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Dos miradas sobre marxismo, ciencia y ecología

Juan Dal Maso

DEBATES
Ilustración: Mauro Jeanneret

Dos miradas sobre marxismo, ciencia y ecología

Juan Dal Maso

Ideas de Izquierda

Tomando como referencia la Antología de Manuel Sacristán (1925-1985), publicada recientemente por Editorial Marat y La biología en cuestión de Richard Levins (1930-2016) y Richard Lewontin (1929-2021), publicada también el año pasado por Ediciones IPS, intentaremos bosquejar una comparación de las miradas del marxista español Manuel Sacristán Luzón, quien fuera uno de los principales filósofos marxistas en lengua castellana, de fuerte formación en lógica, metodología y filosofía de la ciencia y uno de los primeros en abordar expresamente la cuestión ecológica en el marxismo y la de ambos biólogos marxistas norteamericanos, muy destacados en las reflexiones sobre ciencia, ecología y salud desde una perspectiva marxista, junto con sus contribuciones específicas al campo de la biología evolutiva.

Ambas perspectivas se caracterizan por varias cuestiones compartidas. Tanto Sacristán como Lewontin/Levins reivindicaban una lectura del marxismo que combina la centralidad de la práctica política con una mirada bien informada sobre el desarrollo de las ciencias en sus respectivos contextos y reflexionaron tanto sobre la especificidad del conocimiento científico como respecto de sus determinaciones sociales y políticas. Tanto Sacristán como Levins/Lewontin son críticos de la utilización de la tecnología al servicio de la ganancia y de la organización de la ciencia bajo el capitalismo. Desde estas premisas, han reflexionado sobre la cuestión de la ecología y su relación con el marxismo. En este artículo, buscaremos exponer algunas de sus principales ideas sobre estos temas, para arribar a un punto de comparación que nos permita identificar las cuestiones que podemos tomar en cuenta a fin de pensar estas problemáticas en la actualidad.

La ciencia y sus determinaciones

La cuestión de la vinculación del marxismo con la ciencia es muy importante para pensar la propia teoría marxista. Sin embargo, es un tema cuyo tratamiento está muy lejos de ser unánime entre las múltiples posiciones que se han reclamado marxistas. Al mismo tiempo, la influencia de las posiciones postestructuralistas, posmodernas y más recientemente las decoloniales ha determinado un importante desprestigio de cualquier tentativa que en el terreno de aquellas ciencias fácticas que se denominan habitualmente como ciencias sociales pretenda reclamar ciertos atributos de objetividad o de universalidad. Dicho sea de paso, esto resulta paradójico, en tanto muchas veces estas miradas se basaron más en creer al pie de la letra lo que ciertas posiciones cientificistas decían sobre la ciencia que en un conocimiento profundo de los problemas metodológicos y epistemológicos que caracterizan la actividad científica, en la que la provisoriedad juega un importante papel; de modo tal que la crítica pretendidamente anti-cientificista en muchos casos se base en una especie de cientificismo invertido.

Tanto Sacristán como Lewontin/Levins ofrecieron planteos alternativos a la contraposición elemental entre un cientificismo acrítico y una crítica anticientífica. Se basaron en un conocimiento profundo de sus propias disciplinas, combinado con información actualizada de los desarrollos más importantes de las ciencias en otras áreas, de modo tal que pudieron vincular las cuestiones epistemológicas con las sociales y políticas y poner en pie un marxismo políticamente activo y al mismo tiempo documentado científicamente, sin que ambos aspectos se anularan entre sí (más allá de que la militancia de Sacristán -bajo una de las dictaduras más largas de Europa- ha sido muy diferente a la de Lewontin/Levins y con más contradicción en relación con su organización, el PSUC-PCE). Veamos algunas de las principales definiciones propuestas por ellos, tomando algunos de sus trabajos y sin pretender ofrecer un análisis exhaustivo.

