Nada es más simbólico de la situación estructural de “doble dependencia” de Brasil en el escenario internacional que la postura de Lula ante la crisis de Venezuela. Trazando una línea irregular, Lula actúa con cautela y con pasos inseguros.
André Barbieri @AcierAndy
Domingo 18 de agosto 14:29
Aliado de Hugo Chávez desde que asumió la presidencia en 2002, al líder del PT le resulta difícil sostener políticamente su simpatía por Nicolás Maduro tras la crisis electoral del 28 de julio, en la que el gobierno aseguró haber ganado un nuevo mandato en las urnas. Su hiperactividad internacional y su reconocimiento como líder regional en América Latina lo colocaron, sin embargo, en una posición destacada como responsable de articular una delicada solución a las disputas entre un régimen burgués autoritario derivado de la degeneración chavista, por un lado, y una extrema derecha proimperialista unida a Trump, por otro.
Como ya hemos dicho, tanto el régimen represivo y autoritario de Nicolás Maduro como la oposición de extrema derecha liderada por María Corina Machado, falsa demócrata y reconocida golpista, son enemigos del pueblo pobre y trabajador. Ambas bandas burguesas son responsables de la catástrofe que vive Venezuela. Maduro trata de aferrarse al poder para poder seguir negociando con las transnacionales petroleras de Estados Unidos, además de Rusia y China, sometiendo al país al calvario de un capitalismo extractivista salvaje. María Corina Machado y la ultraderecha golpista venezolana, amigos de Donald Trump y Javier Milei, quieren privatizar toda la economía del país, entregar todos los recursos nacionales al imperialismo y profundizar los ataques del chavismo, sin inmutarse en pedir intervenciones extranjeras, sanciones e incluso intervenciones militares estadounidenses en Venezuela.
Ante este panorama, Lula trabaja para acomodar a todas las partes. Hemos escrito que la inclinación de Lula hacia el "multilateralismo capitalista" se inscribe en la dinámica de la "doble dependencia" de Brasil en el escenario mundial. Es decir, la debilidad estructural que obliga al Estado brasileño a servir a dos amos, Estados Unidos y China, sin romper con nadie y aprovechando, reforzando la sumisión, para extraer lo que pueda en las negociaciones con ambos adversarios. Esto confiere un carácter aún más pragmático a la política exterior brasileña, que se mueve en un diagrama pendular entre los intereses de sus principales lealtades exteriores.
Esto se expresa en su postura sobre Venezuela, detrás de la unión entre Brasil, México y Colombia. En concreto, Lula pidió inicialmente la liberación de las actas electorales, pero minimizó la crisis y dijo que no veía nada grave en el proceso. Así preservó la posibilidad de diálogo con ambas partes. Aprovechó la atención internacional para exigir que el Consejo Nacional Electoral presentara informes desglosados por urnas, manteniendo la potestad exclusiva del organismo para presentar los resultados. En Rádio Gaúcha, Lula se refirió al régimen venezolano como desagradable y con un sesgo "autoritario", aunque "no dictatorial". Al aumentar la presión occidental, Lula se vio obligado a insistir en criticar el fraude electoral madurista. También en Rio Grande do Sul (donde el bolsonarismo es fuerte), dijo que "todavía" no reconoce a Maduro como presidente electo, que Brasil no lo reconocerá hasta que se divulguen las actas, y sugirió formar un gobierno de coalición con la oposición de derecha - ofreciendo su ejemplo en la composición del gobierno del Frente Amplio con la derecha brasileña. En palabras del propio Lula, "mucha gente que está en mi gobierno no votó por mí y yo traje a todos para que participaran en el gobierno".
Finalmente, ofreció la posibilidad de nuevas elecciones, bajo los auspicios de Celso Amorim, lo que disgustó tanto al oficialismo chavista como a la oposición proimperialista. "A Maduro todavía le quedan seis meses de mandato, no termina hasta el año que viene. Si él [Maduro] tuviera sentido común, podría convocar al pueblo venezolano, tal vez incluso convocar nuevas elecciones, establecer un criterio para que todos los candidatos participen, crear un comité electoral suprapartidario en el que todos participen y dejar que exploradores de todo el mundo vengan a observar las elecciones", dijo Lula.
