El oficialismo en Argentina encadena algunas señales y se ilusiona con consolidar su proyecto en 2025. Pero detrás de la propaganda se esconden incógnitas por las contradicciones propias del plan y por la polarización política y social del esquema libertario. Dolores de parto de una nueva hegemonía o anticipo de tiempos más convulsivos. El fracaso del peronismo, el camino de la lucha de clases y el desafío de construir una nueva voluntad colectiva.
Fernando Scolnik @FernandoScolnik
Miércoles 13 de noviembre 21:58
"No nos vamos más, nos quedamos hasta 2047". Habían pasado apenas un par de horas de la confirmación del triunfo de Donald Trump en Estados Unidos, pero desde la Casa Rosada [Casa de gobierno de Argentina] algunos altos funcionarios que habían seguido el minuto a minuto durante toda la madrugada ya hacían conocer su euforia. Desde la semana pasada, sienten que Javier Milei está menos solo en el mundo, alineado ahora con quien conducirá los destinos de la primera potencia mundial desde el 20 de enero de 2025.
Otros, más medidos, reconocen que de todos modos hubiera habido buenos vínculos con la Casa Blanca si triunfaba Kamala Harris. Gerardo Werthein, flamante canciller del gobierno libertario en reemplazo de Diana Mondino y ahora ex embajador en Estados Unidos, tiene aceitados vínculos también con el establishment del Partido Demócrata. No es el único. Y tampoco es solo eso: lo cierto es que durante la administración de Joe Biden, ya altísimos funcionarios estadounidenses visitaron la Argentina de Milei, entre ellos el Secretario de Estado Antony Blinken, el titular de la CIA William Burns y la generala-saqueadora Laura Richardson. El alineamiento con Estados Unidos -e Israel-, es para Javier Milei una política de estado.
Sin embargo, el hecho es que triunfó Donald Trump y ese camino se recorrerá ahora sobre la base de las coincidencias entre ambos líderes de la ultraderecha. La sintonía en una agenda de valores autoritarios, aduladores del gran poder económico, negacionistas del cambio climático y enemigos de los derechos de las mujeres y de las minorías, envalentonará a la derecha liberfacha argentina en su batalla cultural, en un festejo que, de todos modos, puede ser exagerado y prematuro, ya que contiene otras contradicciones. Volveremos sobre esto más adelante.
La elección de Estados Unidos viene a confirmar -como sucede al menos desde la crisis mundial de 2008- que a veces los populismos de derecha dialogan mejor que los viejos centros neoliberales con lo que Rodrigo Nunes definió - en su libro Bolsonarismo y extrema derecha global- como “el ruido de fondo constante de nuestras vidas hoy”: menos ingresos, menos acceso a bienes y servicios básicos, precariedad, cambio climático, pandemias, riesgos cada vez más omnipresentes e impredecibles. En ocasiones la extrema derecha, con su demagogia y su discurso radical, interpela mejor que los malmenorismos en ese marco permanente de “terror atmosférico” que oprime a millones de personas. Sucede que los principales partidos y coaliciones que se le oponen ofrecen un discurso conservador de defender una democracia capitalista en crisis que poco y nada tiene para ofrecer.
En el caso de Estados Unidos, el partido Republicano supo explotar electoralmente, sobre todo, el descontento con temas como la inflación y -con xenofobia- el rechazo a la inmigración. También es cierto que el Partido Demócrata -como oficialismo- desilusionó asimismo a sectores de su propia base social con otros temas como el apoyo al genocidio sobre el pueblo palestino. Otra historia, sin embargo, será luego la que se desarrolle cuando Trump comience a gobernar, en un mundo que se hace más impredecible con promesas de aranceles y nacionalismo que pueden reavivar conflictos entre potencias, y en unos EE.UU. atravesados por tensiones sociales, polarización y crisis de su régimen de partidos. A una semana de la elección, es prematuro arriesgar si surgirá y se consolidará un nuevo orden político. Tanto en Argentina como en el mundo, no es mala la cautela a la hora de intentar proyectar elementos de coyuntura sobre un mediano plazo que, por ahora, es incierto.
