de la frase “selección natural”, sin embargo, no fue muy afortunada. Darwin la tomó como analogía de la selección artificial, que granjeros y campesinos practicaban escogiendo las semillas de las plantas más vigorosas o conservando la descendencia de los mejores animales. Pero seleccionar implica la presencia de alguien que selecciona ¿Quién es este agente en el caso de la selección natural? La respuesta preferida a esta pregunta es “el ambiente”.
El ambiente, ese opresor
“La selección natural mata a 38 billones de organismos en el día más sangriento hasta el momento” titulaba el sitio satírico The Onion hace unos años. Darwin mismo introdujo las metáforas violentas: “la cosa más elevada que somos capaces de concebir… resulta directamente de la guerra de la naturaleza, del hambre y de la muerte” afirma en el párrafo final de El Origen de las Especies, como cierre a una larga serie de ejemplos de “la lucha por la existencia”. Karl Marx, a pesar de su admiración por el materialismo Darwin, reconocía en estas metáforas la influencia de la sociedad victoriana: “Darwin reconoce entre las bestias y las plantas a su sociedad inglesa, con su división del trabajo, su competencia, su apertura de nuevos mercados, sus ‘invenciones’ y la ‘lucha por la supervivencia’ malthusiana. Es el bellum omnium contra omnes [la guerra de todos contra todos] de Hobbes.”
Sin embargo, el paso dado por Darwin al separar el origen de las variaciones de la selección propiamente dicha es el razonamiento que permitiría el despegue de la biología moderna. Procesos separados rigen los aspectos internos de un organismo (como la herencia y el desarrollo) y las fuerzas externas, provenientes del ambiente. En teorías anteriores de la evolución, como la propuesta por Lamark, esta distinción era imposible, ya que los organismos manifestaban un esfuerzo voluntario (interno) para acomodarse a la naturaleza, mientras que una tendencia al progreso atravesaba toda la cadena de los seres.
Estudiar estos dos fenómenos por separado ha llevado, indudablemente, a comprender mejor la naturaleza y han sido caracterizados por numerosas metáforas: en general, la variación “propone” y el ambiente “dispone”. Pero esta simplificación también tiene un riesgo y gran parte del debate actual ronda en saber si esta separación no constituye una barrera para continuar.
La dialéctica del organismo y el ambiente
“Los animales, como ya hemos indicado de pasada, también modifican con su actividad la naturaleza exterior, aunque no en el mismo grado que el hombre; y estas modificaciones provocadas por ellos en el medio ambiente repercuten, como hemos visto, en sus originadores, modificándolos a su vez.” Esta cita, y gran parte del ensayo "El papel del trabajo en la transformación del mono en hombre" de Friedrich Engels, constituye el antecedente intelectual más antiguo de líneas de investigación actualmente florecientes, que abarca aspectos como la construcción de nicho y las dinámicas eco-evolutivas.
Según los biólogos marxistas Richard Lewontin y Richard Levins, en Biología bajo la Influencia (de próxima aparición en Ediciones IPS), el darwinismo representa al ambiente como un elemento preexistente de la naturaleza, formado por fuerzas autónomas, una especie de escenario teatral en el cual los organismos desarrollan sus vidas. Pero los organismos no son solo objetos pasivos del entorno externo que sufren la fuerza de selección natural, son también sujetos que modifican activamente sus entornos: “El problema fáctico es que el organismo y el ambiente no pueden ser determinados en forma separada… Así como no hay un organismo sin ambiente, no hay ambiente sin organismo.”
Por supuesto, existe un mundo físico más allá de los seres vivos, y que estos seres no pueden controlar. Con volcanes, estaciones, y ocasional caída de asteroides. Pero este mundo físico representa el marco general para los diferentes ambientes. Los ambientes sólo pueden describirse conociendo las actividades de los organismos.
De esta forma, un ave puede necesitar enredaderas para elaborar su nido, árboles donde colocarlos e insectos para alimentarse. Todos estos son aspectos del ambiente relevantes para el ave y describen su “nicho ecológico” que puede ser muy diferente, digamos, del de un caracol o una hormiga. Pero el concepto de nichos ecológicos, como agujeros donde las especies encajan puede ser controvertido. Por más que existan sitios con enredaderas, árboles e insectos, no necesariamente encontraremos una especie ave que aproveche este nicho.
En el año 2003, se publicó el libro Construcción de Nicho, de John Odling-Smee, Kevin Laland y Marcus Feldman. La construcción de nicho es un proceso por el cual los organismos modifican su ambiente (las represas que construyen los castores son el ejemplo clásico), y estas modificaciones se convierten en el ambiente que influye en la evolución de estos mismos organismos. Estos autores además proponen que este proceso contribuye a la evolución, en pie de igualdad con otros procesos como la selección natural. Gran parte de los biólogos evolutivos están en desacuerdo con este último punto, y consideran que la construcción de nicho no puede considerarse un proceso totalmente autónomo. La construcción de nicho es en realidad un fenómeno conocido desde hace mucho tiempo por los biólogos, remontándose incluso a trabajos de Darwin sobre la acción de las lombrices en la formación del suelo. Nadie duda del eficacia de los organismos para modificar su medio.
El florecimiento de estas líneas de investigación es comprensible, en el marco de los cambios ambientales rápidos producto de la acción humana y ha llevado a incorporar una perspectiva evolutiva en los programas de conservación y en otras áreas de la ecología aplicada como el manejo de plagas, pesquerías y otros recursos.
También Engels señalaba las dinámicas de la interacción entre los seres humanos y la naturaleza: "Los hombres que en Mesopotamia, Grecia, Asia Menor y otras regiones talaban los bosques para obtener tierra de labor, ni siquiera podían imaginarse que, al eliminar con los bosques los centros de acumulación y reserva de humedad, estaban sentando las bases de la actual aridez de esas tierras". Estas reflexiones tienen más validez que nunca.
Santiago Benítez
Dr. en Biología. Investigador del Conicet. Militante del Partido de Trabajadores Socialistas (PTS).