La sección Debates de este suplemento está dedicada a la discusión e intercambio con compañeras y compañeros integrantes de la Asamblea de intelectuales socialistas, así como está abierta a diversas contribuciones que busquen aportar a la reflexión sobre las ideas socialistas y revolucionarias. En esta oportunidad, presentamos este artículo de Facundo Nahuel Martín, publicado simultáneamente en la revista Kalewche.
Primacía de la crisis
Que vivimos tiempos de crisis parece obvio. Desde el estallido de la burbuja subprime en 2008, el capitalismo mundial (en especial en el hemisferio occidental) se tambalea entre el crecimiento débil, la escasez de la inversión, las recuperaciones que no crean puestos de trabajo (o solo crean empleos basura) y el estancamiento crónico. Pero la crisis no es meramente económica. Nancy Fraser (2022), una de las voces más lúcidas de la teoría crítica actual, habla de una crisis multidimensional o un complejo de la crisis. Voces más cercanas al establishment usan otras denominaciones para referirse al mismo fenómeno: policrisis (Tooze 2023), metacrisis (Schmachtenberger 2022), permacrisis (nombrada “palabra del año 2022” por el diccionario Collins). El futuro parece haberse convertido en una caja de Pandora cruel donde, después de la próxima recesión, nos esperan la próxima guerra, el desastre climático, la espiralización inflacionaria o lo que sea. El proceso de crisis tiene aceleraciones y mesetas. Combina saltos veloces con fases de letargo, de lento deterioro, que dan por momentos la sensación de una civilización que se arrastra a su propio abismo tortuosamente. Kim Stanley Robinson anticipa bien este clima subjetivo en su novela de ciencia ficción climática El ministerio para el futuro:
Los años treinta fueron años zombis. La civilización había muerto, pero seguía caminando por la Tierra, tambaleándose hacia un destino aun peor que la muerte. Todo el mundo lo sentía. En la cultura de la época abundaban el miedo y la ira, la negación y la culpa, la vergüenza y el arrepentimiento, la represión y el retorno de lo reprimido. Siempre en un estado de temor suspendido, siempre conscientes de su condición de heridos, preguntándose qué golpe masivo caería a continuación, y cómo se las arreglarían para ignorarlo también, cuando ya era un gran esfuerzo ignorar los que habían sucedido hasta ahora, en una cadena de hechos que se remontaba hasta 2020.
¿Cómo orientarnos en este casino de la catástrofe? Siguiendo laxamente al influencer ambientalista Nate Hagens y su enfoque sobre los “cuatro jinetes” de la crisis en curso, voy a hablar de cuatro demonios procesuales de la actual coyuntura civilizatoria: el económico-financiero (inflación con estancamiento), el geopolítico (desorden mundial y guerras), el ecológico (cambio climático, ruptura de las fronteras planetarias) y el demonio del lazo social (polarización política, hegemonías débiles e inestables o simplemente ausentes). Voy a dar espacio desigual al tratamiento de cada una de estas cuatro crisis. Este intento de análisis es, por lo pronto, parcial y aproximativo. Trataré de poner de relieve la retroalimentación positiva de los factores de la crisis. Cada demonio procesual enardece a los otros tres, y todos colaboran, en un movimiento abierto, desigual y expuesto a contingencias, con la sobredeterminación de la dinámica de descomposición.
Dinámica económica y lucha de clases
¿En qué situación se encuentra la acumulación de capital? ¿Estamos en un periodo largo de tipo alcista o en uno bajista? Esta pregunta es importante para comprender la política como acción constreñida por las circunstancias. La política opera siempre en un terreno estratégico saturado de factores objetivos, no creado por la propia agencia y que es preciso analizar en el punto de partida.
Aaron Benanav (2022; 2023), siguiendo a Robert Brenner, defiende una tesis estancacionista sobre el capitalismo neoliberal. Desde la crisis del petróleo en los años ´70, nos dice, ha primado una tendencia al crecimiento débil en las economías desarrolladas. La debilidad de la inversión se relaciona con la dificultad para sostener aumentos de productividad en un capitalismo que parece haber agotado su potencial industrial. Desde la crisis de 2008, esta tendencia a la desaceleración económica y el estancamiento se ha acentuado, al menos en el hemisferio occidental.
