En mayo de 1969, la clase trabajadora, la juventud y el pueblo de Córdoba protagonizaron una gigantesca rebelión popular. Por la fuerza desplegada, aquella enorme acción de masas encontró su lugar en la historia nacional y latinoamericana.
Lunes 29 de mayo de 2023 14:09
“Con alta conciencia sindical y firme determinación la Clase Obrera de todo el país vivirá una extraordinaria jornada de lucha asumiendo la defensa de sus derechos y expresando su repudio a la dictadura. EL PUEBLO TRIUNFARÁ” [1].
Aquel 29 de mayo de 1969, desde la tapa, el semanario de Luz y Fuerza anunciaba que la historia estaba a punto de girar bruscamente. Las horas siguientes, con una ciudad rugiendo por la furia popular, darían testimonio de la enorme potencialidad que anida en la clase trabajadora, la juventud y el pueblo pobre cuando deciden tomar la historia en sus manos.
Hace poco más de cinco décadas, las calles de Córdoba ilustraron un potente levantamiento de masas que hizo temblar a la clase dominante. El Cordobazo entró en la escena nacional como un huracán. Conmovió la conciencia de millones. Alteró la vida política del país y desnudó la fragilidad de un poder que se creía destinado a durar décadas.
Los hechos de Mayo
Corre mayo de 1969. El país empieza a convulsionarse por una rebeldía que baja desde el norte, bordeando el Paraná. La bronca contra la dictadura de Onganía se expande. A fines de aquel, tras dos años de mansedumbre burocrática, la cúpula de la CGT llama a un paro nacional. Córdoba camina a otro paso. Más acelerado. La jornada de protesta se adelanta un día; el paro se convoca activo.
A las 11h del 29 de mayo de 1969, tal como estipulaba la decisión común de las conducciones sindicales, se inicia la medida de fuerza. Aquella huelga general, desde el vamos, se anuncia como el prólogo de grandes combates.
Lina Averna, obrera automotriz, protagonista de aquella jornada, recuerda: “A mí me tocó hacer la punta en el abandono de tareas del 29 a las diez y media. Nos subimos a una estanciera del Smata y enfilamos hacia el centro de Córdoba. Recuerdo que me agarré un susto grande cuando vi en la parte trasera del auto un montón de molotov” [2].
Antes de los enfrentamientos, la masividad invadiría las calles. “La caravana avanzaba a paso firme pues deseábamos cumplir con nuestra meta de llegar lo más rápidamente posible al lugar de concentración. Cuando pasamos por enfrente del originalmente llamado Hogar Escuela ‘Juan Domingo Perón’ (…) se podían contabilizar casi 10.000 trabajadores” [3].
La marea humana iba a chocar con la represión en aquel punto. Las fuerzas policiales, dispuestas a impedir el paso de la multitud hacia el centro de la ciudad, lanzaban gases y disparan. La enorme columna se dividió. Los enfrentamientos -que habían iniciado en el microcentro media hora antes- se potenciaron. Miles de combatientes se desplegaron por las calles del barrio Güemes y los campos de la Ciudad Universitaria. La Policía retrocedía, deseando no dejarse envolver por aquel enjambre obrero y popular. La ciudad empezó a poblarse de barricadas. En aquel sinfín de corridas, piedrazos y gritos, un levantamiento popular emergió de las entrañas de la movilización y la huelga general.
La ira se potenció con la brutalidad represiva. Pasado el mediodía fue asesinado de Máximo Mena, joven estudiante y trabajador metalmecánico. El estallido popular se potenció. Acorralada en los combates callejeros, la Policía empezó a retroceder. La ciudad entraba en un momento en qué las masas ganaban, cuadra a cuadra, terreno sobre las fuerzas policiales. El protagonismo en las calles superaba, por lejos a los convocantes iniciales, el movimiento obrero y el movimiento estudiantil. Se trataba de una verdadera rebelión popular [4].
Pasadas las 13h, “las acciones policiales comienzan a ser más espaciadas; hay todo un sector en el centro y alrededor de La Cañada y Av. Colón al cuál no pueden llegar. La única zona que realmente todavía controlan comprende cuatro manzanas alrededor de la Plaza San Martín, en donde se encuentra el Departamento de policía” [5].
