Se hace cada día más palpable que con la conclusión del mandato de Cristina Fernández llega el final del ciclo político iniciado en 2003 aunque el FPV retenga la presidencia. No sorprende entonces que la producción editorial que ofrece balances del período para todos los gustos esté funcionando a pleno, de lo que ya dimos cuenta en el número 21 de esta revista.
Con La economía argentina en su laberinto sentamos postura en el debate sobre lo que dejan los doce años de gobiernos kirchneristas. Y lo hacemos tomando distancia de las posiciones que en su contrapunto pretenden reducir a esta alternativa binaria toda evaluación: los defensores entusiastas del autodenominado “modelo de crecimiento con inclusión social”, y los críticos ultraliberales de la política del gobierno nacional. En esta nota presentamos algunos de los puntos centrales del análisis que recorren el libro.
Inicio… caja negra
Una cuestión muy discutida durante los años de mayor crecimiento de la economía durante el kirchnerismo es cuánto pesó en el mismo el “viento de cola” de la economía internacional y cuánto el impulso propio generado por las políticas de demanda. Aunque el deterioro económico de los últimos años ha desplazado el tema del sitial central de los debates, no deja de tener peso en los balances del período.
El boom internacional en los precios de los commodities, que se inició en 2003 y acompañó prácticamente todo el período kirchnerista, alteró la ecuación económica del país de una forma sin precedentes en muchas décadas. Gracias a los altos precios de los commodities, y al aumento en la producción de granos que generó el desarrollo del agronegocio en el país (gestado durante los noventa pero con una prosperidad formidable en el nuevo contexto internacional), la economía argentina se llenó de dólares. Hacía varias décadas que las ventas al exterior no superaban a las importaciones tan holgada y sostenidamente como lo hicieron durante estos doce años. Por lo general la economía argentina de los últimos cuarenta años solo alcanzaba un superávit comercial cuando entraba en recesión, lo que reducía las compras al extranjero. Los momentos de crecimiento y superávit existieron durante este período, pero tuvieron duración efímera.
Esta inusitada posición externa fue algo que la Argentina compartió con buena parte de América del Sur; y más en general con lo que ha dado en denominarse como Sur global, que vio durante estos años aumentar el volumen de su comercio exterior. Desde finales de 2013 esta situación se está transformando para todo este conjunto de países, y el viento de cola empieza a transformarse en uno de signo contrario.
Para los que sostienen que el desempeño de la economía argentina durante los primeros años del período kirchnerista se explica de forma central y exclusiva por este contexto internacional, no habría elementos de la política local que sean de relevancia para analizar el desenvolvimiento de la economía. La evaluación que hacen quienes sostienen esta postura se concentra por lo general en criticar el efecto negativo que le asignan a las medidas “populistas” que habría tomado el kirchnerismo, dedicado a usufructuar las condiciones internacionales con medidas de corto aliento en vez de incentivar los animal spirits de los empresarios.
Desde el kirchnerismo, se contrapone a estas lecturas la evaluación del rol central que le habría cabido a las políticas redistributivas para estimular la demanda, y con esta, la inversión y el crecimiento. Sus defensores destacan el incremento del gasto público con énfasis en el gasto social y también subrayan el aumento de los ingresos de los asalariados desde el bajo piso en que se encontraban en 2003 como elemento que empujó el consumo (aunque esto tiene menos que ver con una política oficial que con la recomposición del empleo que se produjo desde 2003 y la disposición que mostraron amplios sectores de trabajadores a la lucha y a presionar a las conducciones sindicales).
Desde ambos lados de la “grieta”, se presentan aspectos que fueron importantes, pero que oscurecen lo que fue la verdadera “caja negra” del crecimiento económico de esta década, como la definiera el hoy ministro de Economía Axel Kicillof cuando todavía no reportaba en las filas del kirchnerismo: el salto en la rentabilidad empresaria que ocurrió a partir de 2002, por los efectos que tuvo la devaluación del peso. Cómo se logró este salto en la rentabilidad no es ningún secreto: la megadevaluación de 2002 como resultado de la salida de la caótica convertibilidad, condujo a un desplome de los costos salariales para el conjunto de la clase capitalista. Con los precios moviéndose al calor de la desvalorización del peso en relación al dólar (de forma desigual en distintas ramas), los empresarios adecuaron sus ingresos a la nueva situación; pero en la abrumadora mayoría de los casos, un costo fundamental, el del salario, se mantuvo casi incambiado en términos nominales; es decir que perdió incidencia en la ecuación económica del capital, que pudo así incrementar su participación en el valor generado. La degradación de las condiciones de los trabajadores asalariados fue un elemento fundamental para abrir un nuevo panorama para la economía nacional. Bajo las condiciones de hiperdesocupación (llegó a 25 % durante 2002) y con el apoyo de prácticamente todas las alas de la burocracia sindical a la salida devaluatoria, los intentos de resistencia al mazazo que representó el salto de los precios (de 40 % en un año) sobre los salarios fueron imponentes. Este desplome en el valor de la fuerza de trabajo, unido al mercado que se abrió para un montón de sectores productivos gracias al sideral encarecimiento de productos importados que significó pasar del “1 a 1” al “3 a 1” en pocos meses, constituye la base de la reactivación económica. Por eso es este nuestro punto de partida para analizar el período. Se comprende que no sea grato para quienes hablan de “crecimiento con inclusión” reconocer que fue esta “desposesión” en gran escala lo que creó las condiciones para el mismo. Las etapas que recorrió la economía bajo el kirchnerismo, pueden entenderse a partir de este cambio que significó la salida de la convertibilidad, y las contradicciones que se fueron desarrollando a partir de él.
