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“Dejar de pagar la deuda no es suficiente”

ENTREVISTA A JEROME ROOS

ENTREVISTA

“Dejar de pagar la deuda no es suficiente”

Esteban Mercatante

Ideas de Izquierda

Jerome Roos es autor del libro Why Not Default? The Political Economy of Sovereign Debt (¿Por qué no dejar de pagar? La economía política de la deuda soberana), en el que rastrea la historia de la deuda soberana, y de las cesaciones de pago de la misma, desde los tiempos de las ciudades-Estado italianas hasta la actualidad. Roos enfoca la cuestión estudiando el poder estructural de las finanzas en el capitalismo contemporáneo, y analiza una serie de mecanismos de disciplinamiento que se han vuelto claves, desde los años ‘80, para convertir los defaults en sucesos relativamente excepcionales.

Con la crisis iniciada en abril de 2018, que llevó a Macri a golpear las puertas del FMI, la deuda soberana −y el ajuste al que se comprometió este gobierno para intentar honrarla a costa de “la sed y el hambre” del pueblo trabajador− se volvió a convertir en la cuestión central de la economía política argentina. El ajuste para “honrarla” es lo que condiciona los programas de todas las fuerzas políticas, excepto del FIT – Unidad que es el único que viene planteando que los acreedores no pueden ser la prioridad a la que deba acomodarse todo lo demás, y que el camino de la política diseñada por el FMI nos volverá a llevar a las mismas catástrofes que en el pasado. Con su análisis sobre los mecanismos con los cuales las finanzas globales buscan asegurar la continuidad de ese gran negocio que es la deuda soberana, Roos aporta numerosos elementos para pensar los desafíos de quienes peleamos por una alternativa para descargar los costos de la crisis sobre los grandes empresarios y usureros de la deuda pública.

¿Qué lugar dirías que tiene la deuda soberana dentro de los mecanismos de la expoliación imperialista en la actualidad?

Si observamos lo que ha estado ocurriendo desde la década de 1980, ha habido un cambio muy profundo en la economía política global que ha visto crecer el poder de los acreedores privados y organizaciones internacionales como el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial. Aumentó el volumen de los flujos de capitales y de los créditos otorgados (tanto por inversores privados como por organismos multilaterales), y al mismo tiempo se desarrolló toda una ingeniería para gestionar las situaciones en las que los países deudores entran en dificultades.

Los prestamistas internacionales desarrollaron un gran poder para privatizar las ganancias y socializar las pérdidas. Creo que hay una serie de razones por las que esto ocurrió. En mis trabajos (incluyendo además del libro un artículo que escribí en la revista Viewpoint) analizo el papel de la deuda como un mecanismo muy importante de extracción de riqueza del Sur Global por parte del Norte Global. Esto ya era muy importante históricamente, pero lo es cada vez más con la financiarización de la economía mundial y la globalización de las finanzas después de la crisis de los años ‘70.

Grecia, por ejemplo, quedó reducida después de la crisis de la última década al estado de una colonia deudora. Esa fue también la situación en muchos países del Sur Global durante los años ‘80 y ‘90. Durante la crisis de la deuda en América Latina en la década de 1980, hubo un esfuerzo concertado por parte de los acreedores para asegurar que toda la deuda de los países en crisis fuera pagada. Y la forma en que lo hicieron fue mediante la entrega de préstamos masivos de rescate bajo la dirección del FMI, condicionados a la vez a reformas de gran alcance y medidas de austeridad como las privatizaciones. Esto permitió no solo que los acreedores obtuvieran la devolución de los créditos, sino también transformar las economías de América Latina en beneficio del capital global. A algo de esto se refirió Naomi Klein con la idea de la “doctrina del shock”. El capital internacional aprovechó la apertura de estas economías, compró baratas las empresas públicas, tierras, etc.; se trató de una nueva ola de lo que Marx definía como “acumulación primitiva”. Ese proceso continuó a lo largo de los años ‘80 y ‘90 en el Sur Global. Yo sostengo que ahora también ha llegado a la periferia de Europa y los Estados Unidos, con crisis en países como Grecia y Puerto Rico, por ejemplo.

