El imperialismo norteamericano jugó un papel clave en el armado de esta coordinadora represiva que operó sobre Sudamérica durante la década de los 70 y comienzos de los 80.
Repentinamente el barrio de Lambaré ubicado en los suburbios de Asunción –la capital paraguaya– fue tapa de todos los diarios del mundo. En la calurosa mañana del 22 de diciembre de 1992 se presentaron en el Departamento de Producción de la Policía el joven juez José Agustín Fernández, dos secretarios de su juzgado y Martín Almada ex prisionero político de la dictadura de Alfredo Stroessner, la más larga de historia de Sudamérica. Almada tenía data que su legajo como detenido clandestino se encontraba en aquella dependencia junto a otros documentos secretos. Iban con orden de allanamiento pero igual los policías a cargo impidieron su ingreso hasta que la presión popular de vecinos, la prensa y familiares de otros ex detenidos y desaparecidos, que empezaron a acercarse al lugar, hizo que cedieran.
La sorpresa no podía ser mayor. Encontraron más de 700.000 piezas documentales –escritos, fotografías, casettes; algunos enterrados bajo tierra–¬ que demostraron la existencia de una coordinadora represiva que secuestraba, torturaba, asesinaba y desaparecía opositores en todo el Cono Sur, durante la década del 70 y comienzos de los 80, actuando con total impunidad y garantía de los estados que la formaban.
Estos documentos, que pasaron a la historia como los “Archivos de terror”, también permitieron determinar el rol clave que jugó Estados Unidos (de ahora en más EE. UU.) en el armado político de las dictaduras sudamericanas y particularmente en el diseño de este plan siniestro conocido internacionalmente como Plan Cóndor.
De cómo el Águila influenció al Cóndor
En uno de los documentos encontrados titulado Primera reunión de trabajo de Inteligencia Nacional, el jefe de la Dirección Nacional de Inteligencia Chilena (la famosa DINA) Manuel Contreras invitó a su par paraguayo a participar de una reunión de trabajo conjunto para “proteger la seguridad nacional de sus países ante el avance de la subversión” fechado el 29 de octubre de 1975. Un mes después se realizó en Santiago la primera instancia formal que se conoce, al menos hasta ahora, del Plan Cóndor aunque la mayoría de los investigadores coinciden que el sello del Cóndor estuvo impreso en numerosas detenciones y asesinatos en 1973 y 1974. Es decir, el documento no se contrapone con que haya operado antes.
Al citado encuentro, además del anfitrión, se hicieron presentes representantes de Paraguay, Argentina, Uruguay, Bolivia y Brasil (este último como país observador). Todos los participantes eran especialistas en inteligencia, tema central que cruzó el encuentro.
El documento del acta de cierre [1] recomendaba la formación de una oficina que centralice la información que tenía cada fuerza sobre las personas “conectadas directa o directamente con el Marxismo”. También la utilización de un sistema de mensajes encriptados y la libre circulación de agentes entre los países participantes, por supuesto con inmunidad diplomática. A su vez recomendaba “la utilización de medios de enlaces ajenos a los países del sistema”. Esto significaba que agencias de inteligencia extranjeras no sólo conocían las intenciones del Plan Cóndor sino que además intervenían colaborando con los enlaces sudamericanos. Según el propio Manuel Contreras tenían en 1975 contacto con treinta y siete agencias de inteligencia del mundo; aunque sin dudas la influencia principal va a ser la de EE. UU., el verdadero mentor de esta comunidad represiva.
Dice el periodista John Dinges, corresponsal del New York Times en América Latina en los 70:
Según mi investigación, Contreras viajó a EE. UU. para consultar con altos oficiales de la CIA por lo menos en cinco oportunidades. Uno de los viajes coincide con la organización de Cóndor. En agosto de 1975, Contreras se reunió con el subdirector de la Agencia Central de Inteligencia, Vernon Walters [2].
El gobierno norteamericano y la CIA no solo influenciaron ideológica, técnica y financieramente sobre los militares chilenos, sino también sobre todas las fuerzas armadas y policiales de los países integrantes del Plan Cóndor. La mayoría de los oficiales que comandaron las dictaduras militares en Sudamérica (y Latinoamérica en general) y que dirigieron el aparato represivo del Plan Cóndor, habían estudiado en escuelas militares estadounidenses desde las más prestigiosas ubicadas dentro de su territorio hasta la Escuela de las Américas en Panamá donde iban por tres meses la mayoría de los cuadros medios de los ejércitos. Todos se formaron bajo los preceptos de la Doctrina de Seguridad Nacional impulsada por el gobierno norteamericano para enfrentar la “amenaza comunista internacional” que, a diferencia de los ejércitos convencionales, era un enemigo que operaba dentro del territorio nacional afectando su seguridad interna.
