Escenas de la vieja normalidad. Qué fuerte, cómo se inventan semejantes historias para convivir con el sufrimiento ajeno sin pensar cada día de la vida la manera de erradicarlo.
Viernes 11 de septiembre de 2020 20:40
Foto: @marned.ph | Enfoque Rojo
Un chorro de lágrimas le salía del ojo izquierdo, o mejor dicho, de la línea de los párpados pegoteados, donde alguna vez quizás tuvo un ojo izquierdo. Era una mujer parada al lado de la puerta de una farmacia, ni bien se sale de la estación de subte Castro Barros.
Tenía una mano tendida y con la otra sostenía un bastoncito blanco. Recostada contra la pared de la farmacia, había ordenado alrededor de sus pies unas bolsas.
Y lloraba. No mendigaba. Lloraba parada, ciega, enferma de cáncer de útero. Lloraba mujer y blanco de las más crueles desigualdades e injusticias. Era como una estatua, una representación del accionar coordinado de males que en un mundo como el nuestro, pueden costarle la vida a una mujer. Pero que en un mundo diferente, serían solo unos inconvenientes, resueltos de manera práctica en la cotidianidad, gracias al avance de la ciencia.
La ranitidina que ella necesitaba, estaba apenas unos metros al otro lado de la puerta de la farmacia. Detrás de ese límite de vidrio transparente lleno de publicidades de productos y laboratorios ofreciendo soluciones.
***
El relato sobre cómo los hindúes se relacionan con las personas pobres, con discapacidad o enfermas, causa mucha impresión. Para los hindúes la historia de las castas es la ordenadora de la justicia y de los destinos. El que vive, vive como vive porque es su destino. Ser solidarios, dar limosna, regalar una moneda, no es para lo hindúes nada bueno, útil o necesario. El paralítico que se arrastra por la vereda no es para el hindú destinatario de su piedad.
Qué fuerte, cómo en este mundo se inventaron semejantes historias para naturalizar tanta crueldad, para convivir con el sufrimiento ajeno sin pensar cada día de la vida la manera de erradicarlo.
***
La mujer lloraba y daba explicaciones que jamás debió dar parada en una vereda. Quería decirle venga, la acompaño. Tomarla de un brazo y ayudarla a levantar sus bolsas. Meterla a la farmacia y decirle al farmacéutico que le dé a esa mujer todo lo que ella pida. Lo que le pida, déselo y cárguelo en esta cuenta. Por las dudas, un poco de ropa, ¿le hará falta?, venga vamos, dígame por favor todo lo que usted necesita.
Pero aunque el corazón sea grande, la limosna nunca será suficiente. ¿Cómo pararse frente a esa mujer y decirle, disculpe, lo siento, hasta este lado de la vidriera llegué?
***
9 de febrero de 2019