Ilustración: Mauro Jeanneret

Como señalara en una carta dirigida a Luis Maruny en agosto de 1968, Sacristán consideraba propio de una “moda neo-romántica” la identificación entre el hecho de que el capitalismo utilizaba para su provecho el trabajo de las ciencias con la labor y conclusiones del personal científico como tal. Veía ahí un giro “ideológico” (en el sentido negativo de “falsa consciencia”) que impedía establecer una posición justa respecto de la cuestión de la ciencia. Rechazando la quimera estalinista de la ciencia proletaria, Sacristán sin embargo señalaba que se podía hablar de “ciencia burguesa”. Pero “esa aplicación de las calificaciones de clase a la palabra ’ciencia’ no es valorativa, sino histórica”. La ciencia del presente se nutría tanto de las condiciones históricas que le eran contemporáneas como de su historia previa. De allí que para Sacristán la ciencia fuera un “producto sobre-estructual” pero no se podía considerar sin más como un “producto ideológico”. La ciencia debía ser considerada “base” (por su aplicación como fuerza productiva, para lo cual necesitaba ser verdadera, es decir construir conocimiento objetivo utilizable en la práctica) y “sobre-estructura” (en cuanto teoría, para lo cual debía construir explicaciones demostradas por razonamiento o experimentación o ambas, según el tipo de disciplina). La conclusión de Sacristán constaba de tres premisas: 1. Desde el punto de vista de la teoría de la ciencia, no se puede hablar de ciencia Burguesa vs. Proletaria, sino de ciencia y pseudociencia. 2. Desde el punto de vista de la historia de la ciencia, se puede usar el calificativo de clase, pero solamente como referencia al contexto histórico y la base que este constituye para un tipo de investigación determinada. 3. Desde un punto de vista más amplio, enfocado en la crítica social y de la cultura “los elementos puramente científicos, teóricos, cognoscitivos o técnicos del producto cultural llamado ciencia en sentido amplio o social están integrados con elementos ideológicos de un modo determinado que es característico de cada sistema” [1]. Por estos motivos, Sacristán consideraba que resultaba fundamental cuestionar la organización clasista de la ciencia bajo el capitalismo, que imponía directivas, criterios y asignación de recursos a determinadas actividades en detrimento de otras, subordinando la actividad de la ciencia a los intereses del capitalismo. Sacristán profundizó en diversos aspectos señalados en esta carta en posteriores intervenciones. Una de ellas es “Reflexión sobre una política socialista de la ciencia” (1979). En esa intervención, señalaba que una política socialista de la ciencia tenía que privilegiar la educación por sobre la investigación, contribuir a la disminución del consumo y priorizar la investigación básica por sobre la aplicada, los aspectos contemplativos por sobre los instrumentales, los descriptivos por sobre los teóricos y el desarrollo de tecnologías ligeras acompañado por la eliminación de producción nociva y superflua. Para lograr concretar esta política, era precondición la sustitución del poder de la clase dominante por un poder igualitarista. Posteriormente, en “La función de la ciencia en la sociedad contemporánea” (1981), señalaba que la vinculación entre ciencia y tecnología era característica de la ciencia moderna, lo que hacía de la ciencia moderna una “fuerza productiva”. Esto implicaba que simultáneamente era una fuerza destructiva, de lo que era muestra la industria bélica, así como experiencias como la llamada “revolución verde”, que había ampliado los alcances de la producción agrícola, al precio de la contaminación del medioambiente y el agotamiento de los suelos.

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Lewontin y Levins por su parte, van a sostener una posición convergente en muchos aspectos con la de Sacristán, aunque con sus propias particularidades y puntos de divergencia. Para exponer sintéticamente sus puntos de vista, nos apoyaremos en un texto (incluido en La biología en cuestión) que se llama “Diez postulados sobre ciencia y anticiencia”, publicado originalmente en 1996 y escrito por Levins.