En tu libro considerás y descartás varias explicaciones de por qué los países buscan cumplir con sus deudas ofrecidas por la teoría mainsntream: la hipótesis de la reputación, la amenaza de sanciones y el rol de las instituciones republicanas. ¿Por qué considerás que ninguna de estas explicaciones es satisfactoria?

La hipótesis de la reputación afirma que los gobiernos cumplen porque les preocupa que de no hacerlo su reputación se verá afectada; entonces será mucho más costoso pedir un préstamo en el futuro, y el país podría incluso quedar excluido de los mercados internacionales de capital. El segundo enfoque sostiene que la amenaza de sanciones comerciales o legales es lo que obliga a los países a pagar sus deudas. Y el tercer argumento, la hipótesis de la “ventaja democrática”, sostiene que los países que tienen un parlamento fuerte y un Banco Central independiente, y en el que los derechos de propiedad privada están profundamente arraigados, podrá comprometerse con su deuda soberana de manera más creíble que otros países. Estos son los tres enfoques dominantes. Todos coinciden en considerar que el gobierno realiza un análisis simple de costo-beneficio, y básicamente concluyen que elegirá el reembolso porque considera que los costos de incumplimiento son demasiado altos. Todo esto se basa en un supuesto muy básico, que subyace a toda la literatura económica neoclásica, que es la noción de que el Estado es un actor unitario, y que existe una especie de interés nacional que el gobierno representa de manera racional.

Lo que yo planteo es que estos postulados ignoran dos cosas. En primer lugar, no tienen en cuenta los conflictos de clase dentro de los países deudores. No hay un interés nacional único sino un conjunto diferente de intereses. Por un lado están los de las elites o la clase dominante, y especialmente de aquellos sectores que están muy ligados a las finanzas o manejan negocios que dependen del crédito. Estos siempre tendrán un interés en que se pague la deuda soberana. Para ellos el costo que podría tener el incumplimiento es muy alto, ya sea porque tienen entre sus activos deuda del gobierno, o porque temen que un incumplimiento conlleve consecuencias económicas dañinas para sus intereses. Por otro lado, tenemos a la clase trabajadora, que puede verse mucho más negativamente afectada por las medidas de austeridad, las privatizaciones, los aumentos de impuestos y todas las reformas neoliberales que conlleva cumplir con la deuda. Estos últimos eventualmente podrían volcarse a favor de que se deje de pagar la deuda pública, ante la perspectiva de que la austeridad profundice el deterioro de sus condiciones de vida.

Lo otro que ignoran estas tres hipótesis que yo critico, es la diferencia de poder entre los países deudores y los acreedores. Es absolutamente fundamental que tengamos en cuenta la estructura financiera global en la que se generan los préstamos. En esa estructura, los acreedores privados tienen un poder mucho mayor que los países deudores, especialmente desde los años ‘70 y ‘80.

Hablás de tres mecanismos de disciplinamiento, que se han desarrollado a lo largo de la historia de la deuda soberana para asegurar el reembolso. Pero no fue hasta la década de los ’80 que estos tres mecanismos pudieron imponer que la cesación de pagos se convirtiera en un evento excepcional. ¿Qué pasó en ese momento?

Los mecanismos de disciplinamiento que describí en el libro tienen un largo pedigrí histórico. Han existido de una forma u otra desde finales de la Edad Media, con el surgimiento de las primeras grandes compañías financieras en la Italia del Renacimiento. Pero algo ha cambiado fundamentalmente en la economía política global desde los años ‘70 y ‘80. La raíz de los cambios está en el colapso del régimen de Bretton Woods en la década de 1970. Este surgió al término de la Segunda Guerra Mundial para regular los flujos de capital de manera muy estricta y garantizar que existiera un grado de lo que se conoce como represión financiera. Bajo las condiciones de Bretton Woods el capital no podía ir de un país a otro y, por lo tanto, aquellos que tenían fondos en el país y querían prestar o invertir solo podían hacerlo dentro de su propio país, comprando bonos del gobierno o en el sector privado. No podían prestar a México o Argentina, por ejemplo, debido a las restricciones vigentes. Ese sistema se rompió durante las crisis de la década de 1970 y el capital comenzó a fluir de nuevo a través de las fronteras. Este cambio hizo posible que los prestamistas internacionales emergieran, comenzaran a enviar dinero al extranjero y se embarcaran en préstamos masivos a otros países como los que vemos hoy en día.

