En esta entrevista conversamos con Mercedes López Cantera y Martín Vicente, coordinadores del libro La Argentina y el siglo del totalitarismo. Usos locales de un debate internacional, editado en 2022 por Prometeo Libros.
En la propuesta del libro ustedes plantean un enfoque transnacional para pensar algunos debates políticos y teóricos globales que impactaron en Argentina durante el siglo XX y comienzos del siglo XXI, particularmente los referidos a ese concepto tan multi semántico como el de totalitarismo. ¿Dónde podemos indicar el origen de esos debates? ¿Cómo llegaron y se expresaron inicialmente en Argentina?
MV: El origen de esos debates se dio a mediados de los años ’20 del siglo pasado en Italia, cuando intelectuales y políticos opositores al fascismo lo caracterizaron como “totalitario”, entendiendo por ello una reedición actualizada de las antiguas tiranías. Esa expresión, que era una acusación política, fue recogida sin embargo de modo positivo por Benito Mussolini y Giovani Gentile (el “filósofo de Estado” del fascismo), quienes efectivamente subrayaron el carácter totalitario de su movimiento, proponiendo incluso que en esa característica central estaba el verdadero ethos político fascista, la clave de su revolución y la superación de lo que veían como decadencia liberal-democrática. Las polémicas que rodearon este primer escenario se movieron rápidamente en tres direcciones: la expansión geográfica, en tanto el término circuló en otros países y se fue entroncando con las realidades locales (muchas veces directamente desde el exilio antifascista, como muestra el artículo de Ricardo Pasolini), la adaptación política que se dio de la mano de esas operaciones y la reformulación analítica, una vez que parte de lo discutido en esos diferendos fue utilizado en construcciones académicas que buscaron mediar entre la teoría, la historia y el análisis político.
En ese proceso, hubo dos movimientos básicos: por un lado, la aplicación de la idea de totalitarismo a otros nacionalismos radicales o extremos, fueran fascistas o no, y la reformulación del término hacia el comunismo ruso, especialmente ante el período estalinista; por el otro, su aplicación a las “democracias totalitarias” de mano de pensadores identificados con el liberalismo-conservador y el neoliberalismo, que fueron centrales desde la segunda posguerra mundial, especialmente durante la Guerra Fría. Si las primeras implicaban dictaduras totales de izquierda o derecha, este último caso se ligaba con las “amenazas internas” a la democracia liberal. Estas ideas se recepcionaron y desarrollaron en la Argentina antes del momento álgido de la Guerra Fría, algo que recorro en mi artículo y, como se ve en los trabajos como los de Valeria Galván y Celina Fares de esta compilación, tuvo ligazones diversas (e incluso desiguales) con la política internacional y los espacios subnacionales. Si se mira cómo entre las izquierdas impactaron estos problemas, por ejemplo en el texto de Ricardo Martínez Mazzolla sobre el socialismo o el de Adriana Petra sobre la cultura comunista, se verá además que son tópicos que lejos estuvieron de referenciarse centralmente entre las derechas incluso en ese contexto. Te diría que de la mano de ese punto hay un tópico que merecería abordarse con más atención: cómo la producción de izquierda crítica de las vertientes autoritarias, culturalista (de la Escuela de Frankfurt al posestructuralismo francés) formó parte de debates más estrictamente políticos y situados, menos referenciados en el mundo académico, por ejemplo en la militancia de la cultura rock o los movimientos antiautoritarios.
MLC: En el caso argentino, si bien es posible encontrar algunas referencias locales del término durante los años veinte (en particular la prensa haciendo mención al proyecto del fascismo italiano), es en los años treinta cuando se termina de instalar. Ahí podemos encontrar, por un lado, a los activistas antifascistas exiliados que, como marcó Martín, se insertaron en el ambiente intelectual, y por otro al conjunto de actores que participaron de las discusiones que dispararon las repercusiones de la Guerra Civil española en Argentina. Esto muestra el carácter transnacional del concepto, como remarcan los textos de Jorge Nallím y Ricardo Pasolini en el libro. Con esto no debemos suponer que la polarización política que implicó la díada antifascismo-filofascismo aparece en el país a partir de esa contienda, por el contrario esa división ya puede encontrarse desde comienzos de esa década. Sí se profundizó e incluso complejizó, aglutinando idearios, actores u organizaciones disímiles e incluso hasta allí enfrentados, del liberalismo-conservador al comunismo y de radicales a socialistas, que se ampararon en una recuperación de los principios liberales, la defensa de la democracia y de ciertos criterios que en general identificaron con los mejores valores de la Modernidad (o incluso de la humanidad misma).