Lejos de rechazar a las bandas reaccionarias burguesas de Venezuela, Lula busca un acomodo conciliador entre ambas. El Frente Amplio se le ha subido a la cabeza. Huelga decir que no hay ninguna postura progresista (y mucho menos "independiente") en esta política. Aunque Lula no es un admirador del ala trumpista de la política internacional, sí actúa como transmisor de la presión de una serie de potencias extranjeras que quieren ver satisfechos sus intereses en el escenario latinoamericano.
Hay diferentes razones geopolíticas para la postura de Lula, y aunque está endureciendo su tono contra Maduro y mostrando públicamente una incómoda impaciencia con Caracas, trabaja para evitar consecuencias abruptas y un desenlace turbulento a la crisis en un país vecino.
La primera de ellas es la doble dependencia brasileña que destacamos anteriormente. Estados Unidos, por un lado, y China y Rusia, por el otro, tienen posturas divergentes sobre el caso. Estados Unidos reconoció inmediatamente a Corina Machado y a la oposición de derecha, bajo la candidatura de Edmundo González, como ganadora de las elecciones del 28 de julio; los acompañaba el pequeño matón ultraliberal argentino, Milei-. Por sus propias dificultades políticas internas y la corrosiva crisis orgánica que se expresa en la campaña presidencial entre Kamala Harris y Donald Trump, el gobierno de Biden se vio obligado a moderar el clamor y retirar el reconocimiento a González, exigiendo la publicación de las actas electorales. Por ahora, el imperialismo norteamericano apuesta por el aislamiento total de Maduro, obligándolo a una salida negociada para no poner en peligro su propio negocio económico petrolero (entre la empresa Chevron y PDVSA) y, más fundamentalmente, para evitar el peligro de desestabilización regional.
Por el lado del "multilateralismo", China y Rusia apoyaron desde el primer momento el resultado anunciado por el oficialismo chavista. Xi Jinping y Vladimir Putin felicitaron a Maduro por el triunfo otorgado por las autoridades electorales controladas por el PSUV. Los intereses de Moscú en Venezuela son estratégicos, y van más allá de las relaciones energéticas, siendo el ejército ruso uno de los principales proveedores militares del Ejército Bolivariano, encontrando en Venezuela un punto de influencia geopolítica en América Latina. China también busca afianzar su influencia en Caracas para oponerse a los intereses estadounidenses en la región, y utilizar el país como base de operaciones de sus multinacionales energéticas (no sólo para la extracción de petróleo, sino también para la carrera por el litio en Argentina, Chile y Bolivia).
Lula está absorbiendo partes de las políticas de Washington y Pekín, ya que no puede renunciar a ninguno de los dos amos de la economía mundial. Brasil depende de China, su principal socio comercial, para el transporte de gran parte de su producción agrícola, sobre todo soja, petróleo y mineral de hierro. Por otro lado, depende de Estados Unidos para la importación de insumos manufacturados y alta tecnología en los campos de maquinaria, robótica y semiconductores. Las críticas a los métodos de Maduro no han llevado al Gobierno brasileño a romper con el régimen chavista, ni a posicionarse definitivamente en contra del resultado presentado por el Gobierno. Esto va más allá de la necesidad de no quemar puentes para preservar la capacidad de diálogo diplomático. Estructuralmente, se refiere a la particular forma de sumisión del país a las potencias extranjeras bajo el gobierno del Frente Amplio. Lula quiere mayor autonomía para tener margen de negociación y prestigio en la escena internacional, pero siempre ejerciendo las dependencias cruzadas que tiene con Estados Unidos y China.
