La Italia de finales de los años ‘40, devastada por la guerra y convulsionada por la revolución, fue un semillero de renovación de la producción cinematográfica. El puntapié lo dio Roma Ciudad Abierta de Rosellini, filmada en 1945. La acción del film se sitúa durante los años de ocupación del país por Alemania (1943/1944) y narra la historia verídica del sacerdote Luigi Morosini, torturado y muerto por los nazis por ayudar a la resistencia. Con ella se inauguró el llamado neorrealismo italiano.
En esta misma línea se inscribe Ladrón de bicicletas, de Vittorio de Sica, filmada en 1948, considerada junto con el film de Rossellini una de las obras maestras del neorrealismo.
El film está basado en novela homónima de Luigi Bartolini, escrita en 1945, y toma un hecho que en otro contexto podría resultar banal, para ilustrar las duras condiciones de la reconstrucción de posguerra en Italia. Antonio Ricci, desocupado, logra conseguir un empleo pegando carteles de publicidad, para el cual requiere tener una bicicleta. Durante su primer día de trabajo le roban la bicicleta mientras pega un cartel cinematográfico. Antonio intenta impedir el robo y, tras fracasar en este intento, se embarcará junto a su hijo en una búsqueda desesperada por los recovecos de la ciudad para dar con el mismo y con su preciado vehículo, sin el cual se vuelve imposible la única actividad laboral a duras penas conseguida.
La bicicleta es un obscuro objeto de necesidad, perderla representa una amenaza para todo el precario futuro Antonio. La necesidad de recuperarla (o reemplazarla) lo empujará a tomar decisiones desagradables. La trama rompe con cualquier noción de asignar una etiqueta fácil a los personajes, de persona honesta o criminal. En el contexto de miseria de Roma en la posguerra nada puede resolverse tan sencillamente, parece decirnos De Sica.
Un joven Gabriel García Márquez vio la película y escribió una entusiasta reseña publicada en El Heraldo de Barranquilla (octubre 1950). Allí sostiene que:
Los italianos están haciendo cine en la calle, sin estudios, sin trucos escénicos, como la vida misma. Y como la vida misma transcurre la acción de Ladrón de bicicletas, que puede calificarse, sin temor de que se vaya la mano, como la película más humana que jamás se haya realizado.
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