Desde hace 40 años, a partir de la derrota y el fin de la Guerra de Malvinas, se instaló un discurso digitado por y para el imperialismo, conocido como desmalvinización. Llevado adelante por el Estado como por los medios de comunicación, forjó en el imaginario de las masas la idea de que es imposible derrotar a las potencias imperialistas. A continuación, desarrollamos como se ejerció y ejerce hasta el día de hoy este discurso tanto desde el Estado, como por intelectuales y comunicadores.
La ocupación y breve recuperación de las Islas Malvinas en abril de 1982 expresó el sentimiento nacionalista y antiimperialista contradictoriamente bajo un gobierno proimperialista como el de la dictadura militar de 1976. Atravesada por una crisis económica y enfrentada a una creciente resistencia obrera y popular que se fue intensificando desde 1979, llegando al paro general del 30 de marzo de 1982, Galtieri y la junta militar llevaron adelante la ocupación de las islas, con la intención de negociar con los británicos, una aventura bélica que tenía la ilusión de contar con el apoyo de EEUU, o en menor medida su neutralidad. Al mismo tiempo el gobierno conservador de Margaret Thatcher pasaba por un momento de impopularidad y enfrentamiento con el movimiento obrero británico por las políticas que luego serían conocidas como neoliberales. Como principal aliado de la OTAN, el Reino Unido contó con el apoyo de EEUU para derrotar a un ejército sin formación ni armamento capaz de enfrentar a una de las principales potencias del mundo. Con la derrota se instaló un discurso digitado por y para el imperialismo, conocido como desmalvinización, que fue llevado adelante por el Estado como por los medios de comunicación y que forjó en el imaginario la idea de que es imposible derrotar a las potencias imperialistas. A continuación, desarrollamos como se ejerció y ejerce este discurso tanto desde el Estado, como por intelectuales y comunicadores.
La desmalvinización como política de Estado
La desmalvinización como concepto surge a partir de la entrevista realizada por Osvaldo Soriano al politólogo francés Alain Rouquié para la revista Humor de marzo de 1983 [1]. Allí plantea que “quienes no quieren que las FFAA vuelvan al poder, tienen que dedicarse a “desmalvinizar” la vida argentina.” Sin embargo, la política desmalvinizadora comenzó desde la claudicación de los militares frente a las Task Forces británicas. Luego de la caída de Galtieri, Anaya y Lami Dozo, la junta que condujo la guerra -presionados por una gran movilización en plaza de mayo luego de anunciada la rendición-, la asume Reinaldo Bignone como último presidente militar. Con el objetivo de recomponer las relaciones con los imperialismos, su gobierno fue el primero en omitir el debate público sobre la guerra y sus consecuencias. Tal es así que los ex combatientes fueron silenciados desde su regreso, ocultados durante meses en dependencias de las FFAA y los oficiales y superiores fueron la única voz visible. Luego de la guerra impulsó la formación de una comisión investigadora bajo la dirección de Rattenbach. Sin embargo, Bignone terminó congelando el informe de 17 tomos ante las consecuencias negativas que generaría sobre un régimen en crisis terminal como la dictadura, sostenido por el acuerdo que tuvo con la Multipartidaria (UCR, PJ, MID, PI, PC) que le permitió una salida negociada que se concretó 16 meses después de la derrota en Malvinas. Todos estos partidos, fundamentalmente la UCR y el PJ, que eran los mayoritarios en ese momento, acordaron en preservar lo más posible de la crisis total a las FFAA. Al descontento anterior ahora se sumaba el desprestigio como fuerza “que sirve para defender los intereses de la Patria” y quedaba al desnudo solo su lado represivo y el desastre económico”. La política de “desmalvinización” significaba condenar la acción militar por ser confrontativa abogando por las relaciones pacíficas con las grandes potencias, limpiar lo más posible la cara represiva del ejército subordinándolo al “régimen democrático”, recomponer la relación entre FFAA y sociedad, profesionalizar el Ejército.
Tanto Alfonsín como el resto de los partidos que conformaban la Multipartidaria mantuvieron el silencio sobre el informe Rattenbach como parte del pacto establecido con Bignone para negociar una salida electoral a cambio de la preservación de las FFAA. El gobierno radical contribuyó a la desmalvinización con declaraciones de parte de Alfonsín que calificó a la guerra como un “carro atmosférico” y de “aventura inclasificable”.
Si bien es correcto que la guerra fue una aventura -por la falta de una estrategía militar-, debemos aclarar que el gobierno radical y todos los partidos de la Multipartidaria fueron funcionales a los intereses del imperialismo en un contexto donde llevó adelante la política de "transiciones a la democracia" para evitar la emergencia de la revolución proletaria a nivel mundial, como forma de administrar el declive de su hegemonía, luego de la derrota de Vietnam [2]. En el caso de Argentina el objetivo fue prevenir tendencias a la radicalización y acción autónoma del movimiento obrero, a su vez que la transición democrática evitó una caída abrupta de la dictadura por acción de las masas.
