Cuando estallan crisis como la que estamos atravesando en Argentina, la izquierda –en especial la que se identifica con la tradición de León Trotsky– propone algunas consignas. Por ejemplo, la ocupación y puesta en producción de toda fábrica que cierre o despida, el reparto de las horas de trabajo sin afectar el salario, la nacionalización del sistema bancario o el monopolio del comercio exterior. Medidas que podrían venir como anillo al dedo frente a la crisis actual. Estas medidas son parte de la tradición de la izquierda marxista y en particular del “Programa de Transición” elaborado por Trotsky y sus partidarios en los años ‘30.
Este programa contiene consignas democráticas (como la lucha por la revolución agraria y la independencia nacional en los países periféricos), mínimas (8 horas de trabajo, aumento de salarios), transicionales propiamente dichas (abolición del secreto comercial, control obrero de la industria, nacionalización del sistema bancario, gobierno obrero y campesino) y organizacionales (piquetes de autodefensa, milicias obreras, consejos obreros o soviets).
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En este artículo retomaremos algunos elementos de su historia y actualidad.
Años de revolución y contra-revolución
Durante los años ‘20 y ‘30 del siglo XX hubo importantes cambios en el movimiento obrero. Podemos destacar dos elementos que tendrían influencia durante décadas. La burocratización de la URSS y el movimiento comunista bajo el mando de Stalin y la estatización de los sindicatos, como respuesta de las clases dominantes y el Estado frente al ascenso de luchas de masas posterior a la Revolución rusa. En este contexto, se dieron importantes procesos revolucionarios que fueron derrotados en los años ‘20 (Italia, Alemania, China, huelga general en Inglaterra). La década siguiente estaría marcada por la crisis mundial (crack de Wall Street en 1929), el ascenso del fascismo y la guerra civil española. El nuevo movimiento obrero agrupado en el CIO surgía con fuerza en EE. UU., se reforzaba la lucha contra los grandes poderes en los países coloniales y semicolonias de ese momento. El movimiento comunista en particular sufre una mutación estratégica definitiva: la adopción del “Frente Popular” con la “burguesía democrática” en reemplazo de la lucha de clases, para combatir al fascismo. Esta política, adoptada en septiembre de 1935 por toda la Internacional Comunista, ubica a los PC como parte del “campo democrático”, refuerza su rol burocrático en las organizaciones sindicales (como dijo el dirigente stalinista francés Maurice Thorez: “hay que saber terminar una huelga”) y más en general su ligazón con el Estado “democrático” como instrumento de cambios “progresistas”.
Durante esos años, las centrales sindicales europeas, sobre todo en Francia y Bélgica, adoptan planes económicos que combinan la reforma del capitalismo con algunas medidas “socialistas”. Un cuadro sumamente complejo en el que las grandes luchas del movimiento obrero son conducidas hacia conquistas elementales en el mejor de los casos, y en otros son directamente reprimidas. Durante años Trotsky y la Liga Comunista Internacional intentaron trabajar como fracción pública de la Internacional Comunista, intentando reorientar su política. Luego del ascenso de Hitler en 1933 y la falta de autocrítica del Partido Comunista de Alemania y de la Internacional Comunista en su conjunto, lanzaría el llamado a construir una nueva organización internacional de la clase trabajadora, cuya fundación tendría lugar en 1938.
Mito y realidad del “Programa acabado”
Un reproche común hacia las organizaciones trotskistas es que toman el programa de transición como una especie de Biblia. Sin negar que pueda haber interpretaciones dogmáticas (que de hecho las hay de casi todas las teorías y programas), este reproche se basa en un prejuicio fundacional: no sería tanto un problema de interpretación, sino que el propio Trotsky intentó establecer un programa universalmente válido para todo tiempo y lugar. Pero las cosas fueron de otro modo. Veremos por qué.
La Conferencia de fundación de la IV Internacional se realizó en París el 3 de septiembre de 1938. Las grandes potencias imperialistas estaban en plenos preparativos para lo que sería la Segunda Guerra Mundial, el Frente Popular en España y Francia iba hacia la catástrofe, el régimen represivo se hacía cada vez más duro en la URSS.
La IV Internacional se componía de militantes de relativa experiencia y su influencia se extendía en un sector combativo minoritario de la clase trabajadora. El informe presentado a la conferencia señala la existencia de un total de cerca de 5.500 miembros, distribuidos de la siguiente manera: EE. UU. 2.500, Bélgica 800, Francia 600, Polonia 350, Inglaterra 170, Alemania 200, Checoslovaquia 150-200, Grecia 100, Indochina sin número –a pesar de que era un grupo con importante influencia–, Chile 100, Cuba 100, Sudáfrica 100, Canadá 75, Australia 50, Brasil 50, Holanda 50, España 10-30, México 25, Suecia, Noruega, Dinamarca, Rumania, Austria, Rusia, Bolivia, Argentina, Puerto Rico, Uruguay, Venezuela, China e Italia, sin números. Según un informe de Rudolph Klement, a cargo de la organización de la conferencia y asesinado por el servicio secreto stalinista antes de su realización, también había partidarios de la IV Internacional en Marruecos, Palestina, Yugoslavia y Letonia, los cuales no aparecen mencionados en el informe de la Conferencia.
