John Bellamy Foster (Seattle, EE.UU., 1953-) es profesor de sociología en la Universidad de Oregon y editor de la reconocida revista de izquierda Monthly Review. Es autor de La ecología de Marx. Materialismo y Naturaleza, de próxima publicación para Argentina y Latinoamérica en Ediciones IPS, así como de una vasta obra sobre temas ecológicos. Aquí presentamos una parte de una entrevista que le realizara John Molineux y Owen McCormak, publicada en Monthly Review en Diciembre 2021, alrededor de tres temas que resultan centrales hoy para la reflexión ambiental desde una perspectiva anticapitalista.
Hay numerosos debates al interior del movimiento y entre los ecosocialistas (1) ¿Deberíamos hablar del Antropoceno o del Capitoloceno? (2) ¿Deberían los ecosocialistas abogar por el decrecimiento? Y, si es así, ¿qué pasa con el desarrollo en el Sur Global? (3) ¿Crees que es significativo hablar de “los derechos de la naturaleza”? ¿Cuál es tu mirada sobre estas cuestiones?
Estas son muchas preguntas y debates a la vez. Voy a intentar responderlas brevemente, en sucesión.
(1) El Antropoceno es un concepto científico bastante preciso, parte de la escala de tiempo geológica, que es uno de los grandes logros de la ciencia moderna. Significa que las fuerzas antropogénicas (mediante la sociedad) son ahora el principal factor de cambio del Sistema Tierra. No hay dudas sobre esto, y no hay posibilidad de que esto cambie mientras la civilización industrial persista en cualquier forma. Incluso si el capitalismo desapareciera y el socialismo lo reemplazara, todavía estaríamos en el Antropoceno. No hay cambio en esto sin poner en peligro la civilización y la existencia humanas. De hecho, ahora mismo el capitalismo está llevando al mundo hacia un evento de extinción en el antropoceno (y quizás un evento de extinción en el cuaternario), en el cual el impacto antropogénico sobre la Tierra concluiría con la destrucción con la civilización y la humanidad misma, junto a otras innumerables especies. En este sentido, el término Capitaloceno es simplemente un error de categoría que ignora los resultados de la ciencia natural y representa poca voluntad de confrontar la realidad de la nueva época geológica en la que vivimos.
En una aproximación más concreta, podemos decir que mientras oficialmente vivimos en el presente en la época del Holoceno en tiempo geológico, que se remonta hacia el pasado unos 11.700 años, en realidad estamos viviendo en la época aún no oficial del Antropoceno, el cual se caracteriza porque son los factores antropogénicos los que ahora son las fuerzas predominantes en el cambio del Sistema Tierra. Esto se conecta más cercanamente con la historia humana cuando se relaciona con edades geológicas, que anidan dentro de las épocas geológicas. Desde ese punto de vista, vivimos oficialmente en la edad del Megalayense de la época del Holoceno, que se remonta hacia el pasado unos 4.200 años y a menudo se asocia al temprano colapso civilizatorio debido al cambio climático (aunque esto está en disputa dentro de la ciencia). El Megalayense es visto como la última edad geológica dentro del Holoceno. Por lo tanto, Clark y yo, como sociólogos ambientales profesionales, hemos argumentado recientemente (en “The Capitalinian” [El capitaliano, NdR], en la edición de Septiembre de la Monthly Review) que, con el advenimiento de la época del Antropoceno, hemos entrado en una nueva edad geológica, la primera edad del Antropoceno, que comienza al final de la Segunda Guerra Mundial junto al Antropoceno mismo. Proponemos llamar a esta nueva edad geológica la edad Capitaliniana porque marca el punto en el cual un capitalismo globalizador, con su emergencia como una fuerza geológica que amenaza al planeta mismo, empezó la disrupción de todo el Sistema Tierra. Consecuentemente, la humanidad ahora se ve enfrentada o con un evento de extinción de fin del Antropoceno, en términos geológicos, en evolución hacia el Capitaliniano (en la edad histórica del capitalismo de catástrofe) o vamos a encontrar un camino para crear una comunidad con la Tierra, lo que requerirá una sociedad de sustentabilidad ecológica e igualdad sustantiva (ecosocialismo), anunciando una nueva edad geológica: lo que Clark y yo llamamos el “comuniano” [comunian]. El valor de este marco teórico es que nos dice exactamente lo que está en juego. Nos enfrentamos así, en la época del Antropoceno y la edad Capitaliniana a un Gran Climaterio, lo cual requiere la creación de un mundo que sea coevolutivo con el Sistema Tierra, la edad Comuniana, o no sobreviviremos. De esta forma podemos entender la relación entre historia humana e historia geológica tal como se presenta en nuestro tiempo
(2) Si decrecimiento significa que tenemos que reducir nuestro impacto en el Sistema Tierra; ese Menos es más como Jason Hickel argumenta en su libro; que esa acumulación exponencial de capital a escala mundial no puede ocurrir en un Sistema Tierra finito; que tenemos que movernos hacia una economía de estado estacionario (con peso económico decreciente en relación al presente) que promueva el desarrollo humano sustentable; que necesitamos una economía socialista democráticamente planificada que enfatice soluciones de bajo consumo energético y que reduzca los desechos y la destrucción; que el mundo tiene que avanzar hacia consumos de energía per cápita igualitarios, cercanos al nivel de Italia hoy en día (permitiendo a los países pobres alcanzarlos); que tenemos que enfatizar la producción comunitaria en vez de la producción de mercancías: sí, entonces apoyo la noción de “decrecimiento”, aún con algunas reservas. Captura un aspecto esencial del problema. El patrón capitalista de crecimiento ya no es posible.
