Estos días, las cacerolas volvieron a oírse en Buenos Aires y otras ciudades del país, abriendo paso a la organización de asambleas vecinales que tímidamente empiezan a conformarse en diferentes barrios. Un método tradicional de las luchas obreras y populares, que no pudieron arrebatarnos, vuelve a entrar en escena.
Andrea D’Atri @andreadatri
Miércoles 3 de enero 08:26
Imagen: Cacerolazos de diciembre de 2017, contra la reforma previsional y la represión
El sábado 21 de agosto de 1982, Clarín tuvo que reflejar en la portada, la manifestación de amas de casa que había ocurrido en la tarde del día anterior. [1]. Con letras catástrofe, el diario anunciaba que el general "Bignone recibe a la CGT-Brasil", la central ubicada en la calle con ese nombre, que surge en 1980 confrontando con la dictadura militar, bajo el liderazgo de Saúl Ubaldini. También señalaba que, en cambio, la CGT-Azopardo aguardaría una semana. Pero en la esquina inferior izquierda, una foto mostraba a varias mujeres y una niña con carteles que decían: "Estoy con bronca. No compro los jueves." El epígrafe de la foto anticipa el contenido del artículo: "Un grupo de amas de casa elevó ayer un petitorio, avalado por 4 mil firmas, al Ministerio de Economía, mientras que alrededor de 400 personas realizaban una concentración en Plaza de Mayo como protesta por la carestía de la vida. Reclamaron subsidio a la leche, carne a bajos precios y la exención del IVA en los medicamentos." Era una movilización en la que confluían distintos sectores y organizaciones de mujeres y de la izquierda, como la Unión de Mujeres Argentinas (UMA) fundada por mujeres del PC y Bolsas Vacías, que al año siguiente se transformó en Amas de Casa del País, impulsada por el PCR de tendencia maoísta.
Golpearon cacerolas, agitaron sus bolsas de compras vacías y también reclamaron por la eliminación de la indexación de los alquileres. Las manifestaciones se extendieron a Mendoza, Córdoba, Rosario; pero también a distintas localidades del área metropolitana de Buenos Aires, donde convergieron frente a las municipalidades para rechazar el aumento del impuesto de alumbrado, barrido y limpieza, entre otros reclamos contra la carestía de vida.
Golpearon cacerolas, agitaron sus bolsas de compras vacías y también reclamaron por la eliminación de la indexación de los alquileres.
Las familias trabajadoras protagonizan los vecinazos
En noviembre de 1982, el proceso se generaliza. En la zona sur del conurbano bonaerense, la protesta se extiende en Monte Grande, Avellaneda, Dock Sud, Crucecita y otras localidades, donde se convocan asambleas y los vecinos se declaran en estado de alerta. El movimiento se extiende a Caseros, en la zona noroeste. Se suman más localidades del sur, como Avellaneda, Valentín Alsina y Lanús, donde se planifica un acto en una plaza, que es prohibido por el gobernador, medida que es desafiada con una concentración de un millar de vecinas y vecinos.
El 24 de noviembre allí se realiza la manifestación más masiva, con resistencia al operativo policial que rodea la municipalidad de Lanús y termina con varios heridos y 12 personas detenidas. Nadie sabe cuánta gente hubo, por eso se habla de 8 mil y hasta de 30 mil. Más allá del número, en la memoria histórica quedó fijado, como otras grandes gestas populares, con un sufijo que lo recuerda como algo enorme: el Lanusazo.
En su gran mayoría son familias obreras de las pequeñas industrias metalúrgicas y textiles, trabajadores ferroviarios, municipales, de correos, comercio y administrativos. También muchas maestras y cuentapropistas plomeros, electricistas, gasistas, peluqueros, como pequeños comerciantes y algunos profesionales autónomos. Llevan banderas argentinas y carteles con los nombres de los barrios de donde provienen y algunas consignas: "Queremos pagar pero no podemos"; "Congelamiento de los impuestos al mes de agosto"; "Basta de hambre". Los clásicos cantos de todas las movilizaciones populares mezclaban las demandas vecinales con el repudio a la dictadura militar: "Qué macana, qué macana, pagamos los impuestos para mantener la cana", "Suben las papas, suben los limones y en la intendencia suben los ladrones", "Mandarina, mandarina, que el impuesto lo paguen el Ejército y la Marina"; "Si no alcanza para parar la olla, que los impuestos te los pague Magoya".