Al poder político se le escapaba el control del territorio. Lo retenía, en apariencia, sobre un punto minúsculo de la geografía urbana. La ciudad ya estaba en manos de decenas de miles de personas que combatían, apoyados por la simpatía de cientos de miles. Cada casa era una trinchera. Cada habitante un partisano: activo o en reserva.
A esa hora, evidenciando la fragilidad del poder, se entablaba el siguiente diálogo:
“-El Gobernador dice que esto empeora rápidamente.
A 700 kilómetros de la ciudad, imaginando un orden que no existe, Agustín Lanusse -jefe del Ejército- intentaba tranquilizar a Eleodoro Sánchez Lahoz, titular del Tercer Cuerpo. Su subordinado le respondía con la crudeza de la realidad.
Derrotada militar y moralmente la Policía, la ciudad es finalmente tomada por los manifestantes. El centro de la Docta, poblado de edificios tradicionales, asiste a un curso de historia. La población combatiente controla alrededor de 150 manzanas. Las barricadas arden en las esquinas. Algunos de los hechos más conocidos del Cordobazo tienen lugar cuando el centro de la ciudad ha sido copado: la destrucción de la Confitería Oriental, la quema de las oficinas de la multinacional Xerox y el asalto a la concesionaria Tecnicor, que comercializa la marca Citroën.
A las 15.45 h el Ejército anuncia su entrada. Se empezará a hacer efectiva a las 17 h. Concediendo ese margen de tiempo, las fuerzas represivas invitaban a retirarse, rogaban, prácticamente, por la disgregación de la masa combatiente. Evitar el enfrentamiento directo con el pueblo en las calles era una premisa central en la lógica del mando castrense.
La entrada del Ejército y la resistencia
“Aunque hubiera sido militarmente posible estar en la calle a medio día, habría sido en la práctica un desastre de consecuencias imposibles de imaginar. La gente rodeaba a los revoltosos y los acompañaba (…) Si hubiésemos actuado antes, los subversivos habrían conseguido lo que buscaban: enfrentarnos con el pueblo de Córdoba, no con ellos" [7].
El coronal Marguery recorre en su memoria los hechos ocurridos días antes. Alejandro Lanusse, jefe del Ejército, traslada su voz en el tiempo, incluyendo el informe en Mi Testimonio, libro autobiográfico que publicó en plena dictadura genocida. Las palabras del militar confirman una decisión. Las Fuerzas Armadas solo podían entrar a la ciudad cuando las multitudes hubieran abandonado la escena; en el momento en que las masas, agotada su energía en el combate, se retiraran del centro de la ciudad en centrífuga dinámica.
El Gringo Tosco había graficado aquella masividad. Dando un número -tan audaz como incomprobable-, había dicho “nosotros calculamos que hubo unas 50.000 personas en la zona de la ciudad que estaban en la calle con sus barricadas y ya se habían tomado el centro y el barrio Clínicas” [8].
A partir de las 17 h, cuando el Ejército avanzó sobre la ciudad, enfrentó una resistencia dura pero dispersa. El nudo de ésta se concentró en el Barrio Clínicas, el combativo reducto de un movimiento estudiantil al que le sobraba gimnasia de lucha en las calles.
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En aquellas horas de combates previos, la protesta había parido formas embrionarias de autoorganización. Al calor del combate habían emergido pequeños núcleos de coordinación que permitían desplegar un sistema de comunicaciones entre barricada y barricada. En esas instancias se discutía y decidía cómo actuar ante la entrada del Ejército [9].
Ese tercer momento de las jornadas del Cordobazo se extendió, con vaivenes, avances y retrocesos, por alrededor de 48 horas. Desde la tarde del jueves hasta la tarde o noche del sábado. En ese lapso temporal, el centro de la ciudad fue testigo de diversas movilizaciones, limitadas en fuerza e intensidad. También de un permanente hostigamiento de los francotiradores hacia el Ejército y las fuerzas policiales, cuando éstas volvieron a intervenir.