Desde que cayó la junta hasta el nombramiento de Bignone hubo dos semanas donde la Multipartidaria fue determinante para sostener a los militares. Es así que la prensa de países imperialistas presentaba a Alfonsín con una imagen “amable y esperanzadora”. En el año 1983 la revista estadounidense Time lo sacaba en portada con el título de “Un nuevo comienzo” y la inglesa The Guardian señalaba que "el señor Alfonsín es la mejor esperanza de una negociación sensata que Argentina ha producido en décadas".
Durante el gobierno radical las relaciones diplomáticas con Gran Bretaña no fueron restablecidas. El gobierno de Alfonsín se limitó a una política de reclamo en foros multilaterales. Moderando su discurso con el fin de restablecer relaciones diplomáticas, en 1985, en el marco de una reunión de Naciones Unidas, presentaría un documento donde reemplazaba la discusión sobre la soberanía por una más ambigua definición sobre "solucionar los problemas pendientes” en relación a Malvinas.
También la desmalvinización fue aplicada en relación a la política de Derechos Humanos. Ya desde 1982, las denuncias de ex combatientes sobre sus superiores no fueron tomadas en cuenta ya que el terrorismo de Estado solo se aplica a la sociedad. Esto dejó los reclamos en manos de la Justicia militar [3].
Llegados los años noventa durante el menemismo y su alineamiento con el imperialismo bajo el Consenso de Washington, se restablecen las relaciones con Gran Bretaña. A partir de esta coyuntura de “relaciones carnales” es que se firma en febrero de 1990 el “Tratado Anglo-Argentino” en Madrid y luego complementado por el “Tratado Anglo-Argentino de Promoción y Protección de las Inversiones”, firmado en Londres en diciembre de ese mismo año. Para la sumisión definitiva del país al imperialismo fue necesario destrabar el conflicto diplomático y ceder en acuerdos de expoliación de los recursos en el Atlántico Sur. En el mismo año Menem envía transportes, armamentos y 450 soldados profesionales a la guerra de EEUU con Irak. En 1995 a raíz del asesinato en un cuartel del soldado Carrasco y basado en el repudio popular a la “Colimba”, Menem quita la conscripción y profesionaliza el Ejército.
En el contexto de un viaje diplomático a Londres a fines de 1998 Menem pidió públicamente “perdón por Malvinas” [4]. Además, le rindió homenaje a los caídos británicos en la guerra y se reunió con la reina y el príncipe Andrés, miembro de la familia real que estuvo en combate en Malvinas. Siguiendo la política de “relaciones carnales” con el imperialismo, propuso una serie de “soluciones pacíficas” al tema Malvinas, como la autodeterminación de los Kelpers y la autorización para poner una bandera argentina junto a la británica. Como se puede notar, todas estas “soluciones” partieron de reconocer el derecho imperial de Gran Bretaña a ocupar y explotar territorio argentino. Ese mismo año se detuvo a Augusto Pinochet en la capital británica por crímenes de lesa humanidad. Menem salió a respaldar al dictador, confeso colaborador con las tropas británicas durante la guerra de Malvinas.
La desmalvinización posterior a 2001
Tanto el radicalismo en los ‘80 como el peronismo durante los ‘90 desarrollaron las bases para la política de desmalvinización. Bajo el kirchnerismo, si bien hubo una retórica anticolonial, se mantuvieron los mismos alineamientos y acuerdos con el imperialismo. Se mantuvo el mencionado Tratado de Madrid, que habla de “paraguas de la soberanía”, manteniéndola en “suspenso”, mientras impone la “bilateralidad económica” de la explotación pesquera entre los paralelos 45 y 60 (la zona marítima que se extiende desde la provincia de Chubut hasta las islas Orcadas en la Antártida), cediendo abiertamente al colonialismo británico. A su vez Cristina llegó a decir en 2012, durante un discurso al cumplirse 30 años de la guerra, que las multinacionales británicas gozaban de absoluta tranquilidad para hacer negocios en el país [5].
Durante el Macrismo, a pesar de que la política del gobierno de Cambiemos estuvo claramente orientada al gran capital imperialista, en la formalidad mantuvieron un reclamo sobre la soberanía pero dirigido hacia el apoyo internacional en búsqueda de nuevos préstamos con el FMI. La declaración Conjunta del 13 de septiembre de 2016 donde deja de forma subsidiaria el reclamo sobre soberanía o la reunión entre Macri y el entonces canciller Boris Johnson, hoy premier británico, son muestras de ello.