Aún así, el concepto de decrecimiento tiene algunos problemas en términos de la forma que elegimos para articular nuestra estrategia. Es simplemente una inversión de la noción de “crecimiento”, que es la metáfora más poderosa del sistema existente, introducida después de la Segunda Guerra Mundial para representar el incremento del Producto Bruto Interno. Aquí, crecimiento es simplemente el libro de contabilidad hegemónico, basado en la contabilidad capitalista de doble entrada, elevada a nivel nacional. Se usa para todo (gastos de guerra, crimen, producción de combustibles fósiles, manejo de desechos nucleares, productos desechables) que contribuya al “valor agregado”. Esto incluye todo lo que pasa a través del mercado, cualquiera sea la naturaleza de la mercancía, sin importar su despilfarro, destructividad, irracionalidad y la desigualdad, explotación y expropiación asociada a ella. Si uno tala un bosque, lo cual en términos capitalistas son millones de tablas de madera, eso cuenta como crecimiento. Irónicamente, el crecimiento de la selva amazónica misma no constituiría “crecimiento”. El Amazonas está, de hecho, siendo destruido hoy en día en nombre del desarrollo capitalista.
Pero decir, entonces, que lo que proponemos como alternativa es “decrecimiento”, lo cual meramente invierte este concepto distorsionado de crecimiento, tiene el riesgo de agravar la confusión al tratar el problema ecológico simplemente como una cuestión de escala. La cuestión es reducida, entonces, a sus aspectos cuantitativos, sin tener nada que ver necesariamente con cuestiones cualitativas, relaciones sociales y demás. Es como si pudiéramos seguir como estamos pero solo más pequeños, capturando así solo una dimensión del problema. Cuando, de hecho, el problema clave es la naturaleza misma de este sistema de acumulación, cuyos efectos ecológicos destructivos no pueden ser reducidos simplemente a cuestiones de escala.
(Los teóricos más sofisticados del decrecimiento, por supuesto, se dan cuenta de esto e incorporan preocupaciones cualitativas en sus análisis). También nos encontramos con el problema de que algunos teóricos del decrecimiento influyentes, como el francés Serge Latouche, plantean que el decrecimiento es compatible con el capitalismo, como si el capitalismo no fuera un sistema de acumulación de capital ad infinitum. Algunos teóricos del decrecimiento también han eludido el problema del desarrollo necesario en gran parte del Sur Global, al que no se le puede pedir que decrezca. En general, la concepción del decrecimiento es útil para establecer los parámetros necesarios. Pero el verdadero problema es el sistema social mismo. Además, enfrentamos el problema de contrarrestar un concepto fetichizado de crecimiento simplemente mediante su inversión, lo cual produce verdaderas dificultades para construir una concepción popular. Algunos teóricos de los sistemas ecológicos como Howard Odum han intentado evitar este problema mediante planteando el problema de un “descenso próspero” [prosperous way down]. Pienso que la única respuesta real, en todo caso, es hacer del ecosocialismo el foco principal en vez del decrecimiento.
