El 14 de julio de 1889, en el centenario de la Revolución Francesa, Friedrich Engels fundaba en Inglaterra la Segunda Internacional, junto a los dirigentes alemanes August Bebel, Wilhelm Liebknecht y Karl Kautsky, entre otros.
Óscar Fernández @OscarFdz94
Sábado 14 de julio de 2018
Tras la derrota de la Comuna de París en 1871, la burguesía europea comenzó una fuerte persecución contra todas las tendencias revolucionarias y socialistas, causando que miles de obreros emigraran a América. El Congreso de la Primera Internacional, reunido en 1876 en Filadelfia, decide entonces disolver la organización debido a la represión constante de la que eran objeto. Pasarían varios años para que el movimiento obrero se reorganizara; el mismo Marx fallecería en 1883.
Posterior a su muerte, diversos partidos obreros comenzaron a formarse en Europa y América debido al ascenso del capitalismo que, a la par de que entraba en su fase imperialista, necesitaba de más mano de obra para sostener ese crecimiento económico. El resultado: una mayor cantidad de personas que emigraban a las ciudades en busca de empleo, engrosaban las filas de la clase obrera y, al encontrarse en condiciones infrahumanas de vida y salarios miserables, decidían organizarse política y sindicalmente.
El partido más destacado en este aspecto fue el Partido Socialdemócrata de Alemania (SPD), que resultó de la fusión entre marxistas y los seguidores de Ferdinand Lassalle. Surgido en la clandestinidad y el exilio debido a las políticas antisocialistas de Bismarck, el SPD fue un ejemplo para los socialistas de Europa, por su forma de organizar a las masas y combinar la lucha en el parlamento con la lucha en las calles, las acciones legales y clandestinas y ganar millones de trabajadores a sus filas.
En 1889, en la celebración del centenario de la Revolución Francesa, Friedrich Engels se encargaría de organizar la fundación de una Segunda Internacional que organizara a los nuevos partidos obreros que surgían en el mundo.
La Segunda Internacional y el revisionismo
Tras la muerte de Engels, la Segunda Internacional tomó algunas medidas destacadas y progresivas como la lucha por la jornada laboral de 8 horas diarias con descanso los fines de semana, la conmemoración del Primero de Mayo como el Día Internacional de los Trabajadores (mismo que sería un día de lucha por reivindicaciones sociales) en honor a los obreros anarquistas asesinados en la plaza de Haymarket en Chicago y la conmemoración el 8 de marzo como el Día Internacional de las Mujeres.
Sin embargo, el desarrollo capitalista de la época causó que en Europa muchos dirigentes obreros y socialistas llegaran a la conclusión de que el capitalismo podría por sí mismo generar las condiciones para que los trabajadores vivieran bien e incluso avanzar progresivamente hacia el socialismo. Paralelo a esto surgió lo que Lenin describiría como la “aristocracia obrera”: un fenómeno de corrupción en las filas más altas del movimiento obrero, que recibían de parte de su propia burguesía los beneficios de la explotación capitalista de las masas del mundo colonial y que comenzaron a actuar de forma conservadora a fin de preservar los privilegios económicos y prebendas que obtenían.
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Esto derivó a que, por ejemplo, los dirigentes socialistas en Inglaterra solamente pelearan por demandas nacionales y no denunciaran las condiciones a las que su país sometía a los trabajadores en India, Irlanda o África. El internacionalismo se convirtió solo en consignas “rojas” y vacias para relucir el Primero de Mayo.
Rosa Luxemburgo —como parte de un ala izquierda donde estaban también Lenin y Trotsky— derrotó teóricamente al ala revisionista encabezada por Eduard Berstein, que expresaba mas “consecuentemente” este fenómeno reaccionario en las filas de la Internacional y abandonaba abiertamente una política revolucionaria en favor de una línea reformista. A la vez, el estallido de la Revolución de 1905 en Rusia comprobó que las revoluciones no eran cosa del pasado (como sostenían los revisionistas). Sin embargo y a pesar de ello, estas desviaciones oportunistas siguieron desarrollándose en los años siguientes.