Para Trotsky este programa iba a ser la herramienta con la cual esos 5.500 militantes podrían abrirse un camino hacia las masas de la clase trabajadora. Pero no lo consideraba un programa acabado, sino más bien un manifiesto programático. Así se lo decía en una carta enviada el 12 de abril de 1938 a Rudolph Klement:
Destaco que todavía no se trata del programa de la IV Internacional. El texto no contiene ni la parte teórica, es decir, el análisis de la sociedad capitalista y de su fase imperialista, ni el programa de la revolución socialista propiamente dicha. Se trata de un programa de acción para el período intermedio. Me parece que nuestras secciones necesitan este documento.
Con la expresión “período intermedio” Trotsky se refería a la lucha por el poder de la clase obrera. Por eso dice que falta “el programa de la revolución socialista propiamente dicha”.
Pero detengámonos en esta definición de manifiesto (que Trotsky no hace en su carta, pero la presupone). En la historia del movimiento obrero y en las tradiciones revolucionarias anteriores también, los manifiestos son escritos urgentes, llamados a la acción, que contienen análisis y propuestas programáticas, pero no pretenden dar soluciones a todos los problemas. Un manifiesto pretende, en primer lugar, definir ciertos objetivos fundamentales para actuar. Sea el Manifiesto de los plebeyos de Graco Babeuf, el Manifiesto Comunista de Marx y Engels o el propio Programa de Transición del que estamos hablando, la pretensión principal de estos textos no es la de la validez universal o la de la hiper-precisión de las consignas (que, sin embargo, no dejan de ser bastante precisas) sino el llamado a la acción, por supuesto sobre la base de ciertos principios y con propuestas definidas, pero bajo las urgencias de la lucha de clases. Esto quiere decir, a su vez, que las consignas que integran este manifiesto programático no son las únicas posibles; nuevas situaciones históricas pueden exigir que planteemos otras. Por ejemplo, los temas ecológicos, de autodeterminación nacional, los problemas de planificación urbana, exigen respuestas desde la óptica de un programa de transición. Pero a esta altura, ¿a qué se refiere este término de la “transición”?. Veamos.
¿Por qué transición?
En la segunda mitad del siglo XIX, el movimiento obrero orientado por la socialdemocracia había establecido lo que se llamaba “programa mínimo” como las 8 horas, mejores condiciones de trabajo, derecho de agremiación, derechos políticos democráticos elementales. Por otro lado, el “programa máximo” ponía la revolución y el socialismo como un objetivo de fondo, pero que se percibía lejano.
El estallido de la Primera Guerra Mundial consolidó la división irreversible entre la socialdemocracia, que perseguía la reforma del capitalismo, y el comunismo, que luchaba por la revolución, con el ejemplo del partido bolchevique y la Revolución rusa. Luego se dieron los procesos a los que hacía referencia al principio de este artículo. Las revoluciones, las contra-revoluciones, la crisis ecónomica, empezaban a poner sobre la mesa la necesidad de modificar los programas, en especial esta división entre “programa mínimo” y “máximo”. La clase dominante percibió la necesidad de readecuaciones similares, estatizando los sindicatos, promoviendo la intervención del Estado para contrarrestar la crisis económica y ofreciendo de esa manera un intento de rivalizar con la salida revolucionaria.
En este marco, la transición para Trotsky abarcaba varias cosas:
• la relación entre las necesidades de la clase trabajadora y los sectores populares y su grado de organización y conciencia política;
• la relación entre las demandas inmediatas y el cuestionamiento del capitalismo;
• la relación entre la movilización sistemática de las masas por su reclamos y la lucha por un gobierno de la clase trabajadora y el pueblo.
La transición también hace referencia a este “período intermedio” del que Trotsky le hablaba en su carta a Rudolph Klement: todavía no es la revolución propiamente dicha, pero la lucha de clases no puede canalizarse solamente con el llamado “programa mínimo”; las condiciones de crisis capitalista y los ataques de las patronales plantean una disyuntiva: o se resuelven las necesidades más elementales de la clase trabajadora y el pueblo en base a una afectación directa del interés de los capitalistas o la salida la va a dar el capitalismo, recomponiendo su dominación y empeorando nuestras condiciones de vida.
