La nueva película basada en la saga de Frank Herbert está llena de imágenes antiimperialistas, pero no es más que una versión hollywoodense de la lucha de resistencia colonial.
En el último año se ha producido un gran cambio en la forma en que la sociedad estadounidense y el mundo entienden la historia. El movimiento Black Lives Matter obligó a muchas personas a replantearse las narrativas que por lo general se sostienen sobre los principios fundadores de Estados Unidos. La idea de que el capitalismo estadounidense siempre se ha basado en el racismo, algo que antes solo comprendían los socialistas, es ahora casi hegemónica. Esto, a su vez, ha llevado a un cambio de actitud sobre el imperialismo estadounidense, algo que se muestra en los últimos meses en el enorme crecimiento del apoyo a la lucha palestina contra la ocupación.
En este clima social, Dune llega a los cines y a HBO Max, más de cinco semanas después de su estreno en los cines europeos. Se trata de la esperada segunda versión cinematográfica de la novela de 1965 de Frank Herbert. La película de 1984 de David Lynch fue, a pesar de muchas escenas encantadoras, un desastre. Otros intentos de Ridley Scott y Alejandro Jodorowsky ni siquiera llegaron a la pantalla.
Desde los primeros fotogramas, es imposible pasar por alto la conexión de la película con las luchas antiimperialistas del mundo actual. Una joven, con voz en off, describe cómo los colonizadores se apoderaron de su planeta desértico, Arrakis. La Casa Harkonnen se ha enriquecido inimaginablemente saqueando el principal recurso del planeta, la especia, creada por gusanos de arena gigantes. Pero también vemos a los indígenas, los Fremen, atacar a los colonizadores.
Estas escenas son hermosas y conmovedoras. Generaciones de personas han leído Dune, y muchos sentirán algo mágico al ver estos conocidos personajes e historias en la pantalla. La novela tiene temas lo suficientemente complejos como para atraer a un amplio público, desde comunistas hasta reaccionarios de lo más estridentes.
El propio Herbert tenía una visión del mundo contradictoria e incluso reaccionaria: se opuso a la guerra de Vietnam pero apoyó a Richard Nixon. Abrazó un "individualismo salvaje" antimodernista, que le llevó a glorificar una fantasía colonial sobre la pureza de los pueblos indígenas. En Dune, esto se expresa en un mito del salvador blanco. Es un vástago de los colonizadores, el joven Paul Atreides, quien debe dirigir a los oprimidos en su lucha contra el colonialismo
Sin embargo, gracias a las crecientes demandas de mayor diversidad en Hollywood, el reparto de esta versión de la historia es mucho más diverso de lo que podríamos haber imaginado hace solo unos años. Liet-Kynes, por ejemplo, es interpretada por una mujer negra, Sharon Duncan-Brewster. Todo esto está muy bien, pero por desgracia estas modificaciones creativas del libro no van mucho más allá de lo visual. Aunque los Fremen son presentados como héroes, se les niega cualquier tipo de identidad específica. Las culturas indígenas no son más que un amasijo indistinto de todo lo que no es blanco. Los actores que interpretan a los Fremen tienen una mezcla de acentos, representados por el español Javier Bardem y la nigeriana Babs Olusanmokun (para hacer todo aún más confuso, los colonizadores "blancos" están liderados por Oscar Isaac, quien nació en Guatemala). Vemos un breve guiño a las víctimas del colonialismo, pero ningún interés por las auténticas vidas y, por tanto, nada que se interrogue sobre las estructuras coloniales.
Ahora bien, en contraste con la mayoría de las tradiciones de la derecha en los Estados Unidos, Herbert carecía de cualquier tipo de convicciones religiosas. El salvador blanco Paul Atreides es reconocido inmediatamente por los Fremen como su mesías, el Muad’Dib. Pero nos enteramos de que este mito ha sido cultivado deliberadamente durante siglos por las Bene Gesserit, una misteriosa red de hechiceras que incluye a la madre de Paul.
Esta deconstrucción materialista de la religión muestra cómo el colonialismo forma y distorsiona las culturas de los oprimidos, tanto de forma abiertamente violenta como de forma sutil y manipuladora. De acuerdo con el sistema de creencias de Herbert, a menudo contradictorio, Dune repite y deconstruye el mito del salvador blanco: rechaza las ideas mágicas y las profecías, para adoptar explicaciones científicas de ingeniería social a largo plazo. Al igual que muchos autores de ciencia ficción de su época –solo hay que ver la Fundación de Isaac Asimov–, Herbert creía que las élites podían controlar completamente las sociedades mediante una planificación desde arriba.
Estos elementos acaban por dar una visión extremadamente pesimista de las luchas de liberación: solo las élites tienen alguna esperanza de hacer historia. Esta teoría del "gran hombre" recorre todo el resto del universo ficticio: vemos una civilización extendida por toda la galaxia basada en el feudalismo europeo, con Grandes Casas que transmiten su poder a través de herederos varones. Es como si la superestructura de una sociedad pudiera ser totalmente independiente de su base económica, cuando en realidad lo que impulsa a este universo es la extracción colonial agresiva de especias.
Pero esto representa una visión pesimista de las luchas de liberación, en la que solo el colonialismo proporciona las herramientas para combatirlo.
En última instancia, Dune presenta una visión del anticolonialismo tal y como lo imaginan las corporaciones multinacionales. Estas ofrecen la posibilidad de incluir a más personas de color en las películas de alto presupuesto, al tiempo que mantienen las estructuras de explotación imperialista y opresión racista. No hay duda de que estas mismas estructuras están en el centro de la trama de Dune. Sin embargo, se hace poco por cuestionarlas, incluso en la recepción crítica de la película hasta ahora.
Es difícil no ver las imágenes de las guerras de Estados Unidos en Oriente Medio. ¿Qué es lo que podría representar la especia, en nuestro mundo actual poco avanzado, sino el petróleo? Incluso el planeta Arrakis se parece sospechosamente a Irak. Se ven soldados equipados con alta tecnología que vienen de lejos, y son derrotados por combatientes locales pobremente armados pero con experiencia. ¿Quién puede evitar pensar en los afganos resistiendo la ocupación estadounidense?
Por otra parte, la película es lo suficientemente ambigua como para que los partidarios de Trump puedan verse a sí mismos como Fremen enfrentándose a la "opresión" de los trabajadores de comercio que insisten con el uso de las mascarillas o de los profesores que reconocen la existencia del racismo. Dune ha generado muy poca controversia precisamente porque ha buscado oscurecer cualquier conexión con la injusticia en nuestro propio mundo, hasta el punto de que solo queda un argumento insustancial, poco sólido. Sin embargo, ¡qué película tan hermosa visualmente!
Traducción: Maximiliano Olivera
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