Los atentados del 11 de septiembre de 2001 tuvieron un especial impacto en el mundo del cine. Una de las industrias más importantes de Estados Unidos, que durante las décadas previas había creado todo tipo de historias de catástrofes, con imágenes del colapso de Nueva York a través de múltiples formas, invasiones alienígenas, nuevas guerras mundiales y todo tipo de distopías, se sintió opacada frente a las imágenes de la realidad.
Como describe el reconocido crítico norteamericano J. Hoberman en su libro El cine después del cine, en donde dedica un apartado para analizar el tema:
Los dinosaurios gigantescos, los solitarios meteoros y los implacables insectos alienígenas que habían destruido las Manhattan montadas como estudios de filmación durante los años inmediatamente anteriores se revelaban en aquel momento como intentos ocultos de representar la lógica de la catástrofe inevitable.
Y a propósito del mismo tema en una entrevista agrega:
… el 11-S creó una especie de crisis, especialmente para los realizadores de Hollywood… Fue todo muy cinematográfico, y cambió el sentido de lo que era el cine y de lo que puede ser. Creo que también, a cierto nivel, los cineastas sintieron que se trató de un tipo de suceso muy competitivo, que sus películas, en particular las de gente que filma catástrofes, como Michael Bay o Spielberg, parecían vagas en relación con lo que acabábamos de presenciar.
Los debates no solo recorrían el terreno del impacto de estas imágenes reales, sino que también, puertas adentro y en voz baja, se dudaba de cuánto aquel imaginario creado por los estudios de Hollywood había funcionado a su manera como fuente de inspiración para los atentados.
En una nota del diario El País se comenta que Joe Viskocil, el diseñador de las destrucciones masivas como la Casa Blanca y el Empire State en Día de la Independencia, 1996, “cayó en una depresión porque estaba convencido de que él les había dado la idea”.
En el terreno de la representación literal hay por lo menos dos películas en donde explotan torres previamente. En Nacida en llamas, 1983 (Born in flames) de Lizzie Borden, que es una producción independiente de ciencia ficción feminista, la escena final muestra un atentado a las Torres Gemelas realizado por un Ejército de Mujeres, y en el El club de la pelea, 1999 (Fight Club), de David Fincher, tiene una escena final en donde desde un ventanal se ven varios edificios cayendo, dos de ellos iguales uno al lado del otro. Más allá de estas coincidencias, el Wold Trade Center era un importante símbolo de poder que ya había sufrido atentados previos como en 1993.
Lo cierto es que en los días inmediatamente posteriores al atentado los máximos representantes de la industria del entretenimiento se dedicaron a repensar cada uno de los estrenos pautados, posponiendo fechas, rehaciendo escenas y cortando las partes en donde apareciera alguna imagen del World Trade Center.
En ese sentido fue que la Warner Bros pospuso el estreno de Daño colateral, que estaba pautado para septiembre de 2001, una película protagonizada por A. Schwarzenegger donde una mujer y su hijo mueren en un ataque terrorista. La Fox suspendió el proyecto Deadline, un drama sobre un secuestro que iba a dirigir James Cameron; se descartó Tercera Guerra Mundial, una película que requería simular ataques nucleares en Seattle y San Diego. Los directores de Zoolander y Serendipity borraron con tecnología digital las secuencias en las que se mostraba el World Trade Center. En el caso de Spiderman se retiró rápidamente de circulación el trailer para borrar las imágenes del hombre araña trepando por las Torres Gemelas.
Hasta las comedias se vieron afectadas. Disney pospuso el lanzamiento de Hasta el cuello, en la que se contrabandeaba una bomba nuclear en avión; y MGM archivó Hemorragia nasal, donde Jackie Chan interpreta un limpiador de vidrios que frustra un plan terrorista ¡para volar las torres! También se sacaron de las grillas televisivas Expedientes X y Día de la Independencia, entre otras.
Hollywood es reclutada
Pero más allá de los miedos y precauciones, con el paso de las semanas finalmente sucede algo que J. Hoberman describe con estas palabras: “Hollywood temía ser castigada, en cambio fue reclutada”.
Como en tantas otras oportunidades, la industria del entretenimiento norteamericana demostró ser una eficaz herramienta de propaganda oficial. Así como hubo épocas de películas patrióticas para entusiasmar al pueblo con las guerras mundiales, películas macartistas durante la guerra fría, y como siempre todo tipo de historias acordes al “American way of life”, después del 11S llegó el turno para construir un nuevo tipo de patriotismo con eje en el miedo hacia los enemigos terroristas, y por extensión todo el mundo árabe. Así se realizaron distinto tipo de reuniones entre importantes ejecutivos de los estudios y asesores del gobierno de Bush para ajustar los planes y encender las pantallas.
Uno de los primeros estrenos de esta nueva etapa de belicosidad fue La caída del Halcón Negro de Ridley Scott, en diciembre de 2001, que también fue enviada en video para que se proyecte en todas las bases militares. La película, que retrata a los invasores como héroes, aborda la caída de dos helicópteros militares norteamericanos a manos de las milicias de somalíes. Las intenciones de la película son tan claras que algunos críticos estadounidenses plantearon que mostraba un “racismo tendencioso al pintar a los somalíes como un hato de animales de piel oscura”.