En ese momento EE. UU. estaba atravesando una importante crisis de hegemonía producto de la combinación del fin de la bonanza económica de posguerra, el fortalecimiento relativo de otros imperialismos como Alemania y Japón y el avance de los procesos revolucionarios en el continente americano, sobre todo después del triunfo de la Revolución cubana y su posterior declaración como socialista en 1961. Todo esto había alterado el mapa político y sobre todo el de la lucha de clases [3]. A fines de los 60, el ascenso revolucionario de la clase trabajadora se sentía fuerte en Sudamérica: el Cordobazo obrero primero y el despliegue de las coordinadoras interfabriles en Argentina después, el desarrollo de los cordones industriales chilenos durante el gobierno de Allende a comienzos de los 70, el proceso revolucionario boliviano, la resistencia obrera en Uruguay a la dictadura, entre otros, mientras que las organizaciones guerrilleras se extendían también por el continente. EE. UU. no podía intervenir en forma militar directa sobre estos países porque ya cargaba sobre sus espaldas con la Guerra de Vietnam que había generado un fuerte repudio dentro y fuera de su territorio.
Su intervención política en los países latinoamericanos en la segunda mitad del siglo XX fue a través del apoyo y el financiamiento de todos los golpes militares [4]. Dentro de este marco general puede entenderse su rol en el armado del Plan Cóndor, creando una estructura represiva que traspasaba los límites territoriales nacionales y operaba en secuestros y detenciones coordinados por fuerzas de inteligencia conjunta. Argentina fue uno de los países donde más operaciones realizó el Cóndor. Incluso es el único país donde la coordinadora represiva empezó a intervenir mientras todavía funcionaba un gobierno constitucional. Hay documentos desclasificados de la CIA que certifican sobre una reunión de seguridad con cinco de los seis miembros del sistema Cóndor en Buenos Aires en febrero de 1974, es decir, durante la presidencia de Perón [5]. También en septiembre de ese año miembros de la DINA, la SIDE, la Triple A y el agente chileno de la CIA Michel Townley planearon el asesinato del ex jefe militar de Chile durante el gobierno de Salvador Allende, el General Carlos Prats quién murió junto a su esposa luego de que una bomba explotara en su automóvil en el barrio porteño de Belgrano. Claro que con la llegada de la dictadura los operativos conjuntos crecieron exponencialmente. El CCD Automotores Orletti se transformó en la base de operaciones del Plan Cóndor en territorio local. Por allí se calcula que pasaron más de 300 prisioneros chilenos, paraguayos y brasileros pero mayoritariamente uruguayos; que en su mayoría permanecen desaparecidos. Otra de las sedes argentinas directamente ligadas al Cóndor fue el Batallón 601 de Inteligencia, otra de las instituciones que tuvieron numerosos alumnos en escuelas de la CIA y las escuelas de inteligencia.
Asistencia técnica asegurada
EE. UU. no solo organizó los encuentros tras bambalinas sino que la CIA fue la encargada de suministrar
…equipos de tortura eléctrica a brasileños y argentino y ofreció asesoramiento sobre el grado de shock que el cuerpo humano puede resistir. Los agentes de seguridad latinoamericanos también recibieron entrenamiento de la CIA para la fabricación de bombas en la sede de la oficina de Seguridad Publica del Departamento de Estado de Texas [6].
El uso de la tortura como método para obtener información en forma casi quirúrgica fue aprendido de los represores franceses que utilizaron esas técnicas en las guerras de liberación nacional de Indochina y Argelia dejando decenas de miles de muertos.
La central norteamericana brindó además la tecnología más avanzada de la época en materia de inteligencia. De esta forma usaron el sistema de comunicación protegido Télex, al menos desde 1976. Era un sistema de comunicación textual por líneas similares a las telefónicas desarrollado en los años ’30. Esta red sudamericana se llamaba Condortel. Cada país tenía un nombre clave y podía acceder a autorizaciones, contraseñas e identificaciones: Chile era 1, Argentina 2, Uruguay 3, Paraguay 4, Bolivia 5 y Brasil 6. Según se supo, a través de declaraciones de militares y documentos desclasificados, la estación central se encontraba en las bases militares que EE. UU. tenía en Panamá, y tanto la CIA como el FBI tenían pleno acceso cuando lo necesitaran [7] para acceder a autorizaciones, contraseñas e identificaciones.
