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HISTORIA Y JUVENTUD. El movimiento estudiantil contra la dictadura de Primo de Rivera

La lucha contra la dictadura de Primo de Rivera supuso un antes y un después para el movimiento estudiantil, apareciendo como una fuerza con organización y tendencia a la politización.

Jaime Castán @JaimeCastanCRT

Martes 24 de abril de 2018

Se ha considerado la década de los años veinte como un punto de inflexión en el movimiento estudiantil, momento en que las organizaciones estudiantiles empezaron a ganar fuerza numérica, una organización más estructurada, así como a adquirir posicionamientos políticos e ideológicos más definidos. Todo ello en el contexto de la sociedad de masas de principios del siglo XX, de las crisis de los sistemas políticos liberales en Europa y de radicalización social.

Como comentamos ya en un artículo anterior, a pesar de que ya en la segunda mitad del siglo XIX el movimiento estudiantil tiene momentos de intervención importantes en la vida política y social del país, como la “Noche de San Daniel” de 10 de abril de 1865, es en la segunda década del siglo XX cuando da un salto cualitativo. Porque si bien la universidad era un espacio de continua conflictividad y de “algaradas” estudiantiles, eran pocas las ocasiones en que las protestas adquirieron tintes políticos y supusieron una movilización general.

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Con el cambio de siglo aparecieron las primeras iniciativas asociacionistas y los primeros congresos escolares, aunque no con la finalidad de establecer organismos políticos en la universidad, sino más bien a modo de plataformas para hacer reivindicaciones educativas al gobierno en una lógica corporativa. Así en torno a 1900 surge la Unión Escolar, bajo patrocinio de catedráticos y políticos liberal-reformistas; la Asociación Escolar Republicana; o ya en 1909 la Asociación General de Estudiantes, de influencia socialista. También el I Congreso Escolar, celebrado en Valencia en abril de 1909 y el segundo, celebrado al año siguiente, en Madrid; de los que surgió la Federación Nacional Escolar (FNE) en 1911.

El carácter de estas organizaciones y congresos era fundamentalmente reformista en la lógica corporativa de la que hablábamos, centrándose en demandas educativas. Ahora bien, a pesar de que tras este asociacionismo no había claros posicionamientos políticos e ideológicos, era manifiesta la actitud hostil al tradicionalismo y al doctrinarismo de la Iglesia Católica. Así los primeros cinco años del siglo estuvieron marcados por un importante activismo estudiantil que llevó a la dimisión del ministro La Cierva en 1905 y a una actitud más represiva del Ministerio de Instrucción Pública con la promulgación en enero de 1906 del Reglamento de Disciplina Escolar Universitaria. Un reglamento que trataba de restringir la actividad de los estudiantes como forma de debilitar la movilización, especialmente aplicado en los años de la dictadura primorriverista y en la primera etapa del franquismo.

El movimiento estudiantil estaba emergiendo como un sujeto social de importancia política al tiempo que el régimen conservador de la restauración borbónica se desgastaba en el marco del “Desastre del 98”, las ideas regeneracionistas y el auge de las movilizaciones obreras. Sin embargo, el activismo estudiantil se desinfló desde estos primeros años del siglo hasta 1917, momento en que se abrió una profunda crisis del régimen en lo que se ha llamado el “trienio bolchevique” (1918-1920).

La Primera Guerra Mundial supuso un incentivo para la economía española y sus exportaciones, lo que generó grandes beneficios para los grandes capitales, pero también a sectores intermedios de la pequeña burguesía, como los pequeños comerciantes que pudieron amasar cierta riqueza que les permitió mandar a sus hijos a la educación superior. Esto generó un crecimiento del colectivo universitario, incluyendo a las mujeres, que desde finales del XIX empiezan a entrar paulatinamente en la universidad, ahora bien, de forma minoritaria, con muchas más dificultades y fundamentalmente en estudios considerados apropiados para las mujeres o que les pudieran aportar conocimientos útiles para las tareas de cuidados y del hogar.

Sin embargo, el crecimiento económico también conllevó la inflación y pérdida de poder adquisitivo en la clase trabajadora y sectores populares, en una lógica que unida a las terribles consecuencias de la Primera Guerra Mundial y del imperialismo conllevó una situación de crisis, guerras y revoluciones de la que España no fue una excepción. Los ecos de la Revolución Rusa y la caída del zar resonaban por toda Europa y la situación en España en el verano de 1917 guardaba algunas similitudes, como la escalada de huelgas, el descontento de sectores del ejército y un movimiento obrero dispuesto a dar la lucha.

La Revolución de Octubre radicalizó toda vía más las situación y avivó las esperanzas del proletariado español en una transformación social de la sociedad, tal y como había mostrado la experiencia bolchevique en Rusia. La UGT paso de 40.000 afiliados en 1910, a 100.000 en 1917 y 200.000 en 1920. La CNT por su parte pasó de hablar de unos 26.000 afiliados a la altura de 1911, a 100.000 en 1918 y de unos 700.000 a finales de 1919. La escalada de huelgas aumentaba con grandes experiencias de lucha como la huelga de La Canadiense, empresa hidroeléctrica de Barcelona, que paralizó la ciudad durante 44 días. La patronal tuvo que realizar concesiones ante estos conflictos de gran envergadura, como la jornada de ocho horas.