La transformación estructural falta a la cita
Si algo caracteriza el período que siguió a la recuperación posconvertibilidad es la pronunciada diferencia entre los recursos que tuvo a su disposición la clase dominante y los que fueron puestos en juego en la inversión. Tanto la evolución de los desembolsos de las grandes firmas, como los agregados macroeconómicos muestran un ritmo de acumulación de capital que no se condice con los niveles de rentabilidad alcanzados durante estos años. La clase capitalista destinó a la ampliación y renovación de las capacidades productivas recursos menores de los que tuvo disponibles. El correlato de esto fueron los giros de utilidades de las firmas extranjeras, y la fuga de capitales, que juntos suman la friolera de 140 mil millones de dólares durante los gobiernos kirchneristas.
Viendo estos números, difícilmente pueda sorprendernos comprobar que la estructura productiva haya mantenido los rasgos que arrastraba desde la década previa: una fuerte desarticulación, dependencia de insumos importados, y baja agregación de valor en todas las cadenas. Tampoco es una sorpresa que rápidamente se agudizaran las tensiones inflacionarias, como respuesta a las contradicciones que generó la devaluación, por la disputa de márgenes entre los sectores capitalistas y la respuesta de los trabajadores para defender sus ingresos, y también surgen de la brecha entre el aumento de la demanda agregada y lo que creció la oferta, a consecuencia del débil ritmo de la inversión.
Espejismos
La necesidad de analizar la economía política kirchnerista tomando como referencia el verano caliente de 2001 no se debe sólo a la magnitud del hundimiento previo y la reestructuración salvaje que produjo la salida de la convertibilidad. El rechazo a las políticas antiobreras y antipopulares con las que la clase capitalista quería descargar la crisis sobre las espaldas del pueblo trabajador, que se venía manifestando de forma creciente en las acciones de protesta de trabajadores ocupados y desocupados desde los últimos años de Menem, y en las puebladas que recorrieron todo el país, culminó con la caída de De la Rúa como resultado de movilizaciones de masas. Esto signó la política del período posterior. De forma paradojal, la resistencia obrera y popular que actuó como freno para las políticas de ajuste y austeridad en los marcos de la convertibilidad, terminó favoreciendo las condiciones por las cuales la disputa entre sectores burgueses se saldó con un ajuste devaluatorio. Pero al mismo tiempo se produjo un cambio en la relación de fuerzas entre las clases. Cuando asumió Néstor Kirchner en mayo de 2003, el régimen político continuaba desprestigiado; reverberaba el “que se vayan todos” que cientos de miles habían voceado en las calles un año y medio antes.
En estas circunstancias, Kirchner apostó desde el primer momento de su mandato a recomponer la hegemonía con políticas que fueron presentadas como de un signo distinto, presentando al Estado como “árbitro”. Estas pretensiones del estatalismo y las contradicciones que desarrolló, ocupan un lugar destacado en nuestro estudio. El objetivo profundamente conservador fue la reconciliación de los vastos sectores obreros y populares con el régimen que cuestionaban en las calles. La restauración que llevó a cabo el kirchnerismo fue ante todo la del poder de la burguesía.
Durante algunos años se alimentó un espejismo: sin una ruptura en las relaciones con el imperialismo ni un ataque a sus posiciones en el país, sin una transformación de la estructura impositiva, y sobre la base de la estructura económica dependiente y desarticulada, se pretendió que podría haber crecimiento sostenido a tasas elevadas con “inclusión social”. Pretendida inclusión que desde el comienzo tuvo como límite infranqueable la preservación de las condiciones degradadas que afectan a franjas muy significativas del pueblo trabajador, como resultado de la fragmentación y precariedad laboral que siguieron sancionadas por las leyes y convenios impulsados durante estos últimos doce años. Si esta pretensión pareció sostenible casi una década, fue por la magnitud del ajuste de 2002, que permitió que las tensiones que empezaron a surgir se desarrollaran al principio paulatinamente, dando margen para los ensayos de contención. También, por el hecho de que el ciclo kirchnerista tuvo lugar en un momento internacional excepcionalmente favorable en términos de precios y demanda de los granos que exporta el país.