En primer lugar, Lewontin y Levins ubican como punto de partida algo que Sacristán señala ya avanzada su argumentación de la carta a Luis Maruny. Mientras Sacristán parte de lo específico de la ciencia y de allí va a sus determinaciones sociales e históricas más generales, Lewontin y Levins hacen el procedimiento opuesto: comienzan por definir a la ciencia como parte del conocimiento humano más en general, basado en la experiencia y en el conocimiento previo. Esto incide, a su vez, en que en su planteamiento aparece una mayor continuidad o posibilidad de convergencia entre el conocimiento científico y los saberes populares. Desde allí sí van a señalar, en un sentido similar a Sacristán, que la ciencia implica una peculiar organización y división del trabajo, que incluye sus propios métodos e instituciones destinadas a medir la efectividad de los descubrimientos científicos. Que una idea, hipótesis o teoría sea científica no significa que sea verdad, sino que pretende fundarse en la experiencia y la demostración racional, a partir de las cuales puede resultar inadecuada a la realidad y tener que ser reformulada. Todas las modalidades del saber encaran la investigación de lo nuevo como si fuera parte de lo viejo y a su vez implican un punto de vista (este punto de vista en algunos casos -como el de ellos- se explicita y en otros se da por sentado). El punto de vista incide en tomas de decisiones teóricas fundamentales, básicamente a qué cuestiones darle importancia y a cuáles no, cómo investigarlas y cómo exponer lo que se logró saber durante la investigación así como sus relaciones con los marcos teóricos afines o lejanos, etc. Definen que la ciencia tiene “una naturaleza dual. Por un lado, nos instruye acerca de nuestras interacciones con el resto del mundo, ayudando a nuestra comprensión y guiando nuestras acciones. […] Por otra parte, en tanto producto de la actividad humana, la ciencia refleja las condiciones de su producción y los puntos de vista de quienes la crearon.” [2]

Lewontin y Levins rechazan tanto la posición que sostiene que las determinaciones sociales de la ciencia son algo malo que debe ser dejado de lado para poder llegar a la verdad como la que señala que por esas determinaciones sociales la ciencia no es otra cosa que ideología tendiente a imponer una dominación. En el primer caso, se trataría de una aspiración no realista. En el segundo, haciendo una burda identificación entre ciencia y capitalismo, no se podría entender por ejemplo por qué la astronomía de las más variadas épocas históricas coincide en cuestiones fundamentales, más allá de las determinaciones sociales de cada momento. En este sentido, Lewontin y Levins señalan que este carácter dual de la ciencia es inherente a la ciencia misma bajo las sociedades de clase y que de lo que se trata es de mantener un enfoque dialéctico que permita rescatar la producción de conocimiento objetivo sin dejar de lado el reconocimiento de las limitaciones históricas, sociales, de clase y su impacto sobre el proceso mismo de producción de conocimiento científico:

[L]a ciencia está plagada todavía por falsas dicotomías como organismo/ ambiente, naturaleza/crianza [nature/nurture], determinado/azaroso, social/individual, psicológico/fisiológico, ciencia dura/ciencia blanda, variables independientes/variables dependientes, y así sucesivamente[...]. Lo interno se refiere a las ideologías reduccionistas, fragmentarias, descontextualizadas y mecanicistas (opuestas a lo holístico o lo dialéctico) y a la política liberal-conservadora hacia la ciencia. Los marxistas, junto con otros críticos de izquierda, siempre han defendido la necesidad de ampliar el alcance de las investigaciones, situándolas en un contexto histórico, reconociendo la interrelación existente entre los fenómenos y la prioridad que tienen los procesos por sobre las cosas. Por su parte, la ideología conservadora por lo general defiende la precisión elegante en torno a objetos estrechamente delimitados y acepta las condiciones marco sin siquiera reconocerlas. [...] La crítica radical de la ciencia también se extiende a los procedimientos que se aplican en el proceso de investigación. Al enfocar un nuevo problema, el marxismo hace que yo me formule dos interrogantes básicos: ¿por qué las cosas son como son en vez de ser un poquito diferentes, y por qué las cosas son como son en lugar de ser muy diferentes? Aquí, la palabra “cosas” tiene un doble significado, ya que se refiere a los objetos de estudio y al estado de la ciencia que los estudia. [3]

