La promesa de un puesto de trabajo, un “gran” premio, una competencia picante, invitados famosos, un jurado ácido y… la naturalización de malas condiciones de trabajo.
Miércoles 20 de julio de 2016
En esta nueva versión de bajo costo de Master Chef, los participantes compiten por un premio de $ 300.000 y un puesto de trabajo en un restorán de Olivos. El prometedor y engañoso nombre surgió a partir de que, para esta nueva edición del programa, no quisieran pagar derechos por el formato importado, como lo hacían en la temporada anterior.
Este nuevo formato light combina la acidez crítica de los cocineros mainstream con el sabor que aportan los famosos invitados a degustar los platos, y los acompaña con el trago amargo del detrás de escena típico de cualquier restorán. El arte de que dos equipos de dos personas compitan cocinando para sesenta comensales y nada se sirva frío, mal cocinado, mal presentado o fuera de tiempo, es el plato fuerte del show.
Durante esta sección del programa, el dueño del lugar se pasea por la cocina y hace preguntas a los cocineros mientras los apuran para que salgan los pedidos. Llevar al límite las capacidades de los participantes y evaluar como se desenvuelven bajo presión es la frutilla del postre. En cada programa uno de los jurados se encarga de sacudir y presionar enérgicamente a los participantes para que pasen (o no) por el tamiz. Y por si esto sabe a poco, el modo autoritario en el que los jurados se dirigen a los participantes no tiene nada que envidiarle al discurso maltratador de cualquier patrón. No hay dudas de que tendría más que merecido el próximo Martín Fierro al mejor reality show.
Pero el programa tiene más para ofrecer, no es solo una degustación gratuita de malas condiciones de trabajo y malos tratos. Para que los no tan amantes del morbo no se queden con un mal sabor en la conciencia, el momento emotivo de la eliminación de los participantes y los consejos poco elaborados del jurado, compuestos por un desabrido mix de frases hechas y fríos gestos condescendientes, son los condimentos necesarios para que todo este mejunje resulte digerible.
Aunque el rating (afortunadamente) no acompañe, se podría decir que, para lo que se propone cualquier producción en la industria del entretenimiento, los momentos están bien logrados y los personajes resultan muy carismáticos. Pero todo esto no logra eclipsar, al menos para quienes les cae mal comer vidrio, lo grotesco de una competencia descarnada cuyo objetivo es ganarse un puesto de trabajo, cuando no debería ser un premio sino un derecho.
Pasadas ya las semifinales, solo queda por ver quién podrá consagrarse como el “empleado del mes”. La capacidad para escalar sobre sus compañeros y mostrarse dócil a las pretensiones de los dueños del circo tendrá al fin su recompensa. En cuanto al resto, deberán seguir peleándola, como siempre, pero esta vez lejos de las luces cegadoras del espectáculo, donde los consejos de autoayuda para la tribuna apenas resonarán como un eco de lo que no pudo ser.