El capital como forma social se caracteriza por la subsunción del proceso productivo bajo la lógica de la valorización. La producción, la distribución y el consumo de bienes, el modo como la sociedad se dispone a satisfacer las necesidades colectivas y garantizar su metabolismo encarnado, viene (en esta sociedad) condicionado por la mecánica impersonal y anónima del capital como sujeto. Esto es: se producen bienes y servicios en la medida en que alguien puede obtener una ganancia por venderlos. Lo que no genera ganancia, en la lógica sistémica, tiende a ser ignorado, subordinado o forzado a adecuarse a esta dinámica ciega. Por eso, la lógica social fundamental de la sociedad capitalista es la del valor que incuba valor, expresada en el capital como sujeto automático. Marx resumió esta dinámica con la famosa “fórmula general”: D-M-D´.
La existencia colectiva encarnada está subsumida bajo esta lógica abstracta. Para que el metabolismo social subsumido funcione, es necesario que el proceso de invertir dinero para obtener un retorno superior funcione también, y a tasas lo bastante elevadas como para mantener la rueda girando (y agrandándose) perpetuamente. Esta compulsión a acumular se expresa en términos globales, salvando las mediaciones, como la compulsión al crecimiento. Si no hay crecimiento, sabemos, toda la dinámica de la sociedad capitalista entra en problemas. Dado que la acumulación de capital tiene subsumido el metabolismo social, su interrupción y deterioro se expresan como crisis de reproducción societal, como incapacidad tendencial de la sociedad para satisfacer necesidades colectivas de acuerdo al nivel alcanzado de la productividad y los estándares de vida asociados. Marx, en otras palabras, explica en términos lógico-formales lo que cualquier persona sabe por experiencia cotidiana: si el PBI no aumenta, o aumenta poco, año a año, entonces toda la dinámica de la sociedad capitalista se ve puesta en cuestión (incluida, claro, la reproducción de las vidas proletarias).
Efectos contradictorios de la crisis
Las crisis y los periodos de estancamiento o crecimiento débil traen una tendencia objetiva al endurecimiento de las condiciones generales de la acumulación. Cuando la productividad crece y las tasas de ganancia son elevadas, el capital tiene mayor elasticidad estructural para tolerar reformas e incorporar demandas populares (elevación del salario real, conquistas de derechos). Cuando la acumulación funciona mal, la sola reproducción sistémica exige exacciones regresivas sobre las condiciones de vida de la clase trabajadora. El capitalismo mundial toleró, procesó y domesticó las reformas obreras de los Estados benefactores, podemos decir, en virtud de su fortaleza estructural durante los “30 años gloriosos” de la segunda posguerra. El periodo neoliberal o financiarizado que se abrió en los ‘70, con su ronda de ataques a las condiciones sociales conquistadas por la clase trabajadora durante el fordismo, parece, en cambio, expresión de una debilidad estructural o sistémica. Cuanto más débil se torna el desarrollo, cuanto más dificultosa es la obtención de ganancias a tasas altas, cuanto más lentos son el crecimiento y los aumentos de la productividad, entonces tanto más brutales se vuelven las exigencias estructurales de la sola reproducción sistémica sobre la población trabajadora.
Desde 2008 asistimos a lo que parece ser la fase terminal del capitalismo neoliberal inaugurado en los ´70, en un contexto de dificultades para la acumulación que se expresan como un recrudecimiento de la compulsión objetiva al deterioro de la reproducción vital proletaria. Esta compulsión tiende a cumplirse por la vía de nuevos ajustes estructurales y/o por el solo peso ciego de la crisis.