Por eso antes de la Segunda Guerra Mundial, encontramos debates que contaban con varios años, como el ocurrido al interior del mundo católico. Los católicos locales ya habían empezado a emplear el término totalitarismo desde 1932 para cuestionar al régimen soviético y al régimen nazi. Estadolatría, ausencia de Dios, neopaganismo, fueron algunos conceptos que acompañaron su empleo. Con la Guerra Civil, el escenario católico se fragmentó ante el apoyo de la mayoría de sus referentes y organizaciones al bando de los Nacionales y luego al régimen de Francisco Franco (la trayectoria de Gustavo Franceschi analizada por Miranda Lida es un buen ejemplo). Frente a ellos, un grupo de intelectuales cristianos se inclinó por mantener una postura antifascista, entrando en diálogo con la intelectualidad liberal como el caso de la revista Sur, aspecto que aborda el trabajo de Diego Mauro y José Zanca. Allí es cuando comienza a enarbolarse su uso como defensa del régimen democrático, lo que permitía combinar al antifascismo con un anticomunismo que expresaba no solo rechazo hacía el autoritarismo del estalinismo sino también al amplio espectro de las izquierdas, incluso enfocando el reformismo económico o institucional como un paralelo a idearios revolucionarios. Estas acepciones adoptarían otros componentes y serían así incorporadas al lenguaje de liberales, socialistas y otros con el fin de la Segunda Guerra Mundial y la irrupción del peronismo.
Luego de esa etapa inicial hubo algunos momentos claves de la historia argentina donde se volvió central ese debate, por ejemplo durante el peronismo. ¿Cómo se podrían sintetizar las visiones que existieron en ese periodo?
MV: En la Argentina la aparición del término se dio en un marco de gran atención de parte de los universos políticos e intelectuales (de donde no podemos separar, en este caso, a la prensa y los círculos artísticos) con lo que ocurría en una Europa marcada, en el contexto de la crisis del liberalismo, por las consecuencias de la Primera Guerra Mundial, la revolución rusa y el ascenso de los nacionalismos radicales y extremos. Ello se hizo especialmente agudo con el inicio de la Guerra Civil en España y luego con el inicio de la Segunda Guerra Mundial, tal como indicó Mercedes. En esa dinámica se tramitó, asimismo, un estiramiento de la idea de fascismo: lo eran tanto el régimen de Mussolini y el nazismo alemán como el franquismo triunfante en España; pero eran llamados fascistas también los integristas católicos, los nacionalistas no confesionales o quienes demostrasen simpatía por las tendencias autoritarias o corporativistas (pero las alianzas del momento excluían de la definición a los comunistas referenciados en Moscú).
En ese marco, la transformación de ese antifascismo en antiperonismo se dio sobre la base de una dinámica que antecedió al propio peronismo e incluso al gobierno militar surgido del golpe de Estado de 1943. Y sobre fines de la década de 1950 y principios de la siguiente, entre el golpe estatal que derrocó al peronismo y el giro marxista-leninista de la revolución cubana, ese antifascismo devenido antiperonismo enfatiza el anticomunismo que marcará los años siguientes con censura, represión y niveles inéditos de violencia, entre las pautas de la Guerra Fría y la articulación de los ejes de las distintas etapas y fluctuaciones de un anti-totalitarismo amplio. Por ejemplo, la producción de una legalidad que en esos años se asumió antitotalitaria y se representó en leyes, decretos y ordenanzas: eso permitió un diálogo entre visiones legalistas y otras más crudamente represivas, lo que fue especialmente resonante entre las derechas, porque implicó una radicalización de las de eje liberal, que se acercaron a tonos propios del nacionalismo e incluso renegaron de las versiones pluralistas y progresistas de la propia tradición liberal.
MLC: Es interesante observar que no es necesario llegar a la Doctrina de Seguridad Nacional de 1947 para ver que en Argentina ya hay una concepción del totalitarismo en el sentido que la segunda posguerra va a darle. Al mismo tiempo, los giros que imprimieron los cambios socioculturales de los años cincuenta y sesenta y el anticomunismo articulado con el antiperonismo de esos años (transformaciones que pueden observarse en el caso analizado por Fares), alentaron un mayor acercamiento entre grupos nacional-católicos y liberal-conservadores y un consenso en relación al uso del término, que implicó un punto de inflexión, una convergencia. El fin de la última dictadura cívico militar y la crisis del mundo bipolar operó en el reacomodamiento de esas alianzas y en el inicio de una nueva etapa de su empleo, hasta la actualidad que podríamos pensar como un nuevo quiebre.
Ustedes señalan que en los últimos años los debates en torno al concepto de totalitarismo han reaparecido al calor de otro fenómeno político: el de la emergencia de las llamadas “nuevas derechas”. ¿Cuál es la relación entre ambas y qué hilo histórico se puede trazar allí?
