El pasado miércoles 14 la votación del presupuesto selló un nuevo capítulo en la deserción de la burocracia sindical de la lucha contra el ajuste. La CGT “oficial” de Daer, el Frente Sindical de Moyano, Palazzo y Pignanelli, y los propios dirigentes sindicales kirchneristas, bajo la consigna “hay 2019”, son un pilar fundamental, junto con el PJ y los gobernadores, para sostener al gobierno de Macri y el FMI. Desde hace un año el objetivo de las diferentes burocracias es exorcizar el fantasma de diciembre de 2017.
No es casual, en la movilización de aquel entonces se expresó un sector de vanguardia del movimiento obrero que no estaba dispuesto a agachar la cabeza. Frente a la ausencia de un plan de lucha general, esta misma vanguardia se manifestó en importantes luchas parciales como en el Astillero Río Santiago, los mineros de Río Turbio, los madereros neuquinos de MAM, Télam, el Hospital Posadas, o los docentes universitarios que confluyeron con la emergencia del movimiento estudiantil, lucha que finalmente entregó la dirigencia kirchnerista. Estos son solo algunos ejemplos entre muchos otros.
Tanto estas luchas como el papel de la burocracia, no son solo elementos de la coyuntura sino que expresan dos tendencias profundas y contrapuestas que atraviesan la situación nacional. Por un lado, la tendencia de la burocracia de los sindicatos –y “de los movimientos”– a convertirse cada vez más en un pilar esencial para el dominio de los capitalistas ante la imposibilidad de una hegemonía sólida, tanto por el inestable escenario internacional como por un régimen y una burguesía local que le han entregado el poder al FMI indefinidamente. Por otro lado, la persistente tendencia –más o menos abierta según el momento– a la emergencia de una vanguardia obrera que pone en cuestión recurrentemente “de hecho” y/o “de derecho” los límites de lo permitido por el régimen burgués, chocando contra la burocracia, los capitalistas y el Estado, incluidas en muchas oportunidades sus fuerzas represivas.
La primera representa la esperanza de la burguesía para contener al movimiento de masas, teniendo en cuenta que, como dijo Dujovne “nunca se hizo un ajuste de esta magnitud sin que caiga el gobierno”. La segunda es uno de los fundamentos principales para la construcción de un gran partido de trabajadores revolucionario que pueda frenar el saqueo y remover los cimientos de la Argentina capitalista.
Un Estado “ampliado”
La idea liberal mítica de un “Estado” y una “sociedad civil” claramente delimitados, desde hace mucho tiempo que es un anacronismo. Para dar cuenta de esto, Antonio Gramsci había desarrollado el concepto de “Estado integral”, según su controvertida fórmula de “El Estado (en su significado integral: dictadura +hegemonía)”, resaltando así que el “Estado” se basa en algo más que en un aparato estatal en su sentido estricto para dominar y sostener algún tipo de hegemonía burguesa [1].
En este esquema, la estatización de las organizaciones de masas es un elemento esencial, empezando por los sindicatos que en la Argentina organizan a más de un tercio de la clase trabajadora. Desde luego, no son las únicas organizaciones estatizadas, también podríamos incluir, por ejemplo, a las organizaciones “sociales” que se transforman en agentes de “contención” y administración de la asistencia estatal.
La burocracia sindical no solo cumple funciones “consensuales” (representar, por lo menos en teoría, a los trabajadores en la negociación con la patronal y Estado, administrar las obras sociales, etc.) sino también, como señalaba Gramsci, funciones de policía al interior del movimiento obrero contra los sectores de vanguardia. Estas van desde la persecución cotidiana de los “zurdos” que conoce cualquier activista, hasta la integración de bandas paramilitares en los momentos agudos de lucha de clases, como fue la Triple A bajo los gobiernos de Perón e Isabel en los ‘70.