La actual fase declivista del capitalismo financiarizado ha conocido revueltas populares, desafíos a las formas heredadas de autoridad y estallidos sociales múltiples. Sin embargo, el peso disciplinador de la crisis se está manifestando en una dinámica de double bind para la acción colectiva de la clase trabajadora en un marco sistémico. A saber: si la clase resiste las agresivas demandas de la acumulación, veta los planes de ajuste y ejerce su resistencia, prolonga una situación de crisis que deteriora la dinámica sistémica y, con ella, la reproducción de la propia clase (Piva 2021). En cambio, si la clase acepta las reformas que demanda “el mercado”, sencillamente acepta vivir peor para que el capital se pueda seguir reproduciendo. Este double bind explica la coexistencia de procesos de radicalización social (para las grandes mayorías, la normalidad sistémica se ha vuelto sencillamente invivible), con tendencias a la derechización con base de masas que vemos en todo Occidente.
Como dice el sociólogo de la Escuela de Frankfurt Wolfgang Streeck (2016), paradójicamente, este periodo de catástrofe sistémica viene asociado con un ciclo de deterioro de las capacidades de agencia de Estados, movimientos sociales y sindicatos, al menos bajo los formatos de acción colectiva heredados. Cuanto más estructuralmente débil se ha vuelto el capitalismo, hasta ahora, más ha desarticulado las capacidades de la sociedad para contener o impugnar la dinámica sistémica objetiva. Esta correlación paradójica expresa los límites estructurales de cierta lógica política de la acción de la clase trabajadora, que tuvo su consolidación estratégica en el boom de posguerra. Los partidos reformistas de la clase obrera (laboristas, socialdemócratas, populistas de izquierdas) basaron sus programas, con las diferencias del caso, en la capacidad para apuntalar la acumulación y garantizar conquistas populares, todo a la vez. Esta estrategia predominante de la clase trabajadora consistió en convertir una compulsión sistémica (el crecimiento) en una vocación subjetiva de los sectores populares. La clase obrera se asumió como partícipe activa y voluntaria de la acumulación de capital. El crecimiento económico fue la condición dinámica de la elasticidad estructural para la conquista progresiva de derechos.
Cuando las condiciones estructurales de ese compromiso histórico se rompieron o dañaron, la clase obrera no pudo desplegar una nueva estrategia política capaz de ya superar, ya domesticar, las compulsiones del imperativo de la ganancia. Esta laguna estratégica explica, desde mi punto de vista, que tengamos a nuestras espaldas una década de grandes movilizaciones de masas acompañada, sin embargo, de notables bloqueos políticos para las izquierdas.
Respuestas políticas a la crisis
Las nuevas derechas pueden captar aspectos de la subjetividad obrera en la medida en que prometen restituir la dinámica del capital hoy en crisis. Su denominador común político-estratégico lo podemos resumir como sigue. La única civilización moderna (con libertad personal, relativa abundancia material y desarrollo tecnológico) que conocemos es la capitalista. Si esta civilización se enfrenta a una crisis, será preciso defenderla cueste lo que cueste. Si es necesario que la estabilidad de la biosfera y la subjetividad humana sangren para que el capitalismo funcione de nuevo, que así sea.
En las nuevas derechas vemos elementos de una rebelión del trabajo creador de valor contra la autonomía de la subjetividad proletaria. Esta rebelión invertida porta los estandartes de la vieja moral protestante estudiada por Max Weber: una moral de la disciplina del trabajo y el productivismo, una moral del crecimiento y la propulsión infinita de la lógica de la ganancia. Este “ethos realista” (Bolívar Echeverría) proclama a los cuatro vientos que solo haciendo los sacrificios vitales que demanda el capital podremos restituir el progreso, la modernización, el crecimiento, el desarrollo y la expansión económica. Todo lo demás debe amoldarse a este imperativo sistémico, que es a la vez una compulsión social-objetiva y una ideología subjetivamente vinculante: la ideología del desarrollo, que identifica lo que es bueno para el capital (el “crecimiento”) con lo que es deseable para la vida de conjunto.