Otro de los estrenos que siguió fue la pospuesta Daño colateral, que finalmente se lanza en febrero de 2002 y es auspiciada por el conservador alcalde de New York Rudy Giuliani. Luego de estudios de marketing, la versión final comienza con A. Schwarzenegger y sus compañeros rodeados de humo, como si estuvieran metidos en el World Trade Center salvando vidas. Una especie de lanzamiento de campaña (que continuó en los años siguientes con el estreno de Terminator 3) para este protagonista que un año después estaría disputando la gobernación de California.
Según relata J. Hoberman en su libro, “El ritmo no se detuvo, Hollywood rodó una bien publicitada sucesión de filmes de combate y el público hacía cola para verlos... 2002 ha sido la primavera de la carnicería, por lo menos en las películas”.
Un aspecto importante tuvo que ver también con la expansión en ese momento de nuevas tecnologías de cine digital que posibilitaban el desarrollo y renovación de este cine bélico, con persecuciones, explosiones, diseño de escenarios y todo tipo de efectos. La “guerra contra el terrorismo” lanzada por Bush, primero con la invasión a Afganistán y luego con la guerra de Irak, continuada en la gestión de Obama, tuvo su cuota de apoyo de la industria cinematográfica.
Mientras importantes figuras como Susan Sarandon y Martin Sheen, junto a Michael Moore, aprovechaban la ceremonia de los Oscar en 2003 para levantar una voz contra la invasión a Irak, los estudios seguían produciendo historias de unidad patriótica contra las amenazas externas. Un doble juego que permitía mostrar rostros de un Hollywood progresista mientras los éxitos de taquilla seguían los lineamientos oficiales.
Las películas del 11S
En 2003 producida por Francia se estrenó una película compuesta por múltiples cortos de distintos directores, 11/09/01 September 11th; la variedad pudo dar cuenta de distintas miradas entre ellas algunas críticas como la de Ken Loach, o Mira Nair, la distribución alcanzó festivales y varios países pero fue censurada en EE. UU.
En medio de ese clima se destacó así el documental de Michael Moore Farenheit 9-11. Estrenado en 2004 recibió la Palma de Oro a mejor película en Cannes. La película arranca con la controvertida elección del 2000 y sigue con una detallada investigación que expone los lazos de negocios de la familia Bush con familiares de Bin Laden. A su vez deja al descubierto la política oficial de fabricar pruebas para la invasión a Irak, que era un objetivo previo a los atentados. La memorable escena del presidente Bush leyendo un cuento a niños de jardín de infantes mientras era notificado de los atentados da cuenta de los valiosos archivos a los que Moore pudo acceder. El jurado de Cannes, presidido por Quentin Tarantino, puso en esa oportunidad la política por delante, dando un importante reconocimiento a este documental de denuncia. “Le dedico este premio al pueblo de Irak, que sufrió por nuestras acciones”, fue una de las pocas frases del director al recibir el premio. También agregó: “No estoy solo en esta lucha, somos muchos en mi país los que no queremos que esto se repita...”. Luego de intentos de censura y gracias al reconocimiento mundial, la película pudo ser estrenada en Estados Unidos y se convirtió en uno de los documentales más vistos.
En ese mismo año, 2004 se estrenó La terminal, de Steven Spielberg, con el escenario en un aeropuerto y una temática relacionada con las fronteras y nacionalidades, la primera de la que algunos críticos consideran su “trilogía pos 11S”, junto a La Guerra de los mundos, 2005, y Munich, 2007, en donde se recrea un atentado terrorista en las Olimpíadas de 1972.
Pero fue recién en 2006 con el estreno de United 93 de Paul Greengrass, y World Trade Center, de Oliver Stone, que el cine de ficción norteamericano tomó como tema en forma directa los atentados del 11S. En la primera se recrean los sucesos del avión secuestrado en donde se rebelan los pasajeros y se estrella en medio del campo sin llegar al objetivo que tenían los secuestradores. La segunda se basa en la historia de dos policías atrapados en los escombros de las torres mientras ayudaban a las víctimas y que finalmente pudieron ser rescatados. Ambas se basan en historias reales y apuntan al objetivo de rescatar el heroísmo del pueblo norteamericano ante la adversidad. La unidad nacional contra la amenaza terrorista. Oliver Stone declaró en su momento que el suyo no se trataba de un film político, ganando así un amplio apoyo conservador que no tenía su obra previa. Ante la incisiva pregunta de una periodista que le plantea: “¿Qué siente cuando los críticos más conservadores califican su película de obra maestra?”, Stone responde “Es algo con lo que podré vivir”. En World Trade Center la carga sentimental se funde con las últimas palabras del marine que protagoniza el rescate planteando “necesitarán hombres para vengar esto” y los títulos finales dan cuenta de que fue a pelear a Irak.
Años después, en 2012, se estrenará La noche más oscura (Zero Dark Thirty) de Kathryn Bigelow, una “versión épica” sobre la operación que termina con el asesinato de Osama Bin Laden. Una película que valida el método de la tortura para conseguir información. Realizada en la era Obama y con múltiples reuniones entre la directora y el guionista con funcionarios de la CIA y el Departamento de Defensa, para pensar detalles de las escenas que podían o no mostrarse.
En estos días, al cumplirse el 20 aniversario de los atentados, las distintas plataformas, que constituyen la nueva cabecera de playa de la industria del entretenimiento, programan varias de estas películas y estrenan nuevas series. Aunque hoy los enemigos terroristas tienen menos prensa, en medio de la debacle yanqui en Afganistán y con la necesidad de seguir día a día las disputas con China, la construcción de una épica histórica patriótica imperialista sigue siendo una de las líneas principales detrás de los guiones que inundan las pantallas mundiales.
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