No obstante, la situación de España no era la de Rusia. En la península había una fuerte crisis de régimen, pero no había habido un fenómeno político previo comparable a la revolución de 1905, ni experiencias de autoorganización de masas como los soviets, ni un partido revolucionario curtido en la lucha política y con profundo desarrollo teórico como el partido bolchevique. El PSOE no era un partido marxista y no tenía una estrategia revolucionaria, oscilando entre un oportunismo reformista y una retórica “socialista”, sin levantar un programa realmente revolucionario acorde con el auge de la lucha de clases y la movilización de la clase obrera. La crisis del régimen en el verano de 1917 no se tradujo en una “revolución de febrero” a la española, que era el máximo horizonte que vislumbraba el PSOE, momento a partir del cual no intervino decisivamente en los años posteriores donde la lucha de clases se multiplicó. La CNT por su parte lanzó todas sus energías en las distintas luchas de clase obrera, pero sin una estrategia política que pudiera darle una salida revolucionaria y superar el carácter sindicalista de los conflictos.

La CNT, la UGT y el PSOE fueron incapaces de hacer un frente único en base a un programa revolucionario que tomara las tareas democráticas básicas como punto de inicio de una transformación socialista de la sociedad, tal y como hicieron los bolcheviques. En lugar de eso, la lucha de la clase obrera aunque realizó grandes conquistas, se limitó en la mayoría de los casos a demandas relacionadas con las condiciones laborales y salariales, terminando por apagarse ante la represión de la patronal y el Estado.

Tras el declive de la movilización el régimen liberal todavía estaba debilitado, con enfrentamientos entre los pistoleros de la patronal y los obreros en las calles, con la oposición a la Guerra de Marruecos y las terribles consecuencias políticas del “Desastre de Annual” de 1921, donde un ejército español de 15.000 soldados fue aniquilado por los apenas 4.000 guerreros rifeños de Abd-el-Krim. Ante este panorama de inestabilidad política y desprestigio llegó el golpe de estado de Miguel Primo de Rivera, aplaudido por la patronal y sectores conservadores de la sociedad y ante una clase obrera agotada por años conflictividad y durísima represión.

Es en este contexto en el que llegan a la universidad unos estudiantes dispuestos a romper lazos con las generaciones precedentes, cuestionando los tradicionalismos y con ansias de fenómenos de transformación social. Fueron años de una contracultura juvenil, de cambios radicales en los usos y costumbres de la juventud escolar, alejándose de los tradicionales valores estéticos y morales burgueses. Lo cual se tradujo también en un proceso paulatino de politización en la universidad, surgiendo tendencias radical-democráticas, laicistas y socialistas, aunque también de corte fascista. Es en este momento cuando ya se puede empezar a hablar de organizaciones estudiantiles de masas más o menos estructuradas y con ciertas pautas ideológicas definidas.

Ahora bien, todavía la universidad era un espacio elitista, reservado a los grupos privilegiados de la sociedad. La educación superior europea no se abrirá a los sectores populares hasta las décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial y, en el caso español, prácticamente hay que esperar hasta los años ochenta para empezar a ver la llegada de las hijas e hijos de la clase obrera en la universidad. Por lo tanto en los años veinte el estudiantado proviene de sectores acomodados de la sociedad, pero abierta a los cambios y a ideologías transformadoras.

Precisamente se llega a considerar, como ha planteado Eduardo González Calleja, que la década de los años veinte marca un antes y un después entre el estudiantado despreocupado, desmovilizado y conservador y el nuevo universitario rebelde de clase media. Los primeros años de esta década están marcados por la polarización de la vida universitaria en torno a la cuestión de la libertad de cátedra, a la que se oponían los estudiantes católicos, organizados desde 1920-1921 en la Federación de Estudiantes Católicos (FEC).

Con el golpe de Estado en 1923 y la llegada de la dictadura de Miguel Primo de Rivera, comenzó a gestarse una oposición estudiantil a la misma. En este sentido, se creó al año siguiente la Unión Liberal de Estudiantes. Poco a poco se fue pasando de reivindicaciones puramente académicas o profesionales a formarse en el movimiento estudiantil un verdadero núcleo de oposición política. Los estudiantes se movilizaron a partir de 1925 en protesta al artículo 53 de la Ley de Reforma Universitaria impulsada por el ministro de Instrucción Pública, Eduardo Callejo. Artículo que equiparaba a los centros universitarios privados con “más de veinte años de existencia”, todos ellos pertenecían a la Iglesia, con la universidad pública.