La acción de la clase trabajadora parece dirimirse, entonces, entre una crisis de derecha y una crisis de izquierdas. La crisis de derecha reclama que se restituya la “sociedad del trabajo” (por decirlo con Postone y Kurz), con su moral de la productividad y el rendimiento. La crisis de izquierdas se manifiesta en la conciencia, por vaga que sea, de que la civilización del capital está en un momento de fragilidad sistémica que solo puede conducir al deterioro de las condiciones (sociales, psíquicas y hasta naturales) para la vida.
A medida que el capitalismo propulsa su dinámica y profundiza su crisis, tanto el ecosistema planetario como la subjetividad humana tienden al colapso. El paralelismo sorprendente entre la crisis ecológica y la crisis de la salud mental (Exposto 2022) ponen de manifiesto este proceso dual y combinado que apenas empieza. La lucha de clases y la dinámica del capital, en resumen, operan la una sobre la otra de maneras crispadas, complejas, a la vez contingentes y constreñidas, abiertas a la modulación política, pero no maleables arbitraria ni indefinidamente desde la acción humana. De momento, la interacción entre ambas parece encaminarse a una profundización de la crisis, en la medida en que perdure la actual dinámica de double bind entre la agencia colectiva de la clase trabajadora y las exigencias estructurales de la acumulación. Esta dinámica podría conducir a varios desenlaces posibles: salidas autoritarias, procesos de radicalización populares, eventuales nuevas estabilizaciones sistémicas de compromiso de clases, o, tal vez, la simple descomposición social. De momento, la única certeza es la continuidad del conflicto y la crisis.
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Crisis geopolítica y acumulación de capital
Vamos ahora a pasar revista de otros dos demonios procesuales: el geopolítico y el del lazo social. Que hay una crisis del poder mundial norteamericano y de los marcos globales del “consenso de Washington”, que dominó el mundo durante los años ‘90, es una obviedad. Es importante no exagerar este diagnóstico ni apresurar certificados de defunción voluntaristas sobre el poder norteamericano. Con todo, es claro que el eje atlántico se encuentra en retroceso relativo y sin garantías de triunfo final sobre sus ascendentes rivales asiáticos. Tal vez, el signo más claro del cambio de época se ve en la orientación de las propias potencias occidentales, que han dejado de ser globalistas para asumir actitudes cada vez más partisanas. Podemos decir que hoy prima el westernismo (Streeck 2022) como línea política del eje norteamericano-europeo. Occidente, que otrora convocaba o conminaba al mundo a incorporarse a una expansiva modernidad capitalista conducida por EE. UU., hoy parece más preocupado por defenderse y separarse del resto del planeta, ante el temible prospecto de una globalización Asia-céntrica.
El proceso de westernización de las potencias atlánticas tiene inmediatas consecuencias económicas, como vemos en las sanciones a Rusia y los intentos de regulación del acceso de China a tecnologías (semiconductores, etc.). La política de occidente se dirige hoy a una parcial regionalización. Se están formando bloques geopolíticos crecientemente enfrentados en términos militares, tecnológicos y económicos. La tendencia a la desglobalización relativa expresa que EE. UU. ha dejado de ser el Estado garante unilateral de la acumulación de capital a nivel mundial. Estados rivales, como los BRICS, se levantan como proyectos de garantes jurídicos, políticos y militares alternativos del proceso de valorización.
Se deberían decir bastantes más cosas sobre la crisis de hegemonía global. Solo voy a enfatizar un punto: el demonio procesual de la geopolítica interactúa de manera crispada con la propia crisis endógena, estrictamente económica, del capital. La crisis geopolítica es, para la economía, un creciente problema logístico y de cadenas de suministro. El neoliberalismo globalizado se basó en una “revolución logística” que integró las cadenas de producción mundiales en una escala sin precedentes (Mau 2023). La desglobalización relativa se expresa como interrupción, deterioro o ralentización parcial de esas mismas cadenas de suministro/valorización, con impactos económicos a veces significativos. El deterioro de la economía alemana después de las sanciones a Rusia y la voladura de Nordstream es un ejemplo ostensible de esto. La perspectiva de un aumento de costos de transporte por los ataques hutíes en el Mar Rojo sería otro caso. El capital, en resumen, necesita condiciones de previsibilidad jurídico-militares. La pérdida de estas condiciones a nivel global, y la reconducción (tendencial, parcial) de la acumulación bajo fronteras regionales aparece, en el corto y mediano plazo, como un factor adicional (“exógeno”, político-militar) de deterioro económico. Un capitalismo que se desglobaliza después de haberse globalizado es, necesariamente, un capitalismo que funciona peor en términos sistémicos.
