El hecho maldito de la historia rosarina.
Jueves 17 de septiembre de 2015
La huelga ferroviaria
“La Unión Ferroviaria”, había sido intervenida, por la dictadura del gral. Onganía, anulándose convenios y conquistas, hubo rebajas de categorías y de sueldos, 116.000 empleados y obreros fueron castigados de diversas maneras por haberse plegados a varios paros, se aplicó la ley de represión al comunismo, y se encarceló a numerosos dirigentes.
Ya habían pasado durante mayo del ‘69, el Primer Rosariazo y el Cordobazo, cuando el 8 de septiembre de ese año, el cuerpo de delegados de la Seccional Rosario del Ferrocarril Mitre y la Comisión Coordinadora de la Unión Ferroviaria comunicaban que “se iniciaba una huelga de brazos caídos en los lugares de trabajo”, tras la suspensión del delegado administrativo Mario J. Horat por su negativa de notificarse de su suspensión por la adhesión a varios paros nacionales.
Pararon ese día los 1.500 trabajadores de los Talleres de Rosario y los 2.500 de Pérez, de Villa Diego, personal administrativo y del Galpón de Alistamiento de Máquinas Diesel. Por la noche en una masiva asamblea se votó continuar la huelga, esta vez por 72 h, con la adhesión de La Fraternidad. La medida se extendió a las Seccionales de Arroyo Seco, Empalme, Villa Constitución, San Nicolás, Cañada de Gómez y Casilda.
La empresa anunció suspensiones masivas, los delegados ferroviarios contestaron declarando la huelga por tiempo indeterminado a partir del día 12. La CGT Rosario se declaró en estado de alerta y convocó a un plenario.
Mientras la solidaridad del resto de los ferroviarios se extendía por todo el país a través de paros, la empresa continuaba amenazando y el gobierno nacional a través del CONASE (Consejo Nacional de Seguridad), advertía primeramente y luego por el decreto 5324/69 ordenaba la aplicación de la “Ley de Defensa Civil”, por el cual todo el personal ferroviario era movilizado, con convocatoria militar y les sería aplicado el Código de Justicia Militar.
Los diarios titularon “Dispúsose la movilización del personal ferroviario”, y el decreto no dejaba dudas de las intenciones represivas “el personal masculino convocado, mayor de 18 años queda sometido a las disposiciones del código de justicia militar, a su reglamentación, por lo que el incumplimiento de las órdenes que reciba para la realización de las tareas y las demás infracciones delictivas o disciplinarias en las que incurriere será reprimido”.
Del estado de alerta al paro por 38 horas
La solidaridad, ante el conflicto ya no provendría solo de los ferroviarios, sino que tras el plenario de la “CGT Unificada de Rosario”, se resolvió realizar un paro por 38 horas, los días 16 y 17. La convocatoria decía: “Los trabajadores rosarinos paramos 38 h, en total solidaridad con los compañeros ferroviarios represaliados por el actual gobierno por ejercer un derecho Constitucional que la insensibilidad del régimen cercena. La nueva farsa de las paritarias donde se pretende legalizar un nuevo congelamiento de salarios, las leyes represivas y la de movilización son pautas elocuentes de que se nos quiere retrotraer a épocas que muy bien conocemos los trabajadores”.
Los estudiantes universitarios y los más diversos partidos políticos se sumaron al paro.
Columnas obreras por las calles rosarinas
El 16 desde las 10 h las masivas columnas de los sindicatos comenzaron a marchar desde sus sedes sindicales o de los lugares de trabajo. Desde La Fraternidad (Crespo 163) más de 7.000 ferroviarios, se dirigieron a la empresa Minetti (Molinos Harineros), se sumaron los obreros textiles de Extesa, luego se incorporan los trabajadores del vidrio, de la construcción. Partiendo de Bv. Oroño al 1300, marchó una columna de Luz y Fuerza, otra salió de la Usina de Sorrento. Del sur, venían los obreros del frigorífico Swift, y los metalúrgicos.