Sin embargo, también está la forma particular en que el pragmatismo de la política exterior de Lula quiere presentarse en la escena internacional, a saber, como el líder de América Latina y el actor responsable de resolver los problemas del mundo. Absorbiendo parte de su política, Lula no se adhirió completamente ni a la posición de Estados Unidos ni a la del bloque China-Rusia. Intentó presentar una política propia, reuniendo a Brasil, México y Colombia en un esfuerzo conjunto de las principales economías latinoamericanas (excluyendo a Argentina, debido a la postura abiertamente proimperialista de Milei). Los tres países incluso emitieron un comunicado oficial conjunto en el que declaraban la necesidad de dar a conocer el acta (un guiño a EEUU y la UE), pero que la solución vendría de Venezuela y no del exterior (un gesto a Pekín). Aunque México ha dado algunos pasos atrás, debido a la política de Andrés Manuel López Obrador de esperar la decisión del Tribunal Supremo venezolano, Lula sigue intentando mostrar su capacidad de articulación regional para una salida latinoamericana a la crisis. La sugerencia de nuevas elecciones fue acompañada por Gustavo Petro, de Colombia, y un escueto "yo apoyo" de Joe Biden, cómicamente corregido por la Casa Blanca.
El manejo cuidadoso de la crisis y la búsqueda de un perfil relativamente autónomo concierne a la propia política interna de Brasil. Venezuela limita con el país, que durante el gobierno de Bolsonaro se ofreció como base de operaciones para el intento golpista del imperialismo norteamericano en el gobierno de Donald Trump en 2019. Bolsonaro fue un ferviente partidario del intento de imponer a Juan Guaidó como gobierno títere de EEUU en Caracas. Biden y los demócratas han desarrollado una política diferente ante el fracaso de los intentos golpistas: han explotado acuerdos comerciales y económicos extractivistas con un régimen chavista degradado que está más que dispuesto a ceder el petróleo nacional a las multinacionales. En cualquier caso, la participación directa de Estados Unidos en la política latinoamericana no beneficia a la figura internacional de la que Lula tener. Asimismo, Lula debe desconfiar de los gobiernos que lo rodean. Con un trumpista como Milei ya en Argentina -que participó con Bolsonaro en la Conferencia de Acción Política Conservadora en Santa Catarina para impulsar a la ultraderecha brasileña en las elecciones municipales-, la perspectiva de un gobierno de María Corina Machado en Venezuela reforzaría aún más las apuestas de Bolsonaro en el país.
El resultado es una política conservadora por parte del lulismo senil . Para evitar un desenlace dramático que se salga de control, Lula actúa como coordinador de una salida negociada entre el madurismo y la oposición de extrema derecha, con la propuesta de un gobierno de coalición entre las bandas burguesas responsables de la catástrofe. Esta es la síntesis de la “doble dependencia”, absorbiendo parte de las políticas de Estados Unidos y China: un gobierno de Maduro con el “escuálido” golpista de derecha venezolano. Todo se vuelve más irónico -por no decir trágico- cuando el ejemplo que se da es el del propio gobierno del Frente Amplio en Brasil, en el que la extrema derecha tiene un escaño cautivo no sólo en la Esplanada dos Ministérios (con partidos como los Republicanos en la cartera de Puertos y Aeropuertos), pero cuenta con el apoyo del gobierno federal para gobernar los estados (como el pacto de gobernabilidad entre Lula y Tarcísio de Freitas en São Paulo). No sólo del gobierno, sino de las propias campañas electorales: en 85 municipios, el PT estará en coalición con el PL de Bolsonaro, apoyando al mismo candidato a alcalde.
Este acuerdo por arriba entre los enemigos de los trabajadores y el pueblo pobre venezolano, propuesto por el sector menos trumpista de los gobiernos latinoamericanos, termina haciéndole el juego a la propia derecha. Es una política que aúna el régimen autoritario de recortes salariales y ajuste económico brutal de Maduro con el programa ultraderechista de privatizaciones universales y entreguismo proimperialista de Corina Machado. Negociaciones en las que lo que importan son los intereses capitalistas, tanto los de la casta cívico-militar gobernante como los representados por la oposición trumpista. La exportación de la política de frentismo y conciliación de clases del PT ha tomado en Venezuela tintes extremadamente antiobreros y antipopulares. Una vergüenza más para un gobierno que legitimó el golpe de Dina Boluarte en Perú, que quiere enviar policías a la nueva misión de la ONU en Haití y que preserva todos los acuerdos económicos y políticos con el Estado genocida de Israel.