Pongamos un ejemplo. Ante los despidos o cierres de fábrica, muchas veces las dirigencias sindicales aceptan las rebajas salariales a cambio de que se mantengan las fuentes de trabajo. Un programa transicional consiste en repartir las horas de trabajo sin rebaja salarial, no solo evitando los despidos sino incorporando más gente a trabajar. En el primer caso se evitan los despidos pero sobre la base de garantizar la ganancia del capitalista. En el segundo, se combate el desempleo poniendo como prioridad a la clase trabajadora y no al negocio empresario.
En este sentido, el programa de transición intenta establecer un puente entre la lucha por las demandas más elementales e inmediatas de la clase trabajadora y el pueblo y una salida anticapitalista y socialista.
La “crisis de dirección”
En el texto del programa de transición, Trotsky dice que la crisis de la humanidad se reduce a la crisis de su dirección revolucionaria. Hacía referencia a las derrotas que había sufrido el movimiento obrero bajo la dirección de la socialdemocracia y el stalinismo, y las dificultades para lograr una dirección alternativa (objetivo al que debía servir, como ya dijimos, el manifiesto programático). Esta definición fue tomada en muchos casos como una sentencia válida para todo tiempo y lugar por ciertos grupos trotskistas, pero sobre todo es puesta en cuestión como la supuesta demostración del “subjetivismo” de Trotsky por quienes tienen cierta inclinación por defender a las distintas variantes burocráticas en los sindicatos y movimientos sociales.
La relación entre las bases y las direcciones (en el movimiento obrero especialmente, pero también en otros movimientos) es un tema complejo. Por razones de espacio intentaremos sintetizar en que ni la base tiene “la dirección que se merece” ni tampoco está todo el tiempo en abierta contradicción con los dirigentes. Aquí, como en muchas otras ocasiones, vale el “análisis concreto de la situación concreta”. Pero no es lo mismo analizar las dificultades para construir una “dirección revolucionaria” como un problema abstracto, desde afuera, que hacer esa reflexión como parte de una práctica militante que busca que la lucha de clases tome un rumbo revolucionario. Más allá de esta cuestión puntual, sería unilateral tomar esta definición de Trotsky, planteada en un momento específico y en un contexto de argumentación particular, como una definición histórica general. Hoy la crisis de la humanidad pasa por múltiples problemas (muchos relacionados pero) que van más allá de la dirección revolucionaria de la clase trabajadora. Hay más clase trabajadora en términos numéricos, pero escasa identificación con el socialismo (en lo que influye enormemente la debacle del stalinismo), entre otros problemas. Sin embargo, esto no quiere decir que las direcciones no sean un problema. Tratemos de pensar en la realidad de la clase trabajadora y el rol que tienen los/as dirigentes sindicales o de los movimientos de estudiantes, de mujeres o de las organizaciones de trabajadores desocupados, y la mayoría de las corrientes políticas que los orientan, asociadas en muchos casos con las llamadas tendencias “nacionales y populares” o las “izquierdas amplias”.
Después de décadas de “neoliberalismo”, la clase trabajadora sufre un proceso de fragmentación entre nativos e inmigrantes (que la burguesía opone para evitar que se unan en una fuerza poderosa), formalizados y precarios (que hacen las mismas tareas por menos salario y en peores condiciones), varones y mujeres (que cobran menos por las mismas tareas que los hombres), entre otras divisiones. Ante esta situación, las direcciones de los sindicatos, con suerte, reclaman alguna conquista mínima para el sector que “representan” sin tener una política de unir a los distintos sectores de la clase obrera. Similar actividad realizan las conducciones de otros movimientos, encarando sus reclamos específicos separados del resto. En definitiva, todas estas variantes se mueven dentro de los parámetros del capitalismo, sembrando la idea de que si reclamamos dividos/as podemos tener más efectividad que si nos unimos para luchar contra el capitalismo. Este corporativismo sindical no es para nada contradictorio con el apoyo a variantes patronales "progresistas" (y no tanto). Por eso, en la óptica de Trotsky, la movilización sistemática de la clase trabajadora más allá de los límites impuestos por el Estado y las burocracias va acompañada de la unidad con otros sectores oprimidos para imponer una salida revolucionaria anticapitalista y socialista.
Esta es una razón más para retomar las ideas expuestas por Trotsky en el programa de transición, entendido como un manifiesto programático, que podemos y debemos reactualizar en función de nuestras propias circunstancias. Para oponer una salida efectiva a los intentos de la clase dominante de hacernos pagar la crisis tenemos que encontrar las formas de unir las demandas obreras y populares a un cuestionamiento de la propiedad privada y el capitalismo. Un legado urgente y actual de Trotsky, a pocos días de un nuevo aniversario de su asesinato por el stalinismo.
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