En principio, podemos constatar como elemento de convergencia con Sacristán el señalamiento de esta naturaleza dual de la ciencia como actividad que contribuye a nuestro conocimiento del mundo y como práctica subordinada a los intereses del capitalismo. [4] Como matices, podemos identificar que Sacristán utiliza de modo más tajante la división entre ciencia y pseudociencia, mientras que la concepción de Lewontin y Levins propone mayores elementos de convergencia entre la ciencia y los saberes populares. Veremos que hay más diferencias en la presentación de la cuestión de la dialéctica (y también veremos que las diferencias no son tantas en cuestiones de contenido).

Dialéctica

Si bien fue modificando aspectos de su mirada a lo largo de los años, Sacristán siempre mantuvo la idea de que lo principal de la dialéctica consistía en un procedimiento intelectual de totalización, que excedía el trabajo estrictamente científico, combinando ciencia, filosofía y política.

Su mirada se puede sintetizar con un breve pasaje de su artículo “La tarea de Engels en el Anti-Dühring” (1964):

La “concepción materialista y dialéctica del mundo”, otras veces llamada por Engels, más libremente, “concepción comunista del mundo”, está movida, como todo en el marxismo, por la aspiración a terminar con la obnubilación de la consciencia, con la presencia en la conducta humana de factores no reconocidos o idealizados. De esto se desprende que es una concepción del mundo explícita. O que se plantea como tarea el llegar a ser explícita en todos sus extremos: pues creer que la consciencia pueda ser dueña de sí misma por mero esfuerzo teórico es una actitud idealista ajena al marxismo. La liberación de la consciencia presupone la liberación de la práctica de las manos. Y de esto puede inferirse un segundo rasgo de la concepción marxista del mundo, rasgo importante aunque desgraciadamente poco respetado, a causa del predominio de tendencias simplificadoras y trivializadoras; ese segundo rasgo consiste en que la concepción marxista del mundo no puede considerar sus elementos explícitos como un sistema de saber superior al positivo. El nuevo materialismo escribe Engels en el Anti-Dühring, no es “una filosofía, sino una simple concepción del mundo que tiene que sostenerse y actuarse no en una sustantiva ciencia de la ciencia, sino en las ciencias reales. En él queda ’superada’ la filosofía, es decir, tanto superada cuando ’preservada’; superada en cuanto a su forma, preservada en cuanto a su contenido real.” [5]

Sacristán matizaría luego la cuestión de la “concepción del mundo”, sugiriendo que quizás sería mejor dejar de utilizar el término y reemplazarlo por otros como “visión” o “hipótesis generales” [6], pero mantuvo la idea de que en el marxismo hay una combinación de ciencia y pensamiento político-filosófico que excede, sin pretender sustituirla, a la ciencia.

Posteriormente, reflexionando a fines de los ’70 sobre las diversas tendencias que habían moldeado la concepción de ciencia en Marx, Sacristán señalaba que el autor de El Capital había puesto en práctica una “ciencia histórico-social sui generis” que combinaba la crítica (de raíz joven-hegeliana), la ciencia “normal” y la llamada “ciencia alemana” de filiación hegeliana (exposición del “movimiento de la cosa” a través de la exposición de sus contradicciones). No nos extenderemos en un análisis detallado de esta explicación, para lo cual remitimos a la conferencia de Sacristán sobre el trabajo científico de Marx y su noción de ciencia, que se puede leer en la Antología antes mencionada, así como al comentario sobre ella que realizamos junto con Ariel Petruccelli en Althusser y Sacristán. Itinerarios de dos comunistas críticos, particularmente en las páginas 185 y 226-236. Diremos sí que para Sacristán lo fundamental de la dialéctica era la puesta en práctica de un procedimiento intelectual de totalización, que excedía el trabajo científico y combinaba ciencia, filosofía y movimiento político y social. De allí que no pudiera postularse la dialéctica como un método alternativo al hipotético-deductivo, ni como una lógica superior a la lógica tradicional. Este “método” no había sido expuesto de modo sistemático por ninguna variante del marxismo, empezando por el propio Marx, quien se había referido al tema en contadas ocasiones.

