Es innegable que Buenos Aires aún continúa siendo una de las principales “capitales del psicoanálisis”. Términos como “lapsus”, “inconsciente”, “histeria” o “represión” han salido del diván y devenido patrimonio de los significantes culturales de uso extendido en la vida cotidiana. Sin embargo, también es un hecho que el psicoanálisis viene resignando su hegemonía teórico-clínica, desplazado por un abanico de terapias breves y otras escuelas psicológicas1, como la terapia cognitiva y la neuropsicología, que acompañan la creciente medicalización del sufrimiento psíquico y el malestar subjetivo.
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