A su vez gran parte del personal político de Cambiemos ha dado muestras a lo largo del tiempo de su sumisión a los intereses imperialistas mediante dichos sobre la cuestión de soberanía de las islas. En los ‘90, Macri declaró que no entendía la razón del reclamo si "las Malvinas serían un déficit adicional para el país". Más cerca en el tiempo, Patricia Bullrich propuso las Malvinas en forma de pago por vacunas Pfizer o la negación de Sabrina Ajmechet, sobre la soberanía argentina y la pertenencia del archipiélago a los kelpers.
El actual gobierno de coalición peronista mantiene las mismas políticas diplomáticas que sus antecesores. Atravesados por la crisis de deuda y en medio de las negociaciones con el FMI denunció por un lado el traslado de armas nucleares por parte de Gran Bretaña durante la guerra, pero por el otro sigue sin afectar ninguno de los intereses imperialistas en el país. Además, durante las declaraciones del canciller Santiago Cafiero en las que condenó la invasión de Rusia a Ucrania también hizo referencia a la soberanía nacional sobre las Islas Malvinas estando en una situación contradictoria de tener un conflicto con un miembro de la OTAN pero salir servilmente a defenderlos en su declaración.
La desmalvinización en los medios de comunicación y sus sentidos comunes
Hasta el momento desarrollamos brevemente un recorrido histórico de cómo operó desde el Estado la política de desmalvinización. A continuación, haremos un análisis de los sentidos comunes de comunicadores, políticos e intelectuales por la necesidad del imperialismo y la burguesía sometida a sus intereses en relación a lo que fue la guerra.
Al principio del artículo comentamos que en el final de la dictadura se ocultó el informe Rattenbach como pacto entre los partidos de la Multipartidaria como forma de preservar la dictadura y contener el descontento. Dicho informe fue desclasificado en 2012 por decreto de Cristina Fernandez a pesar de que ya figuraba años antes en la página web del Centro de Ex Combatientes de Corrientes y en 1983 la revista 7 Días publicó los primeros extractos. El informe consideró que la iniciativa de la guerra de Malvinas fue “una aventura militar” porque “las capacidades del enemigo fueron consideradas en forma poco profunda, al igual que el análisis de la probable reacción británica”, agravado por “fallas de coordinación entre comandos”, contando con “tropas sin adiestramiento ni equipamiento adecuado”, eludiendo cualquier “plan de defensa de las islas en caso de que Gran Bretaña decidiera recuperarlas por la fuerza”. Correctamente, el informe señala que la estrategia no consistía en la recuperación de las islas, sino en el establecimiento de una cabecera de playa, como punto de apoyo, para forzar una negociación con Gran Bretaña y así fortalecer a la dictadura [6].
El informe vió la luz después de 30 años cuando ya resultaba inofensivo para los responsables de esa aventura ya que gran parte de ellos murieron. En ese informe se concluye con la sugerencia de pena de muerte o reclusión perpetua de Galtieri, Anaya, Mabragata y Reposi y sanciones disciplinarias a oficiales como Astiz que cobardemente rindieron sus tropas sin disparar un solo tiro. En el momento de la desclasificación del informe, el entonces ministro de Defensa Arturo Puricelli justificó el ocultamiento del documento por parte de Alfonsín y los gobiernos que le siguieron a partir de la idea de “recuperación de la democracia”. No juzgar a los responsables de la guerra fue parte de la desmalvinización.
Y en este sentido la idea de “recuperación de la democracia” a partir de la claudicación de la dictadura opera como idea desmalvinizadora. La operación en la cual gracias a los británicos se logró la democracia es deshistorizada y funcional al discurso imperialista. Basta ver como anteriormente señalamos, cómo presentaban a Alfonsín los medios imperialistas. También omite la situación en la que se encontraba Thatcher, que gracias a la victoria en el atlántico sur pudo derrotar la huelga minera que tenía en jaque a su gobierno conservador en esos años. Eso implicó la imposición del paquete de medidas económicas que luego sería conocido como neoliberalismo. Una derrota de la coalición anglo-estadounidense hubiese significado un avance no solo para la soberanía argentina sino para el conjunto de los pueblos del mundo oprimidos por el imperialismo. La energía que desató la recuperación de las islas no se hubiese detenido y posiblemente el desenlace del desarrollo y asentamiento de las políticas neoliberales hubiese sido otro.
También uno de los amplios sentidos comunes difundidos es la idea de que en Malvinas se enfrentaron la dictadura argentina contra la democracia inglesa. Esto oculta el apoyo recibido por parte de la dictadura chilena de Pinochet a Margaret Thatcher durante la guerra. Este núcleo argumentativo deja de lado la cuestión colonial poniendo el foco en la dirección de la guerra, en este caso la junta militar. En otro artículo ya precisamos nuestra posición en el caso de una guerra entre un país imperialista (Gran Bretaña) y uno semicolonial y dependiente (en este caso Argentina) donde los trabajadores deben tener una política de enfrentar al imperialismo, pero de forma independiente del gobierno burgués.