Tomando en cuenta diversas intervenciones de Sacristán, podemos decir que postulaba una lectura de la dialéctica con las siguientes características: a) abierta, es decir que no tenía una superación establecida de antemano; b) objetiva, es decir que diera cuenta de la explicación de los procesos reales; c) consciente de sus propios límites, es decir que no fuera presentada como una especie de super-ciencia, sino como un punto de vista que aportaba cuestiones que la ciencia tradicional como tal no podía aportar sin desconocer la especificidad de cada una y d) que aportase al conocimiento de singularidades, tanto desde el punto de vista teórico como práctico.

Lewontin/Levins parecerían a simple vista considerar la dialéctica como algo más sistematizado que Sacristán, porque hacen mucho hincapié en su importancia metodológica. Sintetizan las principales características de la dialéctica en los enunciados siguientes:

• Lo verdadero es el todo (Hegel).
• Las partes están condicionadas, y son incluso creadas, por las totalidades a las que pertenecen.
• Las cosas están conectadas de un modo más pleno de lo que aparentan.
• Ningún nivel de los fenómenos es más “fundamental” que cualquier otro. Cada uno de ellos posee una autonomía relativa y su propia dinámica, pero también está vinculado con los otros niveles.
• Las cosas son como son porque llegaron a ser de esa manera.
• Las cosas son fotografías de procesos. Siguen siendo lo que son porque tienen una duración suficiente que nos permite reconocerlas y nombrarlas en razón de procesos opuestos que las alteran y las vuelven al estado inicial.
• Las dicotomías con que diseccionamos el mundo –lo fisiológico versus lo psicológico, lo biológico versus lo social, lo genético versus lo ambiental, lo azaroso versus lo determinístico, lo inteligible versus lo caótico– son engañosas y en última instancia siembran la confusión. [7]

Pero debemos señalar que estas cuestiones concretas no parecen contradictorias con los pensamientos de Sacristán. Sí se puede identificar una diferencia de alcance. En la mirada de Sacristán, la dialéctica interviene para totalizar pero no para la producción directa de conocimiento científico. Lewontin y Levins son más decididos en cuanto a que utilizando la dialéctica se puede hacer ciencia, de modo tal que la dialéctica permita captar mejor los procesos que otros enfoques (desde el reduccionismo hasta las versiones standard de las teorías de sistemas) no logran captar. De allí, por ejemplo, su concepción de la interpenetración de organismo y ambiente y la idea de que los organismos y sus entornos coevolucionan. Pero presentan la dialéctica más como un enfoque que como un método con mayúsculas, cuestión con la que Sacristán hubiera estado de acuerdo.

Ecología y marxismo

En la cuestión ecológica hay notables coincidencias entre los enfoques de Sacristán y Lewontin/Levins.

En ambos casos, propusieron un abordaje distanciado de las posiciones románticas que suponen una "armonía de la naturaleza" o la posibilidad de que la sociedad humana cese de modificar el ambiente natural. Al mismo tiempo, buscan poner en discusión los modos en que la sociedad burguesa lleva adelante la modificación del medioambiente, para pensar otras alternativas, en las que la conjunción de ciencia, tecnología y producción esté puesta al servicio de las necesidades humanas y sea ecológicamente sostenible.