MV: Se puede trazar un hilo cuyo recorrido es desigual. Por un lado, con la caída del muro de Berlín, el discurso con eje en el totalitarismo tal como había sido dominante en las décadas de auge de la Guerra Fría se fue diluyendo (e incluso ciertos fenómenos neofascistas fueron mirados con curiosidad desdeñosa), pero se reacomodó en algunos hitos donde el pasado fue materia de debate político. Esto se dio especialmente en Europa cuando se debatieron tanto las experiencias fascistas (algo especialmente agudo en Alemania, por ejemplo, con la llamada “Querella de los historiadores” sobre el pasado nazi) como la memoria de los llamados “socialismos reales”. En la Argentina, si bien a la hora de analizar el proceso golpista que había surcado al siglo XX ese tema tuvo peso, el giro neoliberal del peronismo acercó a sectores peronistas y antiperonistas, con lo cual operó para que aquella idea de “democracia totalitaria”, construída con un claro sentido antiperonista, también comenzará a retirarse, como muestra Sergio Morresi en su artículo y, como expone Matías Grinchpun, ciertos tópicos al mismo tiempo siguieron preocupando (con sus propios sentidos) a sectores extremos, como los nacionalistas de Cabildo o Gladius.
Tanto en el marco internacional como local, la consolidación de la democracia liberal (por la positiva) como los límites de la hegemonía neoliberal (por la negativa), implicaron que sobre finales del siglo pasado una pregunta sobre la presunta crisis de la democracia ocupara largamente a la academia en las Ciencias Sociales primero y a la política partidaria y los movimientos sociales luego. Las bases de ese debate se reformularon en los últimos años: si en aquel momento las voces dominantes cuestionaban desde los progresismos o las izquierdas a una democracia que veían limitada en su sentido sustantivo, los triunfos culturales progresistas fueron denunciados desde los márgenes de las derechas como un nuevo “totalitarismo de lo políticamente correcto”, dando a estas “nuevas derechas” un carácter centralmente cultural e identitario. Y es allí donde aparece una dinámica que tiene antecedentes en la Guerra Fría, cuando la convergencia que indicaba Mercedes entre sectores diversos realizan un proceso de fusionismo político que articula ideas, valores y categorías contra un enemigo común, en el caso actual la cultura progresista que se lee como dominante e impuesta y que por ello se suele llamarlo desde estas nuevas derechas “comunismo”, para darle entidad a lo que se presenta como un colectivismo de diversos rostros. El llamado “pánico rojo” que recorrió a las derechas durante gran parte del siglo XX opera en ese sentido como un espejo, pero que no necesariamente devuelve una imagen estática: en las novedades y transformaciones están algunos de los puntos más interesantes de un fenómeno que se ha vuelto de interés para académicos, periodistas o activistas.
MLC: Esto que menciona Martín al hablar de “triunfos culturales progresistas” pueden encontrar tres ejes sobre los cuales las nuevas derechas en Argentina readaptaron sus argumentos para denunciar un “nuevo avance totalitario”. Uno se relaciona con las políticas de memoria sobre la última dictadura cívico-militar, en muchas ocasiones homologadas o entendidas como sinónimos del kirchnerismo (que es asimismo presentado como continuación cultural de la militancia armada setentista). El segundo eje se relaciona con la visibilidad de la cuestión de género, particularmente la nueva ola feminista pero también los reclamos de la comunidad LGBTQIA+. Y sin dudas, como reza la introducción del libro, la pandemia y las políticas de control que la misma demandó por parte del poder estatal, es el tercero. Con sus particularidades y diferencias, las “nuevas derechas” impugnan un término con el que sus antecedentes estuvieron asociados: ahora levantan la bandera de la “libre expresión” para exigir tener derecho a su intolerancia ante la igualdad y diversidad de género y sexual o a manifestar discursos negacionistas tanto del genocidio político de la dictadura como denunciando un avance totalitario contra las libertades, por ejemplo en el control sanitario y la política de vacunación que se desplegó en la pandemia.
Me resultó interesante la mención en algunas partes del libro a los “usos” que se hicieron del concepto de totalitarismo como una forma de persecución y represión al movimiento obrero y a la izquierda. Incluso se menciona el concepto de “contra revolución” y la idea de que existió un clasismo explícito en su uso por parte de las derechas.
