En Il sol dell’avvenire Nanni Moretti interpreta a un director de cine que está haciendo una película sobre el rol del Partido Comunista Italiano durante la Revolución húngara de 1956. Durante la filmación se va topando con distintas situaciones que lo ponen a prueba tanto en lo profesional, como en lo personal. En esta película el director se propone reescribir la historia, como forma de pensar el presente y quedar bajo el sol del porvenir.
Il sol dell’avvenire, Italia, 2024
Dirección: Nanni Moretti
Guión: Francesca Marciano, Federica Pontremoli, Valia Santella y Nanni Moretti
Duración: 95 minutos
Intérpretes: Nanni Moretti, Margherita Buy, Silvio Orlando, Barbora Bobulova, Mathieu Amalric, Jerzy Stuhr.
Fotografía: Michele D’Attanasio. Edición: Clelio Benevento.
Música: Franco Piersanti.
En la nueva película de Nanni Moretti hay varios hilos narrativos que se van entretejiendo en paralelo: Giovanni, el personaje principal, interpretado por él mismo, es un director de cine que está en el rodaje de su nueva película sobre el Partido Comunista Italiano ante el accionar represivo de la URSS durante el Otoño Húngaro, en 1956.El desarrollo del film se ve entorpecido por problemas de financiamiento de su proyecto. A la vez Giovanni, tomado casi por sorpresa, empieza a ver cómo su vida tal como la tenía armada hasta ese momento se empieza a descarrilar, cuando su esposa (quien también es su histórica productora) intenta separarse de él y trabajar en una película taquillera de acción.
Hasta acá llegamos sin spoilers. Continuar bajo su propio riesgo.
En las primeras escenas de la película que se propone filmar Giovanni, vemos llegar a un circo húngaro con payasos, acróbatas y todo tipo de animales, que fueron invitados por la sección local “Antonio Gramsci” del Partido Comunista Italiano (PCI). Estamos en 1956, recién empieza a llegar la electricidad a algunos barrios de Roma por política de la izquierda. Mientras esto sucede, empiezan a llegar las noticias de lo que está pasando en Budapest. El pueblo insurgente toma las armas y se propone imponer una democracia obrera que reemplazase a la burocracia pro-soviética que estaba en el poder. La respuesta no se hace esperar, la URSS envía tanques para suprimir este proceso. Todos estos acontecimientos los ven por televisión Ennio (Silvio Orlando), redactor jefe de la prensa del PCI y Vera (Barbara Bobulova) una costurera y apasionada militante que se horroriza ante los hechos y exclama: “No puedo creer que los invasores sean comunistas como nosotros”.
La repercusión de la Revolución en Hungría va tomando resonancia, el Circo Budavari se declara en huelga hasta que frenen los ataques soviéticos y los militantes del PCI, con Vera a la cabeza, se suman a este reclamo y le empiezan a exigir a la dirección del Partido y a la prensa partidaria que tomen una postura en solidaridad con sus hermanos húngaros. La respuesta oficial que reciben del partido es apoyar las decisiones de la URSS.
Desde el comienzo, dónde introduce el tema del film, Giovanni muestra su intención: la de recuperar la historia del PCI, quien tenía al menos dos millones de afiliados e importante inserción en los barrios obreros en la capital del país, siendo uno de los partidos comunistas más importantes del mundo en ese momento. Datos que parecen haberse perdido con el tiempo: un diálogo excelente se produce cuando uno de sus productores pregunta si los dos millones de comunistas en Italia eran todos rusos. El director también se pone firme en que no quiere ninguna referencia a Stalin en su película, a pesar de que el PCI mantuvo imágenes de él hasta varios años después pero es claro: él elige cómo quiere mostrar su versión del PCI.
La película del comunismo italiano tiene grandes problemas de financiamiento. Moretti, con humor, muestra cómo hacer películas sin tener que recurrir a las plataformas de streaming se vuelve cada vez más difícil. Al punto que accede, con bastante reticencia, a una reunión con Netflix cuando se queda sin presupuesto para continuar. Al reunirse con los ejecutivos de la empresa, estos le exigen reescribir todo e introducir si o si un momento “what the fuck” en los primeros minutos para lograr el famoso engagement del público y que no busquen otra opción para ver. Está presente a lo largo de todo el desarrollo de la película el debate de cómo hacer cine en este momento dónde cambió tanto la relación con el espectador. Dónde ya no se va al cine, salvo en contadas excepciones, sino que se miran películas desde el celular, tele o computadora, dónde tenes acceso a plataformas de streaming que ofrecen infinitos títulos pero donde son todas muy similares en su contenido, y manera de filmar y cómo se cuentan las historias.