Desde fines de los años ’70, Sacristán se vinculó con los movimientos ecologistas, a través de la experiencia del Comité Antinuclear de Cataluña (CANC) y reflexionó sobre las formas en que podía realizarse una convergencia entre el movimiento ecologista, la clase trabajadora y el marxismo.

En esa tónica, en “Algunos atisbos ecológico-políticos en Marx” (1983), analizó los aspectos que Marx y Engels habían adelantado para una crítica del capitalismo desde el punto de vista ecológico:

• El señalamiento del carácter dual de las fuerzas productivas, que también actúan como fuerzas destructivas.
• La descripción de la “depredación humana” generada por la explotación de la fuerza de trabajo.
• La exposición de la influencia de la cuestión de la vivienda y de la alimentación que junto con la explotación inciden en la salud de las personas que forman parte de la clase trabajadora, urbana y rural.

Estas cuestiones se vinculan a su vez con las que señalamos anteriormente sobre una “política socialista de la ciencia”. El abordaje de Sacristán apuntaba a una política ecologista inspirada en por conocimientos científicos. Es decir que tenía que tener fundamentos realistas (contrarios a cualquier prédica de volver a o idealizar estadios de desarrollo precapitalistas), pero a su vez la ciencia y la tecnología debían ser orientadas en función de modificar el modo en que el capitalismo organizaba la producción y la relación con el medioambiente.

Ya en 1979, en su “Comunicación a las jornadas de ecología y política”, había planteado:

Por el modo como hemos aprendido finalmente a mirar a la Tierra, sabemos que el agente no puede tener por tarea fundamental el “liberar las fuerzas productivas de la sociedad” supuestamente aherrojadas por el capitalismo. Hemos dejado de admitir la mística coincidencia entre el desarrollo objetivo de la sociedad y los fines comunistas, coincidencia en la que aún creyó Lenin, por ejemplo. Ahora sabemos que hemos de ganarnos integralmente la nueva Tierra con el trabajo de nuestras manos. (Se podría mantener la idea o frase de “liberación de las fuerzas productivas sociales”, pero a condición de definir de nuevo esas fuerzas y de subrayar el primado de la fuerza de trabajo sobre todas las demás. Esa es una tarea irrealizable en una comunicación breve, ni siquiera dogmáticamente, como con brevedad y sin mucho razonamiento es posible decir otras cosas). Por otro lado, la tarea fundamental del agente revolucionario no puede consistir tampoco en coartar, sin más complicaciones, las fuerzas productivas. Primero, porque probablemente eso es irrealizable de modo voluntario: es posible que el único agente capaz de cortar de un modo general la vitalidad de las fuerzas productivas sea una catástrofe social de grandes dimensiones. Segundo, porque, de ser realizable, no podría dar de sí una sociedad compatible con las aspiraciones de justicia, libertad y comunidad que son el móvil de la tradición comunista. [8]

Al margen de que la referencia a Lenin resulta bastante borrosa (y quizás más sostenible para algún texto aislado pero inconsistente con buena parte de la obra de Lenin), resaltemos que Sacristán tomaba distancia de las miradas más lineales sobre el “desarrollo de las fuerzas productivas” al mismo tiempo que de posiciones como las del comunista disidente de Alemania oriental Wolfgang Harich, que había propuesto un “comunismo sin crecimiento” sostenido de modo dictatorial, solución que Sacristán descartaba. El desarrollo de las fuerzas productivas necesita un punto de mesura, en el que orientando la ciencia y la tecnología con criterios distintos a los de la instrumentalización y la ganancia, se pueda arribar a formas de cooperación social que vayan más allá del capitalismo dejando cada vez más de lado sus métodos anti-ecológicos. La clase trabajadora, para Sacristán, jugaba un rol central en esta cuestión, por su rol en la producción, tanto como por su papel en la continuidad material de la especie humana. De allí que Sacristán criticara simultáneamente el corporativismo del movimiento obrero tradicional como la política sectorial de los movimientos ecologistas, proponiendo una confluencia entre lucha de clases y lucha ambiental.