Segmentos del petismo, como Breno Altman, critican la posición de Lula con un sesgo patentemente unilateral y ajeno a la realidad. En nombre de la justa lucha contra la extrema derecha, la respuesta es tragarse el régimen absolutamente antiobrero y ajustador de Maduro. Es el espejo invertido de las posiciones dominantes. ¿Qué decir de la profundización de las relaciones del gobierno cívico-militar de Maduro con Joe Biden, de la ley que otorga petróleo venezolano a Chevron y a multinacionales estadounidenses, y de los acuerdos diplomáticos con el mismo país que le impone sanciones penales? Esto, además de su cercanía a los regímenes capitalistas autoritarios de China y Rusia. Naturalmente, María Corina Machado representa la sumisión proimperialista exacerbada, patológicamente ligada a la destrucción ultraliberal de la economía. Sería una profundización de los ajustes y ataques que Maduro ha multiplicado. La extrema derecha se combate en la lucha de clases. Es imposible que estar con Maduro signifique estar "lejos de EEUU" y mucho menos cerca de la población venezolana.
Si la continuidad del gobierno de Maduro representaría la continuación de las relaciones con Rusia y China (y la exacerbación del extractivismo petrolero que durante el ciclo chavista puso a Venezuela de rodillas ante el capital extranjero), un gobierno de Edmundo González se alinearía con Estados Unidos y se convertiría en un punto de apoyo para la política norteamericana en la región, además de que Argentina ya es aliada del gobierno de Milei -especialmente si Donald Trump regresa a la Casa Blanca-. No existe una perspectiva independiente con ninguna de estas variantes. La codicia de los poderes destructivos del capital -ya vengan de Washington o de Beijing- debe combatirse con una política de independencia de clase. Hay mucho en juego.
Como planteamos desde la Liga de Trabajadores por el Socialismo (LTS), organización hermana del Movimiento Revolucionario de Trabajadores (MRT) en Venezuela, el tema central para la izquierda socialista es luchar por un polo de independencia de clase para los trabajadores, contra Maduro, el imperialismo y la extrema derecha. La articulación de este polo de independencia de clase -que extendemos en una propuesta a distintas organizaciones de izquierda- debe darse con un programa anticapitalista que ataque todo el sistema de propiedad privada, la estructura de expoliación extractiva y de subordinación al FMI, desde la perspectiva de un gobierno de trabajadores en ruptura con el capitalismo. Sólo con la movilización independiente de los trabajadores y los oprimidos, enfrentando a ambos bandos burgueses en conflicto, podremos luchar por los derechos democráticos plenos del pueblo y de la clase trabajadora, así como por mejores condiciones de vida, por la libertad de los trabajadores arrestados y detenidos por manifestarse, contra las medidas de austeridad y aumentos arancelarios derivados de cualquiera de las variantes capitalistas, uniendo a los sectores que luchan desde la perspectiva propia de los trabajadores.
Ante el derrumbe de los nacionalismos populistas latinoamericanos, incapaces de encontrar una solución a la unificación independiente de nuestro subcontinente, es necesario plantear la perspectiva de una política anticapitalista y antiimperialista que acabe con el flagelo del atraso y la dependencia en la región. Esto sólo podría ocurrir con una Federación de Repúblicas Socialistas en América Latina, que actuara como punto de apoyo de la revolución internacional.
André Barbieri
Nacido en 1988. Licenciado en Ciencia Política (Unicamp), actualmente cursa una maestría en Ciencias Sociales en la Universidad Federal de Río Grande el Norte. Integrante del Movimiento de Trabajadores Revolucionario de Brasil, escribe sobre problemas de política internacional y teoría marxista.