La movilidad internacional de capital es lo que hace posible la emisión de deuda soberana en primer lugar. Pero el poder de los acreedores para asegurarse de que los préstamos se paguen se remonta a tres cuestiones clave que comenzaron en la década de 1970. La primera es el aumento de la concentración y la centralización de las finanzas internacionales. Lo que se ve desde los años ‘70 es que hay una fuerte concentración del sector financiero. Cada vez son menos los grandes bancos e instituciones financieras involucrados en los préstamos. Eso significa que hoy en día, en lugar de tener decenas o cientos de miles de inversionistas individuales que otorgan préstamos a gobiernos extranjeros, lo que vemos es que son los 10 o 20 grandes bancos de inversión los que inician la mayor parte de esos préstamos. A los acreedores les resulta mucho más fácil actuar de forma concertada para presionar en pos de asegurar que los países paguen sus deudas. Cuando hay una crisis, pueden seguir prestando para mantener solvente al deudor y asegurarse de que continúe recibiendo algo de dinero siempre que sientan que todavía está en condiciones de pagar. Cuando los bancos en cambio evalúan que un país ya no puede pagar o que quiere incumplir, pueden amenazar de manera creíble con cortar el crédito, porque son pocos con mucho poder ante los deudores y si dejan de prestar, entonces el país en problemas no tiene otro acceso al capital internacional. Ese temor a la exclusión es muy poderoso, y eso crea lo que yo llamo un cartel de acreedores.

La segunda cuestión que es absolutamente crucial es la transformación del FMI, interviniendo agresivamente en favor de los acreedores. Este es un desarrollo novedoso a partir de los años ‘80. El FMI existe desde la década de 1940, pero tenía un papel muy diferente bajo el régimen de Bretton Woods. A partir de las crisis de la deuda en la década de 1980 comenzó a cumplir el papel de un prestamista internacional de última instancia. Y lo que eso significa es que proporciona un rescate internacional masivo a países pobres o en desarrollo muy endeudados, crédito que está condicionado a las medidas de austeridad. Con estas medidas intenta forzar a los países a liberar recursos para el pago de la deuda externa.

El tercer mecanismo remite a las relaciones de clase en los propios países deudores. Creo que es muy importante enfatizar el mecanismo porque, de lo contrario, parece como si el cumplimiento con la deuda soberana fuera exclusivamente impuesto desde el exterior por los mercados financieros internacionales o por el FMI. Pero en realidad lo que encontramos es que hay fuerzas muy poderosas dentro de los propios países deudores que también tienen interés en pagar y que son básicamente personas como Mauricio Macri, De la Rúa, que están esencialmente interesadas en pagar la deuda porque representan a cierto interés de clase que exige que se pague la deuda. Y por eso sostengo que debido a la creciente dependencia del crédito internacional desde la década de 1970 y 1980, ciertos grupos dentro de los países deudores también se han vuelto increíblemente poderosos, porque los acreedores extranjeros consideran que son socios más confiables y se considera que tienen más probabilidades de pagar la deuda en su totalidad. Como resultado, pueden atraer crédito, y en mejores condiciones, que aquellos partidos que se presentan como progresistas o más intervencionistas. Como resultado de esa dinámica, hay un fortalecimiento de los intereses de clase dentro de los países deudores que pueden cumplir una función de puente hacia las finanzas internacionales.