Frente a la posibilidad cada vez más real de un enfrentamiento bélico entre las potencias europeas, el ala izquierda dio duras peleas al interior de la Segunda Internacional para combatir las concepciones nacionalistas de sus respectivos partidos. Pero la corrupción de la aristocracia obrera, que empezó a expresarse crecientemente en los círculos dirigentes de los partidos acostumbrados al periodo de tranquila expansión capitalista europea, fueron el caldo de cultivo para que, al estallar la guerra en 1914, el SPD aprobara los créditos de guerra exigidos por el gobierno. Lo mismo hicieron los partidos socialistas en Francia e Inglaterra.
Por esta razón es que Rosa Luxemburgo describiría a la socialdemocracia como “un cadáver hediondo” y Lenin sugeriría abandonar el nombre de socialdemócrata en favor del de comunista para los partidos que se resistían a capitulación socialpatriota. Tras el estallido de la guerra, los socialdemócratas —llamados despectivamente por el ala izquierda como “socialpatriotas”, “socialchovinistas” o “socialtraidores”— se ajustaron a la política de sus respectivos países, mientras que Lenin, Trotsky, Rosa Luxemburgo organizaban a los socialistas internacionalistas para discutir cómo enfrentar la guerra.
Esto se expresó en las conferencias en Zimmerwald en 1915 y Kienthal en 1916 (Suiza), donde Trotsky diría con ironía que “era escandaloso que todos los internacionalistas del mundo cupieran en sólo cuatro coches”. Tras el estallido de la Revolución Rusa y la toma del poder por parte de los bolcheviques, la Segunda Internacional se fragmentó entre quienes seguían la línea de la antigua organización y quienes criticaban los aspectos más escandalosos de su política, aunque no compartían los métodos revolucionarios de los comunistas.
Estos últimos se agruparían en la llamada Unión de Partidos Socialistas para la Acción Internacional, también apodada como la “Internacional dos y media”. Mientras tanto, los socialdemócratas en Europa tomaban una postura cada vez más reaccionaria, llegando al punto de asesinar a Rosa Luxemburgo y a Karl Liebknecht en 1919 y sabotear los procesos revolucionarios que surgían.
Administrando los estados capitalistas
Las tendencias contradictorias de la Internacional “dos y medio” no podían coexistir. Los elementos más revolucionarios se unirían a la Internacional Comunista, y los más reformistas regresarían a la Segunda Internacional en 1923, renombrándose Internacional Obrera y Socialista.
Continuó existiendo hasta finales de los años 30 y principios de los 40, cuando el surgimiento del fascismo en Italia, Alemania y España y el estallido de la Segunda Guerra Mundial (de la mano de la ocupación nazi) harían que prácticamente todos los partidos socialistas pasaran nuevamente a la clandestinidad.
Esta situación continuaría hasta 1951. En Francfort se reunirían nuevamente los partidos socialdemócratas para agruparse bajo el nombre de Internacional Socialista. Estos partidos abandonaron definitivamente toda adscripción al marxismo; no fue algo caído del cielo, sino la conclusión lógica de su política oportunista, conciliadora y reformista.
Si bien la discusión en torno a abandonar el marxismo no se dio de manera simultánea (como en España, donde esta discusión se dio tras la muerte de Franco y la legalización del PSOE), los partidos socialdemócratas adoptaron una política social-liberal de administrar el estado capitalista en países imperialistas.
Entre los integrantes de esta “internacional” están el PRI de Peña Nieto y el PRD de Abarca y Aguirre, los responsables de la desaparición de 43 normalistas de Ayotzinapa. Está también el PS francés de François Hollande que pretendió imponer una reforma laboral neoliberal, el SPD alemán que gobierna en coalición con la derechista Angela Merkel, el PASOK que junto a Nueva Democracia impuso planes de austeridad en Grecia, el PSOE que hizo lo mismo en España, el Partido Laborista que administró el gobierno en el imperialismo inglés , entre otros.
En resumen: ninguno de los miembros de esta organización representa los intereses de los trabajadores y difícilmente puedan clasificarse siquiera como partidos de izquierda. En Europa, son partidos “socialimperialistas” que gobiernan al servicio de sus propias burguesías y en América Latina son parte de los regímenes capitalistas. La creación de una organización internacional verdaderamente revolucionaria y consecuente sigue estando a la orden del día.
Óscar Fernández
Politólogo - Universidad Iberoamericana