En tiempos de crisis de los regímenes políticos “democráticos”, la cuestión de las relaciones entre las tradiciones democrático-revolucionarias y el marxismo presenta aristas útiles para reflexionar a su vez sobre los modos de buscar unir el programa y la política marxista con la clase trabajadora y el pueblo. Esto nos remite a las lecturas del marxismo sobre la Revolución francesa y en especial sobre el jacobinismo.
En el caso particular de Trotsky, la referencia a la Revolución francesa resulta obligada para sus reflexiones sobre el carácter, fuerzas motrices y tareas de la revolución rusa, así como para pensar posteriormente sobre el proceso de burocratización de la URSS, utilizando ciertas analogías que –sin identificar sin más ambas revoluciones– buscan desarrollar hipótesis y conclusiones valiéndose de las experiencias pasadas.
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En este artículo tomaremos especialmente las lecturas de Trotsky sobre el jacobinismo, porque condensan una serie de problemas (organización política, relación con las masas, relación entre programa democrático-radical y programa de transición) que se relacionan con la maduración de su pensamiento político y con sus análisis e intervenciones en procesos importantes del siglo XX.
La trayectoria de Trotsky va desde un inicial anti-jacobinismo juvenil que rechaza cualquier analogía entre el jacobinismo y la organización política del movimiento obrero, a una valoración más matizada en la cual son posibles ciertas analogías (sin perder las diferencias fundamentales), pero también es posible basarse en la práctica histórica del jacobinismo para desarrollar un programa democrático-radical tendiente a orientar la experiencia de las clases populares para ir más allá del republicanismo liberal o bonapartista.
Lenin, el “dictador”
Así comienza el recorrido. Un joven Trotsky, centrado en la autoactividad de las masas y en el rechazo a la política sobre otras clases que no sean el proletariado, rechaza a su vez la organización partidaria centralizada propuesta por Lenin en ¿Qué Hacer?. El texto de cabecera de este período es “Nuestras tareas políticas” publicado en 1904. Nos muestra un Trotsky claramente "anti-leninista", sobre todo en la cuestión partidaria, que ve en el dirigente bolchevique a un sectario fanático empeñado en luchas fraccionales improductivas y promotor de una organización incapaz de empalmar con el surgimiento desde abajo del movimiento de masas, a cuya cabeza pretende erigirse como un “dictador”.
En este trabajo, Trotsky aborda la cuestión del jacobinismo, relacionada con la del partido centralizado y debatiendo a su vez con el uso que hacía Lenin de la imagen del jacobinismo en Un paso adelante, dos pasos atrás. En ese texto, Lenin decía que el militante revolucionario era el "jacobino indisolublemente ligado a la organización del proletariado consciente de sus intereses de clase”.
Trotsky cuestionaba que se pudiera definir a los socialistas revolucionarios como jacobinos por razones programáticas, ideológicas y metodológicas. Destacaba que los jacobinos habían sido "utopistas que quisieron fundar una república universal" y que el fanatismo en su Verdad los había llevado a utilizar métodos radicalizados, pero sobre la base de una incomprensión del proceso histórico y de la lucha de clases.
Desde su perspectiva, las diferencias eran tajantes. La principal era la actitud “frente a las fuerzas sociales elementales”. Mientras los marxistas se basaban en la “confianza revolucionaria” hacia esas fuerzas, para los jacobinos eran sospechosas, porque descomponían su base popular, desarrollando la diferenciación de clases. Por eso Trotsky rechazaba cualquier identificación entre marxismo y jacobinismo:
¿En qué sentido somos nosotros jacobinos? Los jacobinos eran utopistas; nosotros queremos ser los representantes de tendencias objetivas. Eran idealistas de los pies a la cabeza; nosotros somos materialistas de la cabeza a los pies. Eran racionalistas; nosotros somos dialécticos. Los jacobinos creían en la fuerza salvadora de la Verdad, situada por encima de las clases y ante la cual todos debían inclinarse. Nosotros solo creemos en la fuerza de clase del proletariado revolucionario. Su idealismo teórico, intrínsecamente contradictorio, les empujaba por el camino de la desconfianza política y de la despiadada sospecha. Nuestro materialismo teórico nos arma con una inquebrantable confianza en la “voluntad” histórica del proletariado. El método de los jacobinos era guillotinar la menor desviación, el nuestro es superar teórica y políticamente las divergencias. Ellos cortaban las cabezas, nosotros les infundimos la consciencia de clase.