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Lewontin y Levins mantienen puntos de vista convergentes con los de Sacristán en cuestiones fundamentales, aunque en su reflexión el tema ecológico tiene una portada más amplia, ya que mientras Sacristán se enfoca en la relación entre sociedad humana y naturaleza, ambos biólogos marxistas parten de la relación entre organismo y ambiente en las propias especies animales, marcando las diferencias del caso con las especificidades que presenta la sociedad humana, pero relacionando ambos dominios. Lewontin y Levins afirman que la crítica ecológica no puede basarse en posiciones anticientíficas o románticas, porque la modificación del ambiente es un proceso inevitable, no solo por parte de los seres humanos sino también por parte de las demás especies. A tono con su concepción de la interpenetración de organismo y ambiente y de la coevolución de ambos, no resulta materialista pensar que se pueda evitar modificar el ambiente.

En “El organismo y su entorno” (1997) señalan:

Una consecuencia de la codeterminación del organismo y su medio es que ambos coevolucionan. A medida que la especie evoluciona en respuesta a la selección natural en un entorno dado, el mundo que esta construye en torno de sí se ve trastocado en forma activa. En la actualidad, en razón de la estrechez de miras de la biología evolutiva y de la ecología, que contemplan al organismo cambiante en un mundo externo estático, o bien sujeto a un lento cambio, sabemos muy poco (más allá del plano anecdótico) sobre la forma en que los organismos y sus cambios provocan cambios en el ambiente. Sabemos bastante más, pero todavía no lo suficiente, acerca de cómo, mediante sus actividades vitales, los organismos modelan y remodelan en forma activa su entorno. El problema es que una política ecológica racional exige que poseamos ese conocimiento. Uno no puede elaborar una política ambiental sensata con la consigna “salvemos el medioambiente”, porque, en primer lugar, “el” medioambiente no existe, y en segundo lugar, todas las especies, no solo la especie humana, a cada paso construyen y destruyen el mundo que habitan. [9]

En la misma tónica, en “Los genes, el ambiente y los organismos” (1997), explican del siguiente modo la misma idea:

La visión constructivista del organismo y su entorno tiene algunas consecuencias para la acción humana. No se puede construir un movimiento ambientalista racional en base a la consigna de salvar al medioambiente, algo que, al fin y al cabo, no existe. Claramente, nadie quiere vivir en un mundo que huela peor y tenga peor aspecto que nuestro mundo actual, o un mundo en el cual la vida sea más solitaria, pobre, adversa, embrutecedora y breve de lo que es ahora. Pero ese deseo no puede ser realizado mediante la exigencia de que los humanos deben dejar de cambiar el mundo, algo imposible de hacer. La propiedad universal de los organismos vivientes es que remodelan el mundo, y esto es algo que está inextricablemente unido a su naturaleza. Más bien, debemos decidir en qué tipo de mundo queremos vivir y, a partir de ahí, intentaremos gestionar los procesos de cambio de la mejor manera posible para arribar a esa meta. [10]

Lewontin y Levins rescatan al respecto las políticas agroecológicas cubanas, las cuales presentan con lo que parecería ser cierto grado de idealización, pero también con una buena explicación de cómo debieran organizarse las políticas científicas, sanitarias y ambientales, buscando evitar el monocultivo y la utilización de insumos que inciden en la producción de enfermedades. Dicho sea de paso, su crítica de la llamada “revolución verde” coincide en líneas generales con la que había planteado Sacristán a comienzos de los ´80. [11]