El problema clave es que vivimos en una “sociedad de acumulación”, tal como lo llamó el marxista francés Henri Lefebvre. Lo que necesitamos no es tanto una perspectiva de decrecimiento si no una perspectiva de desacumulación. El capitalismo es peligroso para el ambiente no solamente porque crece, sino por la forma en que crece (acumulación a todo costo), lo que maximiza los peligros hacia el ambiente y la población mundial. Este asunto está destacado en mi artículo (incluido en The Ecological Rift) llamado “The Absolute General Law of Environmental Degradation under Capitalism” (La ley general absoluta de la degradación ambiental bajo el capitalismo).
Aún así, la noción del decrecimiento golpea fuerte en la ideología capitalista del crecimiento, lo cual es esencial. El crecimiento exponencial y, sobre todo, la acumulación capitalista, en la actualidad más bien destruyen más de lo que crean en términos del mundo real, destrozando el planeta como hogar de la humanidad. Además, en años recientes, los teóricos del decrecimiento han jugado un rol de liderazgo en el desarrollo de estrategias de bajo consumo energético para lidiar con el cambio climático. Incluso, el trabajo de Hickel (junto con el de Andreas Malm y otros) está citado en la tercera parte que se filtró de la de la Sexta Evaluación del IPCC apuntando a la posibilidad de estrategias de bajo consumo energético, vistas como la principal esperanza actual para mantenernos debajo del aumento de la temperatura promedio mundial en 1,5ºC, así como también como fuente de argumentos respecto a la insostenibilidad del capitalismo.
(3) No pienso que tenga mucho sentido hablar de “los derechos de la naturaleza”, aunque sea porque es probable que la naturaleza pierda en cualquier perspectiva semejante, como lo hace la humanidad hoy en día. Los derechos políticos (la forma principal en la que nos referimos a los derechos en la sociedad capitalista) están asociados con ser parte de un orden político, basado en la noción de algún tipo de contrato social elemental (una noción introducida inicialmente en la antigüedad por Epicuro), o de ser parte de un orden constitucional creado conscientemente. En el modo de producción capitalista, derecho, en este sentido, está esencialmente reducido al derecho de propiedad basado en el concepto de mercancía, que forma la base de todo el sistema legal. También existe una noción ética de derecho natural que es concebida en varias formas y separada de los derechos políticamente derivados. Esta noción es incluso más confusa porque se separa de la noción de un contrato social. Aquí, si estamos hablando de justicia, como postuló Epicuro –y Marx estaba de acuerdo–, el concepto básico de justicia es la reciprocidad, más el reconocimiento de que nuestra noción de justicia debe cambiar junto con los cambios en nuestras relaciones y nuestras necesidades. Aquí podemos hablar de la necesidad, en una relación de reciprocidad, de sostener y reproducir la Tierra, y cómo esta necesidad evoluciona junto a la historia. Tenemos que reconocer nuestra conexión sensual y estética con la naturaleza, el hecho de que los seres humanos somos parte de la naturaleza, con la que nos relacionamos de una manera sensual y material, algo en lo que Marx insistió una y otra vez. Aldo Leopold, desde una perspectiva diferente, pero que ha desafiado la mercantilización de la naturaleza, enfatiza la necesidad de extender nuestro sentido de comunidad a la naturaleza. Deberíamos tener un sentido del valor intrínseco de la naturaleza, así como de la vida misma, y una relación estética con la naturaleza derivada de este mayor sentido de comunidad con la Tierra.
Como dijo Marx, nos relacionamos con la naturaleza no solo a través de la producción sino también a través de nuestros conceptos de belleza. Y, por supuesto, tenemos que tener alguna noción protectora de “derecho animal”, para prevenir su abuso en una sociedad capitalista de mercancías. Dejando de lado la esclavitud humana, nada es peor que reducir a los animales no humanos a meras máquinas sin alma, como hizo René Descartes. De hecho, Marx criticó directamente la filosofía mecanicista de Descartes por degradar a los animales no humanos de asistentes de seres humanos, como en la época medieval, a meros objetos mecánicos de la sociedad burguesa. Como sostuvo Epicuro –y reiteró Marx–, tenemos que vivir de manera que el mundo, es decir, la naturaleza, sea “nuestro amigo”. Tratar de abordar todo esto en términos de un concepto de derechos burgués genera confusión, ya que el problema real es el alcance y la naturaleza de nuestra comunidad con la tierra, con los animales no humanos y entre nosotros.
Traducción:
Agustín Milsen y Leila Fernandez Figueroa.
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