Entrada la noche del jueves, mientras el Ejército apostaba a recuperar trozos de ciudad, se produjo un apagón masivo. La mano de los trabajadores de Luz y Fuerza mostraba su poder social, bajando la palanca que proveía energía a la ciudad. Más de dos horas habrían de transcurrir hasta que la electricidad retornara totalmente.
Este viernes 30 fue el último día de combates activos. Los más duros se libraron en el Barrio Clínicas. A lo largo de la jornada habían sido detenidos Agustín Tosco, Elpidio Torres y muchos otros dirigentes, además de cientos de personas. En la noche de ese viernes, intentando sembrar el terror, se dieron a conocer las sentencias emitidas por Consejos de Guerra: 8 años y 3 meses de prisión para el Gringo; 4 años y 8 meses para el titular del Smata.
Los números oficiales contabilizaron 13 personas muertas o asesinadas. La memoria popular conservó cifras varias veces más altas. Los heridos se contaron por miles. Los daños alcanzaron montos siderales.
Una semi-insurrección de masas
El Cordobazo conmovió al país. Abrió una etapa revolucionaria a escala nacional. Convocada como una huelga de protesta dura, en el fragor del combate callejero se transformó en levantamiento popular.
La clase obrera, la juventud y el conjunto de la población, enfrentando la represión policial, se convirtieron en protagonistas de un hecho de indiscutible valor histórico. Se asistió, en los hechos, a lo que Lenin había definido -décadas antes- como una acción histórica independiente de las masas [10]. Un proceso de movilización donde éstas superan el control de sus direcciones burocráticas, enfrentando decididamente al poder político estatal y quebrantado, en esa dinámica, la legalidad del propio régimen. Ese tipo de acciones pueden implicar un giro en la historia; el punto de partida de una nueva temporalidad social y política. Y el Cordobazo lo fue.
Analizando los hechos cordobeses, el PRT-La Verdad -dirigido por Nahuel Moreno- señaló que “lo que ha ocurrido en Rosario y principalmente en Córdoba tiene un nombre muy claro, ha sido una semi insurrección (…) Nos inclinamos en principio por el término de semi insurrección, debido a la falta de lucha armada en serio” [11].
El Cordobazo evidenció potencialidades y límites: una enorme fuerza social desplegada en las calles que derrota militarmente a la Policía, pero se revela incapaz de enfrentar seriamente al Ejército; tendencias a la autoorganización que no cuajan en instituciones permanentes. La potencia de las propias masas encontró un techo en su carácter espontáneo. Superadas las direcciones sindicales y su plan de protesta, sin una dirección política que planteara nuevos objetivos políticos, las formas organizativas embrionarias eran incapaces de sostenerse en el tiempo; de alumbrar un salto en los enfrentamientos militares; de profundizar el alzamiento revolucionario.
Un partido revolucionario -con influencia en sectores estratégicos de la clase trabajadora y el movimiento estudiantil- podría haber sido el factor subjetivo que impulsara el movimiento hacia adelante. Transformando lo espontáneo en consciente, podría haber aportado, tal vez, a un desarrollo superior de los acontecimientos. Sin embargo, esa fuerza político-social no existía en aquella Córdoba revolucionaria que empezaba a nacer.
De tradiciones y mitos
El investigador norteamericano James Brennan apuntó que “…irónicamente, el levantamiento no ingresó al panteón de la corriente principal del movimiento peronista como uno de sus días sagrados, a pesar del papel crucial jugado por los sindicatos peronistas” [12].
Esa “ironía” atiende a un hecho real: aquellas jornadas evidenciaron una fisura potente entre las conducciones sindicales y la acción espontánea de las grandes masas. La masiva movilización conducida por los sindicatos trocó en enfrentamientos espontáneos y descentralizados, evidenciado los límites de las organizaciones sindicales frente al levantamiento en curso. La huelga combativa mutó en semi-insurrección violenta. La derrota de las fuerzas policiales creó un nuevo escenario donde el pueblo trabajador y la juventud se sintieron dueños de la ciudad. Las calles unieron al proletariado de mameluco con el movimiento estudiantil y amplias capas de la población, creando un momento radicalmente diferente de aquel en el que los hechos se habían originado.