Algunas conclusiones

Convergentes en muchos aspectos y divergentes en otros, las reflexiones de Sacristán y Lewontin/ Levins aportan puntos de vista que permiten pensar a distintos niveles la relación entre marxismo, ciencia y ecología.
En cuanto a la cuestión de la ciencia, un núcleo central común a ambos es el reconocimiento de la dualidad de la ciencia en tanto permite conocer y transformar el mundo y en tanto es utilizada por el capitalismo como fuerza productiva (y fuerza productiva destructiva). Este punto de vista es crítico de la organización institucional de la ciencia e incluso de los enfoques específicos funcionales a los intereses de la burguesía, pero sin caer en el relativismo, subjetivismo y las “epistemologías de parte” imperantes en múltiples tendencias que tienen mucho peso tanto en las disciplinas académicas como en los movimientos sociales. Además de dificultar la construcción de conocimiento, estas tendencias inciden decisivamente en prácticas caracterizadas por la impotencia frente al sistema capitalista, que aparece como inmodificable en su conjunto, mientras se privilegian demandas puntuales limitadas.

Otro aspecto importante de los abordajes de Sacristán y Lewontin/Levins es el relacionado con la dialéctica. Hemos visto que mientras Sacristán la considera un procedimiento de totalización que excede la actividad específicamente científica (lo cual no niega sino que supone la posibilidad de su complementariedad, siempre que se construyan argumentaciones plausibles), Lewontin y Levins consideran que la dialéctica es un enfoque fundamental para poder realizar una actividad científica que en particular en la biología permita evitar las variantes del reduccionismo metodológico (suposición de que conociendo las partes, entendidas como entidades en sí mismas, se puede conocer el todo, prescindiendo de relaciones de interdependencia o interpenetración) o el determinismo biológico (reducción al nivel biológico de un conjunto de relaciones, que incluyen los niveles sociales, económicos y políticos). La diferencia principal entre ambas miradas sería que Sacristán considera a la dialéctica como un procedimiento externo a la actividad de la ciencia “normal”, mientras que para Lewontin y Levins es un enfoque interno a la misma. Siendo diferentes, no resultan perspectivas totalmente contradictorias, como hemos señalado anteriormente, porque en ambos casos se reconoce la importancia de la totalización, el carácter abierto de la dialéctica y su posibilidad de presentar interconexiones que los procedimientos reductivos no alumbran.

En ambos casos, la defensa de un marxismo bien informado en relación con el desarrollo de las ciencias sirve como punto de apoyo para pensar una posición consistente en relación con la cuestión ecológica. Respecto de esta, podríamos sintetizar sus aportes en la afirmación de que la concepción marxista de la lucha de clases y el comunismo tiene que considerar como propia la problemática ecológica al mismo tiempo que el ecologismo necesita vincularse a la lucha de clases, para poder pensar un horizonte que vaya más allá del capitalismo. En este contexto, el conocimiento científico ofrece una base para construir una mirada materialista que pueda pensar simultáneamente la transición ecológica y la socialista.


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NOTAS AL PIE

[1Petruccelli, Ariel y López Arnal, Salvador, Antología (esencial) de Manuel Sacristán Luzón, Bs. As., Editorial Marat, 2021, p. 359.

[2Lewontin, Richard y Levins, Richard, La biología en cuestión, Bs. As., Ediciones IPS, p. 103.

[3Ibídem, p. 110.

[4Ver también el capítulo 8 de The Dialectical Biologist, Harvard University Press, 1985. Hay traducción al castellano de Ediciones RyR.

[5Antología, op. cit., p. 40.

[6Ver al respecto Sacristán, Manuel, Sobre Marx y marxismo. Panfletos y Materiales I, Barcelona, Icaria Editorial, 1983, pp. 111/112.

[7Lewontin, Richard y Levins, Richard, La biología en cuestión op. cit, pp. 171/172.

[8Antología, op. cit., p. 184.

[9La biología en cuestión, op. cit., p. 46.

[10Ibídem, p. 265.

[11Ver respectivamente Antología, op. cit. pp. 269/270 y La biología en cuestión, op. cit. p. 98 y pp. 233/234.
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Juan Dal Maso

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(Bs. As., 1977) Integrante del Partido de los Trabajadores Socialistas desde 1997. Autor de diversos libros y artículos sobre problemas de teoría marxista.