En “Aricó y el marxismo: la potencia de su legado”, Marcelo Starcenbaum nos ha acercado su contribución al debate sobre el pensamiento de José Aricó y su productividad para abordar los problemas de la teoría marxista y la actualidad argentina, que publicamos en el número anterior de este semanario. Recordemos que el debate se inicia en estas páginas con un artículo de Martín Cortés y posterior respuesta de quien esto escribe.
Marcelo retoma algunos de los temas tratados por Martín, pero centrándose especialmente en una crítica sobre nuestro modo de interpretar las elaboraciones y el legado de José Aricó. Su artículo contiene algunas observaciones que podríamos llamar metodológicas y otras específicamente referidas a ciertos posicionamientos teóricos y políticos de Aricó y su relación con el problema de cómo se estructura una práctica emancipadora de los sectores populares.
Abordaremos en primer lugar la cuestión metodológica, para luego tratar los temas políticos y estratégicos.
Lectura correctiva vs. lectura problemática. ¿Y la crítica?
Marcelo parte de reivindicar la seriedad de nuestros trabajos sobre Gramsci así como nuestro genuino interés en tomar a Aricó como una referencia polémica a la hora de pensar los problemas planteados por la tradición gramsciana en la Argentina.
No obstante este reconocimiento, señala que nuestra lectura se caracteriza por el predominio de una posición correctiva por sobre una problemática. Define la lectura correctiva como “una lectura interesada en determinar el acierto o la falta en sus interpretaciones [las de Aricó, NDR]” sobre temas como los Frentes Populares o el lugar de Trotsky en la tradición marxista.
Por el contrario, una lectura problemática, más que en la hiperprecisión histórica o conceptual se centraría en intentar comprender las apuestas de Aricó desde sus propios presupuestos y en ese marco, los alcances e importancia de los problemas que dejó planteados.
Esta división entre lectura correctiva y problemática disecciona la unidad de lo que para nosotros es una lectura crítica: establecer diferencias de concepto y lectura histórica, reconocer la importancia de la trayectoria y problemáticas planteadas por Aricó y Pasado y Presente y, por último, trazar elementos de balance de esas experiencias comparándolas con lo que ellos mismos se propusieron pero también con lo que nos proponemos nosotros.
Simplificaciones reductivas
Somos trotskistas que estudiamos a Gramsci y debatimos a Aricó. Curiosamente, casi no hay gramscianos o filo-gramscianos que estudien seriamente a Trotsky. Esto tiene que ver con la herencia del Partido Comunista italiano (PCI) y sus instrumentalizaciones durante la segunda posguerra, pero también con las lecturas de Gramsci que se impusieron durante los años ’80 en América Latina.
Si bien los estudios gramscianos contienen importantes aportes científicos para lograr una comprensión más ajustada del pensamiento del comunista sardo, en la “cuestión Trotsky” sigue siendo abrumadora la vulgata que toma por ciertas, sin beneficio de inventario, todas las afirmaciones de Gramsci sobre el revolucionario ruso –especialmente las de los Cuadernos de la cárcel [1]– sin tomarse el trabajo de verificar si se ajustan más o menos a lo que este último pensaba.
Traigo esto a cuento porque reflexionar sobre los problemas del marxismo implica, a su vez, una labor decodificadora sobre ciertas simplificaciones reductivas operadas por distintas corrientes. Estas reducciones son producto en algunos casos de grandes operaciones ideológicas, como la que mencionaba de Togliatti y el PCI que hicieron de Gramsci “el gran intelectual de todos los italianos” y predecesor de la “vía italiana al socialismo”, o la construcción, por parte del stalinismo, de un Trotsky “internacionalista abstracto” y partidario del “ataque frontal” (que Gramsci recoge más o menos acríticamente). En otros casos pueden ser resultado de recortar ciertos aspectos predominantes o importantes en su momento de un debate o una trayectoria intelectual, en función de la popularización pero simplificando excesivamente el mapa y la historia del marxismo. Por ejemplo, las imágenes de Lukács como ultraizquierdista primero y stalinista después, la de Sartre como un existencialista pequeñoburgués, Althusser como un estructuralista academicista, y un largo etcétera.