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Sin partir de estos elementos es imposible comprender no solo la importancia determinante que tiene actualmente la burocracia sindical como sostén del gobierno de Macri, sino también, la que tuvo bajo el kirchnerismo que gobernó en estrecha alianza con ella. Este bloque fue clave para el combate contra las constantes tendencias a la emergencia de una vanguardia obrera independiente que se dieron luego del 2001 a partir del cambio del ciclo económico (motorizado por el boom de las commodities) y que, atravesando diferentes etapas, continúan hasta hoy.
Detrás de la pared
Durante los años kirchneristas, desde el gobierno se agitaba el slogan: “a la izquierda del kirchnerismo está la pared”. Muchas veces fue interpretado benévolamente como una expresión de orgullo centroizquierdista, algo así como “somos lo más de izquierda que se puede pretender”. Pero la realidad es que fue una construcción política “de Estado”, que incluyó no solo cooptación sino también violentas represiones para remarcar cuáles eran los “límites” de lo permitido por el régimen frente a una vanguardia obrera que tendía a emerger sistemáticamente cuestionando tres pilares del kirchnerismo: los techos salariales, la precarización laboral, y la representación burocrática en los sindicatos.
Los primeros síntomas tuvieron lugar ya desde 2004-2005. Este período incluyó la lucha del Hospital Garrahan que adquirió gran repercusión nacional. Dirigida por delegados antiburocráticos, tuvo que enfrentar una brutal campaña de calumnias impulsada por el gobierno kirchenrista (en bloque con los grandes medios de comunicación) que defendió como “política de Estado” los techos salariales, con la colaboración de la CGT y la CTA. Ya desde este momento comienza una lucha al interior de estos procesos que se extenderá durante todo el período entre: un sector conciliador con la burocracia y la patronal que se niega a definirse como independiente del gobierno basándose en las ilusiones de amplios sectores en la obtención evolutiva de conquistas (en aquel entonces encabezado por Iadarola y Marín de FOETRA y Pianelli en el Subte) y una tendencia consecuentemente antiburocrática que defendía la independencia política (impulsada desde la oposición de la agrupación Violeta en FOETRA, la oposición de la alimentación encabezada por la CI de Pepsico, y el Sindicato Ceramista de Neuquén). Estos debates se dan paralelamente a que el gobierno comienza a delinear las dos políticas frente a los sectores de vanguardia a las que apelaría con diferentes combinaciones según el momento: la cooptación y la represión.
En 2006-2007 se desarrollan importantes luchas protagonizadas por sectores tercerizados y precarizados, despreciados por la burocracia: los del petróleo en Las Heras que junto a los efectivos (que reclamaban contra el impuesto a las ganancias) protagonizan una verdadera revuelta local; los inmigrantes bolivianos de los talleres textiles que copan las calles de CABA; los tercerizados que paran el subte; los del ferrocarril Roca que cortan las vías; la lucha de los ajeros de Mendoza que termina cobrándose la vida de Juan Carlos Erazo producto de las heridas de la represión policial. A su vez, los docentes protagonizan huelgas provinciales que se elevan a luchas políticas contra los gobernadores como en Santa Cruz o en Neuquén donde es asesinado Carlos Fuentealba por la policía de Sobisch, obligando a la CTA al primer paro nacional. También se dan huelgas duras encabezadas por delegados antiburocráticos en fábricas medianas como TVB (ex-Jabón Federal), o en grandes plantas como la lucha de FATE que incluyó 800 obreros cortando la Panamericana y a los activistas echando a las trompadas a la burocracia kirchnerista de Waseijko, que poco después sería desplazada de la seccional San Fernando del SUTNA, y luego en el 2016 lo será del sindicato del neumático nacional.