Al gobierno de Milei, que es una derecha no asentada que asumió con múltiples debilidades y vive en lucha constante para intentar consolidar un esquema de gobernabilidad, el triunfo de Trump de momento le sirve para alimentar un clima de época contra la vieja política tradicional que en nuestro país viene de acumular un fracaso tras otro. También hace crecer su esperanza -veremos con qué contradicciones- respecto de que la llegada del republicano a la Casa Blanca actúe como un catalizador de un nuevo acuerdo con el FMI.
Estos hechos, de gran significación geopolítica, se encadenaron en las últimas semanas con dos temas de política doméstica -que son el “veranito financiero” y la imposición de los vetos contra los jubilados y contra la universidad- para que crezca entre las filas del oficialismo la ilusión de que las dificultades que tuvo su gobierno hasta acá hayan sido tan solo los dolores de parto de una nueva hegemonía y no el anticipo de momentos de mayor conflictividad política y social. El último dato de inflación informado por el Indec este martes (2,7 %) alimentó también esas esperanzas, así como el fracaso de la oposición en reunir quórum -¿peronistas con peluca?- en la Cámara de Diputados para el tratamiento de los mecanismos de aprobación de DNU y la posibilidad del gobierno de tener manos libres para llevar adelante canjes de deuda. Este miércoles el oficialismo seguramente celebre también la probable nueva sentencia contra Cristina Kirchner por la causa vialidad que, más allá de lo judicial, busca ser utilizada para una polarización política que deje desdibujados en el medio al macrismo y a variantes intermedias como el radicalismo dividido y el "pichettismo".
Muchos de estos elementos convergen en un nudo que encierra un problema estratégico que atravesará durante un año entero a la política argentina. En un país que vive siempre impactado por sus coyunturas, todos estos factores hacen a muchos poner la lupa ya sobre las elecciones de medio término de 2025, que actuarían a modo de un test bisagra para el experimento libertario: un triunfo oficialista buscaría ser usado por La Libertad Avanza para intentar convencer al gran capital financiero de apostar a un proyecto que habría llegado para quedarse después de años de crisis orgánica, mientras que una derrota -especialmente en la provincia de Buenos Aires- haría pensar que se trató tan solo de un paréntesis en la vida nacional, volviendo a desnudar todas sus debilidades. Bajo este prisma -y esta presión- se negocia también la posible alianza del gobierno con el PRO.
Contra todo impresionismo prematuro, sin embargo, aún son múltiples las incógnitas que quedan de acá al lejano octubre de 2025. No se trata tan solo de la precariedad institucional de un gobierno que es minoría parlamentaria y trata de surfear problemas a fuerza de DNU, vetos y compra-venta de legisladores macristas, radicales y peronistas colaboracionistas, sino también la permanente incertidumbre de que todo lo sólido se desvanezca en el aire si otras variables se salieran de lugar, muy especialmente el tipo de cambio y la inflación, en un contexto en el que están en discusión la duración y los fundamentos profundos del “veranito financiero” alimentado en buena medida de especulación financiera y blanqueo de capitales. Si bien se debate cuánto podría favorecer el trumpismo a Milei respecto del acuerdo con el FMI -lo cual es incierto-, también es verdad que sigue habiendo reservas del Banco Central que continúan en terreno negativo, fuerte peso del endeudamiento y presiones devaluatorias reforzadas ahora por otras consecuencias del triunfo republicano en Estados Unidos que podrían ser perjudiciales para la economía argentina, como una política más aislacionista y proteccionista del futuro gobierno de Donald Trump. Está abierto tanto que el esquema -quizás con cepo incluido- puedan llevarlo hasta las elecciones, o también que asistamos a nuevos episodios de crisis.