Todos trataban de converger al local de la CGT, en Córdoba al 2100. Los estudiantes concentrados en las distintas facultades se unían a las columnas obreras.
Al comenzar la represión policial, ésta lograba parcialmente dispersar a los manifestantes, que resistían y al estar organizados para la autodefensa, se reagrupaban y continuaban luchando.
Por toda la ciudad, se levantaban barricadas en donde se encontraban peronistas, radicales, comunistas, socialistas.
Los puntos de concentración aumentaban, se incendiaban los colectivos y troles que no paraban, y la policía se fue replegando, sólo tenían aseguradas las manzanas que rodeaban y concentran distintas instituciones estatales, entre ellas la sede del Comando del II Cuerpo de Ejército, la Jefatura de Policía, los Tribunales y las radioemisoras más importantes. El II Rosariazo o Rosariazo proletario estaba en marcha.
Todos a los barrios
Con el correr de las horas, era cada vez mayor la cantidad de vecinos que se suman a la protesta, y la lucha se desplazó a los barrios, concentrándose principalmente en las zonas norte y sur.
Se incorporan las amas de casa y los niños, que durante toda la jornada se turnaron para mantener en actividad las barricadas, donde se improvisaban espontáneas asambleas donde se discutía como seguir la resistencia y se controlaban quienes ingresaban a la zona.
Las fuerzas policiales provinciales, de la federal, y de Gendarmería, desbordadas, no conseguían penetrar en Empalme Graneros, en algunas zonas de Arroyito, en los barrios de la zona sur y oeste.
El Ejército se hizo cargo de la represión, comenzó a recuperar el control de la ciudad, y emitió una serie de comunicados: el Comunicado Nº 1, advertía que se abriría fuego sin previo aviso ante cualquier desmán o atentado. El Comunicado Nº 2 informó que la Agrupación de Combate G ocupó objetivos ferroviarios en reemplazo de la Gendarmería Nacional. El Comunicado Nº 3, notificaba que habían abierto fuego en la zona de Sorrento contra grupos de activistas.
La furia anti dictatorial se extendió por toda la ciudad, y luego de dos días de lucha por las calles rosarinas, el saldo de esas jornadas fue: dos muertos, veinticinco heridos, centenares de detenidos. Daños materiales, 11 trolebuses y 15 ómnibus del servicio urbano e interurbano incendiados, otros 40 deteriorados; 3 estaciones ferroviarias incendiadas, 100 garitas, retenes y cabinas, vagones, vidrieras rotas, algunos incendios de galpones de fábricas.
Una historia bien guardada
Ante esa masiva protesta de la clase obrera y el pueblo de Rosario, por lo que significó política y socialmente en el desarrollo y crecimiento de distintos gremios, activistas sindicales, agrupaciones obreras y políticas, muchos nos preguntamos junto con la historiadora Beba Balvé porque el “Rosariazo proletario sigue siendo el hecho maldito de la ciudad. De eso no se habla, no se recuerda, pareciera que el fuego anti dictatorial continuara quemando”.
¿Por qué se sigue pensando que solo hubo un Rosariazo? ¿Por qué la movilización de masas en lucha más importe de la historia de la ciudad, los cálculos de la población que participó de esas jornadas van desde las 100.000 a las 250.000, no se recuerda, o se lo recuerda en pequeños círculos? ¿Por qué se hacen actos, notas, mesas redondas, por otros acontecimientos, y no de ese alzamiento popular?
Pero la tozuda voluntad de varios militantes por recuperar y mantener viva la memoria histórica de ese acontecimiento, hizo que desde hace unos años de eso se Hable, se Recuerde, cada vez aparecen más publicaciones, videos, películas y jornadas de homenaje y debate.