A finales de 2007, comienza una intensa ofensiva para frenar este proceso de desarrollo de la vanguardia. El gobierno kirchnerista, fortalecido con la victoria electoral, se siente confiado para reprimir más duramente e intentar liquidar las organizaciones antiburocráticas. Un emblema de este período fueron los trabajadores de la textil Mafissa (La Plata) que protagonizan una heroica resistencia a los despidos y luego directamente a un lock out empresarial, con el boicot abierto de la burocracia sindical, que culmina con el desalojo de la toma de fábrica mediante un impresionante operativo ordenado por Scioli y Cristina que incluyó 500 efectivos de Infantería, Caballería, de la División de Motos, carros de asalto, helicópteros, y el Grupo Especial de Operaciones “Halcón”. Otra lucha emblemática fue la del Casino Flotante de Buenos Aires contra el amigo de los Kirchner, Cristóbal López, para liquidar la organización antiburocrática y al activismo, donde las y los trabajadores recibieron el fuego cruzado de las reiteradas represiones de la Prefectura enviada por Cristina, de las acciones de matonaje de la burocracia de tres gremios y del cerco mediático de los grandes medios, incluido el grupo Clarín que en ese entonces era amigo de los K.
Esta ofensiva se debilita en 2008 por la división de la burguesía provocada por el conflicto con las patronales agrarias, mientras que en 2009 golpean directamente los efectos de la crisis internacional. En todo este período vuelven a potenciarse las tendencias al surgimiento de la vanguardia obrera con una gran variedad de huelgas, piquetes, rebeliones, elección de nuevos delegados y comisiones internas (o ratificando las que eran independientes de la burocracia). Es el período donde se organiza el nuevo sindicato del subte, aunque con peso mayoritario del ala conciliadora de Pianelli; se dan las luchas de los contratados en Iveco y Gestamp en Córdoba; las tomas contra los cierres en Paraná Metal, Massuh, Indugraf, Mahle, etc.; la efervescencia en la UOM; los paros y piquetes en luchas duras por fábrica como Tersuave (Villa Mercedes-San Luis), Pilkington y FP (Zona Norte-GBA), Petinari, Fargo y Avón (Zona Oeste-GBA), en DANA que incluyó el ataque contra los trabajadores de una patota del SMATA con palos, cuchillos y armas de fuego; los paros con piquetes de los peones rurales de la fruta de UATRE del Alto Valle (Neuquén y Río Negro); las luchas en las cerámicas Neuquén y Stefani (Cutral Có); entre otras.
El proceso más categórico de estas tendencias tuvo lugar en la multinacional norteamericana Kraft Foods. Desde la rebelión obrera en el pico de la pandemia de gripe A hasta la lucha contra los despidos con 11 cortes en la Panamericana junto con los centros de estudiantes combativos, movilizaciones, un paro de 37 días y la permanencia de los despedidos adentro, que la transformaron en una “causa nacional”. Para enfrentarla interviene directamente la embajada norteamericana, Moyano –por ese entonces kirchnerista– acusa a los obreros de “ultraizquierdistas” y al otro día Scioli y Cristina mandan la represión de la bonaerense, con caballería incluida, para desalojar la fábrica. Contrariamente a lo esperado por el gobierno, la simpatía popular con la lucha aumentó aún más (tanto que Moyano tuvo que terminar aportando para el fondo de huelga). Semanas después la dirección reformista del PCR rompe el frente único firmando un acuerdo de reincorporaciones con parte de despedidos afuera y “paz social”, lo que fue resistido por el activismo y el PTS, resistencia que luego se tradujo en la elección de una nueva comisión interna clasista integrada por aquel activismo y varios compañeros y compañeras del PTS. Por eso, este intento de golpear por la vía de despidos masivos y represión al sindicalismo de base resultó contradictorio, ya que hubo una derrota sindical pero se fortaleció políticamente el sector democrático y combativo.
En los círculos patronales se comenzará a discutir la amenaza del “efecto Kraft”, que no era otra cosa que la tendencia a emerger de esta vanguardia que se venía expresando en múltiples conflictos para frenarle la mano a la patronal en medio de la crisis, y de hecho las patronales deciden suspender la línea de ataques por fábrica. Poco después la economía vuelve a repuntar impulsada por la continuidad del “boom” sojero. Las patronales de la alimentación comienzan una política de otorgar concesiones para no perder el sindicato (en el 2012 la oposición saca el 40% de los votos incluso luego de tres años de aumentos salariales de alrededor del 35%). El STIA, símbolo del sindicalismo menemista y entregador con Daer a la cabeza se convierte por presión de las internas de la oposición, en el sindicato “de vanguardia” en cuanto a conquista de aumentos salariales, lo cual también hace de presión para que los sectores avanzados bajen la guardia.