También los aliados del norte les entregaron computadoras de última generación que reemplazaron a las viejas tarjetas mecanizadas y teléfonos con inversores de voz.
El asesinato en el barrio de las embajadas en Washington
El Plan Cóndor no solo intervino en territorio sudamericano sino que se conocieron operativos en Europa, particularmente en Roma y París, entre 1975 y 1976 que están muy bien desarrollados en el libro de Stella Calloni: El plan Cóndor. Pacto criminal. También se produjeron atentados en Washington, el centro político del imperio. Allí fue asesinado el político socialista y ex funcionario del gobierno de Allende, Orlando Letelier, quien tenía muy buenas relaciones con algunos legisladores demócratas que estaban comenzando a investigar el rol de EE. UU. en el golpe chileno. Michael Townley conectó una bomba en su auto y los encargados de volarla fueron los “contra” del Movimiento Nacional Cubano. Junto a Letelier murió la secretaria y el marido de ella que resultó gravemente herido.
En ese momento, el jefe de la CIA era George Bush (padre) y el secretario de Estado era Henry Kissinger, ambos expuestos en los documentos desclasificados como colaboradores acérrimos de las dictaduras y de sus redes de inteligencia. El caso causó revuelo internacional. El agente del FBI, Robert Scherrer, enlace de inteligencia norteamericano informaba desde Buenos Aires sobre todo lo que ocurría en el Cono Sur a lo largo de los ’70. El 28 de septiembre de 1976, una semana después del atentado, envía un cable a sus superiores donde informa acerca de las tres fases del Plan Cóndor: La fase 1 era el intercambio de información entre los servicios intervinientes usando el espionaje diario, infiltraciones a organizaciones y escuchas telefónicas. En la fase 2 se pasaba de la recolección de información a la acción encubierta, es decir, se perseguía, torturaba, interrogaba, detenía y se trasladaba a las víctimas cruzando las fronteras con total libertad dentro del área de intervención del Cóndor o sea en el Cono Sur (se las llamaba fronteras calientes). Y la fase 3 –la más secreta de todas– implicaban operaciones que podían “sensibilizar a la opinión pública internacional” y se realizaban fuera del territorio del Cóndor como podemos ver en los casos europeos y en Washington.
En 1979 el cable secreto se “filtró” y el Washington Post publicó una investigación sobre la siniestra coordinadora que actuaba en Sudamérica. Esto, sumado a la creciente presión internacional y el agotamiento de los gobiernos dictatoriales, determinó un giro en la política exterior de EE. UU. Comenzó a apoyar las transiciones democráticas burguesas durante la década de los ’80 para que sean estas las pudieran terminar imponiendo hasta el final los planes neoliberales usados para disciplinar a la clase trabajadora latinoamericana.
Ahora, mientras el entonces presidente demócrata Jimmy Carter se jactaba de defender los DD. HH. en el sur del continente, en Centroamérica se desataba una represión feroz en la que también la CIA jugó un rol central entrenando a los agentes contrarrevolucionarios y financiando a oficiales argentinos para que exporten sus famosas técnicas de tortura.
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Los autores e investigadores varían en número pero lo cierto es que si consideramos al Plan Cóndor como parte intrínseca del aparato represivo para estatal desplegado en todo el Cono Sur, y la posterior extensión de sus métodos a Centroamérica, tomamos el número de víctimas brindado por Stella Calloni que incluye tanto asesinados, detenidos y torturados y que alcanza a cerca de 400.000 personas. El número no sorprende porque expresa la brutalidad imperialista desplegada sobre el continente para terminar con el ascenso revolucionario en su área de influencia.
Lo interesante de la causa judicial que actualmente se está llevando adelante en Roma es que no se investiga desde las parcialidades nacionales sino al Plan Cóndor desde su naturaleza interregional. Están siendo juzgados 24 miembros de las juntas militares de Uruguay, Bolivia, Chile y Perú acusados de la desaparición de italianos, uruguayos (entre otros) en el marco del plan y el fiscal acaba de pedir perpetua para todos. Los juicios por delitos de lesa humanidad en Argentina, las comisiones de la Verdad formadas en distintos países, los testimonios de las víctimas y los documentos desclasificados fueron claves para reconstruir la historia del Plan Cóndor aunque faltan muchísimas piezas por armar dado que los documentos claves siguen bajo siete llaves en los archivos de inteligencia que cuidadosamente EE. UU. decidió no desclasificar.
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