En sintonía con esta reflexión, en algunas escenas nos trasladamos al set de filmación de otro director que está haciendo una película de acción, en el cual la productora es Paola, la esposa de Giovanni, interpretada por Margherita Buy. A ella no solo le cuestiona el por qué decidió producir esa película que, para él, representa la decadencia de la industria actual del cine, sino que también interrumpe el rodaje en una escena crucial para plantear que lo que están representando es simplemente violencia sin sentido y que no aporta nada al arte. En esta escena se mete en un entuerto, no solo por haber sido tan entrometido en un set ajeno, sino porque plantea una problemática que no tiene una solución sencilla. Se mete en un debate de horas y horas donde llama a todo tipo de experto para que opinen sobre la escena que se estaba por filmar, para intentar responder: ¿Cómo se puede hacer de la violencia algo artístico? ¿Cómo conmover y decir algo desde la crudeza de la muerte sin caer en banalidades?
Mientras sucede todo esto, Giovanni se va dando cuenta que todo alrededor suyo está cambiando y no lidia de las mejores maneras con las dificultades que se le presentan: tanto su hija como su esposa ya no eligen compartir con él los rituales de siempre: ver Lola, el musical de 1961 y comer el mismo postre como cada vez que arranca una nueva película. Ambas tienen la cabeza en otro lado: su pareja buscando el momento oportuno para decirle que se quiere separar y su hija que está enamorada de su nuevo novio, un hombre más grande que él. Mientras en el presente se va enfrentando a esas situaciones, vuelve sobre los recuerdos de su juventud que los muestra convertidos en películas antiguas, donde con cierta nostalgia rememora cómo fue el comienzo de su pareja y los primeros años de su hija.
Otro ingrediente que aparece en esta producción es la posibilidad de cambiar la historia desde el cine. Un recurso a lo Tarantino, quien en Érase una vez en Hollywood reescribe la historia de la familia Polanski y el Clan de los Manson, o en Bastardos sin Gloria, propone un final alternativo al nazismo en la la Segunda Guerra Mundial, algo que incluso dió lugar a ciertas teorías sobre universos paralelos que conectan todas sus películas. En esta entrega, Moretti juega libremente con la historia en su película y se pregunta qué podría haber pasado si el PCI en lugar de alinearse con la URSS, hubiese apoyado a los insurgentes húngaros. Mientras avanza el rodaje, Giovanni llega al punto de darse cuenta que el devenir de su película estaba profundamente conectado con el de su vida y que lejos de la resignación y de aceptarlo cómo un hecho dado, propone otro cauce al porvenir tanto en lo personal cómo en lo político.
Se habló mucho de una “carta del amor al cine” cuando se estrenó esta película en Cannes. Durante la hora y media que dura, hay muchísimos homenajes al cine clásico italiano y referencias a diferentes artistas como Scorsese, Marlon Brando y Fellini. Además de criticar el devenir del arte, hay reflexiones sobre cuán productivos debieran ser los directores y sobre la independencia ideológica de las producciones. A su vez, no faltan aquellas sobre problemas de la vida cotidiana: la soledad, el paso del tiempo, cómo se construyen y nutren los vínculos entre las personas. Con humor, del tipo que hace que se le tome cariño al protagonista, muestra sus pequeñas –y no tan pequeñas– neurosis, que recuerdan mucho a Woody Allen. La nueva de Moretti la podemos agrupar dentro de una serie de películas que salieron de directores ya consagrados, que tuvieron estrenos recientemente dónde buscan recatar una visión propia del “hacer cine” donde transmiten, de maneras distintas, que eligen realizar algo diferente al cine por recetas y digitado según estadísticas. Entre ellas destacan Perfect Days de Wim Wenders que, a su manera y con un estilo totalmente diferente, hace su tributo a la música y la fotografía analógica, a los detalles, a un cine dónde se rescatan las características más humanas de sus personajes, una película sobre la vida misma, y también Los Fabelman de Steven Spielberg, que rememora sus primeros pasos para convertirse en cineasta, en una oda a las producciones caseras y al cine de su juventud.
Sobre el Otoño Húngaro
La decisión de Moretti de reflejar la revolución en Hungría, no es casual ni ingenua por lo que implicó este proceso para la izquierda europea y para todos los partidos comunistas del mundo. En lugar de aceptar la derrota y quedarse resentido por cómo terminó siendo la historia, él se propone reescribirla y repensarla. Nos da a entender que de haber triunfado Hungría, hubiese sido un puntapié para replantear el socialismo y que esa llama se extendería por el resto de los países satélites de la URSS, permitiendo retomar el legado de Marx y Engels.