El año 2010, con un gobierno fortalecido con el repunte económico y los festejos del bicentenario, se expresaba ya una nueva etapa cuyo emblema será la lucha por el pase a planta de los tercerizados del ferrocarril Roca. Había una larga tradición en este sentido por parte de las agrupaciones antiburocráticas del Roca: entre 2002 y 2005 se producen 38 cortes de vías, 127 de boleterías, y en 2005 con el triunfo del conflicto de Catering World (tercerizados de limpieza) se termina de eliminar la tercerización en la línea. Luego Taselli junto con la burocracia de Pedraza crean nuevas tercerizadas y en 2010 recomienza la lucha con 300 ferroviarios que cortan las vías en marzo y se prolonga en los meses siguientes. El 20 de octubre, la burocracia de Pedraza amiga de los Kirchner asesina al joven militante del PO Mariano Ferreyra. La lucha continúa y en el verano de 2011 pasan a planta más de 3 mil tercerizados de varias líneas; en febrero Pedraza va preso por el asesinato de Mariano.
De lo político a lo sindical
La conformación del Frente de Izquierda en 2011 estuvo precedida por aquellas luchas emblemáticas, como la de Kraft o la ferroviaria, y puso en la escena nacional una alternativa política de independencia de clase. Su irrupción en el escenario político fomentó que entre las y los trabajadores que votaban al kirchnerismo en las elecciones nacionales y al mismo tiempo a delegados de izquierda en los lugares de trabajo, un sector pase a votar por la izquierda también a nivel nacional, aunque muchas veces sin compartir de conjunto su programa, como una forma de fortalecer a los que los apoyaban con diputados en sus luchas.
A partir de 2012 se produce la ruptura entre Cristina Kirchner y Moyano. Recordemos que, excepto el paro general por el asesinato de Fuentealba, Moyano y el conjunto de la burocracia garantizaron que no haya ningún paro nacional en 10 años. En noviembre de 2012 Moyano y un sector de la burocracia larga un paro nacional, mientras que Cristina se aferra a la alianza estratégica con la parte que le quedaba de la burocracia sindical ahora encabezada por la UOM y el SMATA. En estas acciones la vanguardia obrera junto con la izquierda se expresó diferenciada del moyanismo luchando por darle un carácter activo a los paros –y dando la pelea por parar al interior de los sindicatos oficialistas- impulsando cortes de autopistas, rutas y puentes para defender el derecho a parar de las y los trabajadores precarios y de aquellos cuyos sindicatos no llamaban a parar. Coherente con su trayectoria, el gobierno de Cristina reprimió sistemática y violentamente estas acciones; estaba enfrentado con Moyano pero más con la vanguardia obrera.
En 2013, cientos y cientos de trabajadores de la vanguardia poblaron las listas del Frente de Izquierda, así como en las sucesivas elecciones de los años posteriores. Esta sinergia entre “lo social” y “lo político”, a partir de la conquista de diputados incluyó la lucha parlamentaria poniéndola al servicio del desarrollo de la lucha de clases, lo cual fue la clave de la consolidación del FIT. Tomando nota de esto, la patota del SMATA en un esfuerzo de creatividad burocrática copó los “palcos preferenciales” del congreso en 2014 para insultar y hostigar a Nicolás del Caño por estar junto a la lucha de los trabajadores.