Cuando afuera se enteran de que el intendente no recibe a la comisión de vecinos, empieza la presión contra el vallado policial. Desde más atrás, vuelan trozos de baldosas y sachets de leche contra la policía que responde con gases lacrimógenos y perros, a la manifestación que ya había superado las vallas. Pero la represión enciende más aún los ánimos de la multitud que vocifera "los pibes murieron, los jefes los vendieron" y "Galtieri, borracho, vendiste a los muchachos", en referencia al accionar de la dictadura militar en la guerra de Malvinas que había ocurrido en la primera mitad de ese mismo año. "Se va a acabar la dictadura militar" se entona con energía, como también ese verso del Himno nacional que señala "coronados de gloria vivamos o juremos con gloria morir", mientras la multitud se reagrupa y vence por tercera vez el vallado policial.
En su gran mayoría son familias obreras de las pequeñas industrias metalúrgicas y textiles, trabajadores ferroviarios, municipales, de correos, comercio y administrativos. También muchas maestras y cuentapropistas plomeros, electricistas, gasistas, peluqueros, como pequeños comerciantes y algunos profesionales autónomos
La juventud pasa a la primera línea y cae una lluvia de piedras contra la policía. Mientras las mujeres y personas mayores juntan el canto rodado del terraplén del Ferrocarril Roca y se lo acercan a los jóvenes para continuar la resistencia. Desde los edificios linderos, las mujeres arrojan sachets de leche, bolsas de basura y macetas para que la policía deje de gasear a los manifestantes. El combate se prolonga hasta que las fuerzas de represión reciben refuerzos. Las manifestaciones continúan varios días más en otras localidades. Intervienen asociaciones de fomento, de comerciantes, de jubilados, partidos políticos, clubes barriales y sobre todo, mujeres reunidas como vecinas o amas de casa.
Desde los edificios linderos, las mujeres arrojan sachets de leche, bolsas de basura y macetas para que la policía deje de gasear a los manifestantes.
"Contra el tarifazo, cacerolazo"
El 9 de octubre de 1986, Ubaldini convoca al sexto paro de la CGT contra el gobierno constitucional de Raúl Alfonsín. Pero además de ser una huelga con una movilización que reunió a más de 100 mil trabajadores y trabajadoras, las mujeres volvieron a hacer oír sus cacerolas. Según el diario Crónica, Amas de Casa del País convocó a "todas las mujeres, trabajadores y esposas de trabajadores a concurrir con ellos a la concentración con ollas, sartenes, tapas y latas para hacer escuchar nuestros reclamos".
Hubo cacerolazo en Córdoba, en 1987, para repudiar los levantamientos de los militares "carapintadas" y en Neuquén, La Plata y algunos barrios porteños, en 1988, contra los tarifazos de los servicios y el transporte. En setiembre, mientras las docentes de todo el país se encontraban de paro, otro cacerolazo se congregó frente al entonces Ministerio de Obras y Servicios Públicos, "Contra el tarifazo, el cacerolazo" era la consigna para no pagar los servicios públicos de luz, gas y teléfono. Según el diario Página/12, el 90% de los manifestantes eran amas de casa y jubilados.
"Piquete y cacerola, la lucha es una sola"
Si los cacerolazos fueron protagonizados por las familias trabajadoras y, en ocasiones, por la alianza entre trabajadores y sectores arruinados de las clases medias, con el inicio de la crisis del gobierno de Menem, en 1996, las protestas son hegemonizadas por estas últimas y en un claro sentido político opositor fogoneado por los sectores partidarios que luego formarían la alianza que sucede al menemismo en el gobierno.