Una de las lecciones de tu libro es que los incumplimientos tienen importantes costos económicos y sociales, pero a veces es mucho peor para la población de los países deudores cuando los gobiernos tratan de hacer todo lo posible para no incumplir. Mencionás algunos ejemplos de medidas que pueden ser tomadas para evitar algunos de estos costos, entre ellos lo que hicieron los bolcheviques en Rusia. Quería preguntarte si podrías hablar un poco más de este caso. ¿Cuál es la relevancia que puede tener hoy en caso de que en un país en crisis de deuda llega al poder un partido dispuesto a repudiar las exigencias de los acreedores?

Creo que, en última instancia, la decisión sobre los costos y alternativas debe hacerse caso por caso, porque estos van a ser diferente en cada escenario. Puede que no siempre tenga sentido sugerir un repudio de la deuda soberana, porque a veces los costos de un incumplimiento o repudio pueden ser más altos para sectores de la clase trabajadora que el costo del reembolso. Y la razón de ello es que a menudo la gente de clase trabajadora también está expuesta a las consecuencias financieras del incumplimiento, por ejemplo, a través de sus fondos de pensiones. Los fondos de pensiones a menudo invierten en deuda del gobierno y son dueños de parte de su deuda pública. Entonces, en el momento en que un gobierno incumple con su deuda es probable que los fondos de pensiones colapsen. Lo mismo puede suceder con los depósitos bancarios de sectores asalariados. Si el sistema bancario quiebra después de un incumplimiento, también pueden perder sus ahorros de toda la vida. Por lo tanto, estas son preocupaciones muy reales que se deben tener en cuenta al sugerir que un país deje de pagar la deuda.

Creo que hay una serie de casos en los que está claro que los costos a corto plazo de un incumplimiento serán muy altos, pero los costos a largo plazo de repagar a través de una dura austeridad serán aún mayores. Por lo tanto, se impone el repudio de la deuda, aunque este produzca un fuerte golpe en el corto plazo. El de Argentina en 2001 fue un ejemplo de esto. A pesar de que la economía básicamente se desintegró durante seis meses después del default, al final hubo una recuperación. El mismo argumento creo que podría hacerse en Grecia. Grecia está en peor situación hoy porque insistió desde el principio en pagar su deuda. La depresión duró una década y puede durar aún más si continúan pagando sus deudas porque están hipotecados hasta 2060. Es una locura si lo pensamos seriamente. Si observamos lo que sucedió en la década de 1930, por ejemplo, los países que defaultearon en la Gran Depresión tendieron a recuperarse mucho más rápido que los que no lo hicieron. Y en general, la recuperación en la década de 1930 fue mucho más rápida que la recuperación en países como Grecia hoy. Entonces, creo que es un buen argumento que muestra que ir al default es menos costoso que cumplir a rajatabla con los acreedores en el mediano y largo plazo.

Pero obviamente, para que esto no pegue de lleno sobre la clase trabajadora y los sectores medios, es necesario tomar medidas que los protejan en la medida de lo posible de los efectos de derrame inmediatos que trae el incumplimiento. Ahí creo que el ejemplo de los bolcheviques que mencionaste es interesante, porque cuando estos repudiaron la deuda del Zar en el año posterior a la Revolución (1918) establecieron algunas excepciones: emitieron un repudio formal y dijeron que excluían a todos pequeños tenedores de bonos. Su repudio no se aplicaría a los inversores como los jubilados, a las personas comunes y corrientes que tendrían unos pocos bonos del gobierno. Así que establecieron un cierto umbral, y solo los que tenían papeles del Estado por encima del umbral se vieron afectados por el repudio. Los afectados fueron sobre todo algunos bancos franceses. Lo que tenemos ahí es un intento de redistribuir los costos del incumplimiento de tal manera que las personas de la clase trabajadora en Rusia estuvieran protegidas. Hoy hacer eso es un poco más complicado, porque la financiarización ha hecho que todos estemos más expuestos a las consecuencias de un incumplimiento de muchas maneras diferentes. Mencioné el sistema de pensiones, y también los depósitos bancarios. Básicamente, deberías instituir protecciones mucho más complejas. Necesitaría crear, por ejemplo, un seguro de los depósitos, para garantizar que una cierta cantidad de los mismos siempre estará segura y el gobierno los pagará si el banco se derrumba como resultado del incumplimiento. Debería asegurarse de que los fondos de pensiones se recapitalicen después de una cesación de pagos del gobierno, para que no colapsen. Todo esto es posible pero es muy complejo. Esta es una cuestión.