Un poco de contexto: Hungría, desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, tenía un gobierno impuesto desde Moscú, donde el poder político estaba en manos de una burocracia. En ese país se había expropiado a los capitalistas pero no cómo parte de un proceso cómo sucedió en la Revolución rusa de 1917, si no que fue por medio de la invasión del Ejército Rojo. En 1953, a partir de la muerte de Stalin, se abren diferentes procesos en los países de Europa del Este que llevan a las masas a rebelarse. Comenzaron en Berlín, luego en Polonia, ambas reprimidas por el Ejército Rojo. Estos acontecimientos llevaron a los húngaros a solidarizarse con estos países, pero se toparon con la represión de la policía secreta, la cual dejó un saldo de varios muertos. A partir de eso, la respuesta desde las fábricas y los barrios obreros no tardó en llegar: se dio inicio a una huelga general insurreccional, dónde se asaltaron cuarteles y se repartieron las armas. En este proceso, los obreros y el movimiento estudiantil tejieron lazos para plantear una democracia obrera.
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La respuesta represiva de la URSS contra los insurgentes húngaros llevó a profundizar el quiebre entre el estalinismo y amplios sectores de masas. La crisis fue tal que incluso intelectuales comunistas importantes replantearon sus lazos con los Partidos Comunistas de Inglaterra y Francia, sólo por nombrar algunos lugares. Moretti aprovecha estos hechos para reflejar una postura crítica: no había una única forma de responder desde el comunismo a este proceso, no era únicamente la línea oficial proveniente de Moscú la que había que respetar. Nos plantea que si en lugar de apoyar a la URSS en este proceso, el PCI, uno de los Partidos Comunistas más importantes de Europa, hubiese apoyado al levantamiento del pueblo húngaro, se hubiese abierto la posibilidad de que el desarrollo de los procesos de desburocratización hubiesen tenido mayor impulso, lo que hubiera cambiado la historia del resto del siglo XX.
En línea con esta idea, Trotsky planteaba que si un Estado obrero se liberaba mediante una revolución política (que conservase las bases revolucionarias de esos estados) de su burocracia, su desarrollo marcharía por el camino del socialismo, pero si al contrario, esa burocracia se fortalecía y se volvía más poderosa y autoritaria, las tendencias burguesas crecerían, empujando a una restauración del capitalismo. Esto último fue lo que terminó pasando en Hungría. El levantamiento es finalmente sofocado por el régimen estalinista con represión, desgaste y se produce un agotamiento de la energía revolucionaria.
El planteo de la película nos da el espacio para pensar qué hubiese sucedido si la historia fuese la contraria, lo cual es una rebeldía enorme por parte del italiano: no quedarse pensando sólo en la derrota, si no animarse a reescribir la historia. Esto lo representa a través del desenlace de la historia de Ennio, guionado originalmente desde la derrota pero donde finalmente se anima a darle un desenlace alternativo no solo al personaje, sino a lo que representa. En él se termina encarnando la pelea contra la resignación y el someterse a la decisiones impuestas por un aparato burocrático.
En una entrevista, el director al ser preguntado por qué decidió mostrar el Otoño Húngaro, responde: “Me interesó porque era una oportunidad para un gran cambio para la izquierda occidental. Una oportunidad que se perdió. Una oportunidad para que se convirtiera en un movimiento de izquierda maduro, pero se perdió por completo.” En la película presenta algunas guías para repensar la izquierda en este momento en Italia donde gobierna la extrema derecha de Giorgia Meloni. Por un lado, la recuperación de una tradición del Partido Comunista, que en la actualidad está perdido, pero también una visión de cómo se tendría que reconfigurar un socialismo, rescatando la figura de Trotsky, para pensar una alternativa diferente al estalinismo, para retomar el legado de Marx y Engels.
El título de la película hace referencia a una vieja canción comunista italiana, llamada "Fischia il Vento", que dice El viento cesa y la tormenta se calma. El orgulloso partisano regresa a casa ondeando su bandera roja, victorioso y libres por fin somos. El viento silba y la tormenta arrecia, zapatos rotos y todavía hay que andar, para conquistar la primavera roja, donde sale el sol del porvenir.
A la luz de las elecciones recientes en Europa, donde avanzan las fuerzas de derecha en la mayoría de los países, hay una idea que se repite en ciertos sectores de que la única alternativa posible es la resignación, que no se puede hacer nada al respecto o ir aceptando ciertos avances sobre derechos conquistados a cambio de que no vayan por todo. Por el contrario, Moretti en una entrevista para Le Monde Diplomatique dice: “Siempre ante las crisis, yo persisto y subo la apuesta” y desde ahí reescribe la historia, alterando el presente e invitando a pensar otro porvenir.
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