Desde esta óptica, Trotsky señalaba el método de organización partidaria propuesto por Lenin como ajeno a la tradición marxista. Como es sabido, Trotsky modificó esta posición sobre la organización partidaria posteriormente, no sin un período relativamente prolongado de disputa y clarificación de acuerdos y diferencias con Lenin. El tema excede los objetivos y el espacio de este artículo, pero viene a cuento para destacar que en el contexto argumentativo en que el joven Trotsky debatía la improcedencia de hacer analogías entre jacobinos y marxistas, posiblemente el rechazo de las posiciones de Lenin potenció el rechazo a los jacobinos.
1905-1917: defensa crítica del jacobinismo
En Resultados y perspectivas, texto en el que Trotsky elabora su primera versión de lo que luego sería su teoría de la revolución permanente, el modo de aproximarse a los jacobinos cambia radicalmente. Sin dejar de lado las diferencias sustanciales entre jacobinismo y marxismo, Trotsky destaca su rol histórico y ensaya una reivindicación de los jacobinos contra el liberalismo burgués conservador que los condena:
Jacobinismo es hoy una injuria en boca de los sabelotodo liberales. El odio burgués contra la revolución, contra las masas, contra la violencia y contra la historia que se hace en la calle, se ha concentrado en un grito de indignación y de angustia: ¡Jacobinismo! Nosotros, el ejército mundial del comunismo, históricamente hemos ya arreglado cuentas hace tiempo con el jacobinismo. Todo el movimiento proletario internacional de la actualidad ha nacido y se ha fortalecido en disputa con las tradiciones del jacobinismo. Lo hemos sometido a una crítica teórica, hemos mostrado su estrechez, hemos desenmascarado su contradicción social, su utopismo, su fraseología y hemos roto con sus tradiciones que, durante décadas, pasaban por herencia sagrada de la revolución. Pero defendemos el jacobinismo contra los ataques, las calumnias y los ultrajes insípidos de que le hace objeto el liberalismo flemático y exangüe. La burguesía ha traicionado ignominiosamente todas las tradiciones de su juventud histórica, sus mercenarios actuales profanan las tumbas de sus antepasados y calumnian los vestigios de sus ideales. El proletariado defiende el honor del pasado revolucionario de la burguesía. El proletariado que, en la práctica, ha roto tan radicalmente con las tradiciones revolucionarias de la burguesía, las protege como herencia de grandes pasiones, de heroísmo e iniciativa y su corazón late lleno de simpatía hacia los hechos y las palabras de la Convención jacobina [1].
Aquí quedan planteados los términos, más favorables al jacobinismo, que Trotsky sostendría en líneas generales durante el resto de su trayectoria teórica y política. Señala la diferencia histórica, programática y de clase. Pero defiende su rol histórico revolucionario y traza una relación de afinidad entre la clase obrera y las ideas democrático-revolucionarias de la Convención bajo dirección jacobina. Veremos más adelante que esta última cuestión tiene gran importancia desde el punto de vista político y programático para el abordaje propuesto por Trotsky de las consignas democráticas, en particular en Francia durante los años ‘30.
Pero junto con esta reivindicación histórica realizada con distancia crítica, la propia discusión sobre el carácter de la revolución rusa, el rol de las clases en ellas, el rol de las ciudades, trae a colación el nombre de los jacobinos, a través de la pregunta de “¿quién representa en Rusia la democracia revolucionaria?”. Ese tema será abordado por Trotsky en su polémica con los mencheviques en el Congreso del Partido Socialdemócrata Obrero de Rusia realizado en Londres entre el 12 y el 25 de mayo de 1907 (y en su libro 1905 publicado en alemán posteriormente).
Allí Trotsky reflexionaba sobre la “democracia revolucionaria de las ciudades” en la que se habían basado los jacobinos, poniéndose a la cabeza de una masa popular de larga tradición artesana, que no había existido en las ciudades rusas. Para Trotsky, la única clase que podía jugar el rol de la “democracia de las ciudades” en la revolución rusa era la clase trabajadora, ante la ausencia de una pequeñoburguesía urbana con sólidas tradiciones democráticas y una gran burguesía inclinada ante el zarismo (como había demostrado la guerra ruso-japonesa).