La otra cosa es que en estos días es muy difícil orientar la cesación de pagos de tal manera que solo llegue a ciertas industrias, y eso se debe a todo un conjunto de regulaciones contractuales, como las llamadas credit default swaps [CDS, cláusulas de permuta por cesación de pago; N. de T.], lo que significa que cuando un bono deja de pagarse, otro asociado a él también se vuelve inútil o se dispara una compensación. La consecuencia es que todos los bonos que tienen CDS se deprecian cuando hay una cesación de pagos, incluso si el gobierno dice que va a establecer una compensación. El resultado es que es muy difícil direccionar una cesación de pagos de manera que se dirija solo a los acreedores y no a la clase trabajadora y sectores medios.

Por eso también sostengo que si deseamos crear una solución real, no podemos detenernos en el nivel de repudiar o dejar de pagar la deuda; debemos pensar realmente cómo reestructurar las finanzas globales. Lo que realmente necesitamos es democratizar la forma en que el crédito circula a través de la economía, si queremos contrarrestar el poder de los acreedores privados.

¿La nacionalización de los bancos, por ejemplo, ayudaría a contener o prevenir algunos de los efectos derivados de repudiar el pago de la deuda soberana?

Si un país va a seguir una estrategia de repudio de la deuda soberana, debe tener un enfoque abarcador. Simplemente dejar de pagar la deuda no es suficiente. Podemos tomar el ejemplo de Grecia como una buena indicación de lo que sería necesario hacer para enfrentar realmente a los acreedores. Yanis Varoufakis, ministro de finanzas de Grecia durante los primeros años del gobierno de Alexis Tsipras, ha escrito un libro muy interesante donde relata su tiempo en el cargo. Allí describe su estrategia para tratar de enfrentar a los acreedores privados. Argumenta que Grecia necesitaba, además de una moratoria sobre el pago de la deuda, también instituir un sistema de pago paralelo. Necesitaba encontrar una manera de asegurarse de que seguiría siendo posible para las personas, los bancos y las empresas realizar pagos a nivel nacional, incluso después de que el sistema financiero se derrumbara como resultado del incumplimiento. Por lo tanto, es necesario pensar en vías que puedan permitir que la economía siga andando en ausencia de posibilidad de creación de crédito por parte de los bancos privados y sin recurso a préstamos internacionales o ingreso de capitales extranjeros, porque básicamente todos dejarán de prestar o invertir en el país al momento de declarar la cesación de pagos. Por lo tanto, es necesario algún tipo de control gubernamental sobre los pagos internos, el crédito, el dinero y la inversión. Entonces, sí, definitivamente parte de la estrategia para repudiar la deuda tendría que incluir un elemento de control del sistema bancario nacional. Y especialmente un elemento de control sobre la asignación de crédito y la inversión en la economía local. Por lo tanto, se impone establecer bancos de inversión administrados por el gobierno, y buscar formas alternativas de proporcionar crédito a través de la banca pública, de cooperativas de crédito o similares. Debemos pensar en varias formas que permitan asegurar el acceso al crédito aún después de que el sistema bancario haya colapsado o que haya pasado a ser propiedad del gobierno. Entonces, como decía, es necesario pensar mucho más allá de simplemente dejar de pagar la deuda. Debemos encarar la cuestión de democratizar o socializar el dinero y las finanzas como tales. Creo que acá es cuando realmente empezamos a hablar de confrontar el poder concentrado de las finanzas. Eso inevitablemente te empuja en una dirección más socialista.