El otro impoderable que podría irrumpir en la escena sería un nuevo salto en la lucha de clases. El revés del decorado de la fiesta financiera que festeja el oficialismo es un consumo que aún sigue derrumbado y una mitad de la población que se encuentra bajo la línea de pobreza a casi un año de gobierno de Milei, durante el cual a los ajustes de años anteriores se sumaron recortes en salarios, jubilaciones, prestaciones sociales, así como motosierra y licuación sobre obras públicas, salud o educación. Detrás de la agenda oficialista que busca mostrar los "éxitos de gestión" hay un trasfondo de polarización política y social agazapado para eventualmente irrumpir como elemento de inestabilidad a través de las brechas del régimen. Es un enorme malestar social que está siempre latente y en cada irrupción de luchas, como las del movimiento estudiantil, los aeronáuticos o las de la salud, entre tantas otras, pelea -en muchos casos contra las burocracias- por emerger como un factor que ponga en la agenda las reivindicaciones y un programa de lucha de las grandes mayorías.
En este marco, lo diremos una vez más, el punto de apoyo que sí sigue teniendo el gobierno -junto al sostén de grandes sectores del capital más concentrado- sigue siendo la crisis y el colaboracionismo de la oposición de los partidos del régimen, entre los que no encuentran su perfil y los opositores de discurso vacío, como el peronismo, que este martes hizo otra contribución notable a La Libertad Avanza por medio de los diputados que "convenientemente" se ausentaron para que no haya quórum. A estos hechos se suma la complicidad de las cúpulas sindicales y, de conjunto, el hecho de que el peronismo, después de su enorme fracaso con el Frente de Todos, no tiene ningún programa verdaderamente alternativo ni relato para ofrecer. Las distintas facciones de este espacio -y más allá de sus internas a veces incomprensibles para su propia base- comparten el hecho de no estar dispuestas a sacar los pies del plato del régimen del FMI y del clima de época preponderante. En Argentina, al igual que en Estados Unidos y otras latitudes del mundo, la ultraderecha se apoya también en la falta de entusiasmo que concitan los principales partidos y coaliciones que tienen enfrente.
Contra estos fracasos, si alguna conclusión se desprende del avance de la ultraderecha en Estados Unidos, es que la moderación y al malmenorismo sirven nada más que para abrirle paso a proyectos reaccionarios. Mientras que el trumpismo avanzó a pura demagogia, el supuesto progresismo que se subordinó a un Partido Demócrata girado a la derecha solo desmoralizó a su base y llevó a una ruptura de un sector de la misma que se negó -con razón- a votar a Kamala Harris. Salvando las distancias entre dos países muy distintos, acá en Argentina ya el peronismo le había abierto el paso a la ultraderecha de Milei por la vía de defraudar todas y cada una de las promesas que había hecho el Frente de Todos.
De lo que se trata, y frente al “ruido constante de fondo” que es la precarización de la vida y un mundo que se adentra nuevamente en un terreno desconocido y de crisis, es de romper estos parámetros para oponerle a la derecha radical otro proyecto que verdaderamente pueda enfrentarla y se apoye sobre la base del enorme descontento político y social que existe y que hoy no se expresa a la altura de su fuerza por responsabilidad de sus direcciones. Un proyecto que se apoye en la autoorganización y la lucha de clases de todos los explotados y los oprimidos para ganar las calles (contra todas las burocracias que llaman a frenar), y bajo un programa que no parta de la ilusión de defender la miseria de lo posible, sino que apueste a construir una nueva voluntad colectiva para ponerle freno al desastre capitalista, proponiendo soluciones radicales desde la única posición realista ante el desastre capitalista, que es una perspectiva socialista, internacionalista y de los trabajadores para impugnar la dirección capitalista del mundo y reorganizar la sociedad desde abajo, cuestionando la propiedad privada de los medios de producción para ponerlos al servicio de las necesidades de las grandes mayorías y no de las ganancias de unos pocos. En esa lucha estamos embarcados -hoy más que nunca- desde el PTS y nuestras organizaciones hermanas en América Latina, Estados Unidos y Europa.
Fernando Scolnik
Nacido en Buenos Aires allá por agosto de 1981. Sociólogo - UBA. Militante del Partido de los Trabajadores Socialistas desde 2001.