Pero lo que interesa a los fines de este artículo es la analogía implícita que quedaba planteada entre jacobinismo y marxismo. El propio Trotsky recurría a la experiencia de los jacobinos con la base popular de la revolución para pensar la relación de los socialistas revolucionarios y la clase obrera rusa. En sus escritos del año 1917, con un Trotsky ya integrado definitivamente en el Partido Bolchevique, volverán los jacobinos a sus páginas. Destacando, como ya lo hiciera antes, su rol histórico y señalando a su vez sus limitaciones, pero sobre todo remarcando su grandeza histórica frente a la moderación de mencheviques y socialrevolucionarios integrantes del gobierno provisional [2].
Consolidación de una analogía
A mediados de los años ‘20, el debate sobre el “peligro del Termidor” [3] en la URSS refuerza la analogía entre bolchevismo y jacobinismo, aunque más no sea para reflexionar sobre los peligros a los que estaba expuesta la revolución.
Pero volvamos a los jacobinos. Lógicamente, la utilización de la Revolución francesa como espejo en el que mirar el destino de la revolución rusa, vuelve a poner a los jacobinos como una especie de antepasados de los bolcheviques. Así lo señalaba Cristian Rakovski en un texto implacable y riguroso titulado Los peligros profesionales del poder. Rakovski comparaba a los bolcheviques que en 1928 cobraban sueldos mucho más altos que los obreros o andaban en automóvil con los jacobinos que una vez en el poder habían sido seducidos por los placeres de la vida cortesana, como paso previo a que les cortaran sus propias cabezas.
En posteriores elaboraciones de Trotsky aparece la diferenciación entre elementos termidorianos (“jacobinos” que se pasaron al sector conservador) y “bonapartistas” (elementos provenientes del aparato militar) que constituyen las dos fuentes de reclutamiento de la burocracia en ascenso. Retomando el hilo del jacobinismo, diremos entonces que en el propio pensamiento de Trotsky se refuerza la analogía entre jacobinismo y bolchevismo como se puede observar en sus obras posteriores, como su Historia de la Revolución rusa, en la que compara recurrentemente la experiencia de los jacobinos con la de los bolcheviques.
En 1935, Trotsky modificó sus propias elaboraciones sobre el problema del Termidor con el paso del tiempo. Mientras durante los años ‘20 consideraba el Termidor como las tendencias que abrían el camino a una restauración del capitalismo más o menos directa –y por eso rechazaba hablar de Termidor como proceso consolidado–, a partir de 1935 corregirá la analogía histórica y dirá que en realidad el Termidor no es restauración sino “la reacción actuando sobre la base social creada por la revolución” y que en la URSS había comenzado en 1924, luego de la derrota de la Revolución alemana y el desplazamiento del centro de actividad de las masas hacia la burocracia. Esto incide en el reforzamiento de la analogía entre jacobinos y bolcheviques, que vuelve a aparecer en La revolución traicionada [4].
De regreso a 1793... para ir más allá
El ejemplo histórico de los jacobinos vuelve a aparecer con fuerza en las reflexiones de Trotsky durante los años ‘30 sobre los modos de dar una respuesta revolucionaria a la crisis de la democracia burguesa y el crecimiento del fascismo. Son momentos de “soluciones drásticas” en los que el ascenso del nazismo en Alemania reabre –entre otros– los debates sobre la dinámica de las clases durante la crisis. En ese contexto, Trotsky realizará una analogía –marginal en su retórica general sobre la cuestión jacobina– entre jacobinismo y fascismo. Dirá que el fascismo es una solución plebeya como en su momento lo fue el jacobinismo, y que las tres soluciones históricas utilizadas por la burguesía en su relación con las masas siempre fueron salidas pequeñoburguesas: el jacobinismo, la democracia reformista y el fascismo. En este sentido, lo que tenían en común jacobinismo y fascismo era mucho menos de lo que tenían de históricamente diferente: los jacobinos se parecían tanto a los fascistas como la burguesía revolucionaria del siglo XVIII a la burguesía decadente del siglo XX.
El ascenso del nazismo en Alemania en 1933 refuerza las tendencias fascistas en Francia, que pasan a la acción en febrero de 1934, con una gran manifestación callejera que da lugar a la dimisión del gobierno encabezado por Daladier y la conformación de un “gobierno de unidad nacional” con una orientación de derecha. Ante ese panorama, Trotsky intenta elaborar propuestas políticas y programáticas para sus partidarios en Francia, entre las que destaca un programa de acción que promueve medidas como la abolición del secreto comercial, la defensa del salario y los derechos sociales, la nacionalización de los bancos, las industrias claves y los transportes, el monopolio del comercio exterior, la expropiación de los grandes propietarios agrarios, la disolución de la policía y los derechos políticos para los soldados, entre otras.