Se desencadenaron huelgas estudiantiles en Barcelona, Madrid, Santiago, Zaragoza, Valencia, Granada y Salamanca, con el primer gran enfrentamiento entre el dictador y los estudiantes. La virulencia de la lucha estudiantil fue aumentando por el propio carácter represivo de la dictadura contra la intelectualidad, como se manifestó en la suspensión del catedrático Jiménez de Asúa o en el destierro de Miguel de Unamuno.

En el curso 1925-1926 se fue perfilando la Federación Universitaria Escolar (FUE), con un carácter supuestamente profesional, aconfesional y apolítico, pero que mantuvo una línea de pensamiento liberal y socialista. La FUE ganó importancia en los años siguientes con la creación de una red nacional a través de la Unión Federal de Estudiantes Hispanos (UFEH). En mayo de 1928 la UFEH llevó a cabo la primera gran huelga de protesta contra la represión de la dictadura a los estudiantes y otras figuras intelectuales, así como en contra nuevamente del artículo 53 de la Ley de Reforma Universitaria.

A partir de este momento se suceden las protestas, huelgas y la conflictividad estudiantil, respondidas con una fuerte represión, realizándose clausuras de numerosos centros universitarios e incluso con ocupaciones militares de facultades. Ante esta situación el dictador decidió el 22 de septiembre de 1929 derogar finalmente el polémico artículo 53, pero el enfrentamiento con los estudiantes ya había desbordado los cauces académicos y la agitación estudiantil continuó durante ese curso. Ante la intención de la FUE de mantener las huelgas hasta que no se levantaran las sanciones contra los activistas que habían sido reprimidos, Primo de Rivera terminó por disolver la FUE. El 22 de enero estalló en consecuencia un paro general universitario de ámbito nacional, de claro carácter republicano y apoyado por las fuerzas sindicales. El dictador acorralado por muchos frentes y sin la confianza de los altos mandos militares, abandonó el poder seis días más tarde.

Tras la caída de Primo, el Duque de Alba, como ministro de Instrucción Pública, trató de conciliar con medidas como la libertad de los estudiantes detenidos y la legalización de la FUE. Un hecho que no impidió que el movimiento universitario siguiera politizándose en contra del régimen y la dinastía de los Borbones, entrando en sintonía con las organizaciones republicanas y socialistas del Pacto de San Sebastián.

El radicalismo estudiantil era tal que el régimen, con Berenguer a la cabeza en aquel momento (la llamada “dictablanda”), ordenó el 5 de febrero un mes de vacaciones forzadas a los estudiantes, tratando de desmovilizar las protestas. Frente a estas vacaciones forzadas se puso en marcha en Madrid la llamada “Universidad Libre”, donde impartían clases profesores disidentes, republicanos o con tendencias de izquierdas.

Del 2 al 5 de marzo de 1931 se reanudaron las clases sin incidentes, pero los días 24 y 25 se produjeron los “Sucesos de San Carlos” (por el nombre de la facultad de Medicina Madrid) donde los estudiantes se atrincheraron y se enfrentaron a la Guardia Civil, con un obrero y un guardia muertos, así como once estudiantes heridos. La protesta estudiantil añadió todavía más problemas al gobierno, entonces presidido por el almirante Aznar, en las últimas semanas del régimen y anticipaba la inminente llegada de la Segunda República.

La importancia política del movimiento estudiantil queda por lo tanto puesta de manifiesto como acabamos de ver. Así, podemos considerar que a pesar de que la universidad era un espacio elitista en estas primeras décadas del siglo XX, el movimiento estudiantil jugó ese rol a modo de caja de resonancia del descontento social, amplificando las contradicciones e intereses de los distintos sectores sociales de los que provenía. Precisamente el origen de clase media de buena parte del estudiantado en un contexto de procesos revolucionarios europeos y de crisis del sistema liberal, donde la propia clase media tuvo que posicionarse políticamente entre la reacción o entre la transformación social, generó el caldo de cultivo de una protesta estudiantil que se opuso a la dictadura de Miguel Primo de Rivera y que fue convergiendo con corrientes radical-democráticas, republicanas y socialistas. Aunque del mismo modo, hubo sectores estudiantiles que convergieron con corrientes contrarrevolucionarias y fascistas.

Con la llegada de la Segunda República el estudiantado se politizó todavía más, junto al resto de sectores sociales, polarizándose como comentábamos entre el republicanismo y el movimiento obrero por un lado, y el fascismo por otro. Pero este es un tema que abordaremos en próximas notas.

REFERENCIAS:
Eduardo GONZÁLEZ CALLEJA, “Rebelión en las aulas: un siglo de movilizaciones estudiantiles en España (1865-1968)”, Ayer, 59/2005, pp. 21-49.
Elena HERNÁNDEZ SANDOICA, Miguel Ángel RUIZ CARNICER, Marc BALDÓ LACOMBA; “Estudiantes contra Franco (1939-1975) Oposición política y movilización juvenil”, La Esfera de los Libros, Madrid, 2007, pp. 35-63.