Finalmente, el 2001 es recordado no solo por la masiva consigna de "que se vayan todos", sino también por aquella otra que sintetizó la alianza coyuntural entre los trabajadores y trabajadoras recientemente despedidos y hundidos en la pobreza, que cortaban las rutas del país con los piquetes, con las clases medias a quienes el ministro Domingo Cavallo les había confiscado los ahorros bancarios mediante el "corralito": "piquete y cacerola, la lucha es una sola".
Cuando el presidente Fernando De la Rúa anunció, la noche del 19 de diciembre por cadena nacional, que decretaba el estado de sitio, decenas de miles de personas salieron espontáneamente a desafiar la medida, juntándose en las esquinas de sus barrios a golpear las cacerolas, hasta que decidieron marchar por las principales avenidas hasta la Plaza de Mayo. Había cacerolas que protestaban por estar vacías y otras que fueron elegidas para hacer todo el ruido que fuera necesario para un presidente que no oía lo que sus propios votantes querían decir.
Había cacerolas que protestaban por estar vacías y otras que fueron elegidas para hacer todo el ruido que fuera necesario para un presidente que no oía lo que sus propios votantes querían decir.
Las cacerolas "apolíticas" y las cacerolas solidarias
Durante los gobiernos kirchneristas, las cacerolas volvieron a oírse. Pero ahora eran sectores de las clases dominantes las que las hicieron sonar. En 2008, cuando las patronales agrarias desafiaron al gobierno, las cacerolas respondieron a los discursos presidenciales de confrontación. También los hubo en 2011 y 2012, llamando a defender los valores republicanos y ponerle límites al autoritarismo presidencial.
Solo en diciembre de 2017, las cacerolas volvieron a sus legítimas manos, cuando el gobierno de Mauricio Macri reprime brutalmente una masiva movilización frente al Congreso donde se trataba la reforma previsional. Después de varias horas en que las fuerzas represivas dispararon a mansalva perdigones de goma y gases lacrimógenos, con varios heridos y detenidos, espontáneamente en toda la ciudad de Buenos Aires estallaron los cacerolazos demostrando que el rechazo a la reforma de las jubilaciones era muy extendido, como también la solidaridad con quienes habían sufrido la represión.
En una escala aún menor, algo similar sucedió el pasado 20 de diciembre. Pero esto ya es historia reciente que tenemos que continuar escribiendo a fuerza de ruidos metálicos que se esparcen, contagiosamente, desde ventanas, balcones y se transforman en reuniones en las esquinas, cortes de calles y avenidas, movilizaciones y marea. Nada mejor, para recuperar los lazos sociales rotos por el sálvese quien pueda, que las cacerolas donde se cuecen los sueños que alimentan nuestra común existencia.
Nada mejor, para recuperar los lazos sociales rotos por el sálvese quien pueda, que las cacerolas donde se cuecen los sueños que alimentan nuestra común existencia
[1] Las fuentes consultadas para este artículo fueron "De la protesta vecinal al ’motín popular’: Lanús 1982", de Iñigo Carreras y equipo; "Conceptualización e historia de los cacerolazos en la Argentina reciente (1982-2013), de Tomás Gold e "Historia de los cacerolazos: 1982-2001", de Roxana Telechea
Andrea D’Atri
Nació en Buenos Aires. Se especializó en Estudios de la Mujer, dedicándose a la docencia, la investigación y la comunicación. Es dirigente del Partido de los Trabajadores Socialistas (PTS). Con una reconocida militancia en el movimiento de mujeres, en 2003 fundó la agrupación Pan y Rosas de Argentina, que también tiene presencia en Chile, Brasil, México, Bolivia, Uruguay, Perú, Costa Rica, Venezuela, EE.UU., Estado Español, Francia, Alemania e Italia. Ha dictado conferencias y seminarios en América Latina y Europa. Es autora de Pan y Rosas. Pertenencia de género y antagonismo de clase en el (...)