¿Crisis del lazo social?
Si vamos del marco global a las dinámicas intranacionales, aparece el tercer demonio procesual, el demonio del lazo social y la representación política. Acá voy a hacer apenas algunas aclaraciones preliminares. Vemos una polarización paradójica, que combina elementos de “realismo capitalista prolongado” con un deterioro de las condiciones de convivencia colectiva en un marco democrático-liberal. Las sociedades (de vuelta, al menos en el hemisferio occidental) tienden a crisparse, fragmentarse y polarizarse, al tiempo que la crisis de alternativa perdura como trasfondo sordo en los sistemas políticos. La década pasada ha conocido levantamientos, puebladas y movilizaciones masivas. La política de masas, incluso con enfrentamientos callejeros significativos, ha estado a la orden del día. Al mismo tiempo, las nuevas derechas expresan una vocación por quebrar, antes que integrar, las demandas de la clase trabajadora movilizada. Desde el punto de vista de esta dinámica política, parece que tenemos sociedades polarizadas que se predisponen a enfrentamientos internos crecientes, con extremas derechas cada vez más agresivas, pero también con masas movilizadas dispuestas al estallido.
Sin embargo, también es cierto que estas polarizaciones se dan en un marco de continuidad ideológica y fáctica con el “modelo de desarrollo” (el modo de acumulación) del capitalismo neoliberal en crisis. Ni las nuevas izquierdas al estilo Podemos, ni tampoco las nuevas derechas al estilo de Trump, Meloni o Milei (con sus diferencias), parecen capaces de ofrecer un proyecto de desarrollo capitalista que apuntale otra vez la dinámica de la acumulación. De ahí que, de momento, ni unas ni otras tendencias políticas sean capaces de conquistar mayorías duraderas o estabilizar hegemonías políticas consistentes. La polarización política parece ser, por ahora, un síntoma dinámico de una crisis estructural más profunda, que apenas se empieza a poder nombrar, frente a la que ninguna fuerza mayoritaria ofrece una salida consistente. Esta situación puede resolverse eventualmente. De momento, la crisis, como Saturno, se devora a sus hijos políticos y afirma su primacía como factor causal.
Crisis ecológica
Vamos al cuarto y último demonio procesual: la crisis ecológica. Con esto me refiero al atravesamiento de las fronteras planetarias (Rockström et. al. 2023) que la humanidad debe respetar para mantener un espacio de operaciones seguro en relación con el sistema de la tierra (extinción de especies, contaminación por nitrógeno, etc.). El calentamiento global, causado por la emisión de gases de efecto invernadero de origen antrópico, es una de las más peligrosas fronteras en disrupción, por sus efectos masivos y catastróficos sobre las condiciones de la vida humana y no humana en todo el planeta.
Sabemos que, para frenar el calentamiento global, es necesario desfasar radicalmente el consumo de combustibles fósiles, causantes de la acumulación de gases de efecto invernadero en la atmósfera. ¿Cuán viable es la buscada transición energética en el marco del capitalismo? Tomemos fuentes capitalistas para pensarlo por un momento. Recientemente, el macroinvestor y gurú de las finanzas Ray Dalio (2023), a la salida de la COP28, hizo un análisis financiero de las perspectivas de la decarbonización de la economía. Sus conclusiones son sorprendentemente coincidentes con las de ecomarxistas como John Bellamy Foster (2023) o Kohei Saito (2022). Que el capitalismo deje atrás los combustibles fósiles mediante la inversión privada es improbable, sencillamente, porque hacerlo no es económicamente rentable. La industria de las energías renovables viene creciendo significativamente, y logrando reducciones de costos importantes. Pero no parece que vaya a ser atractiva para la inversión en las magnitudes y velocidades que la transición energética requiere. En un mundo cuya matriz energética es 75% fósil, la decarbonización mediante la iniciativa privada no está ocurriendo con la velocidad y profundidad que harían falta para garantizar el nivel de consumo energético que demanda el crecimiento.