En Argentina, el FMI ha vuelto a controlar la economía después de 15 años. Desde la izquierda anticapitalista y socialista hemos estado defendiendo la necesidad de rechazar el acuerdo que Macri firmó con el FMI y las demandas que el organismo hace en nombre de los acreedores, pero la mayoría de las fuerzas políticas, no solo del partido de Macri sino del peronismo, afirman que no es posible romper relaciones con el FMI sino que a lo sumo se puede renegociar, lo que significará siempre exigencias leoninas en materia fiscal y de reformas pro-empresariales. ¿Cuál es tu opinión acerca de eso?

Ciertamente, es posible confrontar al FMI y poner en tela de juicio la forma en que se ha manejado la crisis actual. Es muy claro que lo que Macri ha hecho desde que llegó al poder es volver al antiguo ciclo de dependencia de la deuda y manejo neoliberal de la consiguiente crisis de deuda que Argentina ha visto muchas veces, con los mismos patrones que hemos visto casi desde que se constituyó como un Estado independiente hace 200 años. Al mismo tiempo, creo que es una posición muy difícil en la que se encuentra la izquierda en este momento. Estoy de acuerdo con la idea de que el FMI debe ser confrontado y que la deuda cuyo cumplimiento el FMI quiere asegurar con sus exigencias no debe ser pagada. Mucha de la deuda de Macri fue generada por ejemplo para pagar a los fondos buitre que se beneficiaron de la crisis de 2001. Hay muchos buenos argumentos para repudiar la deuda y el plan del FMI; pero el estado de la economía mundial hoy es muy diferente a lo que era por ejemplo a mediados de la década de 2000 para perseguir cualquier confrontación medianamente agresiva con el capital internacional. Las razones de esto son, ante todo, la desaceleración en la demanda china de commodities exportados por los países latinoamericanos y los crecientes costos del financiamiento a nivel internacional, debido a que el gobierno de los EE. UU. está elevando nuevamente las tasas de interés (y posiblemente finalizando la flexibilización cuantitativa), aunque ahora hay una discusión en los EE. UU. sobre si eso debería suceder o no. La consecuencia de estos cambios que se vienen dando es que existe un capital internacional menos abundante y una menor demanda de exportaciones para países como la Argentina. Así que cualquier confrontación con los acreedores internacionales de hoy no puede ser “financiada” por otro auge de los productos básicos, como ocurrió desde 2002 en medio del default hasta que la deuda fue reestructurada en 2005. Este tipo de alternativa no está disponible. Entonces, para enfrentar al capital internacional hoy, habrá una necesidad mucho mayor de proporcionar fuentes alternativas para el crédito y la inversión en la economía nacional. Entonces, como dije antes, una confrontación con el FMI y con los acreedores internacionales requeriría un cierto grado de control gubernamental sobre el crédito, el dinero y la inversión a nivel nacional. También controles mucho más estrictos sobre los flujos internacionales de capital. Será necesario impulsar bancos de inversión nacionales que sean capaces de asignar inversiones en sectores que puedan realmente beneficiar a la gente común y no a los capitalistas orientados a la exportación.

Todas estas cosas plantean una serie de complejidades. Y no digo esto porque no esté de acuerdo con que sea necesario confrontar al FMI. Pero lo estoy destacando porque creo que estamos entrando en una fase muy difícil para la izquierda a nivel internacional, y especialmente para la izquierda latinoamericana. Las fuerzas políticas se están volviendo cada vez más hacia el centro neoliberal (en Ecuador, Bolivia, etc.). Así que creo que es necesario tener en cuenta todas estas restricciones estructurales y pensar en formas creativas en que desde las fuerzas de la clase trabajadora se pueda plantear un desafío al capital internacional y compensar a nivel nacional algunos de los costos de eso, porque inevitablemente habrá mucha menos inversión desde el extranjero y costos de endeudamiento mucho más elevados.

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Esteban Mercatante

@EMercatante
Economista. Miembro del Partido de los Trabajadores Socialistas. Autor de los libros El imperialismo en tiempos de desorden mundial (2021), Salir del Fondo. La economía argentina en estado de emergencia y las alternativas ante la crisis (2019) y La economía argentina en su laberinto. Lo que dejan doce años de kirchnerismo (2015).