Dentro de la argumentación con la que va presentando estas consignas surge el problema del poder político y la relación entre la democracia y el socialismo. Aquí Trotsky destaca que el marxismo es partidario del gobierno obrero y campesino, pero que no rechaza “una democracia más generosa que facilitaría la lucha por el poder obrero”. Una “democracia más generosa”: frase un poco curiosa a simple vista. Pero que si atendemos a la definición del propio Trotsky, concretamente significa una democracia basada efectivamente en el sufragio universal, sin instituciones que ejerzan poder de veto o voto calificado y cuyos representantes mantengan una relación estrecha con sus electores. Para hacer efectiva esta “democracia más generosa”, Trotsky propone la conformación de una asamblea única de representantes, la disolución del Senado y de la figura presidencial y la conformación de una asamblea única de representantes elegida por sufragio universal desde los 18 años, sin discriminación de sexo o nacionalidad, con representantes revocables y que ganen lo mismo que un obrero calificado. Dentro de esta argumentación vuelven a aparecer los jacobinos:
Somos, pues, firmes partidarios del estado obrero-campesino, que arrancará el poder a los explotadores. Nuestro primordial objetivo es el de ganar para este programa a la mayoría de nuestros aliados de la clase obrera. Entre tanto, y mientras la mayoría de la clase obrera siga apoyándose en las bases de la democracia burguesa, estamos dispuestos a defender tal programa de los violentos ataques de la burguesía bonapartista y fascista. Sin embargo, pedimos a nuestros hermanos de clase que adhieren al socialismo “democrático”, que sean fieles a sus ideas: que no se inspiren en las ideas y los métodos de la Tercera República sino en los de la Convención de 1793.
Este razonamiento de Trotsky resulta interesante para pensar el problema de la revolución permanente y la relación entre tareas democráticas y socialistas en las revoluciones. Según un esquema básico, en los países metropolitanos ya hubo revoluciones burguesas por lo que las llamadas “tareas democráticas” (revolución agraria, unidad nacional, instauración de una democracia burguesa) ya fueron resueltas. Sin embargo, esto no implica que en esos países no existan problemas democráticos, por la degradación de la democracia burguesa, la consolidación de mecanismos “legales” antidemocráticos, poderes especiales, incluso la existencia de monarquías constitucionales y un largo etcétera. En ese contexto, sin confundir las banderas, el marxismo necesita retomar el legado de los jacobinos como forma de mostrar el carácter antipopular de la democracia burguesa e impulsar la lucha de clases.
Algunas conclusiones
Este artículo no pretende ser un estudio exhaustivo sobre Trotsky y el jacobinismo. Nos concentramos en algunos puntos paradigmáticos de su recorrido para marcar en qué medida la experiencia política e histórica de la propia Revolución rusa fue incidiendo en los cambios operados por Trotsky desde un juvenil anti-jacobinismo visceral hacia una lectura más matizada y tendiente crear una analogía entre jacobinismo y bolchevismo. Destacamos también su importancia a la hora de articular un programa transicional que asigne cierta jerarquía a las demandas democrático-radicales.
Agregaremos un último elemento que hace a la propia teoría de Trotsky. Al tomar el ejemplo de los jacobinos, señala de manera recurrente que estos se apoyaban en las masas populares con poca o casi ninguna propiedad. Su capacidad de empalmar con las necesidades y sentimientos de esas masas es uno de los aspectos que interesaba a Trotsky para pensar la relación entre el movimiento desde abajo de la clase trabajadora y el partido revolucionario. Sin embargo, allí reside también una de las principales diferencias históricas entre el jacobinismo y el marxismo: la democracia soviética. Por más igualitarista que sea, la democracia basada en el sufragio universal (incluidas las variantes más radicales como las del jacobinismo y sus asambleas cantonales) deja sin tocar la dictadura de clase que la burguesía ejerce en el mundo de la producción. Por eso, un elemento fundamental de la teoría de Trotsky es la auto-organización de la clase trabajadora desde los lugares de trabajo, la democracia de los consejos que une el ámbito de decisión política con el de decisión económica (que se extiende a su vez al ámbito territorial) de forma tal que la masa popular no es una fuerza elemental o una base de apoyo sino la protagonista de sus propias decisiones.
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