Aquel año había comenzado el fin del viento de cola económico que acompañó a los gobiernos kirchenristas. Cristina buscó presentarse como gobierno del orden y el ajuste: profundizó su discurso contra los docentes y los trabajadores “en blanco” acusándolos de privilegiados, impulsó la devaluación encarada por Kicillof, nombró al ex-carapintada Sergio Berni para comandar las fuerzas represivas y estrechó al máximo la alianza con el sector de la burocracia oficialista, con Pignanelli (SMATA) en primer lugar. Será una etapa de conflictos duros como los de Gestamp en el GBA, Liliana en Rosario, Cerámica Neuquén, de Randazzo atacando a los ferroviarios del Sarmiento, de las luchas contra los despidos en Felfort, Shell, Calsa, Honda, Cresta Roja, entre otros.
Las luchas de Lear y Donnelley fueron emblemáticas de este período. Importantes conflictos que se transformaban en políticos por su trascendencia; verdaderas “escuelas de guerra”, como decía Lenin, donde los trabajadores enfrentaban de primera mano el accionar del gobierno, la justicia, la burocracia, las fuerzas represivas (incluidos los servicios), etc.
En la multinacional Lear se nucleaba una importante vanguardia al interior del sindicato “totalitario” del SMATA, en la zona norte del GBA, una de las principales concentraciones del proletariado industrial del país. A su vez, Pignanelli, frente al avance de los sectores antiburocráticos tenía una política -alternativa a la que señalábamos antes de Daer- de ataque directo y persecución en común con las empresas. Todos estos elementos harían a la dureza del conflicto de Lear de 2014, que iba al corazón de la alianza de la burocracia con el gobierno. Incluyó 240 despedidos, 21 cortes de la Panamericana, 16 Jornadas Nacionales de Lucha con piquetes en todo el país, 5 represiones, 22 detenidos, 80 heridos, 16 medidas judiciales a favor de los trabajadores, dos semanas de lock out patronal, y a la ministra K, Débora Giorgi, organizando la importación de cables para quebrar la huelga.
Por otro lado, el conflicto por despidos masivos que enfrentó a la vanguardia gráfica contra la multinacional Donnelley (actual Madygraf), que ante la fortaleza de los trabajadores para frenar el ataque patronal abandonó la fábrica. Los obreros la tomaron y la pusieron a producir bajo su propia gestión siguiendo el ejemplo de Zanon (actual Fasinpat) símbolo del movimiento de fábricas bajo gestión obrera desde la crisis del 2001. No casualmente una de las más violentas represiones que llevó adelante el gobierno de Cristina en la Panamericana, fue contra un corte conjunto de los trabajadores de Lear y Donnelley.
Al año siguiente, frente a las elecciones presidenciales, la mayoría de la burocracia se alineó con Scioli, mientras que Moyano dejó abierto el apoyo a Macri, quién sintomáticamente le prometió: “los voy a ayuda a frenar a los trotskos”. Una vez electo el nuevo presidente, todos corrieron en auxilio del vencedor otorgándole una escandalosa tregua que duró hasta abril de 2017 donde a regañadientes largaron el primer paro general contra Macri. Esta fue una etapa también de conflictos duros frente a patronales envalentonadas, que empezaban a considerar tibio a “su” gobierno. Hubo importantes luchas contra los cierres y despidos como AGR-Clarín, Cresta Roja, Bangho, la línea 60, entre otros. Uno de los símbolos de esta etapa fue la lucha en la multinacional Pepsico Snacks, un ataque masivo (cierre de la planta) contra uno de los corazones de la vanguardia obrera de todo el período que ya desde la crisis de 2001, encabezados por Leo Norniella y Catalina Balaguer, habían hecho escuela defendiendo a los contratatados y organizando la oposición antiburocrática en el STIA. La dura represión de julio de 2017 con la que fueron desalojados de la fábrica así como su heroica resistencia aún están frescas en la memoria colectiva.
Luego vinieron las jornadas del 14 y 18 de diciembre de 2017 y podríamos seguir, pero nos detenemos aquí, lo que sigue es una historia demasiado reciente y este apretado recorrido ya muestra lo fundamental: la existencia de una profunda y persistente tendencia al surgimiento de una vanguardia obrera independiente.