Las soluciones políticas tienen dificultades parecidas en términos de solvencia sistémica. Es improbable que los Estados reúnan la capacidad de inversión necesaria para la transición energética mediante la suba de impuestos. Esto resulta escasamente viable en términos políticos, porque el aumento de la presión fiscal sobre los votantes amenazaría la continuidad de las dirigencias electas.
Me permito agregar: incluso si se gravara exclusivamente al sector energético fósil o “sucio”, ello también resultaría estructuralmente difícil de sostener, por el aumento generalizado de costos que causaría. Los combustibles fósiles son baratos, tienen elevados retornos energéticos y se pueden extraer, stockear y emplear con relativa facilidad a demanda (Malm 2016). Abandonarlos implicaría, con toda probabilidad y mientras la base técnica actual no se modifique, ir hacia un capitalismo con costos de producción mucho más altos, mayores dificultades para el acceso a energía abundante y barata y, por lo tanto, mayores trabas para la valorización. Solucionar la crisis ecológica significa, entonces, empeorar la crisis económica. Si las medidas de transición energética solo traen aumentos de costos, y no hay políticas compensatorias para las clases trabajadoras, es probable que estas empiecen a mirar con desconfianza la idea del capitalismo verde y, al fin, toda perspectiva verde en general. De ahí que la verba derechista contra la “hipocresía del progresismo ambiental” tenga condiciones de penetración ideológica en la clase trabajadora. En un marco sistémico, las medidas de mitigación de la crisis ecológica planetaria conducen a un deterioro de las condiciones energéticas de la acumulación, lo que dificulta la salida de la crisis endógena y afecta con mayor intensidad a los sectores económicamente más vulnerables.
El propio Dalio recomienda, en términos de inversiones, prestar atención a los proyectos de adaptación por sobre los de mitigación climática. La preparación de infraestructuras, redes de suministro y hasta formas de cultivo capaces de resistir mejor los desastres venideros puede constituir una oportunidad económica en términos capitalistas. Lo mismo vale para los trabajos de reconstrucción posteriores a los eventos catastróficos. Recordemos que el cambio climático incrementa drásticamente la probabilidad de desastres “naturales” (sequías, tormentas, inundaciones, huracanes). Cuando se destruya infraestructura por un huracán, habrá quien pague la reconstrucción, y hasta invierta en materiales resistentes para el futuro. Cuando sea más difícil mantener la agricultura por el cambio climático, habrá quien pague por semillas transgénicas resistentes a la sequía, etc.
El capitalismo se encamina a lidiar con la crisis climática, mayoritariamente, en una estrategia de primacía de la adaptación cuya consigna implícita es dejar que el desastre ocurra y tratar de manejarlo. Dar prioridad a la mitigación por sobre la adaptación, cosa mucho más razonable en términos de la preservación de la vida, no parece compatible con la rentabilidad en un marco sistémico. Ahora bien, que sea posible, para algunos capitalistas, hacer buenos negocios con la adaptación al cambio climático, no significa que los desastres por venir no van a significar un problema para el capitalismo de conjunto. El daño a la infraestructura, la pérdida de cosechas, los incendios forestales y las inundaciones implican invariablemente pérdidas económicas (ver informe de Christian Aid 2023).