Aricó no está exento de este tipo de simplificaciones reductivas: que la Internacional Comunista era “derrumbista”, que la izquierda argentina era “societalista”, que la hegemonía gramsciana era la superación de la alianza mecánica de clases leninista, que el tercer período ultraizquierdista de la Internacional Comunista fue sectario y clasista, mientras que el Frente Popular fue abierto y hegemónico, por nombrar algunas de las más importantes.
Marcelo, a su modo, plantea también algunas de estas codificaciones típicas: el trotskismo hace lecturas correctivas, Lenin era jerarquizante e iluminista, el Frente Popular es la forma que asume la experiencia de las clases subalternas en Argentina, el eurocomunismo es una superación del vanguardismo, etc.
La necesidad de decodificar no tiene que ver con la superprecisión historiográfica o filológica, sino con que hay una relación estrecha entre ciertas codificaciones desde las que se lee la historia del marxismo, y las opciones estratégicas que se toman, como veremos más adelante.
En la senda del objetivismo
Luego de su análisis sobre las lecturas correctivas y problemáticas, Marcelo señala sobre las idas y vueltas de Aricó y Pasado y Presente en busca de un anclaje político: “[...] podríamos preguntarnos si una intervención política que pretendía anudar una política transformadora con la historicidad de los sujetos populares de nuestro país no estaba necesariamente condenada a dicho tránsito”.
Lógicamente hay ciertos contextos que incidieron de manera determinante en el tipo de posicionamientos de Aricó y Pasado y Presente. Pero lo mismo puede decirse de otras experiencias. Para no insistir sobre Aricó, pongamos otro caso, relacionado con la tradición trotskista, como el de la corriente orientada por Nahuel Moreno. Tomemos un momento en particular. 1958: Moreno y Milcíades Peña “teorizan” el “entrismo en el peronismo”. Moreno redescubre unas citas de Engels sobre el trabajo de los socialistas en los movimientos nacionales y Peña escribe en “Peronismo y revolución permanente” que la lucha por la legalidad del peronismo solo puede resolverse con la revolución proletaria porque la burguesía no cumplirá con esa demanda salvo con “el fusil obrero en la nuca”.
La adhesión al peronismo de la mayoría de la clase obrera obligaba a la izquierda a no desconocer esa realidad, además de que la lucha contra la proscripción del peronismo implicaba una demanda democrática elemental absolutamente justa por la cual luchar junto a la clase trabajadora. Cualquiera que quisiera hacer política por fuera de ese contexto habría tenido graves problemas para abrirse un camino en la clase obrera. Sin embargo, sacar un periódico que decía “bajo la disciplina del General Perón” y asumir una retórica peronista, fue una opción política voluntaria de Moreno y no una imposición de las circunstancias. Pensar esa experiencia de manera crítica exige sacar conclusiones sobre los errores y no adjudicarlos a una especie de proceso necesario (¿sin sujeto?), a la manera de las interpretaciones objetivistas del marxismo, que dejan un lugar casi nulo a la voluntad política.
Marcelo no excluye la necesidad de ciertas críticas a Pasado y Presente y Aricó. Pero las acota de tal forma que solo podrían ser críticas a cuestiones secundarias, dentro de considerar necesarios los distintos momentos de su trayectoria intelectual y política y de coincidir con sus principales coordenadas estratégicas. Considera limitada nuestra forma de abordar el debate, pero su propuesta no es precisamente más abarcativa que la nuestra.
Frente Popular ayer y hoy
Cuando señalamos críticamente el “frentepopulismo” de Aricó lo hacemos precisamente por los “efectos” que tiene esta matriz, que resurge en posicionamientos planteados por el propio Aricó a lo largo de su trayectoria. A su vez, incide directamente en uno de los principales “usos” del marxista cordobés en la actual situación: tomar sus reflexiones como insumo para pensar algún tipo de “peronismo de izquierda” asociado al kirchnerismo. Operación que, si no me equivoco, coincide con lo que Marcelo llama una lectura “nacional-popular” de Aricó.
Si bien, como ya señalamos en la polémica con Martín Cortés, no puede asimilarse directamente la política de Frentes Populares con la del “frente antimacrista”, lo cierto es que la propia Cristina Fernández, en su discurso en el Senado cuando se votó el presupuesto, presentó el gobierno del Frente Popular de Léon Blum como punto de referencia para su política en la Argentina actual. La diferencia no pasa tanto por el tipo de alianza policlasista, que sería más o menos parecida, sino porque, en el caso del kirchnerismo, se incluye a la Iglesia Católica, retomando la retórica peronista de “ni yanquis ni marxistas”, llamando a la unidad de los pañuelos verdes y los celestes, como dijo también Cristina Fernández en su charla organizada en el marco del evento de CLACSO.