MLC: En materia de represión siempre es interesante revisar qué categorías comienzan a ser empleadas o incorporadas para definir criterios de legalidad e ilegalidad por parte del Estado. Acusar de totalitarismo desde una lógica contrarrevolucionaria llevó a que el poder político legitime a las fuerzas de seguridad para proceder contra diversas organizaciones, vinculadas al movimiento obrero y sindical como también a otros activismos, definiendo a las mismas como un peligro contra el régimen democrático. La apelación al peligro comunista como amenaza ya no “del orden” en general, sino específicamente de la “democracia” colaboró a limitar, reprimir e ilegalizar a entidades que proponían alternativas dentro de las prácticas políticas del movimiento obrero, aunque no necesariamente fueran profundas. Esto se ve en la constante impugnación al empleo de la huelga general como estrategia y la fragmentación de las estructuras sindicales y planes de lucha. Esta modalidad en nombre de frenar el “avance totalitario” ha sido muy común en gobierno liberales conservadores - el caso de la década infame - y otros afines a esa corriente - Onganía, e incluso el desarrollismo de Frondizi con la apelación al problema comunista desde el CONINTES-, aspectos que el capítulo de la querida Olga Echeverría señala. En el caso del peronismo en el gobierno, el “problema comunista” no dialogaba con el problema totalitario, aunque fuera acusado de “atacar a la democracia”. Retomando algo mencionado por Martín antes, las derechas nacionalistas-reaccionarias, al alejarse de su identificación con los nacionalismos extremos tras el final de la Segunda Guerra Mundial, emplearon el discurso antitotalitario para despegarse del mundo comunista, lo que en parte alentó el mencionado acercamiento al espectro liberal conservador y neoliberal, con quienes siempre expresaron disidencias, y así volvieron a funcionar brindando consenso a las políticas de contrainsurgencia.
MV: En términos de las miradas anti-izquierdistas, la perspectiva de clase es uno de los focos posibles para analizarlas, si nos posamos sobre cómo engarzó con las miradas antipopulistas, que en diversos casos hacían énfasis en lo que entendían eran los ejes izquierdistas de los populismos, como el redistribucionismo o las simpatías que despertaron en intelectuales y militantes marxistas. Pero también al interior de movimientos populistas, como el yrigoyenismo primero y el peronismo después, hubo miradas condenatorias a las izquierdas cuya indagación es necesaria y, al día de la fecha, está en ciernes. Profundizar el conocimiento sobre esas experiencias permitiría una comprensión más amplia de fenómenos clave en la historia nacional, dando un rostro más detallado a procesos que fueron amplios e inclusivos pero que en esa faceta suelen ser reducidos a hechos dramáticos o procesos centralmente represivos, de la “Patagonia Trágica” a la Triple A. ¿Cuál es el desafío investigativo allí? Poder avanzar en una compresión detallada de una parte nada menor de las grandes tradiciones identitarias de la política partidaria argentina y, al mismo tiempo, trascender esas fronteras.
Por último, considerando que la presente compilación reúne una amplia diversidad de enfoques y temas desde donde abordar a los usos del totalitarismo en este país, ¿qué temas o aspectos consideran que no se incorporaron o pudieron incorporarse?
MLC: Creo que tuvimos dos disyuntivas en relación a qué no entró. Una fue que en las jornadas de debate que organizamos en el 2019 en el Instituto Ravignani de la Universidad de Buenos Aires, los trabajos reunidos eran suficientemente valiosos y numerosos como para seguir incluyendo otros. Había una proporcionalidad en temas y períodos y ello implicó que evitáramos incorporar otros análisis por temor a excedernos, especialmente en un libro que es el primero que cubre de modo exhaustivo el tema. Al mismo tiempo, me parece que podrían haberse incluído análisis sobre los usos durante el peronismo clásico, es decir, durante los comienzos de Perón en el gobierno, desde los partidos opositores que se habían nucleado en la Unión Democrática de las elecciones de 1946. Lo que sucede es que en la historiografía actual no abundan enfoques sobre el período de las presidencias peronistas desde lo político (como en su momento alentaron los clásicos de Miguel Murmis y Juan Carlos Portantiero o Juan Carlos Torre entre los años sesenta y ochenta), incluso desde lo económico, siendo predominantes otros análisis más desde la historia social o historia cultural: un poco como indicaba Martín en la respuesta anterior, la agenda académica condiciona también esa dinámica.
MV: Efectivamente, como señala Mercedes, si bien “la cuestión peronista” está en el eje del libro, el estado del debate académico jugó su rol en cómo atravesarlo temáticamente. Sin duda, un tópico de interés aparece en la recepción de la amplia literatura que ficcionaliza al totalitarismo, desde las distopías al realismo literario, obras como 1984 de George Orwell, Un mundo feliz de Aldoux Huxley, Archipiélago Gulag de Alexandr Solzhenitsyn o la “Trilogía de Auschwitz” de Primo Levi (por no mencionar una metáfora del totalitarismo como La peste, de Albert Camus) fueron textos de impacto en el mundo político e intelectual, las industrias culturales y al día de hoy son referencia: un acercamiento al recorrido que tuvieron en país sería un aporte de relevancia, especialmente por su centralidad en las décadas más álgidas del debate sobre el totalitarismo, que constituyó un hito que se ha recuperado, con sus transformaciones, en la actualidad.
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