De conjunto, el Cordobazo puso en escena una fuerza social que superaba ampliamente a aquella que expresaban las organizaciones sindicales en sí mismas. Al hacerlo, abrió un ciclo marcado por un nuevo tipo de protesta obrera, en el cual quedaría al desnudo la contradicción entre la progresiva radicalización de los trabajadores de base y los límites impuestos por la regimentación peronista en los sindicatos. En este sentido, el Cordobazo constituye un momento fundacional: es el punto de partida de una nueva tradición al interior del movimiento obrero, el punto de quiebre entre dos épocas de la clase trabajadora argentina.
El Mayo cordobés parió un ciclo de ascenso revolucionario que cuestionó, de manera creciente, el poder de la clase dominante. Su temor ante esa creciente insurgencia obrera y popular habilitó el retorno del peronismo al poder, en 1973. El viejo líder, exiliado en tierras españolas, apareció como la carta con la que la clase capitalista intentó desactivar el ascenso de la lucha de clases.
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El crítico período que va desde marzo de 1973 a marzo de 1976 evidencia el fracaso de ese intento, estructurado alrededor del Pacto Social y el uso de la represión paraestatal, por medio de la Triple A. El enorme poder social que se desató en las calles cordobesas un 29 de mayo de 1969 solo pudo ser conjurado por la violencia genocida del régimen militar. El golpe ocurrido el 24 de Marzo halla ahí su racionalidad.
A pesar de las décadas transcurridas, el Cordobazo sigue habitando la memoria popular en tierras mediterráneas. Es recuerdo de una rebeldía que, en formas más que contradictorias, forma parte de la identidad local. Sin embargo, esa rememoración no es pura construcción folklórica. Para la clase dominante que habita la provincia es, también, un recuerdo constante del peligro social que constituye la poderosa clase obrera cordobesa si empieza a ponerse en movimiento de manera independiente.
[1] Eléctrum N° 220. 29 de mayo de 1969.
[2] Fulchieri, Bibiana, El Cordobazo de las mujeres, p. 43.
[3] Elpidio Torres, El Cordobazo organizado, p. 96.
[4] Delich, Crisis y protesta social. Córdoba, mayo de 1969, p. 27.
[5] Balvé, Beba, Lucha de calles: lucha de clases: elementos para su análisis: Córdoba 1971 1969, Buenos Aires, ediciones RyR: CICSO, 2006, p. 168.
[6] Lanusse, Alejandro, Mi testimonio, Buenos Aires, Lasserre Editores, 1977, p. 11.
[7] Lanusse, Alejandro, ob. cit., pp. 12-13.
[8] Lannot, Jorge; Amantea, Adriana; Sguiglia, Eduardo (Compiladores), Agustín Tosco, conducta de un dirigente obrero, p. 56.
[9] “…los manifestantes comienzan, en esos instantes, a organizar nuevas formas de resistencia frente a las tropas; en adelante se rehuirán los encuentros frontales, se procurará extender la acción a otros barrios de la ciudad y se utilizará a los francotiradores para distraer y detener a los efectivos de la represión. Se dan órdenes en el sentido de no disparar contra los soldados ni usar contra ellos las bombas ‘molotov’ en forma directa. Se establece entre grupos de obreros y estudiantes un eficaz sistema de comunicaciones basado en correos que corren por los techos, de una esquina a otra, e informan del avance de las tropas a los que se encuentran en la manzana siguiente”. Villar, Daniel, El Cordobazo, p. 78.
[10] Lenin, Vladimir, La bancarrota de la II° Internacional, en Obras Selectas: Tomo 1, Buenos Aires, Ediciones IPS, 2013, p. 427.
[11] Tesis sobre la situación nacional después de las grandes huelgas generales, en Después del Cordobazo, Buenos Aires, Ediciones El Socialista, 2013, p. 38.
[12] Brennan, James, El Cordobazo, p. 186.
Eduardo Castilla
Nació en Alta Gracia, Córdoba, en 1976. Veinte años después se sumó a las filas del Partido de Trabajadores Socialistas, donde sigue acumulando millas desde ese entonces. Es periodista y desde 2015 reside en la Ciudad de Buenos Aires, donde hace las veces de editor general de La Izquierda Diario.