El Rati Horror Show (Aquafilms, 2010) es un documental dirigido por Enrique Piñeyro que nos permite vislumbrar el accionar represivo de las fuerzas de seguridad en algunos de sus distintos niveles en Argentina y su connivencia con el Poder Judicial.
“Hechos que parecen desconectados entre sí no son más que el comienzo y el final de una misma historia”, dispara en su primera línea y se propone como hilo conductor de la argumentación, tomando como punto de partida la recreación de la “Masacre de Pompeya” del 25 de enero de 2005, cuando la Policía Federal Argentina de dicho barrio porteño protagonizó una verdadera balacera contra un joven trabajador que circulaba en su automóvil, hiriéndolo de muerte. Esgrimiendo una fuerte crítica a su accionar, devela el “armado de una causa” junto a jueces y fiscales para encubrir su responsabilidad en aquella desaforada represión. Lidia con el discurso punitivista hegemónico en los medios de comunicación masivos. Y muestra parte de sus múltiples vínculos de aquellas fuerzas con las autoridades gubernamentales para intentar garantizar su impunidad.
Partiendo del asesinato de Maximiliano Kosteki y Darío Santillán, principal ejemplo de la represión de la protesta social presente en su narrativa, ocurrido unos meses antes en las proximidades de la zona (ante lo cual muestra algunos de sus límites), meritoriamente el documental nos envuelve con el despliegue de las “pistas” y las “pruebas” reunidas como si fuera la obra de un detective que lleva adelante una investigación. A la par, se van relatando múltiples casos de “gatillo fácil” durante los gobiernos democráticos, recuperando el del maestro Carlos Fuentealba en Neuquén el 4 de abril de 2007 y concluyendo con la desaparición y muerte de Luciano Arruga ocurrido en 2009.
Un documental que, pese a insinuar algunas expectativas en una especie de democratización “pendiente” de las fuerzas de seguridad, en los tiempos que corren tiene todavía el mérito de denunciar el rol represivo de las fuerzas de seguridad, las misms que hoy intentan relegitimarse desde el Estado. Y sobre todo llamar a no ponerse la gorra.
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