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Otro de los argumentos que se difunden ampliamente por reconocidos intelectuales y comunicadores de un amplio arco político es el que podemos encontrar en "Malvinas: una visión alternativa" en el cual participaron Jorge Lanata, Juan José Sebreli, Roberto Gargarella, Marcos Novaro, Luis Alberto Romero, Hilda Sabato, y Beatriz Sarlo. En esta declaración proponen abandonar el reclamo de soberanía y reivindican la autodeterminación de la población de las islas. Desde la perspectiva de quienes nos reclamamos revolucionarios, peleamos por el derecho a la autodeterminación de los pueblos. Sin embargo en este caso en particular, que es omitido y negado por estos intelectuales, es que la población que hoy habita el territorio de las Islas Malvinas fue implantada por el colonialismo inglés durante el siglo XIX luego de la invasión y conquista del archipiélago y también que la mitad es parte de la base que la OTAN instaló luego de la guerra.
Por último otro de los sentidos comunes que dan forma a la desmavilización es aquel que ubica a los ex combatientes como víctimas de la irresponsabilidad política de la junta militar como niños de la guerra. Esto implica reemplazar la idea de “héroe” por la de chicos indefensos que fueron enviados a morir por responsabilidad de los propios argentinos. Incluso en algunos análisis, como los de León Rozitchner [7]. llama “cómplices” al conjunto de la sociedad por la muerte de los soldados al apoyar la causa contra el imperialismo inglés. Esto es correcto: la mayoría de las fuerzas argentinas durante la guerra eran jóvenes conscriptos, sin experiencia militar, inclusive de zonas más cálidas como Corrientes, en lugar de soldados profesionales que quedaron estacionados en el continente o voluntarios, particularmente patagónicos que se alistaron para la guerra. Pero esto fue así por el objetivo que tenía la Junta militar, como ya señalamos anteriormente, de negociar un acuerdo de soberanía. Por su carácter dependiente y proimperialista no lo iba a enfrentar hasta el final, negando la reivindicación de los ex combatientes por la búsqueda de reconocimiento por parte del Estado y su defensa de la soberanía nacional.
Conclusiones
A lo largo del recorrido de este artículo se puede ver como el peronismo, radicalismo y macrismo se dedicaron a llevar solo pronunciamientos sobre el reclamo de soberanía en el plano de la diplomacia, mientras que omitían y ocultaban la guerra de la discusión cotidiana. Estas fuerzas son incapaces de desafiar el poder del imperialismo porque son representantes de la clase capitalista nacional atada económicamente al capital extranjero.
La implantación del discurso de desmalvinización fue y aún hoy es funcional para los intereses del imperialismo y su expoliación de los recursos nacionales. El avance de las privatizaciones, extranjerización de la economía, el continuo pago de la fraudulenta deuda externa de los años posteriores a la guerra, fue en parte facilitado por este discurso que desmoviliza la lucha antiimperialista por el reclamo de la soberanía sobre Malvinas. Llevada adelante por los distintos gobiernos y por parte de intelectuales y comunicadores, la política desmalvinizadora es funcional y abona a la idea de resignación frente al imperialismo, a la idea de que no se lo puede enfrentar, que no hay alternativa más que pagar la deuda externa.
Los revolucionarios reivindicamos el legítimo reclamo de soberanía sobre las Islas Malvinas, contra la ocupación imperialista, que mantiene así un enclave geoestratégico en el cono sur. A la vez, condenamos la aventura realizada por Galtieri y la Junta militar porque bajo ningún punto de vista estaba en su horizonte dar una pelea seria contra el Imperialismo. No iban a enfrentar realmente a los mismos actores que fueron artífices e impulsores del golpe de estado por el que habían llegado a gobernar, solo creían que estaban en condiciones de negociar con ellos pero su objetivo era desviar, como dijimos al principio, el descontento obrero y popular que se venía gestando desde finales de los setentas.
Contra los “pacifistas” que encubren tras una salida “negociada” su carácter imperialista, los revolucionarios reivindicamos el legítimo reclamo argentino de soberanía sobre las Islas Malvinas. Seguiremos planteando que la única forma de echar al imperialismo no sólo de Malvinas, sino de América Latina, es que la clase obrera del Continente, a la cabeza de los sectores populares de las naciones oprimidas, expropie los intereses imperialistas la región, enfrente a sus cipayos nativos, ya sean dictadores o “demócratas”, con la estrategia de una revolución obrera y socialista que libere definitivamente a Latinoamérica del imperialismo y siente las bases para establecer una Federación Socialista de América Latina.
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