En otras palabras, la crisis ecológica parece ser otro juego de double bind, esta vez para el capital. Si se reducen emisiones y se destinan inversiones a la mitigación del cambio climático, el capitalismo enfrentará dificultades de reproducción sistémica por el lado de la suba de costos. Si no se mitiga el desastre y se privilegia una estrategia de adaptación (como es más probable según la trayectoria default actual), el capitalismo enfrentará también subas de costos por la destrucción de infraestructuras y el deterioro de las condiciones materiales generales de la acumulación. Podemos hablar de una “crisis O’Connor”: una crisis de las condiciones de la acumulación causada por la expansión de la propia acumulación (O’Connor 1999). Esto sin mencionar la catástrofe humana y hasta biológica implicada en la estrategia de adaptación en curso. En síntesis, la interacción dinámica entre el demonio procesual económico y el demonio procesual ecológico sugiere un camino de retroalimentación acelerada que nos arroja hacia un capitalismo de rendimientos decrecientes y desastres crecientes.
¿Cómo salimos de esta?
No está dentro de mis capacidades, ni es el objetivo de estas notas, proponer una salida político-estratégica articulada y consistente frente la situación actual. Explicarnos la crisis en curso, su dinámica, sus tendencias en conflicto, es un primer paso para enfrentarla. Por lo demás, la estrategia política es relativamente autónoma y no se deriva de ninguna manera mecánica-lineal del análisis de la situación. Es posible elaborar una comprensión común del proceso y producir, sobre esa base, diferentes proyectos de política estratégica. Lo que no es legítimo es ignorar las constricciones del proceso o imaginar que se las puede romper solo con voluntarismo político, o sin más reproduciendo los marcos de acción heredados.
La política estratégica que venga tendrá, sospecho, que trabajar con la primacía de la crisis como horizonte temporal, por el momento, no reversible. Esto significa que deberíamos pensar la política venidera, mientras la dinámica en curso no cambie, sin demasiadas fantasías de estabilización sistémica y recuperación económica. La combinación dinámica de la crisis capitalista “clásica” (endógena), la crisis geopolítica, la crisis ecológica y la crisis del lazo social parece que va camino a profundizarse. Los cuatro demonios procesuales se crispan recíprocamente, en una dinámica incremental de velocidades variables. La crisis sobredeterminada y multidimensional es, por ahora, la condición-marco de la acción política.
Referencias
Bellamy Foster, J. (2023): Capitalism in the Anthropocene, Nueva York Monthly Review Press.
Benanav, A. (2022): Automation and the Future of Work, Londres y Nueva York: Verso.
Benanav, A. (2023): “We’re All Stagnationists Now”.
Christian Aid (2023): “Annual report and accounts 2022/23”.
Dalio, R. (2023): “COP28 Was a Great Climate Conference for Reasons Not Well-Recognized”.
Diccionario Collins (2022): “A year of ‘permacrisis’”.
Echeverría, B. (2002): El ethos barroco, México, Era.
Exposto, E. (2022): “¿Qué hacer con la crisis de la salud mental?.
Fraser, N. (2022): Cannibal Capitalism, Londres y Nueva York, Verso.
Grupo Krisis (1999): “Manifiesto contra el trabajo”.
Malm, A. (2016): Fossil Capital, Londres y Nueva York, Verso.
Marx, K. (1975): El capital. Crítica de la economía política, México, Siglo XXI.
O’Connor, J. (1998): Natural Causes. Essays in Ecological Marxism, Londres, Routledge.
Piva, A. (2021): “La larga crisis argentina”.
Postone, M. (1993): Time, Labor and Social Domination, Cambridge MA, Cambridge University Press.
Rockström, J., Gupta, J., Qin, D. et al.: “Safe and just Earth system boundaries”.
Schmachtenberger, D. (2022): “La metacrisis”.
Streeck, W. (2017): ¿Cómo terminará el capitalismo?, Traficantes de Sueños, Madrid.
Tooze, A. (2022): “Chartbook #130 Defining polycrisis - from crisis pictures to the crisis matrix”.
Streeck, W. (2022): “Getting Closer”->https://newleftreview.org/sidecar/posts/getting-closer].
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