El frente anti-Macri tiene en común con el Frente Popular una lógica política, caracterizada con bastante precisión por Trotsky:
Los teóricos del Frente Popular no van más allá de la primera regla de la aritmética: la suma. La suma de comunistas, de socialistas, de anarquistas y de liberales, es mayor que cada uno de sus términos. Sin embargo la aritmética no basta, hace falta cuando menos conocimientos de mecánica. La ley del paralelogramo de fuerzas se verifica incluso en la política. La resultante es, como se sabe, tanto más pequeña cuanto más divergentes sean las fuerzas entre sí. Cuando los aliados políticos tiran en direcciones opuestas, la resultante es cero. El bloque de las diferentes agrupaciones políticas de la clase obrera es absolutamente necesario para resolver las tareas comunes. En ciertas circunstancias históricas, un bloque de este tipo es capaz de arrastrar a las masas pequeñoburguesas oprimidas, cuyos intereses están próximos a los del proletariado, ya que la fuerza común de este bloque resulta mucho mayor que las resultantes de las fuerzas que lo constituyen. Por el contrario, la alianza del proletariado con la burguesía, cuyos intereses, actualmente, en las cuestiones fundamentales, forman un ángulo de 180 º, no puede, en términos generales, sino paralizar la fuerza reivindicativa del proletariado. La guerra civil, en la que tiene importancia la fuerza de la violencia, exige un supremo compromiso de los participantes. Los obreros y campesinos no son capaces de asegurar la victoria sino cuando luchan por su propia emancipación. En estas condiciones, someterlos a la dirección de la burguesía es asegurar de antemano su derrota en la guerra civil.
Obviamente, no se resuelven los problemas estratégicos con citas. Pero la misma situación se presenta en la práctica como en el papel. La suma de políticos peronistas “racionales”, kirchneristas, burócratas sindicales de centroizquierda y de derecha, curas, obispos y el propio Bergoglio puede unificarse bajo el slogan “Hay 2019”, pero no puede (sobre todo no quiere) ofrecer una lucha efectiva y organizada de manera sistemática para derrotar la política de Macri y tampoco para revertirla una vez en el gobierno. O se promueve la lucha de clases -cuyo desarrollo consecuente requiere una estrategia que vaya más allá de la burocracia sindical y la politiquería del sistema- o se apuesta una salida “ordenada” en los marcos del pago de la deuda al FMI, como ya adelantó Kicillof en su entrevista con la revista Forbes.
En una muy buena entrevista realizada hace algunos años por Fabio Frosini y Vittorio Morfino a Etienne Balibar, el intelectual francés plantea dos modelos: el de “clase contra clase” que simplifica al máximo las contradicciones de la sociedad capitalista, y el del “Frente Popular”, que supone una realidad más compleja, abigarrada y con multiplicidad de conflictos y contradicciones. En el segundo ubica a Gramsci y Althusser. Esa codificación (que amalgama lucha de clases y ultraizquierdismo del “tercer período” de la Internacional Comunista) expresa uno de los legados más perdurables del stalinismo en el movimiento obrero y la izquierda, aunque naturalmente ninguno de los involucrados en la conversación reivindique al stalinismo como tal. La estrategia de los Frentes Populares reemplaza la lucha de clases por la colaboración policlasista, la organización desde las bases por la burocracia, y el programa de ruptura con el capitalismo por uno de reformas aceptables para los capitalistas. La continuidad acrítica de esta matriz a lo largo de toda la trayectoria de Aricó podría ser uno de los principales límites a señalar en sus lecturas de Gramsci. Pero también constituye un núcleo duro del debate sobre los modos de reconstruir la tradición marxista en la Argentina y América Latina. Para pensar la problemática de la hegemonía en estrecha conexión con la lucha de clases y manteniendo rigurosidad en las cuestiones estratégicas es necesario romper los tabiques entre la tradición gramsciana y la trotskista. Mi impresión es que, más allá de las obvias diferencias políticas, desde el punto de vista teórico, Marcelo se queda del otro lado del tabique.
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