Debemos recordar a los dos Rosariazos, el de mayo y el de septiembre, porque si algo los caracterizó fue la decisión de luchar de cada columna de manifestantes, en todas las barricadas hubo solidaridad, bronca anti dictatorial, y alegría por la libertad conquistada en cada barrio.
¿Qué significaron los “azos” del ‘69?
La Marcha del Hambre de Villa Ocampo (Sta. Fe), las protestas de los estudiantes correntinos, el “I Rosariazo”, el Cordobazo y el "II Rosariazo”, el alzamiento en Cipolletti, terminaron de derrotar el proyecto “sin límites” de Onganía.
Desde 1969, todo se aceleró y constituyó un punto de viraje en la evolución del país. Se vivió un proceso de cambios entre los trabajadores, estudiantes universitarios, partidos políticos, y en las principales tendencias que se expresaban dentro de la dictadura.
El Cordobazo y los Rosariazos, expresaron la explosión de la bronca, acumulada en varios años de deterioro económico-social, opresión política y gremial; sumado a la proscripción del peronismo, pérdida de conquistas históricas de los asalariados y deseos de cambios.
Esos alzamientos populares tuvieron como protagonistas, fundamentalmente a la clase obrera y a los universitarios que fueron sin duda alguna las fuerzas con que contó el movimiento anti dictatorial.
Por un lado se puso de manifiesto el estado que había alcanzado la radicalización de la conciencia política de importantes sectores de la sociedad y el profundo rechazo a la dictadura.
Esos movimientos de masas actuaron como factores de presión para cambios dentro del propio gobierno nacional y dejaron dos consecuencias: comenzó a enterrarse el proyecto que no tenía plazos, y se inició un proceso político en toda la sociedad.
Las grandes movilizaciones demostraron la capacidad de lucha, creatividad, y solidaridad del pueblo. Las asambleas obreras populares, algunas espontáneas, que se realizaron en Rosario y Córdoba, en las Jornadas de mayo y septiembre, reuniendo en su seno a obreros, estudiantes universitarios y a gran parte de la población pobre de los barrios tomados, rodeados de barricadas, y en algunos lugares con la población ejerciendo el poder de policía, como permitir la salida de los bomberos tomados para sofocar incendios, controlar la entrada y salida de los barrios, también constituyeron una forma embrionaria de los órganos de poder, con democracia directa abarcando ya a toda una ciudad. Pero su insipiencia y en gran medida la ausencia de una verdadera organización, no permitió la unificación de las asambleas barriales entre sí, a través de delegados electos, en un consejo único de la ciudad.
Entre los trabajadores e incluso vastos sectores de la pequeña burguesía, se evidenciaba un descrédito total en los partidos políticos tradicionales, nada se espera de los militares o de un golpe de Estado, no existían posibles soluciones alrededor de la “salida electoral” y el parlamento. Al mismo tiempo crecía la avidez política, aumentaba la participación en las asambleas y se registran fenómenos como los señalados, que indicaban en las masas una fuerte tendencia a la democracia directa, de abajo-arriba, apuntando a la participación real y efectiva, en la discusión y elaboración de las diversas políticas puestas en juego.
La situación social mostraba a las luchas relativamente crecientes de la clase obrera, que daban la pauta de una tendencia espontánea podemos decir, del mismo proletariado hacia la constitución de otros órganos de lucha, además del sindicato.
Decimos, “otros órganos de lucha”, para expresar la composición de los mismos. Estaba claro que en ese momento no se le podía dar un nombre específico como ser asambleas, consejos, etcétera, pues no nos parece correcto arriesgar una denominación en ese sentido, composición con un claro contenido de clase en el sentido que expresaba socialmente una composición no de tipo “gremialista” como el sindicato, sino de organización obrera: nuclear a proletarios de distintos gremios e incluso sectores populares no proletarios, cuyos objetivos, si bien no claros en política, trascendían las reivindicaciones gremiales para orientarse a los reclamos políticos. Hablamos siempre por supuesto en el marco de una relativa espontaneidad.