Pero el precio de la continuidad de la dependencia fue elevado, como suele ocurrir. Durante el período 2002-2014, la Argentina acumuló un superávit comercial de 184 mil millones de dólares, pero el mismo no tuvo como correlato ninguna canalización de recursos que sentara las bases para la transformación –siquiera mínima– de la estructura productiva. En tiempos de abundancia tanto el estado como la burguesía –la imperialista y la “nacional”– transfirieron recursos al exterior a ritmo acelerado. El Estado lo hizo en nombre del “desendeudamiento”. Los capitalistas extranjeros y la burguesía colocaron en el exterior buena parte de las ganancias amasadas en el país, bajo la forma de giros de utilidades los primeros, como lisa y llana fuga (acompañada casi siempre de evasión) los segundos. El resultado de que los recursos excedentes se concentraran en alimentar esta salida de dólares, fue la vuelta del frenazo de la economía por escasez de divisas a partir de 2011.
En estas circunstancias, no hay pretensión de conciliación de clase que pueda perdurar. Desde que Cristina inició su segundo mandato que la economía se encuentra en situación de estancamiento. La administración de los varios frentes de tormenta, que el gobierno pretendió hacer sin cambiar en lo sustancial los mecanismos de política económica que viene profundizando desde 2003, llevaron a tensiones con sectores del empresariado, especialmente de los sectores más poderosos de la burguesía industria, que a través de AEA y del Foro de Convergencia Empresarial vienen pronunciándose por cambios drásticos en el ordenamiento de la economía. Las dificultades también llevaron al gobierno a entrar en conflicto con sectores de la clase trabajadora. Nada menos que con aquellos que fueron los más beneficiados por el “modelo”: los asalariados que más vieron recomponerse sus ingresos y están alcanzados por el impuesto a las Ganancias. La idea de que este sector de trabajadores sería “privilegiado” y debería ser solidario con los de menores ingresos como fundamento de una supuesta progresividad de cobrar este impuesto, se choca de bruces con la regresividad que caracteriza a todo el sistema impositivo, de la que damos cuenta en nuestro trabajo.
Con el gobierno llevado a aplicar medidas de freno a la economía para cuidar los dólares y a entrar en conflicto con sectores de las clases que pretendía conciliar, empezó a hacerse humo el espejismo con el cual el kirchnerismo apuntó a recomponer el dominio de la burguesía.
El país de los senderos que se bifurcan
La parábola recorrida por la economía política kirchnerista muestra el techo que pueden encontrar las aspiraciones obreras y populares en la Argentina del siglo XXI gobernada por los capitalistas. Un techo ubicado por debajo del de otras experiencias de conciliación de clase que recorrieron la historia nacional. Al cabo del período, se muestra que continúa la degradación en las condiciones de trabajo, mientras que el nivel de remuneraciones y la participación de la fuerza de trabajo en el ingreso generado apenas recuperaron el nivel medio de los años noventa, muy lejos del de los años setenta. Esto se explica por el sencillo hecho de que en un mundo signado por las consecuencias de la restauración burguesa neoliberal y en medio de una crisis iniciada en 2008 que sigue produciendo nuevos episodios, como analizan Paula Bach y Eduardo Molina en esta revista, las pretensiones de conciliación del proyecto kirchnerista se dieron sobre la base de asegurar todos los “derechos” del capital trasnacional, como son los regímenes laborales flexibles y los estímulos impositivos para la radicación de inversiones, así como los tratados bilaterales que comprometen al Estado nacional en la reproducción del capital global. El “capitalismo en serio” que el kirchnerismo se propuso cubrir con un nuevo manto de legitimidad, mostró “serios” límites para las aspiraciones de los sectores populares.
Lo que deja el kirchnerismo vuelve a evidenciar que es utópico abrigar expectativas en lo que puede deparar un proyecto burgués “nacional y popular” para los sectores populares. La idea de que a la Argentina le falta más desarrollo capitalista o que puede aspirar a otro tipo de capitalismo es una falacia. El capitalismo argentino está ya desarrollado; lo está como una formación atrasada y dependiente. Nada bueno puede surgir de su perpetuación para los trabajadores y sectores populares.
El próximo período estará signado por la implementación de una agenda que a grandes rasgos es compartida por los principales candidatos a la sucesión, incluso los que se proponen la continuación del proyecto kirchnerista, convergiendo todos en la “gran moderación” que signa la conclusión de este ciclo. Es la que vienen reclamando los principales exponentes de la burguesía argentina y extranjera con presencia en el país.
Nuestra crítica de la economía política de los años kirchneristas apunta a poner en evidencia que ante las opciones en las que se debaten el kirchnerismo y la oposición patronal se abren otros posibles cursos de acción, a condición de cuestionar las reglas del juego de la economía capitalista semicolonial que unos y otros coinciden en mantener. Es falso que no hay alternativas al ajuste que, con más shock o gradualismo, todos los aspirantes a la sucesión presidencial se preparan para profundizar. Ellos tienen una hoja de ruta, nosotros debemos contraponer la nuestra; para ello el desafío es poner en movimiento las energías que puedan abrir paso a las alternativas de otra clase. Este libro es una apuesta a contribuir al desarrollo de esta perspectiva, que solo puede surgir si cobra fuerza material en millones de trabajadores la idea de que es necesario fortalecer una alternativa política independiente para luchar por transformar de raíz este orden social basado en la ganancia, desatando los nudos de la dependencia y el atraso que una burguesía unida por mil lazos al imperialismo no hace más que perpetuar.
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