Perspectivas, ¿hay 2019?
Estas tendencias de la vanguardia son doblemente sintomáticas porque luchan por emerger en un espacio saturado por todo tipo de burocracias que cumplen un papel de policía al interior de las organizaciones del movimiento obrero, así como contra a la acción de los diferentes gobiernos, el de Macri pero también de los gobiernos K. En el caso del kirchnerismo, peronismo con rostro “progresista”, el enfrentamiento con la vanguardia –cuando no la puede cooptar– es parte de su ADN, en tanto que para su política el movimiento obrero solo puede aspirar a ser, a lo sumo, “columna vertebral” disciplinada de un proyecto de conciliación de clase. A pesar de la acción de los gobiernos, de las policías, la gendarmería, la prefectura, las patronales –nacionales y extranjeras–, incluso de la embajada norteamericana, no lograron hacer desaparecer aquellas tendencias a la emergencia de una vanguardia independiente que permanentemente vuelven pese a las duras derrotas que le impusieron. Así, tanto en las victorias como en las derrotas, se ha ido forjando en todos estos años. Este, y no otro es el verdadero sujeto maldito del país burgués, inclasificable por todos los relatos oficiales, ya sean kirchneristas, pejotistas o liberales.
Desde este ángulo, la idea de “hay 2019” adquiere contornos mucho más concretos. No se trata solo de una justificación de la burocracia sindical para su complicidad con el ajuste actual, sino de la unidad de todas sus alas detrás de un hipotético gobierno del peronismo encabezado por alguna de sus fracciones, sea en su versión kirchnerista, massista o federal. El país está hipotecado y ninguno de estos sectores tiene un programa alternativo a administrar la deuda impagable del FMI, como sería el no pago de la deuda pública, la nacionalización de la banca y del comercio exterior, entre otras medidas. Esto deja como alternativas o bien un default catastrófico tipo 2002 o redoblar el ataque contra los trabajadores. En ambos escenarios, el “hay 2019” que enarbola el kirchnerismo, con la burocracia unida detrás del gobierno, no representa un escenario pacífico ni mucho menos para el movimiento obrero, empezando por sus sectores más avanzados.
El PTS tiene el orgullo de haber participado en primera fila en cada uno de aquellos combates, de hecho su militancia actual en el movimiento obrero se ha nutrido en todos estos años de muchos de los y las protagonistas de aquellas innumerables batallas. El desarrollo del propio Frente de Izquierda es producto, en buena medida, de estas tendencias persistentes de vanguardia en el movimiento obrero –así como en el movimiento estudiantil, de mujeres, etc.–. Incluso muchas de sus principales figuras públicas son indisociables de los principales procesos del último período o expresión directa de los mismos, como Alejandro Vilca, trabajador recolector de residuos en Jujuy, principal referente antiburocrático del sindicato municipal, que en la última elección llegó a superar al PJ en San Salvador con el 23 % de los votos; o Raúl Godoy en Neuquén, diputado provincial por el FIT y referente del Sindicato Ceramista y el movimiento obrero neuquino.
Las tendencias a la emergencia de una vanguardia independiente en todo el período expresan los fundamentos profundos que existen para la construcción de un gran partido revolucionario de la vanguardia obrera sin el cual no hay victoria posible, como se demostró en el ascenso obrero de los ’70 y en menor escala en los enfrentamientos de los ’90 contra la ofensiva neoliberal, o la crisis del 2001. Desde este ángulo, el gran desafío es luchar para que emerja aquel sujeto maldito del país burgués, que su fuerza no quede limitada a las luchas parciales, o a votar por el FIT cada dos años, sino que sea parte de una militancia consciente por unir a las y los explotados y oprimidos en la perspectiva de construir un gran partido revolucionario unificado y revolucionar las organizaciones obreras, estudiantiles, del movimiento de mujeres, para que el programa internacional y nacional de lucha por el gobierno de los trabajadores adquiera fuerza material para enfrentar el saqueo y terminar con este sistema de explotación y opresión.
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