Posteriormente en el conflicto de los obreros de El Chocón, durante diciembre del ‘69 y enero de 1970 (a diferencia de lo que señalamos más arriba para Córdoba y Rosario), aparecieron algunos caracteres de mejor organización y conducción, pero no alcanzó a salir de los marcos señalados, aunque alcanzó una mayor permanencia y organicidad.
La acción política de los trabajadores reveló a partir de ese año, un sentido en su desarrollo, caracterizado por una tendencia a la unidad como clase y el alineamiento junto a él de las masas explotadas, las manifestaciones callejeras y la democracia directa.
La esquina peligrosa
El impacto de los alzamientos populares, abrieron un profundo debate entre la militancia, donde las diferencias aumentaron, se puso en cuestión a los partidos populares, planteos, métodos, ideas, y las formas de resolución de los conflictos sociales o políticos.
Se fracturaron y estallaron los partidos tradicionales de la izquierda, además la polémica se extendió entre el activismo peronista, donde surgieron nuevos grupos y organizaciones. En los pasillos y las aulas de las facultades, tanto estudiantes como docentes polemizaban desde el tipo de Universidad que necesitaba el país hasta las transformaciones necesarias.
En las fábricas y los gremios, los intercambios de opiniones se dieron sobre distintas problemáticas de los trabajadores y la sociedad. Aquí se adoptó una forma más encubierta, más en grupos, las asambleas y los debates en las fábricas llegarían con los conflictos sindicales.
El tema principal de la controversia en la izquierda y el peronismo era el tipo de “revolución” para la Argentina. Lo que se polemizaba era que tipo de cambios y la forma de concretarlos.
La clase obrera desde 1969 vivió uno de los periodos más ricos en experiencias de su historia, con luchas en la legalidad y la clandestinidad, con derrotas y triunfos, etc. Enriqueció las vivencias de varias décadas anteriores, como los cuerpos de delegados, comisiones internas, el accionar de los sindicatos, el ejercicio de la democracia directa, tomas de fábricas, organización de huelgas, paros activos, movilizaciones, etcétera.
Se produjo un puente histórico entre generaciones con conocimientos y hábitos distintos, y la síntesis de ese proceso llevó a nuevos intentos, y así se sucedieron acontecimientos algunos rescatables y otros no.
De esa manera, el choque entre los intereses de las clases dominantes y la clase obrera, se fueron dando con distintos tonos, variadas formas de enfrentarse, con negociaciones, acuerdos, rupturas, represiones, consensos pasivos, insurrecciones populares, puebladas, congelamientos salariales, distribución populista, pacto social, paritarias acordadas, otras no homologadas, planes represivos, movilizaciones militares contra los trabajadores, leyes anti obreras, paros “materos” y paros activos, etcétera.
La clase obrera durante las décadas del ‘60 y ‘70, fue creciendo en conciencia, organización, nuevas formas de lucha, se fue dando la incorporación de nuevas camadas de jóvenes obreros, con grandes movilizaciones, con poder creciente al interior de las fábricas, la construcción de una íntima relación con el movimiento estudiantil universitario, la práctica constante de la democracia directa, con asambleas masivas al interior de las fábricas, en los sindicatos, calles y plazas, etcétera.
La etapa abierta en 1969, fue un periodo de grandes cambios, en la que surgieron partidos políticos con un claro planteo anti sistema, gremios clasistas, combativos, grupos político-militares. Mientras que la movilización popular y la lucha de clase fue en ascenso.
Un tiempo plagado de sueños, encantamientos y de esperanzas por quienes los protagonizaron. Años idealizados por algunos y descalificados por otros. Años en que apareció una verdadera contracultura en las artes, las letras, la vida cotidiana, la sexualidad, la vestimenta, las costumbres. Y como escribió Adolfo Gilly, años que marcaron una “esquina peligrosa, una de aquellas en donde la historia pudo haber dado un viraje”.